Traigo un breve fragmento de San Ambrosio de Milán, que se centra en
episodio del llanto de la Magdalena a la puerta del sepulcro. Pueden leerlo
en Jn 20, 11-18. María Magdalena se queda fuera del Sepulcro, abatida y llorando
desconsoladamente. Pedro y Juan entran el sepulcro, creen y salen corriendo
para contar la noticia a los demás. María llora y ni dos Ángeles que se
muestran dentro del sepulcro, ni el propio Cristo, en un primer momento, pueden
consolarla.
¿Lloras porque no Le ves? Cree y Lo verás
aquí presente y junto a ti, porque está pronto a acudir a los que le buscan.
¿Por qué lloras? Que es como decirle: No cuadran aquí las lágrimas, sino la fe
rápida, decidida, como la que merece Dios. Olvida las cosas mortales y
cesará tu llanto; aleja de las cosas perecederas tu consideración y se
acabarán tus lágrimas, para no volver jamás. ¿Por qué a ti te causa llanto
lo que a otros, alegría? ¿A quién buscas? ¿No ves que está Cristo
delante de ti? ¿No ves que Cristo es la virtud de Dios, la sabiduría de Dios,
la santidad, la castidad, la integridad; que Cristo nació de virgen y que
procede del Padre y está en el Padre y ante el Padre siempre, como nacido de
El, y no hecho ni mudable, sino siendo siempre Dios verdadero de Dios
verdadero?
Entonces le dijo el Señor: "María, mírame".
Cuando no era creyente la llamaba mujer; pero ahora que comienza a creer la
llama por su nombre, María, el mismo nombre de la Madre de Dios, pues María
es ya alma que espiritualmente ha dado a luz a Cristo. Mírame, le dice, mírame,
porque quien mira a Cristo mejora de vida, corrigiendo sus defectos; pero quien
no lo ve, yerra lastimosamente el camino.
Entonces la Magdalena abre los ojos de la
fe y volviéndolos a Cristo, lo ve y exclama: Rabí que significa Maestro. Mirándole,
se convierte; convertida, lo ve mejor, y viéndolo, adelanta en el camino de
la perfección, encuentra al maestro que creía muerto, y habla con el que
creía perdido. (San Ambrosio de
Milán, Tratado de las Vírgenes, frag. Cap. I )
El sepulcro está vacío ¿Dónde está el Señor? María Magdalena
lloraba porque había perdido a Quien había dado sentido a su vida y a su Fe.
Había perdido cruelmente a Quien le era más preciado y querido.
La actitud de la Magdalena no es extraña, ya que es algo
que nos sucede a menudo. La Iglesia no es algo estático, sino un ser vivo que
cambia y a veces los cambios son difíciles de entender. Cuando desaparece lo que
nos daba confianza, la fe se esconde, desaparece la esperanza y la caridad se
escapa como arena fina, entre los dedos de nuestras manos. Mientras esto
ocurre, otros hermanos se sienten felices y plenos. Tan felices y plenos están,
que se olvidan de nosotros dejándonos solos y abatidos. Parece que nadie se fija en nuestro dolor, pero
Cristo siempre está llamando a nuestra puerta.
Hemos de reconocer que estar en el lugar de María
Magdalena no es sencillo y que su sufrimiento era tan cierto como sus lágrimas.
Ni los dos ángeles ni el propio Cristo parecían conseguir abrir el cerrado
corazón de María. Ante su sufrimiento, Cristo se acerca a la desorientada María
y le llama por su nombre. San Ambrosio indica que le llama así para despertar
en su corazón un hilo de fe y esperanza que no lograba encontrar el camino de
salida. Cuando Dios nos llama por nuestro nombre todo nuestro ser se estremece.
María abre los ojos y por fin es capaz de ver a su Maestro.
La llamada del Maestro es imprescindible para romper las
murallas de dolor que a veces construimos en torno de nosotros. “Mírame, le dice, mírame, porque quien mira a Cristo mejora
de vida, corrigiendo sus defectos; pero quien no lo ve, yerra lastimosamente el
camino.” La mirada del Maestro nos transforma cuando hemos abierto nuestro corazón.
Dejemos atrás nuestras seguridades cotidianas, nuestros
proyectos personales, aquellas cosas que hacen sentir seguros y tememos perder.
Abramos el corazón y esperemos la llamada del Señor. El es Camino, Verdad y
Vida. Nos dirá por dónde hemos de caminar, aunque camino que nos señale no sea sencillo, ni placentero, ni tranquilo. Tarde o temprano, nos daremos cuenta que
aquello que parecía que habíamos perdido sigue a nuestro lado tan sólido y
fuerte como antes. Dios no nos deja solos, siempre está a nuestro lado.
¿Qué hemos de temer? ¡Cristo ha
resucitado y vive para siempre!
Feliz Pascua de
Resurrección
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