lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuando veais que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios

«En él vivimos, tenemos el movimiento y el ser» (Hch 17,28). Dichoso el que vive por él, que está movido por él y en él tiene la vida. Me preguntaréis, puesto que los rasgos de su venida no se pueden descubrir ¿cómo puedo saber que está presente? Él es vivo y eficaz (Hb 4,12); a penas ha entrado en mí que ha desvelado mi alma dormida. Ha vivificado, enternecido y excitado mi corazón que estaba amodorrado y duro como una piedra (Ez 36,26). Comenzó a arrancar y escardar, a construir y plantar, a regar mi sequedad, a alumbrar mis tinieblas, a abrir lo que estaba cerrado, a inflamar mi frialdad, y también a «enderezar los senderos tortuosos y allanar los lugares ásperos» de mi alma (Is 40,4), de manera que pudiera «bendecir al Señor y todo lo que está en mi bendiga su santo nombre» (Sl 102,1).

El Verbo Esposo vino a mí más de una vez, pero sin dar señales de su irrupción... Es por el movimiento de mi corazón que he percibido que estaba allí. He reconocido su fuerza y su poder porque mis malos hábitos y mis pasiones se apaciguaban. El poner en discusión o acusación mis sentimientos oscuros me ha llevado a admirar la profundidad de su sabiduría. He experimentado su dulzura y su bondad en el suave progreso de mi vida. Viendo «renovarse el hombre interior» (2C 4,16), mi espíritu en lo más profundo de mí mismo, ha descubierto un poco su belleza. Captando con una simple mirado todo este conjunto, he temblado ante la inmensidad de su grandeza. (San Bernardo, Sermón sobre el Cantar de los cantares, nº 74)

Entramos en el Adviento, tiempo litúrgico que nos debería preparar para el nacimiento de Cristo en la Navidad. La Navidad nos parece algo externo que nos conmueve una vez al año. ¿Es esto lógico? la Navidad debería de nacer en nosotros y después nosotros llevarla hacia el exterior.

San Bernardo nos responde a cómo podemos saber su Cristo ha nacido en nosotros. Cristo nos aviva el alma, a vivificado nuestro ser que estaba duro y amodorrado, rascó, escardó e iluminó nuestra alma. Todo ello produce que bendigamos el Nombre de Dios.

El Verbo llega en silencio, pero nuestro ser se conmueve cuando la Gracia de Dios llega a nosotros. Nuestros malos hábitos y pasiones se atenúan y parecen alejarse de nosotros. La Sabiduría deja de ser algo que tienen otros y ahora brota de nuestro interior. La dulzura y la bondad son parte de nosotros.

Nuestro espíritu ha conocido un poco de la Belleza de Cristo y temblamos ante la inmensidad y grandeza que se abre delante de nosotros.

¿Estamos entre los benditos que han vivido esto en nuestro interior?

Pues, estimado lector, tenemos una buena tarea por delante. Tarea que no es personal, sino comunitaria y en comunión. Comunitaria, porque Cristo se descubre en nuestros hermanos y en comunión con Dios. La Gracia de Dios no se conquista con esfuerzo personal, pero necesitamos de la voluntad real de recibirla. ¿Realmente queremos hacerlo?

El Adviento es un tiempo propicio para buscar la valentía necesaria para aceptar la Gracia y dejar que Cristo nos transforme. Es el tiempo de preparación para la Navidad. Navidad que debe ser interior. Cristo debe nacer en nosotros.

Créame, si nos planteamos con seriedad recibir la Gracia transformadora de Dios, nos daremos cuenta de la inmensa responsabilidad que conlleva. Al darnos cuenta de lo que pedimos, no es extraño que demos un paso atrás, temiendo ser transformados. ¿Cómo atrevernos a dar el paso?

Tenemos una pista insustituible. Miremos a la Virgen, ella actuó con plena libertad, dejando su voluntad en manos de Dios.

He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38)

Cuando sintamos que suceden estas cosas en nuestro interior, es que está cerca el Reino de Dios.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Oigo en mi corazón: "Busca mi rostro..."

Habla, corazón mío; ábrete todo entero y dirígete a Dios: «Busco tu rostro; sí, Señor es tu rostro que busco» (Sl 26,8). Y Tú, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón cómo y dónde he de buscarte; cómo y dónde he de encontrarte, Señor. Señor, si Tú no estás aquí, si estás ausente ¿dónde buscarte? Y si es que estás presente en todas partes ¿por qué yo no puedo verte? Ciertamente, Tú habitas en una luz inaccesible. Pero ¿dónde está esta luz inaccesible? ¿Quién me conducirá hasta ella y me introducirá en ella para que yo pueda verte? Y luego, ¿bajo qué signos, bajo qué figura podré descubrirte? No te he visto jamás, Señor Dios mío, y no conozco tu rostro. Altísimo Señor, ¿qué puedo hacer, qué hará este desterrado lejos de ti? ¿Qué puede hacer tu siervo, ansioso de tu amor y alejado de tu rostro? Aspira a contemplarte y tu rostro se le oculta enteramente. Desea reunirse contigo, pero tu mansión es inaccesible. Ansía encontrarte, pero no sabe dónde habitas. Emprende tu búsqueda, pero desconoce tu rostro.

Señor, Tú eres mi Dios, Tú mi Maestro, y sin embargo yo no te he visto. Tú me has creado y me has redimido, Tú me has dado todos mis bienes, y sin embargo no te conozco aún. Me has hecho con la única finalidad de que te vea, y sin embargo yo no he realizado aún mi destino. Miserable condición la del hombre que ha perdido aquello para lo que fue creado... Te encontraré al amarte y te amaré mientras te encuentro. (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, 1)

San Anselmo de Canterbury nos relata el ansia de conocer a Dios que todos llevamos en nuestro corazón. Dios no puede ser visto con la luz que penetra en nuestros ojos, por eso San Anselmo nos dice que habita en una luz inaccesible. ¿Quién me conducirá hasta ella y me introducirá en ella para que yo pueda verte? Y luego, ¿bajo qué signos, bajo qué figura podré descubrirte?

Ese Quien es Cristo que es el Logos, la Palabra que da sentido y llena toda nuestra existencia. Pero ¿Cómo descubro a Dios? ¿Qué signos y qué figura nos da noticias suyas? En libro del Exodo nos dice: Y añadió: «Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo.» (Ex 33,20) El rostro de Dios no puede verse, entonces, ¿por qué dicen los Evangelios?: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8)

Leamos lo que nos dice Orígenes de Alejandría:

Y si alguien nos pregunta por qué está dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8), nuestra posición, a mi juicio, se afirmará mucho más con esto, pues ¿qué otra cosa es ver a Dios con el corazón, sino entenderle y conocerle con la mente, según lo que antes hemos expuesto? En efecto, muchas veces los nombres de los miembros sensibles se refieren al alma, de modo que se dice que ve con los ojos del corazón esto es, que comprende algo intelectual con la facultad de la inteligencia. Así se dice también que oye con los oídos cuando advierte el sentido de la inteligencia más profunda. Así decimos que el alma se sirve de dientes cuando come, y que come el pan de vida que descendió del cielo. (Orígenes de Alejandría. Los Principios)

“Fides quaerens intellectum”, la Fe necesita entender. La Fe necesita entender y ese entendimiento es la luz inaccesible que sólo Dios nos ofrece a través de los dones de ciencia y entendimiento. Luz que nos permite ver a  Dios con los ojos de un corazón limpio de prejuicios y sinsentidos.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La belleza. Corazón Eucarístico de Jesús

Como he realizado en varias ocasiones, les recomiendo que lean esta entrada del Blog Corazón Eucarístico de Jesús. El Sagrario. Merece la pena, créanme

Les dejo un botón de muestra. Pulsen sobre la imagen para acceder a la entrada completa.


La Belleza orienta al hombre a Dios, y toda verdadera Belleza suscita en el hombre la contemplación o fruición que diría San Agustín, deseando abrazar al Autor de toda Belleza.


La Belleza abre una ventana al hombre para que mire al infinito.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Serenidad de corazón


Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencia, y en silencio ha de ser oída de alma.

Lo que habléis sea de manera que no sea nadie ofendido, y que sea en cosas que no os pueda pesar que los sepan todos.

Callad lo que Dios os diere y acordaos de aquel dicho de la esposa: Mi secreto es para mi.

Procurad conservar el corazón en paz; no le desasosiegue ningún sucedo de este mundo; mirad que todo se ha de acabar.

No apacentéis el espíritu en otra cosa que en Dios. Desechad las advertencias de las cosas y traed paz y recogimiento en el corazón.

Traed sosiego espiritual en advertencia de Dios amorosa; y cuando fuere necesario hablar, sea con el mismo sosiego y paz.

Traed interior desasimiento de todas las cosas y no pongáis el gusto en alguna temporalidad, y recogerá vuestra alma a los bienes que no sabe.

El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa.

El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez y padecer por el Amado (San Juan de la Cruz, selección de frases)

Tras el empacho electoral que hemos vivido en los últimos días, es muy sano hacer una cura de sosiego, profundidad y sentido. Tantas apariencias, tantos afanes, tantos poderes terrenales nos embaucan en mil proyecciones mentales, que nos arrastran a las esperanzas terrenales. El mundo no puede darnos más que Dios y la realidad nos se transforma más que por la Gracia de Dios.

Nuestro corazón, que es nuestro ser que se manifiesta por medio de emoción, entendimiento y voluntad, debe centrarse en Cristo y no tener cada dimensión en un lugar diferente.

Ciertamente la crisis que vivimos nos invita al cambio, pero no a cambios externos que no son más que apariencias. Nos invita al cambio interior, que es el que realmente conlleva consecuencias ciertas y verdaderas en nuestra vida personal y social.

Quiera Dios darnos la fuerza y la templanza necesarias para no esperar del mundo lo que sólo de Dios puede provenir. Dios nos ayude.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Cinco caminos para la conversión


¿Queréis que os indique los caminos de la conversión? Son numerosos, variados y diferentes, pero todos conducen al cielo. El primer camino de la conversión es aborrecer nuestros pecados. “Empieza tú a confesar tus pecados para ser justo.” (Is 43,26) Esto porque dice el profeta: “Me dije: -confesaré al Señor mis culpas.- Y tú perdonaste mi falta y mi pecado.” (Sal 31,5) Condena tú mismo las faltas que has cometido y esto bastará para que el Maestro te escuche. El que condena sus pecados irá con más cuidado para no recaer en ellos...

Hay un segundo camino que no es inferior al primero y es: no guardar rencor a nuestros enemigos, dominar nuestra cólera para perdonar las ofensas que nos infligen nuestros compañeros de servicio, porque así obtendremos el perdón de las ofensas contra el Maestro. Es la segunda manera de obtener la purificación de nuestras faltas. “Si perdonáis a vuestros deudores, dice el Señor, mi Padre que está en el cielo perdonará también vuestras faltas.” (Mt 6,14)

¿Quieres conocer el tercer camino de la conversión? Es la oración ferviente y atenta desde el fondo del corazón... El cuarto camino es la limosna. Tiene un poder  considerable e indecible... Luego, la modestia y la humildad no son medios menores para destruir el pecado desde la raíz. Tenemos como testimonio de ello el publicano que no podía proclamar sus buenas acciones sino que en su lugar ofreció su humildad y depositó ante el Señor el pesado fardo de sus faltas. (Lc 18,9ss)

Acabamos de indicar cinco caminos hacia la conversión... ¡No te quedes inactivo sino que cada día avanza por estos caminos! Son fáciles, y a pesar de tus miserias puedes ir por ellos.
(San Juan Crisóstomo. Sermón sobre el demonio tentador)

San Juan Crisóstomo nos indica cinco caminos para la conversión y nos dice que son fáciles de transitar, a pesar de nuestras miserias. ¿Fácil? ¡Vaya facilidad! ¿Cómo es entonces lo difícil?

Yo diría que es imposible andar esos caminos si solo contamos con nuestras fuerzas. Me pregunto si algo puede ser fácil de hacer sin contar con la Gracia de Dios. Pero con Dios por medio, nada se pierde o se malogra. Podemos emplear los talentos que Dios nos ha dado para andar estos caminos. Casi diría que Dios nos ha dado sus dones con esta intención y no para que nos apropiemos de ellos para nuestro beneficio terrenal.

Es cierto que podemos esconder nuestros talentos y vivir lo que nos toque vivir de forma desafectada. Pero entonces ¿Qué podremos entregar a Dios cuando estemos frente a El? Devolverle los talentos sin más, es una bofetada al amor que El nos ha dado. ¿Qué frutos han dado nuestros dones? En qué ayudamos a hermanos, Iglesia, sociedad y a la creación en su conjunto.

Si es triste devolver el mismo talento que Dios nos ha dado, más triste es no tener nada que devolver. Decirle a Dios que hemos gastado su don y que no somos capaces ni de devolverlo. Decirle a Dios que nos hemos desatendido a nosotros mismos hasta rompernos.

El mundo nos llama a gastarnos a nosotros mismos olvidando lo que somos y nuestra responsabilidad con nosotros mismos, los demás y lo creado. El mundo nos grita que nos gastemos para olvidar el sufrimiento que llevamos dentro. Nos dice que lo mejor vivir sin más y morir sin más. Sin dignidad como personas, somos marionetas que viven bailando al son del mundo.

Pero la responsabilidad no es solo con nosotros mismos ¿Cuidamos todo lo que Dios nos ha legado? ¿Podemos entregar más de lo que hemos recibido de Su mano? El planeta y la sociedad que dejamos detrás de nosotros, ¿Es un poco mejor gracias a los dones de Dios que hemos empleado? En los tiempos de crisis que vivimos, la parábola de los talentos tiene más profundidad que de costumbre.

Pero ¿Cómo caminar los cinco caminos de la perfección? Dijo Cristo: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.” (Jn 14,6)

Entonces les dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. (Mt 16, 24-25)

No nada fácil entrar en los cinco caminos si no contamos con la Gracia y los dones que Dios nos ha dado. Pero tenemos esos dones y la Gracia de Dios ¿A que esperamos?

domingo, 6 de noviembre de 2011

Tened encendidas las lámparas

La oración hecha durante la noche tiene un gran poder, mayor que la que se hace durante el día. Es por eso que todos los santos han tenido la costumbre de orar de noche, combatiendo el amodorramiento del cuerpo y la dulzura del sueño, sobreponiéndose a su naturaleza corporal. El mismo profeta decía: «Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas» (Sl 6,7) mientras suspiraba desde lo hondo de su corazón con una plegaria apasionada. Y en otra parte dice: «Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios.» (Sl 118, 62). Por cada una de las peticiones que los santos querían dirigir a Dios con fuerza, se armaban con la oración durante la noche y así recibían lo que pedían.

El mismo Satanás nada teme tanto como la oración que se hace durante las vigilias. Aunque estén acompañadas de distracciones, no dejan de dar fruto, a no ser que se pida lo que no es conveniente. Por eso entabla severos combates contra los que velan para hacerles desdecir, tanto como sea posible, de esta práctica, sobre todo si se mantienen perseverantes. Pero los que se ven fortificados contra estas astucias perniciosas y han saboreado los dones de Dios concedidos durante las vigilias, y han experimentado personalmente la grandeza de la ayuda que Dios les concede, le desprecian enteramente a él y a todas sus estratagemas. (San Isaac de Siria. Sermones ascéticos)


San Isaac nos habla de orar de noche, en vigilias que se adentran en la madrugada y que se extienden hasta las primeras luces de la mañana. ¿Tenemos hoy en día la capacidad de entender este tipo de oración? Seguramente nos parezca un esfuerzo inútil. Ciertamente la oración nocturna es beneficiosa, pero hay noches que no son la ausencia de sol.  

La oración es como una vela encendida en la noche. La noche interna que todos vivimos mientras vivimos en este mundo. La oración es una vela que nos ilumina y nos permite contemplar lo que nos rodea y en lo que nos rodea encontramos a Dios. Si oramos en todo momento, la oscuridad del mal se encuentra una luz que no les es fácil superar.

¿Cuáles son los beneficios que nos indica San Isaac? ¿Serán aquellos que queramos y que incorporemos a modo de súplica? San Isaac nos dice que podemos tener esperanza “a no ser que se pida lo que no [sea] conveniente

Los beneficios que Dios nos ofrece son dones y virtudes. Dones y virtudes que nos transforman por medio de la Gracia de Dios. Una vez transformados, veremos las necesidades y caprichos del mundo, como innecesarios. Lo que sentiremos será el llamado de la santidad que es lo que realmente deberíamos pedir en todo momento: “”Por cada una de las peticiones que los santos querían dirigir a Dios con fuerza, se armaban con la oración durante la noche y así recibían lo que pedían”. Los santos saben qué pedir y Dios sabe como darles aquello que piden.

Roguemos a Dios para que nos ayude a saber pedir de corazón sus dones y virtudes. 
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