viernes, 22 de junio de 2018

¿Qué es el Símbolo? ¿Cuál es su función?


Actualmente confundimos símbolo con signo o alegoría. Tenemos serios problemas para llegar a adorar a Dios en Espíritu y Verdad (Jn 4, 23). Si no nacemos de nuevo del Agua y del Espíritu (Jn 3, 5) no podremos entrar en el Reino de Dios. ¿Por qué? Porque seremos como aquellos que fueron invitados al banquete y rechazaron la invitación porque no era relevante.

Para el cristiano del siglo XXI es imprescindible tener muy claro qué es y qué no es símbolo. Para dar un paso hacia la comprensión, leamos lo que Marie-Madeleine Davy nos indica:

¿Qué es el símbolo y, también, cuál es su uso? Y ¿cómo diferenciarlo de la alegoría? Las Etimologías de Isidoro de Sevilla a las que los autores y escultores de la Edad Media recurrían gustosamente, precisan ambos términos. Así la alegoría es extraña al lenguaje habitual, y se llama  alieniloquium, pues otro es el sonido y otro el sentido que conviene  captar. Como una piedra preciosa, la alegoría posee diferente significado de la forma que reviste .En efecto, según Isidoro de Sevilla, el sonido o la forma no se corresponden con la realidad. En cuanto al símbolo, Isidoro, interpretando la etimología griega del término, lo toma como un signo (signum) que da acceso a un conocimiento. En griego la palabra δúμβολον (symbolum) significa también la tesera (tableta), cuya mitad se entregaba a los huéspedes con el fin de poder reconocerlos siempre. Las ciudades la empleaban con sus visitantes y los primeros cristianos también se sirvieron de ella como símbolo de unión. Esta interpretación no se aleja mucho de Yámblico que define el símbolo mostrando que presenta un signo, y que este signo establece una relación. También especifica que este término designa normalmente una secreta convención de los Pitagóricos. Para Juan Escoto Erígena, el símbolo es un signo sensible que ofrece semejanzas con las realidades inmateriales. Dichas semejanzas puedes ser puras o confusas. Las puras son exactas, y las confusas están plagadas de diferencias. (Maria-Madeleine Davy. Iniciación a la Simbología Románica)

Quizás nos ayude a entender a qué nos enfrentamos si pensamos en la etimología de la palabra: "diablo". Diablo proviene del griego dia-bolos, por lo tanto significa lo que separa. El símbolo une, da sentido, mientras que el diablo hace justamente lo contrario. Puede haber símbolo verdaderos o falsos. Son verdaderos cuando hacen su función perfectamente. Pero ¿Cuál es su función? Volvamos al texto de Marie-Madeleine Davy:

La función del símbolo consiste en religar lo alto con lo bajo, creando entre lo divino y lo humano una forma de comunicación que deje conjuntados uno a otro. No se trata de celebrar «el matrimonio del cielo y del infierno» según la expresión de William Blake, sino las nupcias de lo divino y de lo humano. Mircea Eliade ha mostrado que el símbolo no sólo « prolonga una hierofanía o actúa como sustituto», sino que su importancia proviene de «que pueda continuar el proceso de hierofanización, y sobre todo, porque, si llega el caso, él mismo es una hierofanía, es decir, que revela una realidad sagrada o cosmológica que ninguna otra "manifestación" está en condiciones de revelar».

De esta manera el símbolo, en su realidad profunda, da testimonio de la presencia de lo divino, traza un círculo en torno a lo sagrado y por este hecho es comparable a una revelación. El hombre siente así una experiencia más o menos inefable de lo divino que adopta formas diversas, dependiendo del punto de la trayectoria sobre la que los símbolos se sitúan y del nivel espiritual del hombre que deviene sujeto de dicha experiencia. (Maria-Madeleine Davy. Iniciación a la Simbología Románica)

El símbolo es mucho más que un signo, aunque ambos comuniquen un significado. El Símbolo representa y sustituye a lo representado. El signo tan sólo comunica algo entre un emisor y un receptor. El símbolo, como indica Marie-Madeleine Davy, re-liga una realidad superior con una inferior. Por ejemplo, si en química utilizamos el símbolo Na, estamos representando al elemento sodio en todas sus dimensiones y en toda su profundidad. En el caso de la religión, los símbolos enlazan en entendimiento limitado del ser humano, con una realidad sobrenatural que excede a la representación de la misma. Podemos decir el símbolo muestra el Misterio y nos permite llegar a entender parte de lo que hay dentro de la profundidad del mismo. 

Como indicaba antes, hay símbolos falsos, que mienten con ello, destrozan toda comunicación fiable. Estos símbolos son el arma del diablo, del maligno, para embaucarnos o hacernos pelear entre nosotros. Son fuente de divergencia y lucha, además hacernos perder la fe, esperanza y la caridad. Pero los símbolos hay que comprenderlos para acercarnos al Misterio que llevan consigo. No debemos quedarnos en la estética o en su sentido social, porque estaremos encallando la nave de nuestro entendimiento en bancos de arena superficiales. La superficialidad, la racionalismo limitativo y las estéticas, destrozan la comunicación entre nuestro ser y el símbolo que tenemos delante.

Por otra parte, el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda cuando necesitamos comprender y profundizar en el entendimiento del símbolo. La Gracia de Dios hace posible que nuestra limitada inteligencia y cerrado raciocinio, supere sus limitaciones y profundice en aspectos imposibles de entender y vivir por nosotros mismos. De nada vale saber el significado de un símbolo, porque nos estaríamos quedando en la superficie del mismo. Adentrarse en el símbolo es lo que hacen los místicos. El conocimiento se expande en todas las dimensiones cuando el Espíritu Santo habla directamente a nuestro ser, nuestro corazón. Entonces aprehenderemos aquello que va más allá de lo visible, entendible y razonable, pero, posiblemente no seamos capaces de comunicar a los demás esa revelación que hemos recibido. Tan sólo podremos vivir la revelación, encontrando el símbolo en nosotros mismo y dándole vida en la plenitud que Dios ha estimado conveniente. Esta es la razón por la que el lenguaje místico es imposible de comprender en su totalidad. El lenguaje místico intenta comunicar con palabras el Misterio que no puede ser explicado con nuestras limitadas capacidades.

Leamos otro fragmento esclarecedor del mismo libro que ante he citado:

¿Cómo manifestar la naturaleza o la presencia de Dios, si no es por símbolos? En este aspecto, un texto de Máximo de Tiro evoca perfectamente lo que queremos expresar: «Dios Padre de todas las cosas y su Creador, es anterior al sol y más antiguo que el cielo; más fuerte que el tiempo y la eternidad, y más fuerte que la naturaleza entera que transcurre... Su nombre es indecible, y los ojos no podrían verlo. Entonces, al no poder captar su esencia, buscamos ayuda en las palabras, en los nombres, en las formas animales, en las figuras... en los árboles y en las flores, en las cimas y en las fuentes. Con el deseo de comprenderlo, en nuestra debilidad, préstamos a su naturaleza las bellezas que nos son accesibles... Es una pasión similar a la del amante, para el cual es tan dulce ver un retrato del ser amado, o incluso su lira, su jabalina... (Maria-Madeleine Davy. Iniciación a la Simbología Románica)

Seguramente nos planteemos qué hacer con los símbolos. ¿Qué tendríamos que hacer? Si lo usamos como objetos de poder, estaríamos dando peligroso pasos hacia la magia. Magia que sabemos que es falsa en sí misma. Sí los admiramos desde la estética o la culturalidad, estaríamos quedando sólo en la superficie del Misterio que representan. Los símbolos hay que contemplarlos más allá de sí mismos, mientras rogamos al Espíritu que nos revele aquello que nos cambiará, nos convertirá, nos transformará por medio de la Gracia de Dios. Como cristianos, nuestro fin es llegar a ser símbolos vivos de Cristo. Símbolos que reflejen al Señor a los demás. Símbolos que les desafíen a no permanecer que actitud quietista o pelagiana, racionalista o emotivista. Símbolos que contagien una pasión similar a la del amante, para el cual es tan dulce ver un retrato del ser amado, o incluso su lira, su jabalina... Esto sí es evangelizar y parece que se nos ha olvidado complemente.

sábado, 16 de junio de 2018

Elementos del Símbolo del Sagrado Corazón de Jesús



Celebramos el mes del Sagrado Corazón de Jesús y por ello no viene mal recodar los elementos que componen su iconografía. Para muchos católicos actuales, el Sagrado Corazón de Jesús es poco más que una imagen más dentro de la infinidad de imágenes que se veneran dentro de la Iglesia. Pero el Sagrado Corazón es algo más que “una imagen más”. Por otra parte, el culto al Sagrado Corazón de Jesús derivó en el siglo XIX hacia un emocionalismo irracional que ha llevado a que muchos lo vean como algo pasado de fecha y totalmente prescindible. Desgraciadamente, cuando dejamos que las emociones suplanten el entendimiento, cualquier manifestación sagrada queda convertida en un elemento cultural más. Veamos entonces los elementos que componen la iconografía y reflexionemos brevemente sobre ellos:

  1. El Corazón. Se encuentra en el centro del símbolo, representando la centralidad, el ser de Cristo, Hijo de Dios. No se trata de una representación de emoción alguna. En todo caso, lo que entendemos al ver el Corazón es la fuente de Agua Viva que se nos ofrece para beber.
  2. La Cruz. La Cruz que se muestra sobre el Sagrado Corazón representa el sacrifico del Señor, la redención que Dios planeó para todo aquel que acepte a Cristo. En la Cruz Dios es elevado como fue elevado la serpiente de bronce por Moisés. “…Y como Moisés, levantó la serpiente (de bronce) en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:14). La Cruz nos habla de la vida como sacrificio a Dios y del camino para ser discípulos fieles.
  3. La corona de espinas. La corona de espinas tiene dos entendimientos unidos: la realeza de Cristo y el sufrimiento que conlleva hacer la Voluntad de Dios. No existe corona espiritual sin el sufrimiento que transforma y convierte. La corona de espinas nos muestra que el camino a la santidad es la única jerarquía verdadera para Dios.
  4. Las llamas. Las llamas que salen del Sagrado Corazón representan la Caridad. Dios es Amor-Caridad. No se trata de amorcillo o querencia humana, tal como muchas personas lo quieren entender hoy en día. La Caridad es donación de sí mismo a Dios, para servir a Su Voluntad.
  5. La llaga. Representa la herida abierta por la punta de hierro en el costado del Señor. San Agustín dice que el divino Corazón se abre para acogernos en vida y en la hora de la muerte. La herida en el costado produce que salga del cuerpo de nuestro Señor sangre y agua dando final a la agonía que representa la vida humana.
  6. Sangre y agua. Representan la materia sagrada que Dios nos ofrece a los seres humanos. La materia que nos re-liga, nos conecta, nos re-une con su Voluntad. Hablamos de los Sacramentos, aunque la sacralidad se extiende mucho más allá. El mismo símbolo del Sagrado Corazón forma parte de esta materia sagrada que Dios nos ofrece. Agua, que nos muestra la conversión. Sangre, que nos muestra el final que nos llegará con la muerte. Entre una y otra, se eleva Cristo, como símbolo vivo de la Eucaristía.
  7. La luz, que sale del Corazón y se expande hasta el infinito. Representa los efectos de la redención y también el llamado a todos los seres humanos. Dios ha nacido entre nosotros y nos ha dicho que todo y todos, tenemos sentido en Él. Esta luz muestra la acción del Espíritu Santo en todas las acciones del cristiano. La evangelización no es una acción que tengamos que realizar, sino una realidad viva que se desprende de cada corazón humano que se ha unido con el Divino Corazón del Señor.
El símbolo del Sagrado Corazón de Jesús no aparece de repente a finales del siglo XVII cuando Santa Margarita María de Alacoque recibió las apariciones del Señor. Santa Margarita María de Alacoque actúa como recordatorio y potenciador de esta maravillosa devoción. El Símbolo del Sagrado Corazón de Jesús ha estado presente entre nosotros desde mucho antes. De hecho hay referencias escritas desde el siglo XIII y contamos con imágenes muy anteriores. Dios no nos olvida.

Ahora, los católicos del siglo XXI somos los que casi nos hemos olvidado de la importancia del Símbolo del Sagrado Corazón en nuestra fe. Nuestra fe necesita del Símbolo, porque nos ayuda a ver más allá de lo puramente cotidiano. Este olvido ha dado lugar a que el Sagrado Corazón haya dejado de ser una inmensa fuente de devoción y luz en el camino espiritual de la Iglesia. Pero no nos desesperemos, Dios sabe escribir recto con renglones torcidos. El hecho de que recordemos este símbolo en este humilde blog y que usted haya leído estas reflexiones, indica que el Sagrado Corazón sigue vivo en nosotros. Dios no nos olvida y hace llegar su Luz cuando menos lo esperamos. Tengamos esperanza y sobre todo, vivamos la esperanza que nos permite seguir adelante. Oremos teniendo al Sagrado Corazón frente a nosotros.

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