El sentido y la práctica de la limosna es un tema delicado
que aparece todas la Cuaresmas. Cuando
hablamos de dinero o de bienes, no es sencillo sustraerse a las ideologías que permean
la sociedad en que vivimos. A veces es tan difícil sustraerse a la ideología,
que digas lo que digas siempre serás valorado, medido y juzgado por las
diferentes varas de medir ideológicas. No nos damos cuenta del daño que las
ideologías generan, ya que impiden conocer lo que Dios valora y juzga en
nosotros.
Las ideologías intentan imponernos su forma de entender la
sociedad y la persona. Son exclusivistas, por lo que no permiten la existencia
de otras formas de entender lo que sucede a nuestro alrededor. Siempre intentan
imponerse por la fuerza del poder humano. Producen leyes, derechos, equidades
sesgadas y castigos. Desechan a quien se atreve a señalar el engaño que llevan
consigo. Juzgan con un juicio benévolo a quien está en línea con sus ideales y condenan
para quien se sale del molde de su ideal.
Pero ¿Cómo juzga Dios lo que damos a quien necesita de
nosotros? ¿Nos juzga de la misma forma que nosotros hacemos? ¿Juzga por el
dinero o lo hace por algo que no siempre se ve? Veamos lo que nos dice San Agustín
sobre el episodio evangélico del pobre Lázaro y el rico Epulón:
¿Acaso aquel pobre fue transportado por los
ángeles recompensando su pobreza y por el contrario, el rico fue enviado al
tormento por el pecado de sus riquezas? En el pobre se patentiza glorificada
la humildad, y en el rico condenada la soberbia.
Brevemente pruebo que no fue atormentada en
el rico la riqueza, sino la soberbia. Sin duda que el pobre fue llevado al seno
de Abraham; pero del mismo Abraham dice la Escritura que poseyó en este mundo
abundante oro y plata y que fue rico en la tierra. Si el rico es llevado a los
tormentos ¿Cómo Abraham había precedido al pobre a fin de recibirlo en su seno?
Porque Abraham en medio de las riquezas era pobre, humilde, cumplidor de
todos los mandamientos y obediente. Hasta tal punto tuvo en nada las
riquezas que se le ordenó por Dios inmolar a su hijo para quien las conservaba
(Gn 22,4).
Aprended a ser ricos y pobres tanto los que
tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada. Pues también encontráis
al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se humilla. Dios resiste a
los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos; pero da su gracia a
los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya carezcan de ellos. Dios
mira al interior; allí pesa, allí examina. (San Agustín. Comentario
al Salmo 85)
Los prejuicios ideológicos nos inducen a pensar que quien
tiene alguna riqueza es siempre una mala persona. ¿No nos estamos juzgando a
nosotros mismos cuando lo hacemos? Demos un paso más, ¿Qué pensar de quien
recrimina a un rico por su riqueza? Podríamos pensar que es un desalmado que
envidia la suerte del criticado, pero se nos escapa que quizás lo que hace es
señalar una injusticia y no sabe expresarla convenientemente. ¿Con qué visión o
entendimiento nos quedamos? Sólo Dios puede juzgar el corazón de las personas,
tanto si es rico en dinero y poder, o si es pobre en capacidad de comprender y
explicarse. ¿Quiénes somos para decir quien es el bueno y el malo? ¿Es que
nosotros somos mejores que ellos?
Dice San Agustín: “Dios
resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos”.
Pero, al mismo tiempo, nos manda compartir con los demás aquello que Él nos ha
dado en abundancia.
La justicia humana es incapaz de ser plenamente
misericordiosa, sin dejar de ser justicia. La misericordia humana, tampoco
puede ser perfectamente justa, sin dejar de ser misericordia. Sólo Dios puede
ser perfectamente justo y misericordioso. Dejemos que Dios nos juzgue como
personas sin que por ello dejemos de denunciar las injusticias que nos parecen
evidentes. Tampoco dejemos de atender a quienes necesitan de nosotros, sobre
todo en este tiempo de Cuaresma. Intentemos hacerlo sin juzgar a quien ejerce
la misericordia ni a quien reclama justicia.
En cualquier caso, es casi un deber
acrecentar las limosnas en estas fechas. ¿Hay forma más justa de gastar lo que
os ahorráis con vuestra abstinencia que haciendo misericordia? ¿Y hay algo más
perverso que entregar a la custodia de la avaricia, siempre presente, o a que
lo consuma la lujuria aplazada, lo que se gastó de menos a causa de la
abstinencia? Considerad, pues, a quiénes debéis aquello de que os priváis,
para que la misericordia añada a la caridad, lo que la templanza sustrae al
placer. (San Agustín. Sermón 208, 2)
Lo que la templaza sustrae al placer es la virtud.
Virtud que debe unirse a la misericordia para hacerse caridad. Si la templanza
nos permite ahorrar dinero, bienes o juicios ajenos, volquemos esto hacia quien
lo necesita con misericordia. Sólo así nuestros actos sean verdaderamente
caritativos. ¿Complicado? Imposible sin la ayuda de Dios.
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