Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo
prometido por Dios –a saber, que los hombres habían de igualarse a los
ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad,
polvo y ceniza-, no sólo entregó la escritura a los hombres para que creyesen,
sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o
a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Por medio de éste había de
mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin prometido.
Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por
eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por Él.
¡Qué lejos estábamos de él! ¡Él muy alto y nosotros aquí abajo!
Estábamos enfermos, sin posibilidad de curación. Un médico fue enviado, pero
el enfermo no le reconoció, "porque si le hubieran conocido, jamás
habrían crucificado al Señor de gloria" (1Co 2,8). Pero la muerte del
médico fue el remedio del enfermo; el médico había venido a visitarlo y murió
para curarle. Dio a entender a los que creyeron en Él que era Dios y hombre:
Dios que nos creó, hombre que nos recreó. Una cosa se veía en Él, otra estaba
escondida; y lo que estaba escondido llevaba a muchos hacia lo que se veía… El
enfermo fue curado por lo que era visible, para llegar a ser capaz de ver
plenamente más tarde. Esta última visión, Dios la difería escondiéndola, no
la negaba. (San Agustín.
Comentario a los Salmos, Sal. 109 “No sabemos nada”)
Seguimos
andando hacia la Navidad. Quizás este tercer domingo de Adviento nos resulta un
poco extraño porque el protagonismo de la lectura del Evangelio se desplaza a
Juan el Bautista. La misión de evangelizar nunca es un misión secundaria o superflua.
La misión del cristiano consiste en llevar la Buena Noticia a quienes más la
necesitan.
San Agustín
señala que Cristo es el Medico que Dios envió para curar nuestra enfermedad.
Pero ¿De qué sirve un Médico formidable, si el enfermo nunca sabe de Él? ¿De
qué sirve este médico si el enemigo se ha dedicado a crear prejuicios en torno
suyo?
Cristo
dijo de Juan el Bautista: “Yo envío a mi
mensajero delante de ti, para prepararte el camino” de igual forma
que Cristo nos envía a nosotros a preparar el camino para que el gran Médico
pueda atender a quienes más le necesitan. Pero los enfermos no están muy
dispuestos a ser atendidos por el Médico, le tienen miedo, desconfían de Él. Les
han convencido de que su enfermedad es
parte de si mismos y que si son curados, sería como dejaran de ser ellos.
Estos enfermos se sienten amenazados y luchan contra el Médico. Hace 2000
años, le crucificaron y ahora intentan callar a quienes seguimos proclamando
que la Medicina existe y que está disposición de todos.
Dentro
de una diez días celebraremos que Cristo nació entre nosotros y que su mensaje
sigue tan vivo como siempre. ¿Qué nos encontramos por las calles, los medios de
comunicación, los grandes almacenes? ¿Qué medicinas se ofrecen? Las falsas
medicinas del consumo, que buscan ser evidencia de que el “sistema social” en
que vivimos, es un éxito. Buscan deslumbrarnos con luces cegadoras y música
pegadiza. Nos ofrecen una “alegría” basada en comprar, beber y comer, siempre
que gastes dinero. Más que la celebración de quien nació en un pobre pesebre,
vivimos la celebración del gran dios del consumo. Opulento, derrochador, capaz
de sonreír a quien llena sus bolsillos con el dinero que tanto le ha constado
ganar. Ya en la antigüedad le llamaron Baal y lo representaban como un todo o
un becerro. Un becerro de oro, que se nos ofrece como el remedio a nuestros
sufrimientos. ¿Celebrar la opulencia del becerro de oro o la humildad de
Dios que nace en un establo? ¿Qué nos resulta más atractivo?
Juan el
Bautista anunció el Médico de forma austera y sencilla. No necesitó los grandes
medios de comunicación de la época. Su espacio público fue el desierto. Su voz
resonaba donde nadie vivía, que paradoja. Ofrecía lo único que tenía: Esperanza
y un sentido para la vida. Pero, las palabras que se pronunciaban en el
desierto llegaron a toda Judea y Galilea. Llegaron hasta el rey Herodes sin
que mediara acto de poder alguno.
Tal vez la Navidad sea un momento propicio para dejar de intentar dar gritos por encima del ruido
social imperante. Es evidente que gritando más fuerte no conseguimos demasiado.
El mundo no necesita más gritos y más ceremonias de grandeza.
Cada día más, necesitamos el silencio expectante y lleno de Esperanza que sólo se puede encontrar en el desierto y en un humilde establo de un pueblo perdido del Imperio Romano Tal vez la Navidad sea un momento propicio para dejar de intentar dar gritos por encima del ruido social imperante. Es evidente que gritando más fuerte no conseguimos demasiado. El mundo no necesita más gritos y más ceremonias de grandeza. Cada día más, necesitamos el silencio expectante y lleno de Esperanza que sólo se puede encontrar en el desierto y en un humilde establo de un pueblo perdido del Imperio Romano.
Cada día más, necesitamos el silencio expectante y lleno de Esperanza que sólo se puede encontrar en el desierto y en un humilde establo de un pueblo perdido del Imperio Romano Tal vez la Navidad sea un momento propicio para dejar de intentar dar gritos por encima del ruido social imperante. Es evidente que gritando más fuerte no conseguimos demasiado. El mundo no necesita más gritos y más ceremonias de grandeza. Cada día más, necesitamos el silencio expectante y lleno de Esperanza que sólo se puede encontrar en el desierto y en un humilde establo de un pueblo perdido del Imperio Romano.
1 comentario:
Sí, creo y pienso que es ahí donde hay que gastarse. Buscar tus propias respuestas dentro de tu propio desierto, tu corazón, y esforzarte en vivir tal cual esas respuestas van teniendo eco en tu vida, alumbradas desde ese pesebre que nace para dar sentido a nuestras vidas.
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