domingo, 30 de marzo de 2014

Hay dos especies de vista y dos de ceguera. San Juan Crisostomo

El episodio evangélico del ciego en la piscina de Siloe nos puede ayudar a comprender lo importante que es estar abiertos al entendimiento de la misericordia de Dios. En un momento dado, Cristo dice: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” ¿Quiénes son los que ven y quienes lo que no ven? San Juan Crisóstomo puede ayudarnos a discernir:

Porque hay dos especies de vista y dos de ceguera: la de los sentidos y la de la inteligencia. Ellos suspiraban únicamente por las cosas sensibles y sólo se avergonzaban de la ceguera de los sentidos; de aquí el manifestarles que era preferible que fueran ciegos, y no que viesen de esta manera. Así les dice: "Si fueseis ciegos no tendríais pecado", porque vuestra condenación sería menos terrible; mas ahora decís que veis. (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el evangelio de San Juan, 58)

Es importante tener claro que los judíos pensaban que los defectos físicos eran debidos al pecado de los antepasados. Pero Cristo sabía que las circunstancias vitales no son consecuencia del pecado o de la virtud de quienes nos precedieron. Dios da a cada uno de nosotros las circunstancias adecuadas a lo que espera de nosotros. Como en la parábola de los talentos, a unos da 5, a otros 3 y a otros 1. Espera que cada uno de nosotros utilicemos las circunstancias según la Voluntad de Dios. Lo que Dios no quiere es que nos conformemos con lo que somos y dejemos de ser herramientas fieles en Sus Manos. Nos ha dado consciencia, voluntad y discernimiento con los que vivir y aumentar los talentos recibidos.

La peor ceguera es la ceguera del entendimiento. Esta ceguera se evidencia por la arrogancia y la soberbia de quien la posee. Esta ceguera impide aceptar que Dios espera de nosotros que participemos en su plan. Este ceguera nos hace sentirnos satisfechos con nosotros mismos. Nos hace despreciar la misericordia de Dios. ¿Para qué queremos misericordia si ya nos sentimos plenos y gloriosos? ¿Para qué necesitamos la misericordia si nos declaramos vencidos por las circunstancias de la vida?

Cristo vino para abrir los ojos de quienes desean ver la luz y señalar la oscuridad de quienes creen que no necesitan abrir sus ojos para ver.

El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, "porque el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: "Que quiere decir Enviado", porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 44)

El pecado original tuvo muchos efectos, pero el más fuerte de ellos es la pérdida de comunicación directa con Dios. Ya Dios no nos habla y nosotros escuchamos. Nos hemos vuelto ciegos y sordos a la Voluntad de Dios. Pero Cristo vino a abrir los ojos de todo aquel que reclame su misericordia. Con el mismo barro que se creó a Adán y Eva, Cristo corrige nuestra ceguera.

Es maravilloso darnos cuenta que el comportamiento de Cristo era simbólico, a fin de que entendiéramos más allá de la circunstancia donde se produjo. Tras el barro, el agua acaba de sanar la ceguera. El bautismo se evidencia el camino que Cristo no señala. El camino del Agua Viva que ofreció a la Samaritana y el segundo nacimiento que indicó Nicodemo: tenemos que volver a nacer del agua y del Espíritu.

La pregunta que nos hacemos todos es ¿Realmente queremos nacer de nuevo? Nacer de nuevo supone dejar la comodidad de nuestra zona de confort. Supone dejar las justificaciones que utilizamos para no cambiar. Significa comprometernos a dar a Dios lo que es de Dios sin pensar en lo que dejamos atrás de nosotros.


¿Cómo podemos desprendernos de todo y aceptar el llamado de Cristo? Sólo si nos damos cuenta que estamos ciegos y que recobraremos la vista cuando seamos curados, podemos empezar a aceptar el milagro que nos ofrece el Señor.

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