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jueves, 27 de mayo de 2021

PROCATEQUESIS - San Cirilo de Jerusalén

Comparto la Procatequesis de San Cirilo de Jerusalén. Merece leerse completa, porque nos daremos cuenta de cuánto hemos perdido desde los primeros siglos del cristianismo. La profundidad del "Misterio Cristiano" ha quedado reducida a burbujas socio-culturales enfrentadas entre sí. Espero que les ayude a crecer y adentrarse en la Fe que realmente nos une:

1. Ya exhaláis, iluminandos (nota 1), el olor de la felicidad. Son ya flores de mayor calidad las que buscáis para tejer las coronas celestes. Ya despedís la fragancia del Espíritu Santo. Estáis ya en el vestíbulo del palacio real: Ojalá seáis también introducidos por el mismo Rey! Brotaron ya las flores de los árboles: esperemos que se dé también el fruto maduro.

Anteriormente habéis dado el nombre (nota 2), ahora se os llama a la milicia. Tened en las manos las lámparas para salir a buscar a la esposa: tenéis el deseo de la ciudad celeste, el buen propósito y la lógica esperanza. Pues es veraz el que dijo: «A los que aman a Dios todo les contribuye al bien» (nota 3). Pues Dios es generoso para hacer el bien y, por lo demás, espera la sincera voluntad de cada uno; por eso añade el Apóstol: «A aquellos que han sido llamados según su designio». Cuando existe un propósito sincero, hace que seas llamado; pero si sólo tienes dispuesto el cuerpo, pero estás ausente con la mente, perderás el tiempo.

No ir al bautismo sólo por curiosidad

2. Al bautismo se acercó también en cierta ocasión Simón Mago, pero no se sintió iluminado: y realmente bañó su cuerpo en el agua, pero no dejó que el Espíritu iluminase su corazón; el cuerpo bajó a la piscina; pero el alma no quedó sepultada con Cristo ni resucitó juntamente con él. Pongo este caso como ejemplo para que tú no caigas. Pues todo esto les sucedía a ellos en imagen (nota 4) y ha sido escrito para enseñanza de los que viven hasta el día de hoy. Que nadie de vosotros se vuelva intrigante con las cosas de la gracia para que no le turbe ningún germen de amargura. Que nadie de vosotros entre diciendo: veamos qué hacen los fieles; una vez dentro, veré lo que hacen. ¿Es que crees que verás sin que tú seas visto? ¿O es que piensas que te enterarás de lo que allí se hace, pero que Dios no escrutará tu corazón?

Entrar al banquete con el vestido apropiado

3. Se cuenta en los evangelios que alguien fue a curiosear en unas bodas, pero entró con un vestido inapropiado, se acomodó y comió. El esposo lo había permitido. Pero al ver las vestiduras blancas de todos, lo oportuno hubiera sido vestirse del mismo modo. Y realmente tomaba los mismos alimentos que los demás, pero se diferenciaba en el vestido y en la intención. Entonces el esposo, aunque magnánimo, era hombre de criterio. Y al dar una vuelta contemplando a cada uno de los comensales, ponía su atención no en el hecho de que comían sino en el modo de comportarse. Al ver a un extraño vestido con traje que no era de fiesta, le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado hasta aquí?» (nota 5) ¿Con qué vestido? ¿con qué conciencia? Pase que el portero no te lo haya prohibido por la liberalidad del dueño. Pásese también por alto que ignorabas con qué vestido era preciso entrar al banquete. Pero, una vez dentro, viste los vestidos resplandecientes de los comensales. ¿No debías haber aprendido de tus propias observaciones? ¿No debiste entrar del modo adecuado para poder salir también adecuadamente? Pero entraste de manera intempestiva y fuiste también intempestivamente expulsado. (El dueño) ordena a sus servidores: «Atadlo de pies» (nota 6), pues con ellos entró temerariamente; «atadlo de las manos», con las que no supo ponerse un vestido resplandeciente, y «arrojadlo a las tinieblas exteriores», pues es indigno del banquete nupcial. Ves lo que le sucedió a aquel hombre; mira, pues, con cautela por tus cosas.

Disponerse rectamente

4. De hecho nosotros somos ministros de Cristo y acogemos a cualquiera y, haciendo las veces de portero, franqueamos la entrada. Puede ser que entres con un alma de pecador manchada en fango. Entraste, fuiste admitido, tu nombre quedó inscrito ¿Te das cuenta del aspecto venerable de la Iglesia? ¿Ves el orden y la disciplina? ¿Ves la lectura de las Escrituras canónicas, el constante recuerdo de las personas señaladas en los catálogos eclesiásticos, el orden y la formalidad en la enseñanza. Deben instruirte tanto el respeto al lugar como la contemplación de lo que ves. Mejor si ahora sales oportunamente, para luego entrar en un momento mucho más oportuno. Si ahora entraste con el vestido interior de la avaricia, deberás volver a entrar con otro; despójate y no te cubras con el vestido que llevaste. Desvístete, te ruego, del libertinaje y la inmundicia y cúbrete con la estola resplandeciente del pudor. Yo te lo advierto antes de que entre el esposo de las almas, Jesús, y examine las vestiduras. Tienes tiempo a tu disposición: se te concede la penitencia de los cuarenta días; tienes una grandísima oportunidad de desvestirte y lavarte, y de vestirte de nuevo y entrar. Pero si te mantienes en el mal propósito de tu alma, la culpa no será de quien te está advirtiendo: no esperes recibir la gracia. Te recibirá el agua, pero no te acogerá el espíritu. Quien se haga consciente de su propia herida, recibirá un bálsamo; si alguno está caído, se levantará. Que nadie sea entre vosotros como el mencionado Simón, que no haya simulación alguna, ni interés en averiguaciones inoportunas.

La misma Iglesia purificará tu intención

5. Es posible que te guíe también otro pretexto. Alguna vez sucede que un hombre viene aquí para granjearse el amor de una mujer o algo semejante: y también puede decirse lo mismo a la inversa. Igualmente, tal vez es el siervo el que ha querido agradar a su amo, o un amigo a su amigo. Pero acepto la atracción de este cebo y te acojo, aunque vengas con una intención torcida, con la buena esperanza de que te salves. Acaso no sabías a dónde venías ni cuál era la red que te cogía. Caíste en las redes de la Iglesia: con vida serás cogido; no huyas; es Jesús quien te ha echado el anzuelo, y no para destinarte a la muerte, sino para, entregándote a ella, recobrarte vivo: pues es necesario que tú mueras y resucites, si es cierto lo dicho por el Apóstol: «Muertos al pecado, pero vivos para la justicia» (nota 7). Muere a los pecados y vive para la justicia; hazlo desde hoy.

6. Catecúmeno/Resonar: Considera con qué dignidad te regala Jesús.

Te llamaban catecúmeno porque en ti resonaba el eco de una campana exterior: oías en esperanza, pero no veías (nota 8), oías los Misterios, pero sin comprenderlos; oías las Escrituras, aunque sin entender su profundidad. Ya no es necesario hacer que nada resuene en tus oídos, pues sólo existe el sonido interior a ti: pues el Espíritu que habita en ti (nota 9) hace de tu corazón una morada divina.

Cuando oigas lo que está escrito de los Misterios, entenderás lo que ignorabas. Y no creas que lo que recibirás es de escaso valor. Pues siendo tú un hombre miserable, será Dios quien te pondrá nombre. Escucha a Pablo cuando dice: «Fiel es Dios» (nota 10). Oye el otro pasaje de la Escritura: «Dios fiel y justo» (nota 11). Viendo esto anticipadamente, el salmista dijo de parte de Dios y previendo que los hombres recibirían de Dios un nombre: «Yo dije: dioses sois e hijos todos del Altísimo» (nota 12). Pero guárdate de llevar un nombre insigne con un propósito torcido. Has entrado en la lucha, soporta el esfuerzo de la carrera; no dispones de otra oportunidad semejante (nota 13). Si lo que se te propusiese fuese la fecha de la boda, ¿acaso no te ocuparías en la preparación del banquete dejando otras cosas? ¿Serás capaz de ocuparte de lo corporal, olvidándote de lo espiritual, justo cuando estás preparando tu alma para consagrarla al esposo celestial?

Sólo hay un bautismo

7. No es posible recibir el bautismo (nota 14) una segunda o tercera vez, pues si así fuese, se podría decir: lo que salió mal una vez, lo arreglaré en otra ocasión. Pues si una vez salió mal, la cosa no admite arreglo(nota 15), pues «uno es el Señor, una es la fe y único el bautismo» (nota 16). Sólo los herejes son bautizados de nuevo cuando en realidad no se hubiese dado este bautismo.

Buena disposición de ánimo

8. Pero Dios pide de nosotros otra cosa que una buena disposición de ánimo. No digas: ¿Cómo se me perdonarán los pecados? Te respondo: con que quieras y creas. ¿Qué hay que sea más sencillo que esto? Pero si tus labios expresan el deseo, pero no lo expresa tu corazón, sábete que el que puede juzgar es conocedor de los corazones. Abandona desde este día toda maldad; que no profieras palabras gruesas con tu lengua; que no peque más tu ojo ni vague tu pensamiento entre realidades vanas.

Perseverancia en las catequesis

9. Estén prontos tus pies para las catequesis. Recibe con buen ánimo los exorcismos: al ser insuflado o exorcizado, que ello te sirva para la salvación. Piensa que el oro es algo infecto y adulterado, mezclado con diversas materias como el cobre, el hierro y el plomo (nota 17). Lo que deseamos es oro solo, pero sin el fuego no puede ser expurgado de los elementos ajenos mezclados con él: así, el alma no puede ser purificada sin los exorcismos, que son de origen divino y deducidos de las Escrituras. Tu rostro fue cubierto con un velo para que tu mente pudiese estar más atenta y para que tu mirada dispersa no hiciese que también se distrajese tu corazón. Pero aunque los ojos estén velados, nada impide que los oídos reciban la ayuda de la salvación. Pues como los que expurgan el oro soplando al fuego con finos instrumentos funden el oro que está dentro del crisol, y al avivar la llama consiguen mejores resultados (nota 18), así los exorcizados expulsan su temor gracias al Espíritu divino y hacen revivir su alma alojada en su cuerpo como en un crisol. De ese modo huye el diablo hostil, pero se asienta la salvación y permanece la esperanza de una vida eterna. El alma, liberada del pecado, obtiene la salvación. Permanezcamos, pues, en la esperanza, hermanos; esforcémonos y esperemos para que el Dios de todas las cosas, viendo el propósito de nuestra mente, nos limpie de los pecados, nos permita esperar lo mejor de nuestras cosas y nos conceda una saludable penitencia. Dios es el que ha llamado y tú el que has sido llamado.

10. Persevera en las catequesis

Aunque nuestra oratoria posterior será más amplia, que tu ánimo no decaiga nunca. Pues recibirás armas contra los poderes enemigos; recibirás armas contra los herejes, los judíos, los samaritanos y los gentiles. Tienes múltiples enemigos: recibe dardos múltiples, pues contra muchos habrás de luchar; has de aprender cómo vencer al griego, cómo luchar contra el hereje, contra el judío y contra el samaritano (nota 19). Las armas están preparadas, y está plenamente dispuesta la espada del Espíritu (nota 20). Las manos deben luchar valerosamente para combatir la batalla del Señor, para vencer a las potestades que se oponen, para que permanezcas invicto de todas las asechanzas de los herejes.

La exposición será progresiva

11. Pero te doy un consejo. Aprende lo que se diga y guárdalo para siempre. No creas que éstas son las homilías acostumbradas: son de calidad y dignas de fe. Pero si en ellas hay en un día determinado algo que no se dice, lo aprenderemos al día siguiente. Pero la doctrina, ordenadamente expuesta, acerca del bautismo de la regeneración (nota 21), ¿cuándo se transmitirá otra vez si hoy se descuida? Piensa que es tiempo de plantar árboles; si no cavamos y penetramos hasta el fondo, ¿cuándo será posible plantar otra vez de modo correcto lo que ya en una ocasión se ha plantado mal? Piensa que la catequesis es un edificio; si no cavamos y ponemos los cimientos, y si no se traba ordenada y adecuadamente la estructura de la casa, de modo que nada quede suelto o cortado y el edificio se convierta en ruinas, todo el trabajo realizado será inútil. Conviene poner ordenadamente una piedra junto a otra y situar un ángulo frente a otro; al suprimir los salientes, surgirá un edificio proporcionado. Del mismo modo, te traemos hasta aquí como las piedras de la ciencia: habrá que oír lo que se refiere al Dios vivo; lo que se refiere al juicio; es necesario oír acerca de Cristo y acerca de la resurrección. Se dicen también ordenadamente otras muchas cosas que ahora(nota 22) se mencionan de modo disperso, pero que se expondrán en su lugar adecuado. Estas cosas debes entenderlas unitariamente, relacionando en la memoria afirmaciones anteriores y posteriores. En caso contrario, el arquitecto construirá bien, pero el edificio será frágil y a punto de caer.

Guardar el secreto de lo que se escucha

12. Cuando se dé una catequesis, si un catecúmeno te pregunta qué han dicho los doctores, no cuentes nada al exterior (nota 23). Es el Misterio y la esperanza de la vida futura lo que te transmitimos. Guárdale el secreto a Aquél que te da sus dones. Que nadie te diga nunca: ¿qué mal te causa esto si también yo lo habré de aprender? Porque también los enfermos suelen pedir vino; pero si se les da cuando no se debe, se les ocasiona un delirio, con lo que se origina un doble mal: muere el enfermo y se critica al médico. Lo mismo sucede al catecúmeno que oye de quien tiene fe en los Misterios: el delirio lo padece el catecúmeno (pues al no conocer lo que ha oído, lo denigra haciéndolo objeto de burla), pero a la vez el fiel es condenado como traidor. Tú ya estás en la divisoria (nota 24); procura no hablar de modo temerario. No es que lo que se dice sea indigno de ser contado, sino que ciertas cosas no deben ser confiadas a algunos. También tú fuiste catecúmeno, y no te contaba lo que yo aquí decía; cuando conozcas por tu experiencia la sublimidad de lo que se enseña, entonces entenderás claramente que los catecúmenos no deben oír todavía todo eso.

Estar atentos a todos los detalles

13. Todos los que os habéis inscrito habéis sido engendrados como hijos e hijas de una misma madre (nota 25). Cuando entréis poco antes del momento de los exorcismos, hable cada uno de vosotros lo referente a la piedad. Y mirad si falta alguno de vosotros. Cuando se te invita a un banquete, ¿es que no esperarás a quien está invitado juntamente contigo? Y si tienes un hermano, ¿acaso no buscarás lo que es bueno para ese hermano? No indagues después lo que no te atañe, ni te intereses por lo que sucede en la ciudad o en el pueblo, ni por lo que hacen el emperador, el obispo o el presbítero. Mira hacia arriba: es lo que pide tu «kairós»(nota 26). ¡Basta ya; sabed que yo soy Dios! (nota 27). Si ves a algunos fieles ociosos y libres de preocupaciones, es porque se sienten seguros, son conscientes de lo que han recibido y tiene la gracia consigo. Tú estás todavía en la duda de si serás o no admitido; no imites a los despreocupados (nota 28), pues no debes abandonar el temor.

14. Cuando se haga el exorcismo, mientras se acercan los que han de recibirlo, estén juntos los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres. Hago referencia con esto al arca de Noé, en la cual estaban Noé y sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos (nota 29). Y aunque una era el arca, con su puerta cerrada, todo se dispuso con decencia. Igualmente, aunque la iglesia esté cerrada y todos vosotros dentro, esté todo separado para que estén los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres, de modo que lo que quiere ser ayuda para la salvación no se convierta en ocasión de perdición. Pues aunque sea hermoso sentarse unos junto a otros, debe quedar lejos el peligro de turbación. Y entonces, sentados los hombres, tengan algún libro útil en las manos. Que uno lea y el otro escuche. Si no tienen libro, uno ore y el otro hable algo útil. Esté también agrupado el conjunto de las vírgenes, que deben salmodiar o leer, pero en silencio: deben hablar los labios, pero no debe llegar la voz a oídos ajenos. No tolero que la mujer hable en la asamblea (nota 30). y la casada actúe también de modo semejante: que ore y mueva sus labios, pero no se oiga su voz, imitando lo dicho por Samuel de que del alma estéril brote la salvación de Dios benévolos (nota 31), pues a eso es a lo que se refiere Samuel.

Mantener el interés

15. Veré el interés de cada hombre y la piedad de cada mujer. Inflámese la mente de piedad, puesto que cada alma será moldeada. Humíllese y macháquese la dureza de la infidelidad, despréndanse las escorias superfluas del hierro quedando sólo lo que es puro: que se pierda la herrumbre para que aparezca el material noble. Que Dios os muestre en alguna ocasión aquella noche y las tinieblas convertidas en luz de las que se dice: «Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día» (nota 32). A cada uno de vosotros se le abrirá entonces la puerta del paraíso(nota 33). Entonces gozaréis de las aguas llenas de fragancia y que os traen a Cristo. Que percibáis entonces la llamada de Cristo y la fuerza de las realidades divinas (nota 34). Mirad ya ahora hacia arriba con los ojos abiertos de la mente: contemplad en vuestro ánimo los coros de los ángeles, al Padre señor de todas las cosas en su trono, al Hijo unigénito sentado con él a su derecha y al Espíritu presente junto a ellos, y a los tronos y dominaciones como siervos. E imaginad que cada uno de vosotros ya haya conseguido la salvación. Vuestros oídos lo habrán escuchado: desead oír aquella voz hermosa con que os aclamarán los ángeles al recibir vosotros la salvación: «¡Dichoso el que es perdonada su culpa, y le queda cubierto su pecado! (nota 35). Entraréis entonces como astros de la Iglesia resplandecientes en vuestro cuerpo y en vuestra alma.

Exhortación al proceso en el que se va a entrar

16. Y realmente es algo grande el bautismo de que hablamos: rescate de los cautivos, perdón de los pecados, muerte del pecado, nuevo nacimiento del alma, vestidura luminosa, santo sello imborrable (nota 36), vehículo al cielo, delicias del paraíso, medio para el Reino, don de la adopción como hijos. Por lo demás, ten en cuenta que el dragón observa junto al camino a quienes pasan: procura que no te muerda por tu infidelidad; él ve a los muchos que se salvan y busca a quien devorar (nota 37). Te acercas al Padre de los espiritus (nota 38), pero es necesario pasar por aquel dragón. ¿Cómo le evitarás? Calza tus pies con el celo por el evangelio de la paz (nota 39), para que, aunque te clave el diente, no te hiera: ten la fe en tu interior y una esperanza firme. Cálzate bien para que entres hasta el Señor aunque el acceso esté ocupado por el enemigo (nota 40). Prepara tu corazón para recibir la enseñanza y para la participación en los santos Misterios. Ora frecuentemente para que Dios te regale con los Misterios celestes e inmortales, y no le dejes ni de día ni de noche. Y cuando el sueño se aparte de tus ojos, que tu mente se ocupe en la oración. Si ves que algún torpe pensamiento asalta tu alma, que te ayude la idea del juicio, que te recordará la salvación; ten ocupada tu mente en aprender para que olvide los pensamientos depravados. Si ves a alguien diciéndote: ¿Entrarás allí para bajar al agua? ¿Acaso no tiene baños la nueva ciudad? (nota 41), sábete que el dragón marino maquina estas cosas contra ti (nota 42); no atiendas a las voces de quienes te hablen, sino al Dios que actúa (nota 43). Guarda tu alma para que no puedas ser cogido por artimañas, de modo que, manteniéndote en la esperanza, llegues a ser heredero de la salvación eterna.

17. En verdad anunciamos y enseñamos estas cosas en cuanto hombres: no construyáis este edificio nuestro con heno, pajas y rastrojos, para evitar sufrir daño si llega a arder. Haced la obra con oro, plata y piedras preciosas (nota 45). Yo te lo digo, pero es a ti a quien toca poner manos a la obra, que es Dios quien debe rematarla. Afirmemos nuestra mente, pongamos en tensión nuestra alma, preparemos el corazón: nos va en ello la vida, pues esperamos las realidades eternas (nota 45). Pero poderoso es Dios (que ha escrutado vuestros corazones y ha percibido quién es veraz y quién es falso) como para proteger al sincero y hacer fiel al hipócrita y al simulador. Pues Dios puede hacer fiel al infiel con tal de mostrarle el corazón.

Que sea él quien borre el protocolo que existe contra vosotros (nota 46) y que se olvide de vuestros anteriores delitos, alistándoos en la Iglesia y haciéndoos soldados suyos mientras os ciñe las armas de la justicia: que os llene de las realidades celestiales de la nueva Alianza y os conceda eternamente el sello imborrables (nota 47) del Espíritu Santo: en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos (nota 48). Amén.

================ NOTAS ================

1. Se prefiere la traducción «iluminandos», los que han de ser iluminados, por responder al sentido de la ex- presión griega, ser traducción literal de la versión latina y referirse de hecho a quienes con el bautismo en la próxima Pascua habrían de recibir la máxima iluminación de su vida. La expresión es frecuente entre los Padres para designar a quienes recibirían en pocas semanas (por ejemplo, en la siguiente Pascua) el bautismo.
2. Referencia a la inscripción del nombre, requisito previo al comienzo de las catequesis cuaresmales sobre el credo.
3. Cf Rom 8,28.
4. 1 Cor 10,6.
5. Mt 8,28.
6. Mt 22,13.
7. Cl Rom 6,11,14, cf. 1 Pe 2,24.
8. El original griego es más expresivo, pero la traducción necesariamente ha de traicionar el sentido exacto. El griego «catecúmeno» viene del también griego «echos», eco. En realidad, semánticamente, catecúmeno es aquél en quien se hace resonar un eco. Catequesis, sustantivo abstracto, es la acción de que algo resuene en el interior del oyente. La resonancia es aquí la del anuncio del mensaje de la salvación en Jesucristo.
9. Cf. Rom 8,9.11; I Cor 1,9.
10. Cf I Cor 1,10.
11. Dt 32,4.
12. Sal 82,6.
13. Como «oportunidad» se traduce kairós; el tiempo oportuno de la salvación (Cf. 2 Cor 6,2). Con ello, el periodo catequético a que se va a dar comienzo es presentado como una extraordinaria posibilidad de salvación para el catecúmeno.
14. Bautismo, griego aquí loutrón, lavado.
15. Con todo esto la afirmación fundamental es que el bautismo no puede repetirse.
16. Ef 4,5
17. Cf. Ez 22,18.
18. Cf catequesis 16, n. 18; cf infra, núm. 15.
19. Las cuatro clases de enemigos representan maneras diferentes de oponerse religiosamente o ideológicamente a la verdad del Evangelio.
20. Cf Mt 26, 41; Ef 6,17.
21. peri toû loutroû tês palingenesías, liter. «acerca del lavado de la regeneración» o, quizá incluso mejor, acerca del «nuevo nacimiento» o del «nuevo ser dado a luzc». Por primera vez en las catequesis se afirma que el bautismo es un lavatorio en el que el hombre nace de nuevo.
22. En las homilías de costumbre mencionadas más arriba.
23. ARCANO/Disciplina del: Cf cat. 5,12 y cat. 6,29. Cirilo considera que es muy distinta la situación del catecúmeno y del iluminando. Se trata, de acuerdo con lo que se dijo en la introducción, de una etapa diferente, pues en el plazo que va desde el comienzo de la cuaresma hasta el tiempo pascual fueron pronunciadas estas catequesis, que intentan proporcionar una vivencia (y un conocimiento) de los Misterios más íntimos de la fe. La imposición de no contar nada fuera no hace más que poner en práctica la disciplina del arcano. En el fondo se admite que incluso quien está comenzando a ser catequizado de cara a la iniciación cristiana, no es capaz de asimilar vitalmente en este momento lo que será el contenido de las catequesis de esta última cuaresma y del tiempo pascual.
26. Cf. más arriba, nota 13, Cf. además sobre el kairós los vocabularios y manuales de teología bíblica.
27. Sal 26,11 .
28. Cirilo es plenamente consciente de que el que dejará de ser catecúmeno y pasará al grupo de los que tienen fe es mucho lo que se está jugando. Una vez que uno es «fiel» (tiene fe), puede descansar en esa fe. Pero el que no ha recibido el bautismo no debe vivir en la despreocupación. La edición de Migne PG 33,354, nota 9, comenta: «No culpa Cirilo a los fieles porque estén sin preocupaciones. Dice solamente que, una vez recibido el bautismo, están ya libres de la preocupación que acerca de su futuro debe existir en el todavía no bautizado».
29. Cf Gén 7,9.
30. Cf 1 Tim 2,12; 1 Cor 14,34.
31. Referencia al episodio de la súplica de Ana, I Sam I, 10 ss.
32. Sal 139,12.
33. Vid., cat. 19, n. 9.
34. Vid. cat. 3, núms. 3 y 13.
35. Sal 32,1. Cf Sal 65, 3b-4: «Hasta ti toda carne viene con sus obras culpables; nos vence el peso de nuestras rebeldías, que tú las borras».
36. BAU/CARACTER: Por «sello» se traduce la expresión griega sfragis, de donde los teólogos deducirán más tarde la doctrina del «carácter» sacramental, que expresa, aplicado al bautismo y con los matices propios de este sacramento, que quien se hace bautizar es propiedad de aquel que le ha sellado, Jesucristo. Con el «carácter» se expresa también una garantía de la salvación recibida en el bautismo. Cf al respecto, además de los tratados sobre los sacramentos del bautismo, confirmación y orden, también los diccionarios bíblicos: art. Sello, en X. LEON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, Barcelona, ed. revisada, 1973, 841-842.
37. Cf. 1 Pe 5,8.
38. Hebr 12,9 contrapone, todo el versículo, la situación anterior al encuentro con Jesucristo, que supuso el co mienzo del catecumenado, y la nueva realidad en que se está a punto de entrar al culminar la iniciación cristiana: «Además, teníamos a nuestros padres según la carne, que nos corregían, y les respetábamos. ¿No nos someteríamos mejor al Padre de los espíritus para vivir?» Cf Núm 27,16; 2 Mac 3,24 habla de Dios como «el Soberano de los Espíritus y de toda Potestad».
39. Cf. Ef 6,15 (y su contexto).
40. Cf. cat. 1, núm. 5.
41. Se refiere a baños públicos construidos entonces recientemente en la ciudad de Jerusalén. En cualquier caso, la pregunta está pensada como una posible burla hacia el candidato al bautismo de parte de quienes pensaran que, no siendo el bautismo nada superior a los baños humanos, la ciudad tenia mejores instalaciones que las piscinas bautismales de las iglesias. La expresión supone el bautismo de inmersión.
42. DRAGON-MARINO/SATANÁS: Sin entrar ahora en mayores detalles, cf, sobre «el dragón marino», las alusiones de Is 27,1, Jb 3,8, Apoc 12,3 (donde el «gran Dragón rojo» es referencia a Satanás). Cf. también Gén 3,15, en el contexto del primer anuncio del Evangelio. Por eso la afirmación aquí de Cirilo lleva adjunto el anuncio de un Dios en definitiva victorioso frente al diablo como enemigo personal del hombre.
43. Cf. cat. 3, n. 3; cat., 17, n. 35.
44. Cf. 1 Cor 3 12-15.
45. Cf. cat. 1, n. 5.
46. Cf Col 2,14; «Canceló la nota de cargo que habia contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables...».
47. Cf. lo dicho en nota 36.
48. La edición de las catequesis en PG 33 contiene un nota final «al lector», cuyo texto señala: «Estas catequesis a los que han de ser iluminados muéstralas a los que han de recibir el bautismo y a los que ya lo recibieron. Pero no se las entregues en modo alguno a los catecúmenos y a los que no sean cristianos, pues en caso contrario habrás de dar cuenta a Dios. Y si sacas copia de un ejemplar de las mismas, hazlo como en la presencia de Dios» (PG 33, 365-366).


domingo, 18 de mayo de 2014

Yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios. San Agustín

En el evangelio de hoy, Cristo se nos revela como Camino, Verdad y Vida. Camino hacia el Padre, Verdad que se revela a nosotros y Vida que se nos ofrece en abundancia. Es terrible pensar cómo fue posible que Dios se hiciera como nosotros y nos hablara directamente. La misma creación tuvo que resonar cada vez que Cristo hablaba, dando testimonio de que esas Palabras eran la Verdad hecha carne.

Mientas, nosotros seguimos con nuestras soberbias y nuestros remilgos. Nos cuesta aceptar que Dios es Dios y que nosotros somos seres limitados. San Agustín habla sobre esta realidad en sus Confesiones:

Y buscaba yo el medio de adquirir la fortaleza que me hiciese idóneo para gozarte; ni había de hallarla sino abrazándome con el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos, el cual clama y dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida, y el alimento mezclado con carne (que yo no tenía fuerzas para tomar), por haberse hecho el Verbo carne, a fin de que fuese amamantada nuestra infancia por la Sabiduría, por la cual creaste todas las cosas. Pero yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios, ni sabía de qué cosa pudiera ser maestra su flaqueza. Porque tú, Verbo, Verdad eterna, trascendiendo las partes superiores de tu creación, levantas hacia tí a las que le están ya sometidas, al mismo tiempo que en las partes inferiores se edificó para sí una casa humilde de nuestro barro, por cuyo medio abatiera en sí mismo a los que había de someterse y los atrajese a sí, sanándoles el tumor y fomentándoles el amor, no sea que, fiados en sí, se fuesen más lejos, sino, por el contrario, se hagan débiles viendo ante sus pies débil a la divinidad por haber participado de nuestra túnica de pelo, y, cansados, se arrojen en ella, para que, al levantarse, ésta los eleve. (San Agustín, Las confesiones VII,  18,24)

Muchas veces queremos ser nosotros quienes transformemos la sociedad con nuestras limitadas fuerzas. Incluso llegamos a querer transformar la propia Iglesia a nuestro gusto. Es curioso cómo la santidad se muestra como la fuerza más indomable de todas y que esta fuerza no se deba a quien es santo, sino a Dios que se manifiesta a través suya.

Personalmente me gusta utilizar el símil de una herramienta, para referirme a lo que deberíamos ser. La herramienta es la que permite al artista crear su obra de arte, pero por sí sola no es capaz de nada. Si una herramienta se levantara por si sola, únicamente podría crear caos en torno suya. El mal que hacemos al intentar vivir apartados de Dios no es un mal consciente, sino la evidencia de que no es posible que una herramienta suplante al artista.

El artista ama a sus herramientas. Las limpia, las afila, les lija la herrumbre y las guarda entre finas telas. Sin duda las herramientas podrían pensar en la crueldad del trato que realmente las conserva y las prepara para sufrir durante la obra del creador. Si una herramienta se revela en la mano del artista, seguramente produzca en error en el plan de la obra maestra. Pero el artista, una vez visto el error, es capaz de utilizarlo y transformarlo en parte de la belleza de su obra maestra. Esta es nuestra esperanza, que incluso si el corazón se nos endurece, Dios es capaz de sacar bien del mal que hemos producido. A veces este bien supera al que antes estaba previsto. El arte del artista hace ese milagro ante los ojos atónitos de quienes le ven trabajar.

Como cristianos, formamos parte de un maravilloso grupo de herramientas que Cristo ha dispuesto: la Iglesia. A veces estamos todas a las órdenes del Señor, otras veces nos da por caminar independientemente del plan de Dios. Entonces aparece la desesperanza, las depresiones, las ansiedades y la necesidad de encontrar aire fresco en nuestra vida. Si somos fieles y dóciles herramientas en manos de Dios, encontraremos a Dios en todas partes y en todos los hermanos que están junto a nosotros.


Cristo “edificó para sí una casa humilde de nuestro barro, por cuyo medio abatiera en sí mismo a los que había de someterse y los atrajese a sí, sanándoles el tumor y fomentándoles el amor, no sea que, fiados en sí, se fuesen más lejos” La humildad conlleva un sacrificio del que normalmente no tenemos conciencia: abajarnos y abrir las puertas de nuestro corazón.

domingo, 11 de mayo de 2014

El Redil y la ovejas tienen mucho que decir

El evangelio de hoy domingo es especialmente bello por dos causas: por las imágenes simbólicas que utiliza Cristo y por el mensaje que transporta dentro de ellas. Pero no es fácil adentrarse en estas imágenes y comprender más allá de la superficie de las mismas. Para adentrarse en ellas hay que ejercitarse en la mística, que no es más que la puerta al Misterio revelado por Dios a través de Cristo. En pleno siglo XXI los símbolos se han vuelto oscuros por dentro, mientras que su superficie está llena de los colorines de lápices de colores.

El símbolo es un conocimiento que cautiva precisamente porque mantiene unidos de forma no violenta y libre, lo concreto y lo absoluto. Atrae  de forma similar a una invitación, una propuesta que suscita interés: que fascina, pero deja espacio para a la posibilidad de no responder. Cuando se habla de símbolo, se habla de unidad y al mismo tiempo, espacio, distancia y posibilidad de decir no. Es lo que expresa de modo muy sugestivo Efrén el Sirio en muchos de sus himnos, al hacer ver que se debe considerar la abundancia de tipos y símbolos que se encuentran por el mundo, no como pruebas que fuercen la adhesión a Dios; sino más bien como invitaciones que ofrecen la posibilidad de adquirir conocimiento de la realidad divina. La decisión de aceptarlos o no, se deja la libertad humana: aceptar es siempre una decisión guiada por la libertad de la fe y no por la obligación de la prueba. La Gracia no se impone nunca por la fuerza. (Marko. I. Ruponik. La fe como respuesta al Salvador. Teología de la Evangelización desde la Belleza)

¿Qué podemos encontrar en la parábola del redil que nos pueda parecer oscuro y complicado de comprender. Los símbolos a veces esconden mucho detrás de lo evidente y superficial. Entonces si Cristo dice “Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz” nosotros somos tan tercos que elegimos el camino contrario al que el Señor nos señala. San Agustín se planteó esto y no le fue fácil encontrar la respuesta:

¿Por qué dije que aquí había una cuestión más profunda? ¿Qué hay aquí oscuro o difícil de entender? Os ruego que me escuchéis. Sabéis que vino Nuestro Señor Jesucristo, que predicó; su voz, más que ninguna otra, era la voz del pastor, salida de la misma boca del pastor. Si la voz de los profetas era la voz del pastor, ¿cuánto más lo sería la pronunciada por la lengua misma del pastor? Pero no todos la escucharon. ¿Hemos de pensar que eran ovejas todos cuantos la oyeron? La oyó Judas, y era un lobo; le seguía, pero, cubierto con la piel de oveja, maquinaba contra el pastor. Algunos de los que crucificaron a Cristo no la oyeron, y eran ovejas; pues a éstos los veis entre las turbas cuando decía: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que Yo Soy. ¿Cómo se resuelve esta cuestión? Oyen las que no son ovejas, y las ovejas no oyen. Siguen la voz del pastor algunos lobos, y algunas ovejas le contradicen, y, finalmente, las ovejas dan muerte al pastor. Vamos a resolver la cuestión. Dirá alguno que, cuando no oían, no eran aún ovejas; que entonces eran lobos; pero su voz oída los cambió, y de lobos los hizo ovejas; y cuando se convirtieron en ovejas, oyeron al pastor, le hallaron y le siguieron; esperaron las promesas del pastor porque cumplieron sus mandatos. (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 45, 10)

La cuestión que plantea San Agustín no es pequeña ¿Somos realmente ovejas del Señor? Si lo fuéramos, reconoceríamos su voz e ignoraríamos las voces de los embaucadores de turno. ¿Por qué nos atraen tantas voces extrañas?

Seguramente se debe a que somos como la oveja perdida. No terminamos de darnos cuenta de Quien es el que cuida de nosotros y desconfiamos de que nos oculte algo. Juzgamos a los demás y a Dios mismo a través de nuestras limitaciones y errores. Quien desconfía es que sabe que el mismo no es de fiar. Cuando juzgamos a los demás y a Dios mismo, estamos diciendo más de nosotros de lo que creemos.

Como ovejas perdidas, las tentaciones nos acorralan con facilidad, mientras el pastor sigue adelante con el fiel rebaño. Afortunadamente el Pastor sabe que las ovejas perdidas somos las que más lo necesitamos y se cuida de tenernos vigiladas mientras nosotros le dejemos hacerlo. Muchos de nosotros preferimos dejar al Pastor lo más lejos posible, ya que creemos que la libertad es precisamente eso. No nos damos cuenta que la libertad no es elegir lo contrario o conservar siempre la posibilidad de elegir. La verdadera libertad consiste en elegir el camino correcto y comprometerse a seguir al Pastor minuto a minuto.


Como indicaba Marko I. Rupnik, lo maravilloso de los símbolos es que podemos elegir quedarnos en la superficie o zambullirnos de lleno en los Misterios que transportan. Dependerá de nosotros seguir al Señor hasta dentro del símbolo o quedarnos en la superficie viendo los bonitos colores que le hemos puesto a su cáscara. 

domingo, 4 de mayo de 2014

Esperabais. ¿Ya no esperáis? San Agustín

Seguramente usted y yo nos sintamos creyentes de fe consolidada y nos cueste entender como los Discípulos fueron incapaces de reconocer al Señor, que se unió a su paseo durante unas cuantas horas. Nos preguntamos ¿Cómo podían estar tan ciegos e incapacitados para darse cuenta de algo tan evidente? Lo triste es que a todos nos sucede lo mismo y además, no nos damos cuenta la mayoría de las veces.

Una vez crucificado el Señor, habían perdido la esperanza; así resulta de sus palabras cuando él les dijo: ¿Cuál es el tema de conversación que os ocupa? ¿Por qué estáis tristes? Ellos contestaron: ¿Sólo tú eres peregrino en Jerusalén, y no sabes lo que allí ha acontecido? Y él: ¿Qué? Aun sabiendo todo lo referente a sí mismo, preguntaba, porque quería estar en ellos. ¿Qué?, preguntó. Y ellos: Lo de Jesús de Nazaret, que fue un varón profeta, poderoso en palabras y obras. Cómo lo crucificaron los jefes de los sacerdotes, y he aquí que han pasado ya tres días desde que todo esto su cedió. Nosotros esperábamos. Esperabais; ¿ya no esperáis? ¿A eso se reduce todo vuestro discipulado? Un ladrón en la cruz os ha superado: vosotros os habéis olvidado de quien os instruía; él reconoció a aquel con quien estaba colgado. Nosotros esperábamos. ¿Qué esperabais? Que él redimiría a Israel. La esperanza que teníais y que perdisteis cuando él fue crucificado, la conoció el ladrón en la cruz. Dice al Señor: Señor, ¡acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Ved que era él quien había de redimir a Israel. Aquella cruz era una escuela; en ella enseñó el Maestro al ladrón. El madero de un crucificado se convirtió en cátedra de un maestro. Quien se os entregó de nuevo, devuélvanos la esperanza. Así se hizo. Recordad, amadísimos, cómo Jesús el Señor quiso que lo reconocieran en la fracción del pan aquellos que tenían los ojos enturbiados, que les impedían reconocerlo. Los fieles saben lo que estoy diciendo; conocen a Cristo en la fracción del pan. No cualquier pan se convierte en el cuerpo de Cristo, sino el que recibe la bendición de Cristo. Allí lo reconocieron ellos, se llenaron de gozo, y marcharon al encuentro de los otros; los encontraron conociendo ya la noticia; les narraron lo que habían visto, y entró a formar parte del evangelio. Lo que dijeron, lo que hicieron, todo se escribió y llegó hasta nosotros. (San Agustín. Sermón 234, 2)

Los discípulos de Emaus desesperaban ¿Cuándo desesperamos nosotros? Cuando esperamos que el Señor nos quite los problemas de nuestra vida y  no desaparecen. Los judíos esperaban un mesías que les devolviera el control sobre su destino como país y el Mesías de verdad era muy diferente. Fue un Mesías que no les enseño cómo vencer a los romanos. Las escuela de Cristo fue la Cruz. Como dice San Agustín “Aquella cruz era una escuela; en ella enseñó el Maestro al ladrón. El madero de un crucificado se convirtió en cátedra de un maestro”. La Cruz es una escuela y no siempre la entendemos como tal. Una escuela en la que Cristo se coloca entre nosotros  en igualdad de condiciones de sufrimiento. Cristo no se sacó del sufrimiento a si mismo ni al Buen Ladrón. Esperó y espera, a que le reconozcamos para ofrecernos su misericordia.

Cristo acompañó a los dos discípulos de Emaus sin desvelar quien era, lo que podría parecernos cruel. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no se reveló y permitió que estas dos personas sintieran directamente la esperanza? Permitió que el sufrimiento por la pérdida del Maestro continuase hasta que le reconocieran. Curiosamente, desapareció en el mismo momento en que le reconocían a través de la fracción del pan: la Eucaristía. No fue su cuerpo o su voz lo que hizo posible el cambio de la desesperación a la esperanza, sino un signo que rompió la ceguera de estas dos personas. La esperanza hizo que reaccionaran con fuerza. Corrieron a contar lo que les había sucedido. No se callaron temerosos de que les reconocieran como discípulos de un ajusticiado. Podríamos ponernos en el lugar de esos dos discípulos y pensar si nuestra actitud es la del buen ladrón, abierto al perdón de Dios o nos parecemos a quienes no son capaces de reconocer a Cristo en los signos que nos ofrece. ¿Somos suficientemente limpios de corazón para ver a Dios? Por desgracia somos muy parecidos a Santo Tomás y necesitamos de evidencias que refuercen nuestra fe.

Hay un prueba evidente de a quien nos parecemos más. ¿Corremos hacia los demás a contarles que Cristo está vivo y que vive para siempre entre nosotros? ¿Realmente tenemos la certeza de que Cristo está junto a nosotros, sufriendo con nosotros y ofreciéndonos constantemente un sentido para todo el sufrimiento que portamos con nosotros?


Para muchos de nosotros, Cristo es un personaje lejano y casi mítico. Un modelo que admirar, pero que no vale la pena seguir. El sufrimiento de Cristo parece innecesario e inhumano, por lo que nuestro sufrimiento tampoco tiene sentido alguno. En al medida que seamos capaces de reconocer a Cristo y tener conciencia de que sufre junto a nuestro sufrimiento, encontraremos un sentido a todo aquello que tenemos que vivir.

martes, 15 de abril de 2014

¿Tiene sentido la Cruz? San Cirilo de Jerusalén


La Semana Santa es un momento adecuado para reflexionar sobre la muerte de Cristo y nuestra propia vida. Muchas personas se preguntan sí era realmente necesario que Dios ofreciera a su propio Hijo y permitiera que padeciera como padeció. En una sociedad que se escandaliza del sufrimiento y huye del dolor, no es extraño que estas ideas aparezcan como una evidencia de la crueldad de Dios y de la falsedad de todo el relato evangélico.

Pero esto no es nuevo. El Domingo de Ramos pudimos escuchar en el Evangelio, algunos de los comentarios que hacían personas que presenciaban la crucifixión:

Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!". De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios". También lo insultaban los ladrones crucificados con él. ” (Mt 27, 39-44)

Este pasaje nos recuerda directamente a las tentaciones que Cristo tuvo que soportar antes de iniciar Su vida pública. Pulse para seguir leyendo...

domingo, 13 de abril de 2014

¿Quien conduce la comitiva del Domingo de Ramos?

Es domingo de Ramos, día de gozo y alabanza. Día en que celebramos la entra jubilosa de Cristo en Jerusalén. Muchas veces me he imaginado la muchedumbre gritando y festejando que el Mesías de Israel estaría presente en la Ciudad Santa, llenos de esperanzas e incertidumbres.

En este tipo de ocasiones festivas es fácil que alguien se “cuele” delante de la comitiva y parezca que el homenajeado es el y no Cristo. De la misma forma, a veces nosotros nos podemos delante del desfile que da gloria al Señor queriendo ser nosotros quienes recibamos los aplausos y las palmas que no merecemos.

Es la actitud del Fariseo que se coloca en el Templo delante de todos, queriendo demostrar que es merecedor de todas las glorias y alabanzas de las personas que han ido a orar a Dios. Mientras, el Publicano se queda detrás para que nadie lo viera y se da golpes de pecho solicitando la misericordia de Dios.

Muchas veces queremos ser nosotros quienes decidamos hacia donde debe caminar esa maravillosa comitiva que es la Iglesia peregrina. Decimos lo que nos parece bien o nos parece mal, ya que tenemos razones para ello. No cabe duda que las razones están allí, pero ¿Realmente merecemos estar delante de la comitiva intentando olvidar que Cristo es el verdadero centro de nuestra vida y de la Iglesia?

Sobre todo cuando la incertidumbre nos golpea, el mejor lugar para orar a Dios es detrás, donde nadie nos ve ni nos atienden. En ese diálogo no estamos solos ya que Dios se acerca a nosotros para aceptar que no podemos más o que nos sentimos sobrepasados. Nos sabemos pecadores y notamos la pesada carga sobre nuestros hombros:

Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra. Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile. Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el último momento. Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia. (San Juan Damasceno. Declaración de la fe, capítulo 1)

La Iglesia no irá donde nosotros queramos, sino hacia el lugar que Cristo tiene establecido. La Divina Providencia siempre consigue que caminemos hacia Cristo y no hacia donde nuestros deseos personales desean ir. De nada sirve ponernos a la cabeza de la comitiva con un gran cartel, ya que es a Cristo a quien seguimos.

Incluso en los peores momentos de la historia de la Iglesia, los santos han conseguido que no nos olvidemos de quien está sobre el burro blanco y quienes, tan solo, seguimos el camino marcado por Él. Existe una breve oración llamada Trisagio, que se suele cantar en griego, que recoge muy bien lo que el Publicano pudo orar apartado de la vista de todos los demás:

Agios O Theos
Agios Iskyros
Agios Athanatos, eleison imas.

Santo Dios.
Santo Fuerte.
Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros.


Dejemos que quien quiera diga que es él quien sabe hacia donde irá la iglesia y concentrémonos en orar al Señor al que seguimos este Domingo de Ramos. Misericordia Señor.

domingo, 6 de abril de 2014

Sacramentos: comunión invisible de la gracia y unidad

Los cristianos llevamos padeciendo el mal de la desunión desde muy pronto en nuestra historia. El enemigo sabe sembrar dudas, desconfianza, envidias y soberbias que nos alejan unos de otros. Fomenta que construyamos Torres de Babel para alcanzar a Dios con nuestras propias fuerzas. Como el episodio bíblico original, la división de lenguas termina destruyendo con cualquier teodisea que emprendamos. Tras el fracaso, desesperados, solos y rotos, somos perfectos transmisores de la cadena del pecado.

Pero no por conocido y sabido, dejamos de sufrir por estas separaciones, alejamientos y divisiones. El P. Raniero Cantalamessa ha utilizado la inspiración de San Agustín para tratar este tema en la segunda predicación de esta cuaresma. Tomo un párrafo que me parece especialmente certero:

La pertenencia plena a la Iglesia exige las dos cosas juntas: la comunión visible de los signos sacramentales y la comunión invisible de la gracia. Pero ésta admite grados, por lo que nada dice que se debe estar por fuerza dentro o fuera. Se puede estar en parte dentro y en parte fuera. Hay una pertenencia exterior, o de los signos sacramentales, en la que se sitúan los cismáticos donatistas y los malos católicos mismos y una comunión plena y total. La primera consiste en tener el signo exterior de la gracia (sacramentum), pero sin recibir la realidad interior producida por ellos (res sacramenti), o en recibirla, pero para la propia condena, no para la propia salvación, como en el caso del bautismo administrado por los cismáticos o de la Eucaristía recibida indignamente por los católicos. (P. Raniero Cantalamessa. 2º predicación de Cuaresmal, 2014)

Si preguntamos sobre la unidad de la Iglesia a cualquier fiel que asista a misa con asiduidad, dudo que nos respondiera que uno de los dos pilares fundamentales son los signos sacramentales que compartimos. Que poca importancia damos a los signos sacramentales hoy en día.

Esto se evidencia en la tremenda diversidad de formas que tenemos a la hora de vivir estos signos en nosotros y en comunidad. Pensemos en cualquier sacramento y reflexionemos sobre qué significa el signo que imprime en nosotros por medio el los santos oleos o la imposición de manos.

¿Por qué nos signamos? Somos marcados para diferenciarnos y para reconocernos. Diferenciarnos de nosotros mismos antes de ser signados y reconocernos, unos a otros, como parte de una misma Iglesia. No una Iglesia de santos perfectos, sino una Iglesia de pecadores que transitan el mismo camino por medio de la Gracia de Dios. Si no reconocemos los signos que señalan un antes y un después en nosotros, cómo pretendemos vivir la posterior comunión invisible de la gracia. El sacramento es una puerta a la acción de la Gracia de Dios en nosotros.

Cuando un signo se imprime en un ser humano, este ser humano tiene la posibilidad de convertirse en símbolo de lo que el signo representa. Les pongo un ejemplo. Si un médico lleva un signo que lo diferencia y nos permite reconocerlo, el hecho de ver el signo nos lleva a sentir y saber que es una persona con capacidad de curarnos o atendernos. El médico que lleva un signo de lo diferencie lleva la esperanza a quienes necesitan de su conocimientos y habilidades. El momento en que termina sus estudios y recibe la capacidad de portar el signo, es el momento en que siente la diferencia entre el antes y el después. A partir de ese momento sabe que tiene una capacidad y una responsabilidad que antes no poseía.

Un cristiano que recibe un signo sacramental se convierte en símbolo de la Gracia de conlleva el signo. La Gracia que permite perfeccionar nuestra naturaleza caída, de forma que seamos una imagen más nítida de Cristo.

Tal como indica el P Cantalamessa, apoyándose en San Agustín, existe un segundo nivel en la unidad de la Iglesia, que proviene de dar un paso más allá del signo sacramental: recibir la realidad interior producida por ellos (res sacramenti). Recibir realmente la Gracia conlleva algo más que “dejarse marcar”. Necesita abrir el corazón a la acción del Espíritu Santo y con ello, la superación de la eterna Torre de Babel. Volviendo al ejemplo del médico, recibir el signo identificativo no lo hace médico, aunque marque el inicio del camino de serlo realmente. Lo que lo convierte realmente en médico es la unión de la capacitación recibida y la aceptación de la responsabilidad que conlleva ser reconocido como médico. Dicha unión empieza actuar cuando recibe el signo sobre su solapa.

Tras recibir el sacramente, ya no somos nosotros quienes buscamos a Dios, es Dios mismo quien llama a nuestra puerta. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. (Ap 3,20). La Torre de Babel ya no es necesaria para llegar a Dios. Dios está llamando a la puerta de nuestro corazón. ¿Qué hacemos?

¿Tendremos la valentía suficiente para abrir la puerta? Pensemos en lo que conlleva abrir la puerta y nos daremos cuenta de la razón del miedo que nos inunda. Miedo que nos induce a hace relativizar y desdeñar los sacramentos.


La Gracia de Dios hace posible la verdadera unidad de la Iglesia. Unidad que parte de reconocer, comprender y aceptar los mismos signos. ¿Queremos una Iglesia unida? ¿Podemos darnos le lujo de dividirnos por el significado de los signos sacramentales? Volvamos a dar sentido, significado y profundidad a los sacramentos.

domingo, 30 de marzo de 2014

Hay dos especies de vista y dos de ceguera. San Juan Crisostomo

El episodio evangélico del ciego en la piscina de Siloe nos puede ayudar a comprender lo importante que es estar abiertos al entendimiento de la misericordia de Dios. En un momento dado, Cristo dice: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” ¿Quiénes son los que ven y quienes lo que no ven? San Juan Crisóstomo puede ayudarnos a discernir:

Porque hay dos especies de vista y dos de ceguera: la de los sentidos y la de la inteligencia. Ellos suspiraban únicamente por las cosas sensibles y sólo se avergonzaban de la ceguera de los sentidos; de aquí el manifestarles que era preferible que fueran ciegos, y no que viesen de esta manera. Así les dice: "Si fueseis ciegos no tendríais pecado", porque vuestra condenación sería menos terrible; mas ahora decís que veis. (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el evangelio de San Juan, 58)

Es importante tener claro que los judíos pensaban que los defectos físicos eran debidos al pecado de los antepasados. Pero Cristo sabía que las circunstancias vitales no son consecuencia del pecado o de la virtud de quienes nos precedieron. Dios da a cada uno de nosotros las circunstancias adecuadas a lo que espera de nosotros. Como en la parábola de los talentos, a unos da 5, a otros 3 y a otros 1. Espera que cada uno de nosotros utilicemos las circunstancias según la Voluntad de Dios. Lo que Dios no quiere es que nos conformemos con lo que somos y dejemos de ser herramientas fieles en Sus Manos. Nos ha dado consciencia, voluntad y discernimiento con los que vivir y aumentar los talentos recibidos.

La peor ceguera es la ceguera del entendimiento. Esta ceguera se evidencia por la arrogancia y la soberbia de quien la posee. Esta ceguera impide aceptar que Dios espera de nosotros que participemos en su plan. Este ceguera nos hace sentirnos satisfechos con nosotros mismos. Nos hace despreciar la misericordia de Dios. ¿Para qué queremos misericordia si ya nos sentimos plenos y gloriosos? ¿Para qué necesitamos la misericordia si nos declaramos vencidos por las circunstancias de la vida?

Cristo vino para abrir los ojos de quienes desean ver la luz y señalar la oscuridad de quienes creen que no necesitan abrir sus ojos para ver.

El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, "porque el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: "Que quiere decir Enviado", porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 44)

El pecado original tuvo muchos efectos, pero el más fuerte de ellos es la pérdida de comunicación directa con Dios. Ya Dios no nos habla y nosotros escuchamos. Nos hemos vuelto ciegos y sordos a la Voluntad de Dios. Pero Cristo vino a abrir los ojos de todo aquel que reclame su misericordia. Con el mismo barro que se creó a Adán y Eva, Cristo corrige nuestra ceguera.

Es maravilloso darnos cuenta que el comportamiento de Cristo era simbólico, a fin de que entendiéramos más allá de la circunstancia donde se produjo. Tras el barro, el agua acaba de sanar la ceguera. El bautismo se evidencia el camino que Cristo no señala. El camino del Agua Viva que ofreció a la Samaritana y el segundo nacimiento que indicó Nicodemo: tenemos que volver a nacer del agua y del Espíritu.

La pregunta que nos hacemos todos es ¿Realmente queremos nacer de nuevo? Nacer de nuevo supone dejar la comodidad de nuestra zona de confort. Supone dejar las justificaciones que utilizamos para no cambiar. Significa comprometernos a dar a Dios lo que es de Dios sin pensar en lo que dejamos atrás de nosotros.


¿Cómo podemos desprendernos de todo y aceptar el llamado de Cristo? Sólo si nos damos cuenta que estamos ciegos y que recobraremos la vista cuando seamos curados, podemos empezar a aceptar el milagro que nos ofrece el Señor.

domingo, 23 de marzo de 2014

Actuar, sentir y entender la fe. San Agustín

Es maravilloso darse cuenta que cada uno de los pasajes del Evangelio representa un misterio que se va desentrañando paso a paso, de forma similar a la forma en que se abren las muñecas rusas. Cada muñeca esconde otra en su interior.

El episodio de la Samaritana en el pozo de Jacob es uno de los que más “muñecas rusas” esconde en su interior. San Agustín nos habla de una de estas capas de entendimiento, especialmente interesante en el momento que vivimos.

Viendo, pues, Jesús que la mujer no entendía y queriendo que ella entendiese, le dice: Llama a tu marido. No comprendes lo que digo porque tu inteligencia no está contigo. Yo hablo según el espíritu, y tú entiendes según la carne. Lo que estoy, diciendo no tiene relación alguna ni con placer de los oídos, ni de los ojos, ni del olfato, ni del tacto; lo que estoy diciendo sólo la mente lo comprende, sólo el entendimiento lo alcanza. Esta inteligencia no está contigo; ¿cómo vas a comprender lo que digo? …

Así también en nuestra alma hay algo, que es el entendimiento. Este algo, que es el entendimiento y la mente, es esclarecido por una luz superior, y esa luz superior que esclarece a la mente humana es Dios. El era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Esta luz era Cristo; ésta era la luz que hablaba con la mujer; mas no está allí con esa luz su entendimiento para ser por ella iluminado: no sólo ser inundado de esa luz, sino también del goce de ella. Como si dijera el Señor: Yo quiero iluminar, pero no encuentro a quién. Anda, dice, llama a tu marido; presenta aquí a tu entendimiento, por el que seas alumbrada y dirigida.  (San Agustin. Tratado sobre el Evangelio de San Juan 15, 19)

Esta tarde cogí una revista de temática ecologista-Nueva Era, que estuvo muy de moda hace ya algunos años. Conservo algunas de ellas porque tienen recetas de cocina interesantes y algunas fotos realmente preciosas. Repasando la revista me encontré con una frase que me hizo pensar: “Un error frecuente es esperar a sentirse bien para actuar, en vez de actuar para sentirse bien”

Vivimos en una sociedad que prima la emotividad sobre el entendimiento y la acción. En constantemente nos dicen que lo auténtico es lo que se siente, mientras que ponemos en entredicho lo que pensamos. Esperamos a sentir para actuar y si no “sentimos algo” nos dicen que mejor no nos movamos. Esta visión ha permeado en la Iglesia, dando lugar a muchos problemas. Desde mi humilde punto de vista, la sentimentalización de la fe es unos de los problemas que conduce a muchas personas a alejarse.

Hay una frase que se suele repetir cuando se justifica porque se es “creyente no practicante”: “es que no lo siento y si uno no siente algo, mejor dejarlo”. Si escarbas más, aparece la siguiente escusa: es que todo lo que se dice y se hace en la Iglesia no tiene sentido para mi, son costumbres antiguas que nadie comprende ya, la Iglesia tiene que cambiar. Si tienes paciencia y escarbas más, aparecen los prejuicios que defienden la fortaleza del alejamiento: las riquezas de la Iglesia, la inquisición, la pederastia, el machismo, etc.

Como San Agustín indica: No comprendes lo que digo porque tu inteligencia no está contigo. Yo hablo según el espíritu, y tú entiendes según la carne. Lo que estoy, diciendo no tiene relación alguna ni con placer de los oídos, ni de los ojos, ni del olfato, ni del tacto; lo que estoy diciendo sólo la mente lo comprende, sólo el entendimiento lo alcanza. La pregunta que muchas veces nos hacemos es: ¿Estamos fomentando el entendimiento de la Fe o sólo damos importancia a la emotividad social y piadosa?

No estoy en contra de dar espacio a la amistad, la empatía ni a la animación socio-cultural, pero la fe tiene otros dos aspectos adicionales que son también dimensiones de nuestra persona: entendimiento y acción.

Una vida de fe no se sustenta únicamente con la secuencia: me siento bien entonces actúo. El entendimiento nos permite sentir y actuar. La acción nos permite sentir y entender. ¿Por qué quedarnos sólo con la emotividad?


Las comunidades se sustentan también en el entendimiento y en los signos que utilizamos para comunicarnos. También es necesario cimentar la comunidad en la acción, ya que nuestro testimonio necesita hacerse evidente en el mundo. 

sábado, 15 de marzo de 2014

Limosna: Ideología, misericordia y justicia. San Agustín

El sentido y la práctica de la limosna es un tema delicado que aparece todas la Cuaresmas.  Cuando hablamos de dinero o de bienes, no es sencillo sustraerse a las ideologías que permean la sociedad en que vivimos. A veces es tan difícil sustraerse a la ideología, que digas lo que digas siempre serás valorado, medido y juzgado por las diferentes varas de medir ideológicas. No nos damos cuenta del daño que las ideologías generan, ya que impiden conocer lo que Dios valora y juzga en nosotros.

Las ideologías intentan imponernos su forma de entender la sociedad y la persona. Son exclusivistas, por lo que no permiten la existencia de otras formas de entender lo que sucede a nuestro alrededor. Siempre intentan imponerse por la fuerza del poder humano. Producen leyes, derechos, equidades sesgadas y castigos. Desechan a quien se atreve a señalar el engaño que llevan consigo. Juzgan con un juicio benévolo a quien está en línea con sus ideales y condenan para quien se sale del molde de su ideal.

Pero ¿Cómo juzga Dios lo que damos a quien necesita de nosotros? ¿Nos juzga de la misma forma que nosotros hacemos? ¿Juzga por el dinero o lo hace por algo que no siempre se ve? Veamos lo que nos dice San Agustín sobre el episodio evangélico del pobre Lázaro y el rico Epulón:

¿Acaso aquel pobre fue transportado por los ángeles recompensando su pobreza y por el contrario, el rico fue enviado al tormento por el pecado de sus riquezas? En el pobre se patentiza glorificada la humildad, y en el rico condenada la soberbia.

Brevemente pruebo que no fue atormentada en el rico la riqueza, sino la soberbia. Sin duda que el pobre fue llevado al seno de Abraham; pero del mismo Abraham dice la Escritura que poseyó en este mundo abundante oro y plata y que fue rico en la tierra. Si el rico es llevado a los tormentos ¿Cómo Abraham había precedido al pobre a fin de recibirlo en su seno? Porque Abraham en medio de las riquezas era pobre, humilde, cumplidor de todos los mandamientos y obediente. Hasta tal punto tuvo en nada las riquezas que se le ordenó por Dios inmolar a su hijo para quien las conservaba (Gn 22,4).

Aprended a ser ricos y pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina. (San Agustín. Comentario al  Salmo 85)

Los prejuicios ideológicos nos inducen a pensar que quien tiene alguna riqueza es siempre una mala persona. ¿No nos estamos juzgando a nosotros mismos cuando lo hacemos? Demos un paso más, ¿Qué pensar de quien recrimina a un rico por su riqueza? Podríamos pensar que es un desalmado que envidia la suerte del criticado, pero se nos escapa que quizás lo que hace es señalar una injusticia y no sabe expresarla convenientemente. ¿Con qué visión o entendimiento nos quedamos? Sólo Dios puede juzgar el corazón de las personas, tanto si es rico en dinero y poder, o si es pobre en capacidad de comprender y explicarse. ¿Quiénes somos para decir quien es el bueno y el malo? ¿Es que nosotros somos mejores que ellos?

Dice San Agustín: “Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos”. Pero, al mismo tiempo, nos manda compartir con los demás aquello que Él nos ha dado en abundancia.

La justicia humana es incapaz de ser plenamente misericordiosa, sin dejar de ser justicia. La misericordia humana, tampoco puede ser perfectamente justa, sin dejar de ser misericordia. Sólo Dios puede ser perfectamente justo y misericordioso. Dejemos que Dios nos juzgue como personas sin que por ello dejemos de denunciar las injusticias que nos parecen evidentes. Tampoco dejemos de atender a quienes necesitan de nosotros, sobre todo en este tiempo de Cuaresma. Intentemos hacerlo sin juzgar a quien ejerce la misericordia ni a quien reclama justicia.

En cualquier caso, es casi un deber acrecentar las limosnas en estas fechas. ¿Hay forma más justa de gastar lo que os ahorráis con vuestra abstinencia que haciendo misericordia? ¿Y hay algo más perverso que entregar a la custodia de la avaricia, siempre presente, o a que lo consuma la lujuria aplazada, lo que se gastó de menos a causa de la abstinencia? Considerad, pues, a quiénes debéis aquello de que os priváis, para que la misericordia añada a la caridad, lo que la templanza sustrae al placer. (San Agustín. Sermón 208, 2)

Lo que la templaza sustrae al placer es la virtud. Virtud que debe unirse a la misericordia para hacerse caridad. Si la templanza nos permite ahorrar dinero, bienes o juicios ajenos, volquemos esto hacia quien lo necesita con misericordia. Sólo así nuestros actos sean verdaderamente caritativos. ¿Complicado? Imposible sin la ayuda de Dios.
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