miércoles, 29 de junio de 2011

La responsabilidad del Pastor. ¡Feliz 60 aniversario Santo Padre!

Luego ¿todavía vas a discutir conmigo que no hice bien en engañarte cuando vas a estar al frente de todos los bienes de Dios, y a realizar de por vida aquello que dijo el Señor a Pedro, que se levantaría, si lo hacía, por encima de los demás apóstoles?

Pedro -le dice-, ¿me amas más que éstos? Pues apacienta mis ovejas". Podía ciertamente haberle dicho: «Si me amas, practica el ayuno, duerme en el suelo, guarda altas vigilias, protege a los oprimidos, sé como un padre para los huérfanos y haz con sus madres oficio de marido». La verdad es que todo eso lo deja a un lado y sólo le dice: Apacienta mis ovejas. Porque todo eso que acabo de enumerar, cosas son que fácilmente pueden cumplir muchos de los súbditos, no sólo los varones sino también las mujeres. Mas cuando se trata del gobierno de la Iglesia y de encomendar el cuidado de tantas almas, ante la grandeza de esta tarea, retírese a un lado todo el sexo femenino y aun la mayoría de los varones, y sólo den paso adelante aquellos que entre éstos aventajen en gran medida a todos los otros y, así descuellen por la virtud de su alma sobre los demás cuanto Saúl por la estatura de su cuerpo sobre todo el pueblo hebreo, y aún mucho más. Porque no basta aquí sobrepasar a los demás por encima del hombro". No. La diferencia que va de los animales sin razón a los hombres racionales, esa misma ha de mediar entre el pastor y los apacentados, por no decir que mayor, pues cosas mucho mayores se arriesgan.

En efecto, el que pierde un rebaño de ovejas, sea porque se las arrebaten los lobos o le asalten ladrones o las ataque una peste o les sobrevenga otro cualquier accidente, todavía puede esperar algún género de perdón de parte del dueño del rebaño, o, en caso de que se le exija un castigo, tendrá que pagarlo solamente con dinero. Mas aquel a quien se le encomiendan hombres, que son el espiritual rebaño de Cristo, en primer lugar, el daño que sufrirá en el caso de perder las ovejas, no será en dinero, sino en su propia alma; y en segundo lugar, la lucha que tendrá que sostener es mucho más dura y difícil. No tendrá que luchar contra lobos, no deberá temer a los salteadores ni preocuparse de alejar la peste de su ganado. ¿Contra quiénes será su guerra, contra quiénes tendrá que combatir? Oye al bienaventurado Pablo que te lo dice: No es nuestra lucha contra sangre o carne, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de las tinieblas de este siglo, contra los espíritus del Mal que están en las alturas.
(San Juan Crisóstomo, De sacerdotio 11, 2)

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Ser pastor es una inmensa responsabilidad, tal como nos indica en este texto San Juan Crisóstomo. Pero ¿Cuál será la responsabilidad de aquel que es pastor universal? Sólo de pensarlo me tiemblan las piernas.

Tenemos que orar por nuestros sacerdotes, obispos y diáconos, pero no dejemos atrás al Santo Padre. Necesita de nuestras oraciones en su labor diaria y constante. Su lucha es una lucha diaria contra el mal en sus múltiples manifestaciones.

Felicidades Santo Padre. Cuente con nuestras oraciones

lunes, 27 de junio de 2011

Blog Corazón eucarístico de Jesús. El Sagrario... recomendado

Les recomiendo la entrada de hoy del blog Corazón eucarístico de Jesús. El Sagrario, que D. Javier Sánchez Martínez, sacerdote de la diócesis de Córdoba, lleva con maestría y gran amor a la Tradición y Liturgia.

D. Javier comparte con nosotros un tema de gran importancia para todo creyente: La mirada de Dios es mirada de futuro (Ex 3)

El pasaje bíblico de la zarza ardiente nos permite profundizar en muchos e interesantes aspectos de la revelación de Dios a los seres humanos. La mirada de Dios no es algo insustancial, sino que debería se Luz que nos conduce por el camino de nuestra vida. ¿Quieren saber más? Pulsen en la figura siguiente:

miércoles, 22 de junio de 2011

Palanca de Arquímedes y la Conversión

Aquel que desea unirse con alguien debe, por supuesto, adoptar su manera de ser, imitándolo. Es pues una necesidad para el alma que desea convertirse en esposa de Cristo, hacerse conforme a la belleza de Cristo, por medio de la virtud, según el poder del Espíritu. Porque no es posible que se una a la luz aquel que no brilla con el reflejo de esta luz. Y he aprendido del Apóstol Juan: Cualquiera que tiene esta esperanza se santifica, como Cristo mismo es santo (1 Jn 3,3). El Apóstol Pablo escribe también: Sean mis imitadores como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1).

El alma que quiere levantar vuelo hacia lo divino y adherirse fuertemente a Cristo, debe pues alejar de sí toda falta; las que se cumplen visiblemente con las acciones: quiero decir, el robo, la rapiña, el adulterio, la avaricia, la fornicación, el vicio de la lengua, en resumen, todos los géneros de faltas visibles; y también los males que se introducen subrepticiamente en las almas, y que permaneciendo escondidos para la gente del exterior, devoran al hombre de una manera cruel: es decir, la envidia, la incredulidad, la malignidad, el fraude, el deseo de lo que no conviene, el odio, el fingimiento, la vanagloria, y todo el enjambre engañador de estos vicios que la Escritura odia, que rechaza con disgusto al igual que los pecados visibles, como si fueran de la misma ralea y generados del mismo mal. (San Gregorio de Nisa, La Meta Divina y la Vida Conforme a la Verdad Cap 1, fragmento)

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En mi comentario resaltaría la frase “hacerse conforme a la belleza de Cristo, por medio de la virtud, según el poder del Espíritu” presente en este texto de San Gregorio. Pero ¿Cómo podemos hacernos conformes a la belleza de Cristo?

Lo primero sería recordar que ya somos imagen de Dios, puesto que fuimos creados a su imagen y semejanza (Gn 1:26-27) Pero esta definición no implica que seamos copia ni iguales a Dios. Además, tras el pecado original, la imagen y semejanza ha sido drásticamente emborronada por el pecado.

Tal como dice San Gregorio, tenemos que rechazar toda falta e intentar reflejar la Luz de Dios, que es Cristo mismo (Jn 1,9) Tenemos que convertirnos. "El alma que quiere levantar vuelo hacia lo divino y adherirse fuertemente a Cristo, debe pues alejar de sí toda falta." ¿Podemos transformar nuestra naturaleza agrietada por nosotros mismos? ¿Difícil? Más bien imposible si contamos con sólo con nuestras fuerzas. ¿Cómo hacerlo entonces?  Pero: Cualquiera que tiene esta esperanza se santifica, como Cristo mismo es santo (1 Jn 3,3).

Pongamos un símil: ¿Cómo elevar un pesado fardo que excede nuestras fuerzas? Seguramente piensen en una palanca como la opción adecuada. También podemos utilizar una máquina hidráulica basada en le principio de Pascal. De todas maneras, aunque los elementos analógicos cambien, el símil es el mismo.


¿De qué partes consta una palanca? Tenemos un brazo, plancha o tablón suficientemente largo e indeformable y un sólido punto de apoyo. Colocamos la palanca de forma que la longitud entre el punto de apoyo y el peso sea menor que entre el mismo punto de apoyo de nosotros. Nuestra escasa fuerza se ejerce sobre el extremo contrario al que colocamos el fardo y... ¡Vaya! El pesado fardo sube de manera milagrosa. ¿Cómo es posible? Nuestra fuerza es la misma, pero hemos conseguido lo imposible. 


La razón del aparente "milagro" operado con la palanca es un principio universal que se estudia en física y sobre el que no voy a extenderme. Lo interesante es determinar las analogías y aprender de ellas.

“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” decía Arquímedes. ¿Qué mejor punto de apoyo que Dios Padre? El es referencia universal y causa de todas las causas. Cristo oraba al Padre y pedía que su voluntad fuese la que viniera a nosotros. La oración al Padre es fundamento de nuestra conversión.

¿Qué será la plancha o tablón? ¿Qué representa la tenacidad, templaza y sostén de todo cristiano? El Espíritu Santo. Los dones que Dios nos ofrece por medio del Espíritu son la tabla rígida y sólida que necesitamos. ¿Pedimos a Dios los dones del Espíritu? Sin ellos poco podemos transformar en nosotros.

¿Ya está? No. Falta algo. La palanca tiene un elemento adicional que no siempre se considera: la proporción. Las distancias que existen entre fardo, punto de apoyo y el punto de aplicación de la fuerza dan lugar a dos segmentos diferentes, que sumados dan la longitud total de la plancha. No cualquier proporción de estos segmentos da lugar un resultado positivo en la labor de elevar el fardo. ¿Quién es la proporción universal que revela a Dios en el mundo? ¿Quién es la Piedra Angular de toda obra humana y divina? Cristo. ¿Dónde está Cristo? En los sacramentos, en la Palabra de Dios y en medio de nosotros cada vez que nos reunimos en Su Nombre. La frase de San Gregorio: hacerse conforme a la belleza de Cristo, toma ahora un especial significado. Imitar a Cristo es asimilar en nosotros la proporción necesaria para nuestra conversión. Sean mis imitadores como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1).

Bueno, alguno se preguntará ¿En dónde participamos nosotros en este símil? Participamos por medio de nuestra voluntad que es la  escasa y frágil fuerza a de la que disponemos. Irrisoria, mínima, pero imprescindible.

Hay una reflexión adicional que no se nos debe escapar ¿Podemos considerar a Dios como una herramienta a nuestro servicio? Si leemos este símil podríamos entender que la palanca está dispuesta para hacer nuestra voluntad por medio de Dios. Pero esto no es así. Dios no está para lo que queramos. Dios está presente en universo  y se hace evidente por medio de su voluntad. La voluntad de Dios es el motor inmóvil, causa primera de toda transformación.


¿Cuál es la voluntad de Dios hacia nosotros? Nuestra conversión. Nuestra transformación en herramientas perfectas. Herramientas con las que El trabaja y transforma el mundo en su Reino.


Ya nos dijo Cristo: Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.  ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (LC 11, 9-13)

viernes, 17 de junio de 2011

¿Qué tiene que ver un aparato de radio con la voluntad de Dios?

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rm 12,2)

En este breve párrafo de la Epístola a los romanos, San Pablo introduce en concepto de importancia: la voluntad de Dios. Esta voluntad es la que pedimos que se cumpla en la tierra como en el cielo, cada vez que oramos con el Padre Nuestro. ¿Qué significa para nosotros esta voluntad? San Gregorio de Nisa nos ayuda en la comprensión:.

Lo que el Apóstol entiende por "la voluntad perfecta" es que el alma tome la forma de la piedad, en la medida que la gracia del Espíritu la hace florecer hasta la belleza suprema, trabajando con el hombre que sufre en su transformación.
El crecimiento del cuerpo no depende de nosotros, porque no es según el juicio del hombre ni según su agrado que la naturaleza mide su estatura: ella sigue su propia tendencia y necesidad. Por el contrario, en el orden del nuevo nacimiento, la medida y la belleza del alma - dadas por la gracia del Espíritu, que pasa por el celo de aquel que la recibe - crecen según nuestra disposición. Mientras más extiendas tu combate en favor de la piedad, también más se extenderá la estatura de tu alma, por medio de estas luchas y estos trabajos a los cuales nuestro Señor nos invita diciendo: Luchen por entrar por la puerta estrecha (Lc 13,24; ver Mt 7,13), y también: ¡Háganse violencia! Son los violentos quienes arrebatan el Reino de los Cielos (ver Mt 11,12). Y también: Aquel que persevere hasta el fin, ése se salvará (Mt 10,22). Y: Por su perseverancia tomarán posesión de sus almas (Mc 13,12). A su vez dice el Apóstol: Por la paciencia, corramos la carrera que se nos propone (Hb 12,1), y también: Corran de manera que ganen el premio (1 Co 9,24), y de nuevo: Como servidores de Dios por medio de una paciencia incansable (2 Co 6,4), etc.
Nos invita pues a correr, y a dirigir todo nuestro esfuerzo a estos combates, puesto que el don de la gracia está proporcionado a los esfuerzos de aquel que la recibe.
Porque es la gracia del Espíritu la que concede la vida eterna y la alegría inefable en los cielos; y es el amor el que por la fe acompañada de las obras, gana el premio, atrae los dones y hace gozar de la gracia. La gracia del Espíritu Santo y la obra buena concurrente al mismo fin colman con esta vida bienaventurada el alma en la que ellas se reúnen.
Al contrario, separadas, no procurarían al alma ningún beneficio. Porque la gracia de Dios es de tal naturaleza que no puede visitar a las almas que rehúsan la salvación; y el poder de la virtud humana no basta por sí solo para elevar hasta la forma de la vida celestial a las almas que no participan de la gracia. Si el Señor no edifica la casa ni guarda la ciudad, dice la Escritura, en vano vigila el guardián y trabaja el que construye (Sal 126,1). Y también: No son sus espadas las que conquistaron la tierra, no son sus brazos los que los salvaron - aun si los brazos y las espadas han servido en el combate - sino tu mano y tu brazo (oh Señor), y la luz de tu rostro (Sal 43,4).
¿Qué quiere decir esto? Que desde arriba el Señor lucha con los que luchan - y que la corona no depende solamente del trabajo de los hombres ni tampoco de sus esfuerzos -. Las esperanzas descansan finalmente sobre la voluntad de Dios.
Es necesario, pues, saber en primer lugar cuál es la voluntad de Dios; mirarla dirigiendo hacia ella todos nuestros esfuerzos; y, tendidos hacia la vida bienaventurada por el deseo, disponer en vista a esta vida nuestra propia existencia.
La "voluntad perfecta" de Dios consiste en purificar el alma de toda mancha por la gracia, elevarla por encima de los placeres del cuerpo, y que se ofrezca a Dios, pura, tendida por el deseo, y hecha capaz de ver la luz inteligible e inefable.
Entonces el Señor declara al hombre "bienaventurado": Bienaventurados los corazones puros, porque verán a Dios (Mt 5,8). Y en otra parte ordena: Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto (Mt 5,48).
El Apóstol exhorta a correr hacia esta perfección cuando dice: Para llevar a todos los hombres hasta la perfección en Cristo, me fatigo luchando (Col 1,28). (San Gregorio de Nisa, La Meta Divina y la Vida Conforme a la Verdad Cap 1, fragmento)
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El tema de la voluntad de Dios nos sobrepasa en cuanto a que no podemos ser conscientes de todo el plan divino. Pero si podemos acercarnos hacia la voluntad de Dios sobre nosotros.

San Gregorio habla de la transformación que nos lleva a la belleza suprema y a la visión inteligible e inefable. Pero no es con nuestra fuerza y nuestra voluntad como podemos llegar a la limpieza de corazón necesaria para ver a Dios. Nos dice que la corona no depende solamente del trabajo de los hombres ni tampoco de sus esfuerzos -. Las esperanzas descansan finalmente sobre la voluntad de Dios.

¿Podemos confiar en nuestras fuerzas y nuestra voluntad? Definitivamente no podemos hacerlo, aunque fuerza personal y voluntad sean necesarias para abrir las puertas a la Gracia de Dios. Voluntad humana y voluntad divina deben sintonizarse para que el efecto resonante produzca la transformación de nuestra naturaleza.

Comparto con usted un ejemplo real y cotidiano que espero sea ilustrativo para penetrar en este tema. Si queremos oír una emisora de radio, debemos sintonizar el aparato con la frecuencia de la emisora. Si no sintonizamos la emisora adecuada, escucharemos aquello que buscamos. ¿Qué es sintonizar una emisora? Sintonizar es simplemente transformar la naturaleza del filtro de sintonía para que “resuene” en la misma frecuencia que la emisora que deseamos escuchar. No entro en la física y electrónica interna del aparato, aunque les puedo indicar que muestran analogías muy interesantes.

Volvamos a la radio. Una vez colocada la frecuencia de resonancia del filtro en la misma frecuencia de transmisión de la emisora, como por arte de magia, aparece el sonido que buscamos y no otro. Esta analogía se ajusta perfectamente a lo que nos dice Cristo por medio de san Mateo: Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto (Mt 5,48). Si la sintonía es la adecuada, Dios se manifestará por medio nuestra.

Cada aparato de radio podrá sintonizar la emisora que estime importante oír. Incluso hay aparatos que solo captan ruido de fondo y niegan la existencia de emisora alguna. Nuestra voluntad es lo que nos permite estar en sintonía con Dios, como es obvio y evidente. Si estamos correctamente sintonizados, la gracia de Dios podrá transformarnos y llegar a quienes nos rodean, por medio de nuestro testimonio.

viernes, 10 de junio de 2011

¿Somos Olivos o acebuches? Pentecostés práctico.

El olivo, si no se cuida y se abandona a que fructifique espontáneamente, se convierte en acebuche u olivo silvestre; por el contrario, si se cuida al acebuche y se le injerta, vuelve a su primitiva naturaleza fructífera. Así sucede también con los hombres: cuando se abandonan y dan como fruto silvestre lo que su carne les apetece, se convierten en estériles por naturaleza en lo que se refiere a frutos de justicia. Porque mientras los hombres duermen, el enemigo siembra la semilla de cizaña: por esto mandaba el Señor a sus discípulos que anduvieran vigilantes. Al contrario los hombres estériles en frutos de justicia y como ahogados entre espinos, si se cuidan diligentemente y reciben a modo de injerto la palabra de Dios, recobran la naturaleza original del hombre, hecha a imagen y semejanza de Dios. Ahora bien, el acebuche cuando es injertado no pierde su condición de árbol, pero si cambia la calidad de su fruto, recibiendo un nombre nuevo y llamándose, no ya acebuche, sino olivo fructífero: de la misma manera el hombre que recibe el injerto de la fe y acoge al Espíritu de Dios, no pierde su condición carnal, pero cambia la calidad del fruto de sus obras y recibe un nombre nuevo que expresa su cambio en mejor, llamándose, ya no carne y sangre, sino hombre espiritual. Más aún, así corno el acebuche, si no es injertado, siendo silvestre es inútil para su señor, y es arrancado como árbol inútil y arrojado al fuego, así el hombre que no acoge con la fe el injerto del Espíritu, sigue siendo lo que antes era, es decir, carne y sangre, y no puede recibir en herencia el Reino de Dios. Con razón dice el Apóstol: «La carne y la sangre no pueden poseer el Reino de Dios» (I Cor 15, 50); y «los que viven en la carne no pueden agradar a Dios» (Rm 8, 8): no es que haya que rechazar la sustancia de la carne, pero hay que atraer sobre ella efusión del Espíritu… (San Ireneo de Lyon, Contra las herejías, V, 10:1)

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El símil utilizado por San Ireneo es muy adecuado y evidente. El acebuche cuidado e injertado se transforma en olivo. El ser humano, cuando vive dentro de la Iglesia y recibe en su corazón la palabra de Dios, se convierte en un nuevo ser nacido del Espíritu.

Siempre me he preguntado la razón para que la efusión del Espíritu, que vivió la Iglesia en sus primeros tiempos, se fuera atenuando y transformándo en un soplo más suave y personal. Leyendo este texto de San Ireneo he encontrado una razón interesante para ello. En los primeros tiempo no existían textos que recogieran la Palabra de Dios. Evangelio y Tradición se comunicaban oralmente. Es evidente la necesidad de una capacidad adicional de discernimiento y animación para que la Palabra de Dios se transmitiera. Cuando esta Palabra se puso por escrito y fue accesible a todos, el Espíritu dejó de soplar como huracán y se volvió brisa leve que susurra al oído.

Los efectos sobre el corazón del ser humano también son diferentes. En los primeros tiempos las evidencias de nuestra Fe eran pocas y necesitaban de un combustible especial para prender nuestra alma. Hoy en día las evidencias son muchas y depende de nuestra voluntad aceptarlas.

Lo cierto, tal como indica San Ireneo: “así el hombre que no acoge con la fe el injerto del Espíritu, sigue siendo lo que antes era […] no puede recibir en herencia el Reino de Dios.

Pocas veces nos preguntamos a nosotros mismos si dejamos que el Espíritu injerte en nosotros la Gracia proveniente de Dios. Nos cuesta aceptar que la conversión es un proceso continuo que dura toda nuestra vida y no una cómoda estación Termini.

Este domingo celebramos Pentecostés, que se marca como el momento en que la Iglesia se manifestó por primera vez. Entonces se realizó por medio del Espíritu Santo. Hoy en día, también debería seguir siendo el Espíritu quien nos animara a dar testimonio y actuar. Que Dios nos envié su defensor y nos ayude a transformar nuestra agrietada naturaleza.

miércoles, 8 de junio de 2011

Pentecostés y unidad eclesial


Volvamos al relato de Pentecostés. El Espíritu penetra en una comunidad congregada en torno a los apóstoles, una comunidad que perseveraba en la oración. Encontramos aquí la segunda nota de la Iglesia: la Iglesia es santa santidad, y esta santidad no es el resultado de su propia fuerza; esta santidad brota de su conversión al Señor. La Iglesia mira al Señor y de este modo se transforma, haciéndose conforme a la figura de Cristo. «Fijemos firmemente la mirada en el Padre y Creador del universo mundo», escribe San Clemente Romano en su Carta a los Corintios (19,2), y en otro significativo pasaje de esta misma carta dice: «Mantengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo» (7,4). Fijar la mirada en el Padre, fijar los ojos en la sangre de Cristo: esta perseverancia es la condición esencial de la estabilidad de la Iglesia, de su fecundidad y de su vida misma.

 Este rasgo de la imagen de la Iglesia se repite y profundiza en la descripción que de la Iglesia se hace al final del segundo capítulo de los Hechos: «Eran asiduos -dice San Lucas- en la fracción del pan y en la oración». Al celebrar la Eucaristía, tengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo. Comprenderemos así que la celebración de la Eucaristía no ha de limitarse a la esfera de lo puramente litúrgico, sino que ha de constituir el eje de nuestra vida personal. A partir de este eje, nos hacemos «conformes con la imagen de su Hijo» (Rom 8,29). De esta suerte se hace santa la Iglesia, y con la santidad se hace también una. El pensamiento «fijemos la mirada en la sangre de Cristo» lo expresa también San Clemente con estas otras palabras: «Convirtámonos sinceramente a su amor». Fijar la vista en la sangre de Cristo es clavar los ojos en el amor y transformarse en amante.
(Joseph Ratzinger, El Camino Pascual)

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Pentecostés nos ayuda a entender a la Iglesia como comunidad que unida mediante dos elementos esenciales: sacramentos y oración.

¿Qué peso tienen en nuestra comunidad eclesial estos dos factores? Ciertamente la organización es importante, al igual que la intendencia y la proyección externa. No seré quien quite un ápice de importancia a todo esto, pero el centro de la comunidad son los sacramentos y la oración compartida

Se puede objetar que una Iglesia dispensadora de sacramentos es una Iglesia inoperante y quienes lo dicen llevan toda la razón. Es evidente que dispensar sacramentos como quien reparte fichas de dominó, no nos lleva a ninguna parte. La acción del Espíritu Santo no vivifica lo mecánico e inanimado, vivifica a quienes están en camino el camino de la conversión.

"…la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios(Orígenes – De Principis, 1305). 


Personalmente pienso que lo importante no es repartir sacramentos, sino propiciar la conversión necesaria para recibir verdaderamente los sacramentos. Incluso alabo la valentía de reservar los sacramentos cuando quien los solicita no esté preparado o predispuesto a recibirlos adecuadamente. En un mundo de derechos mecánicamente adquiridos, preservar el sentido de los sagrado es heroico.

Por otra parte, este texto también nos ayuda a entender que la comunidad eclesial no es, por si misma, un factor de unidad, ni un factor que nos permita ser más santos. La comunidad es el resultado de la vida sacramental común y la oración común. ¿Cómo podemos hace a la Iglesia más santa y más unida? La única manera es a través de la conversión personal. Tenemos que mirar la Sangre de Cristo y convertirnos sinceramente a su Amor.

Este breve texto promueve muchas reflexiones ante la próxima celebración de Pentecostés. Estimado lector, espero que disfrute tanto como yo de estas reflexiones. No dude en compartir sus reflexiones con nosotros. Es maravilloso compartirse en comunidad.


martes, 7 de junio de 2011

Veni Creator Spiritus

Estamos cerca de Pentecostés y esto nos ofrece una estupenda ocasión para recordar qué es el Espíritu Santo y cómo opera en nosotros.

Es Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad. Cristo prometió a los Apóstoles que no los dejaría solos y que enviaría un defensor. Pasaron los días desde la ascensión y en Pentecostés les envió el Espíritu Santo. Todo cambio para ellos. ¿Cómo podemos entender esto? Repasemos algunos pasajes de los Padres de la Iglesia:

Nos dice San Agustín en el comentario al salmo 118:”Este es aquel Espíritu en el que clamamos: "iAbba, Padre!", y, por lo mismo, El nos hace pedir a quien deseamos recibir, El nos hace buscar al que deseamos encontrar, El nos hace llamar al que nos proponemos llegar

En el sermón 268, también nos dice San Agustín: “Quien tiene el Espíritu Santo está dentro de la Iglesia que habla las lenguas de todos. Cualquiera que se halle fuera de ella, carece del Espíritu Santo

Nos dice San Cirilo de Jerusalén en su catequesis XV: Pero el Espíritu Santo no es algo que se exhala hablando con la lengua, sino alguien vivo, que nos concede hablar con sabiduría, siendo Él mismo el que se expresa y habla.
[…]
Las palabras que os he dicho son espíritu» (Jn 6, 63), de modo que no pienses que éste (el Espíritu) es sólo algo que nosotros decimos, sino doctrina sólida.

El Espíritu Santo es una realidad, pero a veces nos olvidamos de El ¿Cómo se manifiesta en nosotros? Conocemos al Espíritu Santo por medio de los dones, frutos y carismas que nos ofrece. Repasemos brevemente los dones:

  • Temor de Dios, que no es miedo. Es asombro, respeto y adoración. Sin temor de Dios estamos a merced de creernos con capacidad de caminar por nosotros mismos. Sin la gracia de Dios nada podemos hacer. 
  • Fortaleza, que no es fuerza física. Es la fuerza de Dios que se manifiesta por medio nuestra. Sin fortaleza no somos más que títeres sin sentido. 
  • Piedad, que no es quedarse rezando todo el día. Es la capacidad de reconocernos como adoradores activos de Dios. Ser capaces de orar a Dios más allá de nuestras necesidades personales. Es la necesidad entender la vida como una realidad sagrada que se hace oración en cada acción o inacción.
  • Consejo, que no es ir dando opiniones y pareceres personales. El consejo es la transmisión directa de la gracia de Dios a quienes necesitan ayuda en su camino. Comunicar a Dios es un Don y una inmensa responsabilidad. 
  • Entendimiento, que no es saber lo que nos dicen otras personas. Es la capacidad de introducirnos en la Verdad y recibir de Ella comprensión de la revelación de Dios. Sin entendimiento andaríamos ciegos por este mundo.
  • Ciencia, que no es física, química o matemáticas. Es mucho más que simple entendimiento; es capacidad de relacionar la Verdad con la vida. Ser capaces de discernir el Orden de Dios y reconocer este orden en las causas segundas.
  • Sabiduría, que no es saberse mil aforismos y frases bonitas. Es la cumbre de los Dones del Espíritu. Capacidad de vivir en equilibrio con los Dones antes descritos. Sabemos que la sabiduría es verdadera cuando lleva implícita el Amor que es Dios.


¿Se ha preguntado por qué no abundan en nuestros días estos dones? Yo tengo la impresión que no los solicitamos realmente. Recibirlos conlleva tal responsabilidad que nos asusta pedirlos de verdad.

Orígenes os dice en su obra “Los Principios”, "…la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios" (Orígenes – De Principis, 1305).

¿Cómo orientamos nuestra vida? ¿Recogemos la acción del Espíritu Santo en ella? No se usted, estimado lector, pero yo tengo claro porque la acción del Espíritu no llega a mi vida con facilidad. Todo se resume en una palabra: necesidad de conversión.

sábado, 4 de junio de 2011

Sana Traditio y Legítima Progressio

Comienzo solicitando perdón al estimado lector, por la longitud de esta entrada de blog. Sé que lo ideal es que sean cortas y evidentes, pero a veces es necesario profundizar y esto alarga el discurso. En este caso, creo que vale la pena leer el texto que traigo de San Gregorio de Niza. Si les quedan fuerzas y son benevolentes, pueden leen al final mi humilde reflexión.

Porque, hermanos míos, el santo bautismo es grande: suficientemente grande para procurar a aquellos que lo reciben con temor la posesión de las realidades inteligibles. El Espíritu es rico y no es envidioso de sus dones: se vierte siempre como un torrente en aquellos que reciben la gracia; y los Apóstoles colmados de esta gracia, han manifestado a las Iglesias de Cristo los frutos de su plenitud. En aquellos que reciben ese don con toda rectitud, el Espíritu permanece; según la medida de la fe de cada uno, él es su huésped; él opera con ellos y construye en cada uno el bien, según la proporción del celo del alma en las obras de la fe.

El Señor lo dijo a propósito de la mina: la gracia del Espíritu Santo se da a cada uno en vista a su trabajo, es decir, para el progreso y crecimiento de aquel que lo recibe. Porque es necesario que el alma regenerada sea alimentada por el poder de Dios hasta la medida de la edad del conocimiento en el Espíritu; está, pues, irrigada con generosidad por la savia de la virtud y el enriquecimiento de la gracia (ver Lc 19,23).

El alma que ha sido regenerada por la potencia de Dios debe nutrirse del Espíritu hasta el límite de la edad intelectual, irrigada continuamente por el sudor de la virtud y por la abundancia de la gracia.

El cuerpo del niño recién nacido no permanece mucho tiempo en la edad más tierna, sino que es fortificado por los alimentos corporales, crece según la ley de la naturaleza, hasta la medida que le es dada. Algo parecido se produce en el alma que recién renació: su participación en el Espíritu anula la enfermedad que había entrado con la desobediencia, y renueva la belleza primitiva de la naturaleza. El alma así renacida no permanece siempre niña, incapaz, inmóvil, dormida en el estado en el cual estaba en su nacimiento; sino que se nutre con los alimentos que le son propios, y hace crecer su estatura por medio de diversos ejercicios y virtudes, según las exigencias de su naturaleza. Por el poder del Espíritu y mediante su propia virtud, se volverá inexpugnable para los ladrones invisibles que lanzan contra las almas sus innumerables invenciones.

Es necesario pues, progresar siempre hacia el "hombre perfecto", según estas palabras del Apóstol: Hasta que alcancemos todos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al "hombre perfecto", a la medida de la edad de la plenitud de Cristo; a fin de que no seamos más niños, sacudidos y llevados por cualquier viento de doctrina según los artífices del error; sino viviendo según la verdad, crezcamos en todas las cosas hacia Aquel que es la cabeza, Cristo (Ef 4,13-15). Y en otro lugar el mismo Apóstol dice: No se conformen al mundo presente, sino transfórmense renovando su mente, a fin de discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,2). (San Gregorio de Nisa, La Meta Divina y la Vida Conforme a la Verdad Cap 1, fragmento)

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Es hermoso el símil que utiliza San Gregorio para referirse al alma. No tiene desperdicio todo lo que indica. Permítanme quedarme con el leitmotiv de todo el párrafo: el bautismo como inicio del crecimiento-progreso del alma hacia un hombre nuevo.

¿Progreso? Seguramente alguno se santiguará al encontrarse con esta palabra. Ciertamente es una palabra que ha sido utilizada de manera inadecuada para el engaño de muchos de nosotros. San Gregorio nos advierte precisamente de este hecho al hablar de “los ladrones invisibles que lanzan contra las almas sus innumerables invenciones.

Progresar se suele entender hoy en día como sinónimo de ruptura relativista. Parece que nada que tenga cimiento en la tradición pueda conllevar progreso. No teman, avanzar-progresar para San Gregorio no es sinónimo ruptura sino de conversión. Dice san Gregorio: “Es necesario pues, progresar siempre hacia el "hombre perfecto"  Este es el verdadero progreso, renovación e innovación que tenemos oportunidad de vivir en el día a día.

¿A qué conversión se refiere? Nos dice San Gregorio:”Hasta que alcancemos todos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al "hombre perfecto", a la medida de la edad de la plenitud de Cristo”

¿Cómo se produce la conversión? Por medio de ”la gracia del Espíritu Santo se da a cada uno en vista a su trabajo, es decir, para el progreso y crecimiento de aquel que lo recibe”.

Es evidente que la conversión conlleva un progreso que no se manifiesta como ruptura de nuestra naturaleza. Todo lo contrario. Se manifiesta como integración, unidad y plenitud de nuestra naturaleza, por medio de la Gracia de Dios.

Creo que todos somos conscientes del entendimiento del progreso como ruptura que asume la periferia eclesial.  Esta ambivalencia de significados nos causa muchos problemas de comunicación que se sustancian en desunión. 

Sin un concepto adecuado con el que transmitir la acción renovadora de la conversión interna, tendemos a quedarnos en un peligroso tipo de quietismo que nos atenaza y nos impide entender que el Espíritu Santo es capaz de manifestarse de múltiples y nuevas formas. Formas que no reducen, dispersan, destruyen y rompen, sino que integran, unen, renuevan y dan plenitud al ser humano y a la Iglesia.

Si no utilizamos las palabras progreso, renovación o innovación ¿Cómo denominar a la evidencia externa de la conversión que lleva al hombre nuevo? Desde mi humilde punto de vista, tenemos un serio problema de comunicación que aparece cada vez que se habla de progreso dentro de la Iglesia.

Les pongo un ejemplo con la frase “sana traditio y legítima progressio” que reseñó el Santo Padre en la carta leída con ocasión de las celebraciones del centenario de fundación del Pontificio Instituto de Música Sacra.

Dice el Santo Padre: “la liturgia, y en consecuencia la música sacra "vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legítima progressio”, teniendo bien presente que estos dos conceptos se integran mutuamente porque “la tradición es una realidad viva, que por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso”.

¿Podemos entender este progreso del que nos habla el Santo Padre sin pensar en nada que rompa, desuna y destruya? Creo que es imprescindible. Además debemos cuidar no entender la frase desde las dos posturas extremas que tanto daño nos causan:

  • Un cheque en blanco para la destrucción de la tradición. El progreso que destruye no parte de la conversión, sino de la corrupción.
  • Entender que al Espíritu Santo lo tenemos encerrado en urnas inmóviles externas a nosotros. La tradición que inmoviliza nuestro espíritu no es verdadera Tradición, sino quietismo camuflado.
Donde está el equilibrio y la divina proporción está la belleza. Dónde la belleza está presente, podemos intuir a Dios. 

No se conformen al mundo presente, sino transfórmense renovando su mente, a fin de discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,2).
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