domingo, 31 de agosto de 2014

La postmodernidad y la cruz. Tomás de Kempis

¿Qué significa la Cruz para una persona del siglo XXI? La cruz es un signo que puede ser entendido de muchas formas. Una de ellas es un signo estético que se tatúa en la piel, de la misma forma que serpientes o calaveras. La cruz significa para otras personas, un movimiento de personas extrañas, anticuadas y desprovistas de toda lógica: los cristianos. Ponen en sus salas de reunión a una persona sufriente llena de heridas. Se preguntan  ¿Cómo se puede mirar y admirar algo así todos los domingos?

Pero para los cristianos, las Cruz es más que todo eso. Hablar de la Cruz es hablar de vida y de compromiso. Quien no acepta la Cruz de su vida, no vive realmente. Se dedica a distraerse y olvidarse de la Verdad que subyace en el hecho de ser humanos.

Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, cargas y te la haces más pesada: y sin embargo conviene que sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

¿Piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los Santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo por cierto, en cuanto vivió en este mundo, no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria (Lc 24,46s). Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real, que es la vida de la santa cruz? […]  Seguir leyendo

domingo, 24 de agosto de 2014

Reconocerse pecador es el camino. Isaac el Sirio

Isaac el Sirio fue un monje que vivió en el siglo VII en las cercanías Mossoul, la zona en la que los yihadistas están masacrando a la población cristiana en estos momentos. Recordar que el cristianismo ha esta desde épocas muy tempranas en esa región, nos permite sentir más cerca a los hermanos que sufren por su (nuestra) fe. No dejemos de orar por ellos, sintiéndolos cercanos.

Hoy traigo un breve fragmento de Isaac el Sirio, que nos habla sobre el tremendo poder de la humildad:

Aquel que reconoce sus propios pecados... es más grande que aquel que, por su oración, resucita a los muertos. Aquel que gime durante una hora por su alma es más grande que el que abraza al mundo por su contemplación. Aquel a quien se le ha dado ver la verdad sobre sí mismo es más grande que aquel a quien le ha sido dado ver a los ángeles. (Isaac el Sirio. Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 34)

Tener una visión clara y verdadera de lo que somos, es un don de Dios. Un don tan maravilloso como desdeñado por el ser humano del siglo XXI. Todos queremos que nos vean como nos gustaría ser y no dudamos en trucar las apariencias para dar la impresión que queremos.

¿Por qué dice Isaac el Sirio que “Aquel a quien se le ha dado ver la verdad sobre sí mismo es más grande que aquel a quien le ha sido dado ver a los ángeles” Parecería que este pensamiento no tiene pies ni cabeza. ¿Cómo puede la verdad de uno mismo hacer más grandes que aquel a quien a sido dado el honor de ver los ángeles? Saltemos a San Agustín para encontrar la explicación... Seguir leyendo

domingo, 17 de agosto de 2014

Señor ¿Cuánto tardarás en venir a socorrer mi torpeza?




Como la cananea, muchas veces nos parece que Dios se ha olvidado de nosotros. Muchas veces miramos al cielo esperando que nuestra voluntad sea la que prevalezca y que nuestros deseos más sinceros se realicen. Pero la Voluntad de Dios es a veces complicada de entender, ya que nos exige que aprendamos a negarnos a nosotros mismos y dar la vida para salvarla.

A veces, Señor, te siento pasar, pero no te detienes para mí, pasas de largo, y yo te grito como la Cananea. ¿Me atreveré todavía a acercarme a ti? Seguro que sí, los perritos echados fuera de la casa de su amo siempre vuelven a ella, y cuidando guardar la casa, reciben cada día su ración de pan. Echado, aquí estoy todavía; frente a la puerta, te llamo; maltrecho, suplico. Así como los perritos no pueden vivir lejos de los hombres, ¡de la misma manera mi alma no puede vivir lejos de mi Dios!

Ábreme, Señor. Haz que llegue hasta ti para ser inundado por tu luz. Tú, que habitas en los cielos, te has escondido en las tinieblas, en la oscura nube. Como lo dice el profeta: «Te has arropado en una nube para que no pasara la oración» (Lm 3,44). Me corrompo en la tierra, el corazón como en un lodazal...

Tus estrellas no brillan para mí, el sol se ha oscurecido, la luna ya no emite su luz. Oigo cantar tus hazañas en lo salmos, los himnos y los cánticos espirituales; en el Evangelio, tus palabras y tus gestos resplandecen como la luz; los ejemplos de tus siervos, las amenazas y las promesas de tus Escrituras de verdad se imponen a mis ojos y vienen a golpear la sordera de mis orejas. Pero mi espíritu se ha endurecido; he aprendido a dormir de cara al resplandor del sol; me he acostumbrado a no ver ya lo que se me pone delante así...

¿Hasta cuándo, Señor, cuánto tardarás en romper tus cielos, en descender para venir a socorrer mi torpeza? (sl 12,1; Is 64,1). Que yo no se ya más lo que soy..., que me convierta y que, por lo menos, venga al atardecer como un perrito hambriento. Recorro tu ciudad; en parte aún peregrina sobre la tierra, aunque la mayoría de sus habitantes han encontrado ya su gozo en el cielo. ¿Encontraré también yo allí mi morada? (Guillermo de San Teodorico Oraciones meditativas, nº 2)

Ayer comentaba en una entrada de este blog: Cuando la herramienta se subleva ante el artista, la triste evidencia de que nuestras realidades personales no siempre coinciden con los planes de Dios. Seguir leyendo...


domingo, 10 de agosto de 2014

Nos hundimos porque falta Alguien. Orígenes de Alejandría


¿Cuántas veces hemos soñado con ir hasta la otra orilla? Una orilla en la que los problemas, responsabilidades y rencillas desaparecen como por arte de magia. En el Evangelio de hoy leemos un maravilloso pasaje en el que Cristo nos enseña que esa orilla existe, pero sólo podemos llegar si El nos acompaña. Orígenes de Alejandría nos habla sobre este episodio de una forma muy clara:

"Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a esperarlo en la otra orilla, mientras despedía a la muchedumbre". La muchedumbre no podía ir hacia la otra orilla; no eran hebreos en el sentido espiritual de la palabra, que se traduce como: "la gente de la otra orilla". Esta obra fue reservada para los discípulos de Jesús: irse a la otra orilla, sobrepasar lo visible y corporal, estas realidades temporales, y llegar los primeros hacia lo invisible y eterno. […] Y sin embargo los discípulos no pudieron preceder a Jesús sobre la otra orilla […]; posiblemente quería hacerles pasar por la experiencia de que sin Él no era posible llegar allí. […] ¿Qué barca es a la que Jesús obliga a los discípulos a subir? ¿No sería la lucha contra las tentaciones y las circunstancias difíciles? […]

Y nosotros, si un día nos enfrentamos con tentaciones inevitables, acordémonos que Jesús nos obligó a embarcarnos; no es posible alcanzar la otra orilla sin pasar por la prueba del oleaje y del viento huracanado. Luego, cuando nos veamos rodeados por numerosas y penosas dificultades, cansados de navegar en medio de ellas con la pobreza de nuestros medios, pensemos que nuestra barca está entonces en medio del mar, y que este oleaje busca "hacer naufragar nuestra fe" (1Tm 1,19) […] Mantengámonos seguros hasta que cercano el fin de la noche, cuando "la noche está avanzada y el día está cerca" (Rm 13,12), el Hijo de Dios llegará andando sobre las aguas y calmando la tempestad. (Orígenes. Comentario al Evangelio de Mateo, libro 11, cap. 5-6)

Para el cristiano cada día es una prueba, ya que nos encontramos siempre rodeados de tentaciones, dificultades y problemas. La Iglesia es como esa barca en la que Cristo envió a sus discípulos hacia el ideal de la “otra orilla”. Los discípulos, seguramente estaban deseando dejar la multitud que les acosaba y encontrar ese remanso de paz que todos anhelamos y nunca encontramos por nosotros mismos. En el camino, el viento se volvió contra la barca y las olas hicieron imposible la navegación. ¡Que desilusión! ¿No estaba tan cerca el destino deseado? ¿Cómo es posible que con todas nuestras fuerzas y medios, no podamos llegar hasta la orilla? (Leer más)

domingo, 3 de agosto de 2014

El signo de la Paz causa división ¿Es posible? San Atanasio

El desierto y el abandono de los tumultos de la vida le proporcionan al hombre la amistad de Dios; así Abraham, cuando salió del país de los caldeos, fue llamado "amigo de Dios" (Jc 2,23). El gran Moisés también, en el momento de su salida del país de Egipto […] habló con Dios cara a cara, fue salvado de las manos de sus enemigos y atravesó el desierto. Todos ellos son la imagen de la salida de las tinieblas hacia la luz admirable, y de la subida hacia la ciudad que está al cielo (He 11,16), la prefiguración de la verdadera felicidad y de la fiesta eterna. 
En cuanto a nosotros, tenemos cerca de nosotros la realidad que sombras y símbolos anunciaban, quiero decir, la imagen del Padre, nuestro Señor Jesucristo. Si lo recibimos como alimento en todo tiempo, y si marcamos con su sangre las puertas de nuestras almas, seremos liberados de los trabajos del Faraón y sus inspectores (Ex 12,7; 5,6s). […] Ahora hemos encontrado el camino para pasar de la tierra al cielo… En otro tiempo, a través de Moisés, el Señor precedía a los hijos de Israel en una columna de fuego y de nubarrón; ahora, él mismo nos llama diciendo: "Si alguien tiene sed, que venga a mí y que beba; del que cree en mí, brotarán ríos de agua viva que saltarán hasta la vida eterna" (Jn 7,37s).(San Atanasio de Alejandría. Carta Pascual nº 24) 

El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cardenal Antonio Cañizares Llovera, ha enviado hace unos días un documento al presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) donde se recogen las conclusiones del debate abierto sobre la oportunidad o no de mantener el signo de la Paz en la forma y el momento que está teniendo lugar durante la Misa. El texto ha sido confirmado y aprobado por el Papa Francisco. En el este texto se indica que se mantiene el rito tal como está ahora, pero se advierte en contra de los excesos y abusos que a veces se cometen. 

El signo de la paz lleva dentro de la celebración eucarística desde los primeros siglos, tanto en Oriente como en Occidente. Durante los siglos IV-V, en Roma se situaba inmediatamente después de la plegaria eucarística y estaba relacionado con ella. Tiempo después se vinculó a la petición de perdón en el Padrenuestro, uniéndose a este como preparación para la comunión. 

¿En qué consiste el signo? En un beso o un saludo que evidencia y comunica que perdonamos, sin restricciones, a quienes nos han hecho daño. Hoy en día este signo ha ido cambiando el significado, haciendo que busquemos saludar a cuantas más personas mejor, divertirnos, cantar y hasta crear coreografías diversas. Se ha convertido en un signo de integración social que rompe el “incómodo rato”, que hemos estado preparándonos para recibir la Eucaristía. Algunas personas ven en este signo de paz una pre-comunión, debido a que la Eucaristía pierde su sentido de comunión con Dios, que se desplaza hacia la comunión con la comunidad. 

En ese sentido, esta nota emitida por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, viene a recordarnos qué comunicamos con el signo y la forma correcta de darlo, para que el significado se ajuste al objetivo.

Es interesante reseñar que muchas personas se han sentido atacadas por este texto, ya que les conmina a ajustar tanto la forma del signo, como su significado. Por ello lo entienden como un ataque de la “jerarquía” a su “religión”. Seguir leyendo...
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