domingo, 24 de noviembre de 2013

¿Nos encontramos con Cristo o con los mercaderes?

Celebramos la solemnidad de Cristo Rey, pero ¿Es Cristo nuestro verdadero Rey? San Agustín nos recuerda la adoración de los Magos de oriente y el comportamiento de los mismos tras el encuentro con Cristo:

Una vez conocido y adorado nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien, para consolarnos a nosotros, yació entonces en un lugar estrecho y ahora está sentado en el cielo para elevarnos allí; nosotros, de quienes eran primicias los magos; nosotros, heredad de Cristo hasta los confines de la tierra, a causa de quienes la ceguera entró parcialmente en Israel hasta que llegare la plenitud de los gentiles, anunciémosle, pues, en esta tierra, en este país de nuestra carne, de manera que no volvamos por donde vinimos ni sigamos de nuevo las huellas de nuestra vida antigua. Esto es lo que significa el que aquellos magos no volvieran por donde habían venido. El cambio de ruta es el cambio de vida. También para nosotros proclamaron los cielos la gloria de Dios; también a nosotros nos condujo a adorar a Cristo, cual una estrella, la luz resplandeciente de la verdad; también nosotros hemos escuchado con oído fiel la profecía proclamada en el pueblo judío, cual sentencia contra ellos mismos que no nos acompañaron; también nosotros hemos honrado a Cristo rey, sacerdote y muerto por nosotros, cual si le hubiésemos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo queda que para anunciarle a Él tomemos la nueva ruta y no regresemos por donde vinimos (San Agustín. Sermón 202)

En la entrada previa a esta, me preguntaba si Cristo era nuestro líder. Líder de una fraternidad que sólo puede ser pequeña, ya que “pocos son los escogidos” (Mt 22,14). Hablar de Cristo como Rey, no se aleja mucho de esta visión. Cristo aparece ante nosotros como Rey del Universo: pantocrátor, todopoderoso. Su poder se manifiesta a través nuestra ya, cuando estamos unidos a El: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5)

Es un Rey un poco especial, ya que nos dijo que “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) y no reclama los bienes de este mundo para sí: “dad Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Entonces ¿Qué es lo que reclama de nosotros?

Cristo nos convoca de muchas formas, a los Magos de Oriente los llamó a través de la ciencia, a los Apóstoles los encontró uno a uno, al Buen Ladrón, lo encontró en la Cruz, a Zaqueo subido en un Sicómoro, a la Samaritana cuando buscaba agua en un pozo, etc. Podemos decir que a cada uno de nosotros nos encuentra en un momento y un lugar diferente. La evangelización nunca puede ser una obra de masas ni de grandes medios de comunicación. Es una obra que suma personas, una a una, haciendo que cambien su vida.

Lo interesante del comentario de San Agustín es cómo interpreta el cambio de camino de regreso de los Magos de Oriente: “El cambio de ruta es el cambio de vida”. Tras el encuentro personal con Cristo, siempre hay un cambio en el camino de nuestra vida. El encuentro marca un antes,  un después y un futuro muy diferente. Si cada vez que nos acercamos a Cristo, volvemos por el mismo camino ¿Realmente nos hemos encontrado con Él? En la homilía de Santa Marta del pasado viernes, el papa Francisco nos señaló un aspecto interesante de nuestra rutina religiosa: ir al templo y salir tal como entré.

Nuestros templos, ¿son lugares de adoración, favorecen la adoración? ¿Nuestras celebraciones favorecen la adoración?”. Jesús echa a los “mercaderes” que habían tomado el Templo por un lugar de comercio, antes que de adoración. Pero hay otro “Templo” que hay que considerar en la vida de fe. San Pablo nos dice que nosotros somos templos del Espíritu Santo. Yo soy un templo. El Espíritu de Dios está en mí. Y también nos dice: ‘¡No entristezcáis al Espíritu del Señor que está dentro de vosotros!’ ”.


Quizás en el templo de nuestro corazón hay demasiados mercaderes. Tantos mercaderes, que el Rey queda oculto e inaccesible tras ellos. Hay que tener valor para tomar una cuerda y echar a tantos mercaderes que nos rodean. Encontrarnos con Cristo Rey no puede ser una rutina social que repetimos cada domingo. El verdadero encuentro con el Señor se realiza en el Templo que somos nosotros mismos. El encuentro es lo que desencadena que nos arrodillemos y le ofrezcamos el único tesoro que llevamos siempre con nosotros: nosotros mismos.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Ver la ideología en ojo ajeno y no en el propio. Pastor de Hermas

Arranca de ti la tristeza, y no aflijas al Espíritu Santo que habita en ti, no sea que hagas tu oración a Dios en contra tuya y él se aparte de ti. Porque el Espíritu de Dios, que ha sido dado a esa carne tuya, no tolera la tristeza ni la angustia. Así pues, revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y no hace caso de la tristeza. En cambio, el hombre triste siempre va por mal camino. En primer lugar, hace mal entristeciendo al Espíritu Santo que fue dado en alegría al hombre. En segundo lugar, comete iniquidad al no orar ni dar gracias a Dios, ya que siempre la oración del hombre triste no tiene fuerza para remontarse hasta el altar de Dios. La tristeza se ha asentado en su corazón, y al mezclarse la tristeza con la oración, no deja a ésta que suba pura hasta el altar de Dios... Purifícate de esta malvada tristeza, y vivirás para Dios. Y asimismo vivirán para Dios cuantos arrojen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría. (El Pastor de Hermas. Siglo II)

Vivimos en una sociedad que genera tristeza. Las pocas personas que conozco que van con su rostro siempre alegre, son personas que tienen a Cristo muy dentro de su corazón. La inmensa mayoría de nosotros vive deseando lo que no tiene y desdeñando lo que tiene. El césped del vecino, siempre es más verde, como si el color del césped nos aportara algo importante a la vida.

En el Pastor de Hermas, se habla de la tristeza y del daño que genera en nuestro corazón. Un corazón triste, está siempre cerrado, ya que tememos recibir más dolor de fuera. Un corazón abierto, es capaz de darse cuenta de todo lo bueno que ha recibido y recibe de Dios. No me cabe duda que una de las armas que el enemigo utiliza con nosotros, es la tristeza. Si nos sentimos abatidos, derrotados, entramos en un estado de abulia y desafecto, muy contagioso.

La esperanza trae de la mano la alegría. Nadie que se sienta sin esperanza, es capaz de sonreír o de ayudar a quien lo necesita. Nuestra sociedad occidental parece cargar con la pesada carga de la falta de sentido y esperanza. Esta desesperanza se cuela en la Iglesia con mucha facilidad y genera una gran cantidad de problemas.

Esta semana pasada se produjo un lamentable incidente en la Catedral de Buenos Aires. El martes pasado se convocó una ceremonia interreligiosa judeo-cristiana para conmemoró la Noche de los Cristales Rotos. Día en que se inició el holocausto judío en tierras alemanas. Al iniciarse la ceremonia, un grupo de personas empezaron a rezar el Rosario en voz muy alta, impidiendo que la ceremonia ecuménica se desarrollara con propiedad. Rápidamente, algunas personas asistentes llamaron a estos católicos nazis y lefevrianos. Se vivieron momentos de enfrentamiento, que terminaron tras solicitar que abandonasen el templo las personas que rezaban el Rosario.

Cómo es posible que nosotros mismos nos enfrentemos, confrontando razones para oponernos unos a otros. Nadie duda que existan razones para el enfrentamiento, hay tantas como se nos ocurran y seguramente todas ellas serán razonables y hasta defendibles. Pero ¿Qué objetivo tiene enfrentarnos? Ninguno que conlleve paz, unidad, concordia y alegría. Ninguna de las razones que se pueden dar tendría en su formulación la palabra esperanza. Lo que hubo en todas las bocas de las personas que se enfrentaron fue la palabra tristeza. ¿Cómo se va a orar a Dios con el corazón lleno de tristeza? Pues unos y otros lo intentaron. El Pastor de Hermas nos señala que estas oraciones no llegan a despegar de nosotros mismos. Nuestros egoísmos atrapan las palabras y las vacían de significado.

Es muy fácil tomar partido por uno u otro grupo, pero si lo hacemos, estaríamos dando alas a la tristeza que nos rodea. Ante estos sucesos me viene a la mente la indicación de Cristo sobre la capacidad de ver la paja en el ojo ajeno, mientras somos incapaces de ver la viga en el propio. Si cambiamos la palabra paja por ideología, llegaríamos a darnos cuenta que unos y otros generan una brecha que les separa. Unos por utilizar un tempo católico para una ceremonia que genera malestar entre algunos de nosotros. Otros por utilizar las bellas palabras del Rosario, como armas contra sus hermanos.

El Papa Francisco nos ha advertido sobre los cristianos ideológicos: “Los que transforman la fe en ideología y alejan a todos los demás de los jardines y de los pozos de la gracia


Lo fácil es decir que “el otro” es el ideologizado, lo imposible, sin la Gracia del Señor, es aceptar que la caridad empieza por nosotros mismos. ¿Queremos alejarnos de la ideologización? Empecemos por intentar no hacer sufrir a nuestros propios hermanos. 

¿A quien pertenece el mundo? ¿Quién abrirá el sepulcro?

En la tierra se difunde un susurro. Se extiende un interrogante:¿A quien pertenece el mundo? ¿Al Dios-hombre a hombre que se hace Dios? ¿Cristo o anticristo? […] Toda la fuerza del mal, de la herejía y de la incredulidad se concentra hoy en torno a esta mentira, como tras un baluarte ¡El mundo no pertenece a Cristo, sino a sí mismo! Pero aquellos cuya fe en Cristo, que viene en poder y gloria, no ha sido definitivamente asfixiada por la mentira imperante, tienen el corazón agitado por la angustia incesante de una pregunta: ¿Quién quitará la piedra de la entrada del sepulcro? […]El creyente sabe que la Divina-humanidad es el milagro de Dios en el mundo y que la piedra la quita el Ángel con la fuerza de Cristo. […] En el cristianismo nace un sentido de la vida nueva, es decir, que el hombre no debe escapar del mundo, pues Cristo viene al mundo, al convite de Bodas del Cordero, a la fiesta de la Divina-humanidad (L’Agnello di Dio, S. Bulgakov)

Estoy leyendo el libro “Teología de la Evangelización desde la Belleza” del Card. Tomas Spidlik y Marko Rupnik. Entre las interesantes citas qu utiliza, está este párrafo del sacerdote ortodoxo, Sergei Bulgakov. El párrafo muestra una realidad que impregna todo el siglo XX y se traslada hacia el siglo XXI con fuerza renovada: la desaparición de Dios. ¿A quien pertenece el mundo? Ante esa aparente desaparición, podemos tomar varias actitudes:

·         Festejar la autonomía del ser humano. Ya no importa si Dios existe o no. No está presente. Aparentemente somos libres. El vacío de Dios se llena con nosotros mismos.
·         Sufrir la aparente desaparición. Este sufrimiento nos lleva a escapar de un mundo que no hace posible la presencia de Dios. El vacío de Dios se llena con las apariencias que nos transportan al momento en que Dios estaba presente.

La Iglesia no es inmune a estas posturas. Posturas que hacen entender el cristianismo desde puntos de vista difícilmente conciliables.

  • En el primer caso, la aparente ausencia de Dios se rellena con la exaltación de la comunidad o del activismo. La comunidad/activismo se convierte en el eje de la fe y el sentido de nuestra actividad religiosa. Los cultos/las actividades se olvidan de Dios, dejándolo en un distante segundo plano. Ya Dios no nos reúne ni cambia el mundo, tenemos que ser nosotros quienes tomemos el relevo de la acción de Dios.
  • En el segundo caso, el "horror vacui" nos lleva a volcamos hacia las apariencias sagradas, buscando que la presencia de Dios vuelva a ser central. Las formas se convierten en el eje de la fe y la única manera de que hacer de nuevo presente a Dios entre nosotros. Esperamos que las apariencias atraigan a Dios y que eso haga cambiar al mundo.  

La gran pregunta es ¿Realmente Dios ha desaparecido del mundo? A lo mejor somos nosotros quienes nos hemos vuelto incapaces de verlo entre nosotros. El enemigo es muy astuto y sabe engañarnos con facilidad.

El libro del Card. Tomas Spidlik y Marko Rupnik, hace una revisión de la evolución del arte y cómo la ausencia de Dios termina por hacer desaparecer también el sentido de la belleza y por último, el sentido mismo del lenguaje artístico. Parece que no tenemos nada relevante que transmitir a través de la creación. Pero ¿Ha desaparecido la belleza el mundo? ¿Por qué la belleza del mundo no se refleja en el arte? Hemos olvidado la belleza y la tenemos delante de nosotros constantemente.

Cuando el ser humano pasa de la niñez a la adolescencia, se da cuenta de todas sus potencialidades y se revela contra las formas que aprisionaban su creatividad y libertad. En la medida que rompe con lo que le recuerda la niñez, podemos sentirnos más libres y felices o atrapados y llenos de incertidumbres. El ser humano tiene limitaciones que debe aceptar para madurar. Ese es el momento en que nos encontramos en el mundo y dentro de la Iglesia. La Iglesia está compuesta por seres humanos idénticos a los que están fuera de Ella.

Dios no puede desaparece, está siempre presente, pero nosotros hemos perdido la capacidad de sentir y verlo junto a nosotros. En este sentido, es maravilloso reseñar el redescubrimiento de la sacralidad. Lo sagrado es el vínculo que nos une a Dios y nos permite ver que está a nuestro lado. Lo sagrado impregna todo lo que nos rodea y lo vivifica. El mundo es la manifestación de Dios.

Si nos dejamos engañar y aceptamos que todo lo que nos rodea es profano, terminamos por encerrar la presencia de Dios en formalismos que repetimos, alejados del mundo, para hacer a Dios presente en nuestras vidas. Como cristianos no podemos aceptar que ¡El mundo no pertenece a Cristo, sino a sí mismo! La comunidad cristiana pertenece a Cristo, no a si misma. El cristianismo conlleva un sentido de la vida nueva, es decir, que el hombre no debe escapar del mundo, pues Cristo viene al mundo, al convite de Bodas del Cordero. La vivencia cristiana no consiste en escapar del mundo que nos rodea, encerrándonos La vivencia cristiana tampoco puede olvidar a Dios y concentrarse en la comunidad y/o el activismo. Cristo ha venido al mundo y está presente, por eso nos invitado al banquete de bodas.

Nuestro problema conlleva la Torre de Babel y su solución se muestra en Pentecostés: aquellos cuya fe en Cristo, que viene en poder y gloria, no ha sido definitivamente asfixiada por la mentira imperante, tienen el corazón agitado por la angustia incesante de una pregunta: ¿Quién quitará la piedra de la entrada del sepulcro? En ese momento estamos ¿Quién y cómo podremos evidenciar la presencia de Cristo entre nosotros? ¿Nosotros solos? ¿Dios solo? ¿Quién hizo que el discurso del Kerigma fuese entendido en todos los idiomas? ¿Qué fue necesario para que la acción del Espíritu se realizara? La piedra la quita el Ángel con la fuerza de Cristo.

El Espíritu Santo es la respuesta y nosotros, la herramienta de su acción. No se trata de cambiar las apariencias para convertirnos a través de nuestras propias acciones. Tampoco se trata de agarrarnos a las apariencias para “atrapar” a Dios entre ellas.

Se trata de dejarnos atrapar por el Espíritu Santo para que, a través de nosotros, Cristo se haga presente en el mundo. Al menos esta es mi humilde reflexión.


Les recomiendo leer del libro “Teología de la Evangelización desde la Belleza”, ya que ofrece muchos espacios de reflexión para esta etapa de postmodernidad en que vivimos.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Como Zaqueo, hay que subir sobre el árbol de la santa cruz

Ya que el corazón es de reducido tamaño, hay que hacer como Zaqueo, que no era grande, y se subió a un árbol para ver a Dios. Su celo le mereció oír estas palabras: "Zaqueo, baja y vete a casa, porque hoy voy a comer contigo".

Debemos hacer lo mismo si somos bajos, cuando tenemos el corazón estrecho y poca caridad: hay que subir sobre el árbol de la santa cruz, y allí veremos, tocaremos a Dios. Allí encontraremos el fuego de su caridad indecible, el amor que lo empujó hasta la vergüenza de la cruz, que lo exaltó, y le hizo desear con el ardor del hambre y de la sed, el honor de su Padre y nuestra salvación.

En efecto, cuando el alma se eleva así, ve los beneficios de la bondad y el poder del Padre, ve la clemencia y la abundancia del Espíritu Santo, es decir este amor indecible que tiene Jesús desplegado sobre el bosque de la cruz. Los clavos y las cuerdas no podían retenerlo; había sólo caridad. Suba sobre este árbol santo, donde están las frutas maduras de todas las virtudes que lleva el cuerpo del Hijo de Dios; corra con ardor. Quede en el amor santo y dulce de Dios. Jesús dulce, Jesús amor. (Santa Catalina de Siena. Carta 119, al prior de los religiosos olivetenses)

En nuestra vida cotidiana parece que no necesitáramos encontrarnos a Cristo. Es curioso que lo excusemos diciendo que tenemos muchos problemas, prisas y compromisos. Como en el episodio evangélico de Zaqueo, hay multitud de circunstancias vitales que nos separan de Cristo. Nadie duda que estas circunstancias sean reales y que además, nos impidan realmente la visión de Dios. Pero ¿no podemos hace nada? La pregunta que podríamos hacer es ¿Queremos realmente ver a Cristo? ¿Estamos dispuestos a esforzarnos para ello?

Hace unos días leía un artículo sobre la crisis de la vida religiosa, escrito por Fray José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada en el L´Osservatore Romano. Fray José señalaba varias causas para la constante sangría de religiosos, de las que entresaco la siguiente: vivimos un tiempo que podemos definir como el tiempo del 'zapping' de pasar de un canal al otro, sin control, sin detenerse en ninguno de ellos".

Este problema es no sólo de los religiosos, sino de toda la sociedad. No somos capaces de “perder” el tiempo en encontrar un árbol al que subirnos y esforzarnos en hacerlo en el momento adecuado. Estamos tan absortos con lo que tenemos delante de nuestros ojos, que no nos importa lo que sucede detrás de nuestra propia vida. Estamos muy bien aleccionados para temer el encuentro con el Señor.

El encuentro con el Señor siempre conlleva un compromiso que echa por tierra ese zapping vivencia que tanto nos gusta. Como nos han enseñado a entender la libertad como el estado al que se llega cuando unimos ignorancia e indiferencia, no podemos comprender que seamos más libres cuando el Señor nos llama y nosotros aceptamos el compromiso que nos propone.

Siguiendo las indicaciones de Santa Catalina, tenemos que subirnos a nuestra Cruz para ver a Cristo, pero este esfuerzo resulta impensable para una persona del siglo XXI. Lo triste es que la falta de compromiso sólo nos puede llevar a la soledad y a la perdida de todo sentido como seres humanos. La cruz que llevamos sobre nosotros, se irá haciendo cada vez más pesada y nosotros, tendremos menos capacidad de subir sobre ella para ver al Señor. De ahí que vivamos en una sociedad que rechaza la dignidad de los seres humanos y nos condena a vivir sirviendo a los intereses que nos señalan desde el marketing social de cada momento.

Seguramente muchos pensarán en todo lo que perdió Zaqueo esa tarde. Perdió dinero, pero sobre todo, perdió la libertad que aparentemente tenemos cuando ignoramos a Quien espera llamarnos por nuestro Nombre.


Cristo no ofrece mucho más que el mundo que nos rodea, pero para acceder a El, hemos de subir a nuestra cruz… cuando el alma se eleva así, ve los beneficios de la bondad y el poder del Padre, ve la clemencia y la abundancia del Espíritu Santo.
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