¿Cuántas veces hemos soñado con ir hasta la otra orilla?
Una orilla en la que los problemas, responsabilidades y rencillas desaparecen
como por arte de magia. En el Evangelio de hoy leemos un maravilloso pasaje en
el que Cristo nos enseña que esa orilla existe, pero sólo podemos llegar si El
nos acompaña. Orígenes de Alejandría nos habla sobre este episodio de una forma
muy clara:
"Jesús obligó a los discípulos a subir a
la barca y a esperarlo en la otra orilla, mientras despedía a la
muchedumbre". La muchedumbre no podía ir hacia la otra orilla; no eran
hebreos en el sentido espiritual de la palabra, que se traduce como: "la
gente de la otra orilla". Esta obra fue reservada para los discípulos
de Jesús: irse a la otra orilla, sobrepasar lo visible y corporal, estas
realidades temporales, y llegar los primeros hacia lo invisible y eterno.
[…] Y sin embargo los discípulos no pudieron preceder a Jesús sobre la otra
orilla […]; posiblemente quería hacerles pasar por la experiencia de que sin Él
no era posible llegar allí. […] ¿Qué barca es a la que Jesús obliga a los
discípulos a subir? ¿No sería la lucha contra las tentaciones y las
circunstancias difíciles? […]
Y nosotros, si un día nos enfrentamos con
tentaciones inevitables, acordémonos que Jesús nos obligó a embarcarnos; no es
posible alcanzar la otra orilla sin pasar por la prueba del oleaje y del viento
huracanado. Luego, cuando nos veamos rodeados por numerosas y penosas
dificultades, cansados de navegar en medio de ellas con la pobreza de nuestros
medios, pensemos que nuestra barca está entonces en medio del mar, y que este
oleaje busca "hacer naufragar nuestra fe" (1Tm 1,19) […]
Mantengámonos seguros hasta que cercano el fin de la noche, cuando "la
noche está avanzada y el día está cerca" (Rm 13,12), el Hijo de Dios
llegará andando sobre las aguas y calmando la tempestad. (Orígenes.
Comentario al Evangelio de Mateo, libro 11, cap. 5-6)
Para el cristiano cada día es una prueba, ya que nos
encontramos siempre rodeados de tentaciones, dificultades y problemas. La
Iglesia es como esa barca en la que Cristo envió a sus discípulos hacia el
ideal de la “otra orilla”. Los discípulos, seguramente estaban deseando
dejar la multitud que les acosaba y encontrar ese remanso de paz que todos
anhelamos y nunca encontramos por nosotros mismos. En el camino, el viento se
volvió contra la barca y las olas hicieron imposible la navegación. ¡Que
desilusión! ¿No estaba tan cerca el destino deseado? ¿Cómo es posible que con
todas nuestras fuerzas y medios, no podamos llegar hasta la orilla? (Leer más)
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