Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y «el último
enemigo, la muerte», puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga
también en nosotros: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu
aguijón?» Ya desde ahora este nuestro ser «corruptible», debe revestirse de
santidad y de «incorrupción», y este nuestro ser, «mortal», debe revestirse de
la «inmortalidad» del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la
muerte, para que así, reinando Dios sobre nosotros, comencemos ya a disfrutar
de los bienes del nuevo nacimiento y de la resurrección. (Orígenes. La oración, 25; GCS 3, 356)
Orígenes
nos muestra una realidad incontestable, no pueden coexistir en un mismo acto
pecado y virtud. El Reino de Dios con lleva la virtud y la reino del pecado,
conlleva la muerte, el dolor y el sufrimiento. Incluso si utilizamos la
semántica y la ideología para desdibujar u ocultar el pecado, el sufrimiento no
desaparece.
Orígenes
no indica que “mortifiquemos «todo lo terreno que
hay en nosotros»”. ¿Qué significa esto? No se trata de demoler la
naturaleza humana que portamos con nosotros, sino depurarla del pecado que
corrompe y destruye la propia naturaleza. Hay que saber discernir bien y no
intentar destruirnos como personas. Esto se ve mucho más claro en la siguiente
frase, que dice lo mismo, pero en formato positivo: “fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por
nuestro interior como por un paraíso espiritual”
Es
interesante la indicación sobre el destino de la fructificación del Espíritu en
nosotros “todos sus enemigos que hay en nosotros
sean puestos «por estrado de sus pies», y sean reducidos a la nada en nosotros
todos «los principados, todos los poderes y todas las fuerzas».” Ya
no reinará el relativismo y el conformismo que nos lleva a arrodillarnos ante
los poderes políticos que nos imponen modelos de ser humano y sociedad,
contrarios a nuestra naturaleza. Pero para ello hemos de rebelarnos a los
poderes y principados que dominan el mundo. Rebelarnos internamente, ya que “todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y «el
último enemigo, la muerte», puede ser reducido a la nada”.
Si cada
uno de nosotros cambia y se convierte el mundo se convertirá en el Reino de
Dios y dejará de ser el “reino del pecado”.
Para ello “este nuestro ser, «mortal», debe
revestirse de la «inmortalidad» del Padre”, es decir, debe ser
transformado por la Gracia del Señor para que podamos fructificar por el
Espíritu. De esta forma, “reinando Dios sobre
nosotros, [comenzaremos] ya a
disfrutar de los bienes del nuevo nacimiento y de la resurrección”
Es
maravilloso entender el mensaje que nos hace llegar Orígenes. Es un mensaje
lleno de Esperanza y Caridad. Dejarnos transformar por el Espíritu es conseguir ser seres humanos completos y
perfectos. Conformarnos con nuestros defectos y pecados, sólo nos trae más
sufrimientos y desdichas.
Todo esto puede realizarse en
cada uno de nosotros, y «el último enemigo, la muerte», puede ser reducido a la
nada.
Miremos el ejemplo de los santos y nos daremos cuenta que es posible.
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