sábado, 20 de abril de 2024

Buscando el Símbolo perdido, pero en silencio


Las sociedad se burla de los cristianos y sobre todo, de quienes tenemos un sentido profundamente tradicional de la vida y de la fe. Les parecemos personas de "otra época". Personas que siguen una línea ideológica diferente a la que está instaurada y bien vista por la sociedad. Por eso, cuando señalamos que el "rey está desnudo", nos atacan, se rasgan las túnicas y hasta abren causas judiciales. Cada vez es más complicado llevar la Buena Noticia sin que las susceptibilidades de cristal griten desesperadas.

Uno de los elementos más importantes de la fe, son los signos que Dios nos ha dejado para que comprendamos su Voluntad y sigamos el Camino hacia Él. No lo digo yo, se puede leer en el Evangelio muy claramente:

"Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6, 26-27).

¿Nos hemos dado cuenta de todos estos signos? Posiblemente nunca hemos llegado a pensar en ello. Nos han enseñado un Evangelio tipo comic. Un Evangelio que reduce la fe a sentimentalismo social. Por eso ignoramos estos signos, aunque sean referenciados en los Evangelios y por la Tradición Apostólica:

La naturaleza de los signos lleva consigo la propiedad de explicar la especie impresa en ellos, sin que pierdan nada de sí en el acto de sellar, porque a la vez que reciben cuanto en ellos se imprime, comunican también todo lo impreso. Este ejemplo no tiene suficiente capacidad para poder explicar la generación divina, porque en los signos hay materia previa, diversidad e impresión, por medio de las que se imprimen ciertas semejanzas de otras cosas superiores. Más el Unigénito de Dios, que se hizo Hijo del hombre por el Misterio de nuestra salvación, queriendo dar a conocer que posee en sí mismo la imagen del Padre, dice que ha sido sellado por Él. Y por esto puede entenderse que le fue dado poder para que nos preparase el alimento adecuado para conseguir la vida eterna, puesto que llevaba en sí toda la plenitud de la forma del Padre. (San Hilario de Poitiers. De Trin., 1, 8)

Nada de esto es nuevo. Ya pasó hace siglos cuando hubo que cuidar que el Mensaje y el Misterio Cristiano, no degeneraran para adaptarse a la sociedad. En los siglos II y II, se instituyó una regla de cuidado de la fe. Aunque se difundía el Evangelio, lo más importante y profundo, era cuidado especialmente. A este comportamiento lo llamamos modernamente: disciplina del arcano. No se trataba de crear una sociedad secreta para "elegidos". Lo que se buca es opacar lo más importante de nuestra fe para que no se corrompa ni sea despreciada. Se buscaba que no se viera en constante lucha y desprestigio social. Hoy en día hay voces diversas que reclaman retomar esta visión, sin que lleve consigo secretismo alguno. Lo cierto, es que ya en el siglo VI, se vió que era innecesaria esta práctica y desapareció. Creo que en la actualidad sería oportuno reflexionar sobre esto. Por ejemplo, pueden leer este texto del Card. Carlo María Martini: "Reflexiones sobre el sentido oscuro de Dios" (1997). 

Señalemos uno de los síntomas más preocupantes de esta persecución social de lo Trascendente. En nuestro tiempo hemos perdido la capacidad de ver más allá de lo aparente y obvio. No entendemos las palabras que Cristo cuando decía: No deis a los perros lo que es santo; no echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen” (Mt 7, 6). Tampoco entendemos que San Pablo dijera que él mismo alimentó a los fieles de Corinto “como... niños en Cristo” dándoles “leche para beber, no carne”, porque no eran capaces de soportarlo (1Cor., 3, 1-2). Queriendo imitar a San Pablo, reducimos la Buena Noticia a viñetas tipo cómic o a "cuentos de niños" y se nos olvida continuar con las catequesis mistagógicas que ayudan a ver la Fe de forma completa y profunda. Lo peligroso es quedarnos en esa simplicidad que ignora todo lo que trascendente. Juan Manuel de Prada cita a Castellani, que indica precisamente la conveniencia de reencontrarnos con el profundo Misterio de la fe por medio de signos y símbolos, siempre utilizados con cuidado y discreción. En otro artículo más actual (ABC 2023), Juan Manuel de Prada retoma este tema.

En la homilía de este pasado domingo de Resurrección, mi párroco, que es estupendo religioso, nos decía que las iglesias estaban llenas de cruces, pero no de resucitados. Me pregunté si este sacerdote y religioso, sabe que el altar es un símbolo de Cristo presente entre nosotros (Catecismo 1383). Este olvido se evidencia también en la forma en que se suele mover y utilizar el altar durante la misa. La reverencia que según se practique, explique y se viva, muestra nuestra capacidad de ver más allá de lo evidente y cotidiano. 

¿Cuál es entonces el símbolo perdido? Yo diría que es Cristo, que lo vamos reduciendo a un personaje a la medida de cada uno de nosotros.

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