Hagamos un breve resumen de las anteriores entradas. Lo sagrado, lo que no re-une con Dios, es el sustrato de las religiones. Todo lo que comunica con Dioses, en si mismo, sagrado. Objetos, espacios, rituales, actitudes, etc, pueden ser entendidas como sagradas según seamos capaces de ver en ello un reflejo de unión con Dios. Lo sagrado dentro del cristianismo se conforma en torno al Misterio. Este Misterio lejos de ser algo inaccesible u oculto, es objeto de la participación obtenida por medio de la gracia de Dios.
Es interesante detenernos en el primero de los ejes en donde se manifiesta Dios entre nosotros: el espacio. El espacio forma parte de la realidad en que vivimos e interpretamos según nuestros modelos de universo y ser humano. De esta interpretación obtenemos el sentido sagrado de todo lo que nos rodea y la capacidad penetrar en el sentido u objetivo de la realidad. Aunque esto parezca que puede ser generalizado a todos los seres humanos, tenemos que tener en cuenta que cada persona cuenta con su propia capacidad de comprender lo que vive y de referenciarlo a los modelos antes indicados.
Si empezamos a hablar sobre el espacio sagrado, la imaginación nos lleva rápidamente a pensar en el templo. El templo es el espacio sagrado por antonomasia, pero podríamos generalizarlo a todo lugar o construcción que predispone reunirnos con Dios. En términos físicos sería un sitio en el que podemos sintonizarnos con Dios, la creación y con las demás personas que estén a nuestro lado con idéntica voluntad de unidad. Para todo creyente, el cosmos, la creación ordenada, representa la máxima analogía (símbolo) de Dios y el templo es un lugar donde todo el cosmos está representado en su totalidad [1].
Jean Hani indica: “Todo Edificio Sagrado es cósmico, pues está hecho a imitación del mundo. La Iglesia, indica San Pedro Damián es la imagen del mundo. … El templo no es solo una imagen realista del mundo, sino más aún, una imagen estructural, es decir, que reproduce la estructura íntima y matemática del universo. En ello reside el origen de su sublime belleza” [1]
Podríamos hablar de dos ámbitos espaciales sagrados: uno externo, constituido en un lugar y otro constituido dentro del espacio interior de cada persona. San Pablo nos dice que somos Templo del Espíritu Santo. ¿Qué mejor templo que el corazón, el ser, la centralidad, de lo que somos.
El espacio sagrado no puede establecerse en cualquier sitio, ya que es obvio que necesitamos ordenar y preparar el espacio para que la unión armónica de Dios y el ser humano se dé de manera más evidente. En la medida que el templo se sienta y entienda como representación del cosmos, propiciaremos la sintonía con la Divinidad. Esta evidencia ha impulsado al ser humano a crear espacios especiales dotados de la forma y significado necesarios para ser considerados como espacio sagrado. Estos espacios están construidos desde sus cimientos utilizando analogías que pueden ser leídas por las personas preparadas para ello, pero también permiten que quienes no tengan el conocimiento necesario puedan sentir que la armonía universal les rodea. El entorno predispondrá al individuo para que traspase el umbral de lo profano hacia lo sagrado, cuando esté dentro del templo.
Para ello tanto el artista y el arquitecto se afanan por crear un conjunto lleno de armonía trascendente, plena de significados y analogías. Un lugar donde sea posible sentir a Dios en todo lo que nos rodea. Desgraciadamente en occidente, tanto la arquitectura como el arte han dejado de entender, construir y representar lo sagrado en los lugares de culto. Se ha perdido el concepto de sacralidad de la obra artística. La sacralidad que ha sido sustituida el concepto de obra religiosa. Hablar de obra religiosa es hablar de una obra funcional, útil, sin que tenga como objetivo la trascendencia. Se entiende obra religiosa como aquella que sirve al culto o devoción de manera práctica y evidente, pero que no tiene razón de guardar ningún significado-simbolismo o analogía adicional. Los templos modernos son postmodernidad hecha espacio. Son espacios utilitarios y funcionales transformados para el uso funcional-ceremonial. En el caso de los templos católicos modernos, únicamente el sagrario se llega a entender como sagrado en algunas ocasiones. Pero incluso el mismo sagrario suele perder su significado y su simbolismo, ya que pasa desapercibido e ignorado por cuantos transitan por delante sin llegar a darse cuenta de su presencia. El templo se ha convertido en una sala de reuniones dominicales, catequéticas y hasta un espacio donde realizar reuniones de comunidades de vecinos.
No nos sorprende que el mundo moderno entienda como innecesarias las creencias religiosas, cuando las propias creencias son capaces de despreciar todo el legado de sacralidad que han atesorado durante siglos. Hoy en día los templos antiguos se miran como obras de arte a preservar por su antigüedad, valor monetario y estética. Aunque las preservemos son incapaces de comunicarnos todo lo que tienen en su interior, ya que hemos olvidado que detrás de la estética y la armonía, está el supremo Creador del cosmos. [1]
Dicho todo esto, también es importante tener en cuenta que el espacio sagrado no tiene porqué reducirse al templo. En nuestro hogar podemos consagrar un rinconcito a para representar la unión con Dios. Este rincón puede ser permanente o compartido. Antiguamente algunas casa disponían de una habitación-capilla que incluso llegaba a tener privilegio para decir misa. En los hogares de las familias menos pudientes no era raro disponer de un armarito a modo de altar-capilla doméstica. Al abrir las puertas de este altar doméstico, el espacio profano se transformaba en sagrado, lo que permitía a la familia disponer de un espacio sagrado siempre que fuese necesario. Otras casas, con menos recursos disponían de algún reclinatorio o un simple cojín que se situaba delante de la mesilla de noche. En la mesilla se desplegaban las estampitas religiosas custodiadas en el misal o en el cajón. Delante de este improvisado altar se rezaba el rosario, devociones, novenas, etc.
Hemos utilizado la palabra consagrar. Consagrar es un verbo que podemos entender con dos acepciones: hacer algo sagrado o dedicar algo a un uso sagrado. Toda consagración es en si misma una bendición y por lo tanto, es considerada por la Iglesia como un elemento sacramental: “Los sacramentales comunican la gracia "ex opere operantis ecclesiae". Literalmente del latín: "por la acción de la Iglesia que obra” [2]. Los sacramentales reciben "su eficacia" de los méritos de la persona que reza y de los méritos y oraciones de La Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo.[2] Tal como indica el catecismo de la Iglesia Católica: “#1669 Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición" (Cf. Gn 12:2) y a bendecir. (Cf. Lc 6:28; Rm 12:14; 1P3:9). [2] ¿Qué nos impide crear un pequeño espacio sagrado en nuestra casa? Sin duda, lo que nos impide hacerlo es principalmente la ignorancia y los prejuicios en los que hemos sido educados.
Hoy en día nos resulta raro disponer de un espacio sagrado comunitario, doméstico o personal preparado para unirnos a Dios. Esta realidad no debería impedirnos aspirar a “construir” este lugar donde sea posible. Este lugar, por muy pequeño y sencillo que sea, abre nuestra sensibilidad hasta la infinitud del cosmos. Todo lo que vemos es reflejo de Dios, si sabemos entenderlo como tal.
Llevando el concepto de espacio sagrado al límite, también podríamos considerar los espacios virtuales que nos ofrece Internet como susceptibles de ser considerados como sagrados. Estos espacios nos permiten religarnos con la Divinidad con tanta eficacia como algunos espacios físicos. Aunque no se podrían considerar templos de manera formal, no podemos dejar de pensar que nos permite reunirnos en Nombre de Cristo. No es fácil evadir la pregunta de hasta qué medida es posible construir estos nuevos espacios según al tradición e cómo incorporarlos a nuestra vida espiritual. Tenemos una indicación que Cristo nos hace: "Donde dos o tres estén reunidos en mi Nombre, Yo estoy en medio de ellos". Si el corazón de cada uno de nosotros es Templo del Espíritu Santo, uniendo todos estos templos tendríamos uno mayor que cualquier catedral del mundo físico.
[1] Simbolismo del templo cristiano (1978). Hani, Jean. José Olañeta editor.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica (1997-2005). Asociación de coeditores del catecismo.