domingo, 21 de julio de 2013

Marta y María, la Iglesia diversa y armónica

Sé, pues, como María, animado por el deseo de la sabiduría; es una obra mayor y más perfecta. Que las preocupaciones del servicio no te priven de aprender a conocer la palabra celestial. No critiques, ni juzgues como holgazanes a los que vieras aplicarse a la sabiduría, porque Salomón, el pacífico, la invocó para que hiciera morada en su casa. (Cf Sb 9,10) Con todo, no se trata de reprochar a Marta sus buenos servicios, pero María tiene la preferencia, por haber elegido la mejor parte. Jesús posee muchas riquezas y las distribuye con largueza. La mujer más sabia ha escogido lo que había juzgado como más importante.

En cuanto a los apóstoles, no prefirieron dejar la palabra de Dios para dedicarse al servicio (Hch. 6,2) Las dos actitudes son obra de la sabiduría, porque Esteban, él también, estaba lleno de sabiduría y fue escogido como servidor, como diácono (Hch. 6,5.8)... Porque el cuerpo de la Iglesia es uno; y los miembros siendo diversos, tienen necesidad los unos de los otros. “El ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni la cabeza puede decir a los pies: No os necesito...” (1Cor 12,21)... Si algunos miembros son más importantes, los otros son, sin embargo, necesarios. La sabiduría reside en la cabeza, la actividad en las manos. (San Ambrosio de Milán. Comentario al evangelio de Lucas, 7, 85-86)

Este breve párrafo de San Ambrosio es especialmente clarificador en la Iglesia actual. Tenemos que fijarnos que Cristo no reprende a Marta por afanarse en cubrir las necesidades de Suyas y sus Apóstoles. Sin la acción de Marta, María no podría haber disfrutado de las Palabras de Cristo. Es evidente que son necesarias muchas Martas que atiendan a la Iglesia. Pero estas Martas no deben reclamar que las Marías dejen la mejor parte para dedicarse a lo necesario que ella tan bien realiza.

En otra ocasión Marta y María podrán intercambiar sus tareas y será Marta la que disfrute de las Palabras de Cristo. Lo que no podemos es dejar a Cristo sólo sin nadie que reciba sus palabras y comunique su sabiduría, mientras todos nos afanamos en los detalles necesarios y urgentes.

Dice San Ambrosio, apoyándose en la teología del Cuerpo Místico, que algunos miembros son más importantes, los otros son, sin embargo, necesarios. Las manos se benefician de la sabiduría que les permite actuar sobre el mundo. La cabeza, se beneficia de las acciones de las manos, yq que le permiten estar en lo que ella sabe hacer mejor. Una Iglesia diversa y en armonía es la forma de unidad más perfecta que podemos alcanzar. ¿Por qué el Señor no nos hizo homogéneos?

Hubiera sido más fácil actuar juntos si todos fuésemos capaces de todo. Sin embargo, Dios sabe hacer las cosas mejor que nosotros. El nos creó con carismas y talentos diferentes y complementarios. Precisamente estas diferencias nos señalan el camino: tenemos que colaborar con humildad y desprendimiento. Cada miembro actuando en lo que su carisma le hace idóneo, de forma la Iglesia sea un todo perfecto y armónico.

El diablo, que sabe como entorpecer, se dedica a instigar las envidias, soberbias y enojos entre nosotros. Sabe que separados y enfrentados nos desesperaremos y terminaremos por perder la Fe. La Fe necesita la unidad para ser sólida y coherente. Si la Fe se divide, la desesperación nos termina por romper interna y externamente. Una vez rotos, la caridad carece de sentido, ya que nadie está dispuesto a darla ni a recibirla. Cuando no se está dispuesto a recibir y comunicar caridad, amor y cercanía de los demás ¿Qué esperanza nos queda? Realmente poca, tristemente.

Fijémonos que San Ambrosio nos dice que seamos, todos, como María y al mismo tiempo reconoce que Marta es necesaria. Seamos María, sin dejar de ser Marta cuando la Iglesia lo necesite.


Ese es el gran misterio de la Iglesia de todos los tiempos. Igual que en el Apocalipsis se nombran siete comunidades para representar la diversidad, la Iglesia, de hoy en día, está compuesta por miles de comunidades diferentes que deben de conocerse, amarse, comprenderse, colaborar y unidas, hacer que el Reino de Dios sea una realidad día a día.

domingo, 14 de julio de 2013

¿Quién es el Buen Samaritano? Usted, yo o tal vez, El Señor

La visión que san Ambrosio nos muestra del la parábola del Samaritano merece leerse con tranquilidad. Es muy ilustrativa, actual y cotidiana:

 “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó.” (Lc 10,30) Jericó es un símbolo de nuestro mundo donde, después de haber sido expulsado del paraíso, de la Jerusalén celestial, Adán descendió... No es el cambio de lugar sino de conducta lo que originó su exilio. ¡Qué cambio!  Aquel Adán que gozaba de felicidad sin inquietud, tan pronto como descendió a los pecados del mundo, encontró a los ladrones... ¿Quiénes son estos ladrones sino los ángeles de la noche y de las tinieblas que se disfrazan a veces de ángeles de luz (2 Cor 11,14)? Empiezan por despojarnos de los vestidos de la gracia espiritual que habíamos recibido y así nos hieren. Si guardamos intactos los vestidos que hemos recibido, los golpes de los ladrones no podrán herirnos. Guárdate, pues, de dejarte despojar, como Adán, privado de la protección del mandamiento de Dios y desnudo del vestido de la fe. Por ello le alcanzó la herida mortal que hubiera hecho caer a todo el género humano, si el Samaritano no hubiese descendido a curar sus heridas.

No es un cualquiera este Samaritano. Aquel que fue despreciado por el levita y por el sacerdote, no fue despreciado por el Samaritano que descendía. “Nadie ha subido al cielo a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.” (Jn 3,13) Viendo medio muerto a este hombre, que nadie antes de él lo había podido curar, se acerca, es decir: aceptando sufrir con nosotros, se hizo nuestro prójimo y apiadándose de nosotros se hizo nuestro vecino. (San Ambrosio de Milán. Comentario sobre el evangelio de Lucas, 7,73)

Ayer estuve reflexionando un rato sobre las parábolas con que Cristo nos señala la forma en que deberíamos comportarnos y encontré que en todos los comportamientos existe un nexo común: la apertura. El corazón abierto que no se deja engañar por las apariencias. Apariencias que son, a menudo, herramientas de los Ángeles de las tinieblas que nombra San Ambrosio.

Vivimos en un mundo en el que las apariencias lo son todo. Como en la parábola, encontrarse con un necesitado nos puede llevar a cuatro actitudes diferentes:

  • Ignorancia. Fingimos no verlo. Ojos que no ven, corazón que no siente. Nos mostramos lejanos, imbuidos en nuestras propias cosas y desconectados de los demás.
  • Rechazo. Nos fastidia que existan los necesitados y les miramos con cierto desprecio. Pensamos que ellos mismos deberían se capaces de salir de la necesidad que les atenaza.
  • Ligera empatía. Sentimos que algo debemos hacer, pero delegamos las acciones en los demás. Mejor que un “experto” lo haga antes de equivocarnos. Vemos que lo que hay que solucionar son las apariencias de la necesidad, pero nos cuesta pensar en la persona que está tras la necesidad.
  • Compromiso. Nos bajamos del burro y nos acercamos a quien lo necesita sin esperar que el necesitado nos acepte o no. Ante incluso de actuar sobre la necesidad, abrimos el corazón y le comunicamos que para nosotros él/ella, es lo importante.
San Ambrosio se da cuenta del paralelismo entre el samaritano y Cristo. El, que es despreciado su propio pueblo es quien da su vida por nosotros. Primero acercándose a nosotros y mostrándonos que le importamos. Después regalándose para que el camino de nuestra salvación quedara abierto. Hay personas que dan más importancia a luchar contra las apariencias de la necesidad y se olvidan de quien hay detrás de esas necesidades. Practican el activismo que busca cambiar el mundo cambiando o creando leyes, sin cambiar el corazón de cada uno de nosotros.

Hay muchos tipos de necesidades y no nos damos cuenta que cada vez que alguien se acerca a nosotros solicitando tiempo, ser escuchado, un lugar dentro de un grupo, un poco de amistad y cercanía, está tendido en el camino tras ser apaleado por los ladrones que nos roban la Gracia de Dios.


A veces, lo fácil es alejarlos, señalando lo que nos separa como barrera infranqueable. Lo fácil es buscar la ignorancia que nos aleja del compromiso de encontrarnos con la persona que se acerca a nosotros. Si no es posible echar o alejar a la persona, nos desagrada tener que tratan con ella y atender a sus requerimientos. A veces damos un paso y sentimos empatía, lo que nos lleva a vestir a quien carece de vestido, dar de comer al hambriento y de beber al sediento. También dejamos que quien se acerca nos hable y sin llegar a escucharlo. Pero si la Gracia de Dios actúa en nosotros, abrimos el corazón y atendemos a la persona antes de nada. Después le ayudaremos a salir de la necesidad que la acongoja, porque no es un desconocido. Se ha convertido en un amigo, un hermano. 

domingo, 7 de julio de 2013

Yo evangelizo, tu evangelizas, el evangeliza…

En el bosque cercano a la capilla de Santa María de la Porciúncula, donde tenían costumbre los hermanos de retirarse para la oración, reunió a los seis hermanos que le seguían entonces y les dijo: “Queridos hermanos, entendamos bien nuestra vocación. En su misericordia, Dios no nos ha llamado solamente para nuestro provecho propio sino también para el servicio y la salvación de muchos otros. Vayamos pues, por el mundo, exhortando y mostrando a los hombres y las mujeres, por nuestra palabra y nuestro ejemplo, la penitencia de sus pecados y a acordarse de los preceptos de Dios que habían quedado en el olvido.”

Luego añadió: “No tengáis miedo, pequeño rebaño!” (Lc 12,32) tened confianza en el Señor. No os preguntéis el uno al otro: ¿Cómo vamos a predicar nosotros, ignorantes e iletrados?” Acordaos, más bien, de las palabras del Señor a sus discípulos: “Yo os digo: no seréis vosotros los que hablaréis sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros.” (Mt 10,20) Es pues, el Señor mismo quien os comunicará su Espíritu y su sabiduría para exhortar y predicar a los hombres y mujeres la senda y la práctica de sus mandamientos. (Vida de San Francisco de Asís. Anónimo de Perusa, 18)

El evangelio de hoy XIV domingo del tiempo ordinario nos hace volvernos hacia lo que el Señor espera de nosotros.

  • Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Mc 16,15)
  • Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19)

¿Por qué tenemos que evangelizar? ¿No es suficiente ir a misa y recibir los sacramentos? El mandato de evangelizar es mucho más directo e imperativo de lo que solemos pensar. Si el mismo Cristo nos llama a difundir la Buena Noticia ¿A qué esperamos?

Para olvidar la misión evangelizadora tenemos un buena cantidad de excusas: no tenemos tiempo, no sabemos hacerlo, ¿Quién somos nosotros para hacer algo que le corresponde a los curas?, “Yo cumplo con los mandamientos” y cientos de variaciones similares. Todas ellas son simples excusas, ya que se evangeliza en la misma vida cotidiana. No se trata de sacar tiempo, sino de emplear la propia vida para hacerlo. ¿Evangelizar e sólo cosa de curas? Me temo que el imperativo es para todo cristiano. Quizás la formación puede ser, en cierta forma, la excusa que mejor hay que rebatir.

Sin duda, los católicos tenemos una formación en la fe con graves carencias. La formación que hemos recibido la mayoría de nosotros, es una formación infantil y además muy sesgada a determinados aspectos. Se suele hacer mucho hincapié en los aspectos sociales y anímicos, dejando los aspectos cognitivos, espirituales y volitivos sin casi tratar. Pero la evangelización no es dar catequesis, sino testimonio personal de nuestra fe. 

Evangelizar cuando estamos llenos de dudas, es una locura. De ahí la importancia que debiera haber tenido este año de la fe y el compromiso que cada uno de nosotros ha debido de tomar para cimentar su fe y robustecerla. Pero, permítanme indicar que mirando el interés de la mayoría de nosotros, creo que no hemos avanzado demasiado.

¿Quién puede evangelizar? Aquel que no tiene dudas y puede dar testimonio creíble de su fe. No hacen falta doctorados ni masters en teología para compartir con las demás personas algo que debería ser fundamental para nosotros.

Nos permite evangelizar justo lo que los primeros discípulos de Cristo tenían en abundancia: la experiencia directa del Señor. ¿Se puede dar testimonio de alguien con el que no nos hemos cruzado en toda la vida? Evangelizar es comunicar la Buena Noticia que es Cristo. Evangelizar es comunicar cómo el encuentro con el Señor nos ha transformado y cómo puede transformar la vida de las personas que nos escuchan. Es lanzar el Kerigma como hizo Pedro tras recibir el Espíritu día de Pentecostés. Pero ¿Hemos recibido el Espíritu? Ya que como indica San Francisco, será el Espíritu quien hable por nuestra boca.

Un cristiano que no ha tenido experiencia de Cristo y que no hay recibido el Espíritu ¿Es plenamente cristiano? Preguntémonos a nosotros mismos ¿Somos plenamente cristianos? A lo mejor nuestro cristianismo es parcial o intermitente, lo que explica que no nos sintamos capacitados para evangelizar.


Es un tema para que cada uno de nosotros reflexione y se plantee lo mismo que indica San Francisco: “Yo os digo: no seréis vosotros los que hablaréis sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros.” (Mt 10,20)
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