domingo, 11 de noviembre de 2012

No pueden coexistir el Reino de Dios y el reino del pecado.

No pueden coexistir el Reino de Dios y el reino del pecado. Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo «el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal» antes bien, mortifiquemos «todo lo terreno que hay en nosotros» y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos «por estrado de sus pies», y sean reducidos a la nada en nosotros todos «los principados, todos los poderes y todas las fuerzas».

Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y «el último enemigo, la muerte», puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» Ya desde ahora este nuestro ser «corruptible», debe revestirse de santidad y de «incorrupción», y este nuestro ser, «mortal», debe revestirse de la «inmortalidad» del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que así, reinando Dios sobre nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes del nuevo nacimiento y de la resurrección. (Orígenes. La oración, 25; GCS 3, 356)

Orígenes nos muestra una realidad incontestable, no pueden coexistir en un mismo acto pecado y virtud. El Reino de Dios con lleva la virtud y la reino del pecado, conlleva la muerte, el dolor y el sufrimiento. Incluso si utilizamos la semántica y la ideología para desdibujar u ocultar el pecado, el sufrimiento no desaparece.

Orígenes no indica que “mortifiquemos «todo lo terreno que hay en nosotros»”. ¿Qué significa esto? No se trata de demoler la naturaleza humana que portamos con nosotros, sino depurarla del pecado que corrompe y destruye la propia naturaleza. Hay que saber discernir bien y no intentar destruirnos como personas. Esto se ve mucho más claro en la siguiente frase, que dice lo mismo, pero en formato positivo: “fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual

Es interesante la indicación sobre el destino de la fructificación del Espíritu en nosotros “todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos «por estrado de sus pies», y sean reducidos a la nada en nosotros todos «los principados, todos los poderes y todas las fuerzas».” Ya no reinará el relativismo y el conformismo que nos lleva a arrodillarnos ante los poderes políticos que nos imponen modelos de ser humano y sociedad, contrarios a nuestra naturaleza. Pero para ello hemos de rebelarnos a los poderes y principados que dominan el mundo. Rebelarnos internamente, ya que “todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y «el último enemigo, la muerte», puede ser reducido a la nada”.

Si cada uno de nosotros cambia y se convierte el mundo se convertirá en el Reino de Dios y dejará de ser el “reino del pecado”. Para ello “este nuestro ser, «mortal», debe revestirse de la «inmortalidad» del Padre”, es decir, debe ser transformado por la Gracia del Señor para que podamos fructificar por el Espíritu. De esta forma, “reinando Dios sobre nosotros, [comenzaremos] ya a disfrutar de los bienes del nuevo nacimiento y de la resurrección

Es maravilloso entender el mensaje que nos hace llegar Orígenes. Es un mensaje lleno de Esperanza y Caridad. Dejarnos transformar por el Espíritu es  conseguir ser seres humanos completos y perfectos. Conformarnos con nuestros defectos y pecados, sólo nos trae más sufrimientos y desdichas.

Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y «el último enemigo, la muerte», puede ser reducido a la nada.

Miremos el ejemplo de los santos y nos daremos cuenta que es posible.

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