sábado, 27 de junio de 2009

Mensaje y Misterio. Dos caras de la misma moneda.

En el universo, los paradigmas que actúan a manera de cemento sobre los que se sostiene la realidad. Las leyes universales se desdoblan en infinidad leyes particulares que actúan de forma similar, aunque lo hagan sobre naturalezas diferentes. Por nuestra parte, los seres humanos entendemos el universo como cosmos (Orden) gracias que somos capaces de reconocer y utilizar estos paradigmas, ya sea de forma consciente o intuitiva.

Me propongo introducirme en uno de estos paradigmas universales que se particulariza dentro de nuestra religión en binomio inseparable: mensaje y misterio. Estos dos elementos permiten reconocer una estructura externa sólida que permite guardar un contenido de gran valor, aislándolo del exterior. Parte interna o contenido, considerados por separado, carecen de sentido. Esto sucede de manera similar a un vaso, cuya estructura externa es la que permite definir una cavidad vacía. El vacío que deja la externalidad del vaso es lo que permite contener un líquido. El sentido del vaso es contener y por ello se reconoce como tal y se diferencia de otros recipientes. Un vaso destinado a permanecer vacío carece de sentido. De igual forma carece de sentido que vertamos vino sobre la mesa sin nada que lo pueda retener y permitirnos beber.

De manera análoga, el mensaje cristiano permite sostener el misterio inherente. Si nos olvidamos del misterio, el mensaje deja de tener sentido. Si nos olvidamos del mensaje, el misterio se perdería ante su incapacidad de proyectarse en la realidad.

Decía San Ambrosio de Milán en su Tratado de Misterios:

Abrid, pues, vuestros oídos y percibid el buen olor de vida eterna que exhalan en vosotros los sacramentos. Esto es lo que significábamos cuando, al celebrar el rito de la apertura, decíamos: «Effetá», esto es: «Ábrete», para que, al llegar el momento del bautismo, entendierais lo que se os preguntaba y la obligación de recordar lo que habíais respondido. Este mismo rito empleó Cristo, como leemos en el Evangelio, al curar al sordomudo. (…) Después de esto, se te abrieron las puertas del Santo de los Santos, entraste en el lugar destinado a la regeneración. (San Ambrosio de Milán, Tratado de Misterios I,3-5)

Detrás del mensaje está el misterio, siendo el misterio el que da consistencia y coherencia a la estructura mensaje. El misterio da validez eterna al mensaje y permite que sea entendido por cada generación de forma similar a la anterior.

Hoy en día, los cristianos en general, estamos muy preocupados por el mensaje y su acción sobre la realidad. Nos preocupamos por dar propiciar que el Reino de Dios se manifieste. Pero el Reino de Dios nos es solo la acción del mensaje cristiano sobre la realidad; es la presencia misteriosa de Dios entre nosotros obrando y transformando el mundo:

Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre vosotros". (Lc 17, 20-21)
Pero ¿Quién o qué está entre nosotros? El propio Jesús está entre nosotros cuando dos o más nos unimos en su nombre (Mt 18,20).


¿Qué pasa si el mensaje toma protagonismo tal que se olvida o desprecia el misterio? Las obras que hagamos de forma individual o colectiva será únicamente obra humana… pronta a corromperse y destruirse. El mensaje puede ser trucado, robado o pervertido con tal facilidad que se vuelve contra nosotros mismos en forma de críticas e insidias destructivas. Entonces se derrumban las acciones y proyectos que creíamos sólidos como la roca. ¿Por qué? Porque nos hemos olvidado que Dios es quien cohesiona y sustenta con la sacralidad las obras que provienen de la misma. Cuando vemos derrumbarse las obras nos cuestionamos si el mensaje es realmente válido y si no es posible actuar de manera más efectiva fuera de la propia Iglesia. En resumen, el desánimo y dudas se apoderan de nosotros.

¿Qué pasa si el individuo toma el protagonismo tal, que se desprecia la comunidad? De nuevo se destruye el vínculo sagrado que define Cristo sin lugar a dudas: “… donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Sin comunidad y sin acción comunitaria perdemos rápidamente la brújula y empezamos a ser nosotros los protagonistas de la película. Ya no nos hace falta la comunidad de creyentes para llevar adelante nuestro proyecto. Pero no somos eternos y somos volubles. Lo que hoy es nuestro objetivo vital, mañana no lo es… y entonces lo construido de cae en pedazos.

Hoy en día tendemos a despreciar el Misterio y a desvalorizar la comunidad. Vemos en ambos ataduras y restricciones inadmisibles, por lo que nos sentimos más cómodos solos actuando con pragmatismo. Tal vez tengamos que reflexionar sobre el asunto y volver sobre nuestros pasos al momento en que rompimos el vínculo sagrado que nos une a Dios.

sábado, 20 de junio de 2009

Sagrado Corazón de Jesús. Oración y devociones.

En un mundo tan moderno y bien comunicado como en el que vivimos ¿Qué razón tenemos para orar? ¿Qué razón podríamos tener para adoptar una devoción particular?

Podemos clasificar las oraciones que realicemos puede enfocarse de tres formas diferentes:

a) Aquellas que piden los bienes y gracias cotidianas necesarias para poder vivir y desarrollar la actividad cotidiana
b) Aquellas que se realizan para alabar y dar gracias por lo recibido.
c) Aquellas en las que el orante se somete, todo humildad, a la inescrutable voluntad de Dios. Son oraciones contemplativas que buscan alcanzar un punto de contacto que nos una a Dios.

Todas estas formas son respetables y necesarias para los creyentes. Todas ellas reflejan el sometimiento a la voluntad divina. Todas permiten expresar nuestros sentimientos y anhelos a Aquel que está más allá de nuestra finitud y nuestras limitaciones. Pero la tercera opción es la que nos permite elevarnos un peldaño y acercarnos un poco más a Dios. No se pide nada, solo se contempla y se siente la sacralidad que nos une a Dios. Pero ¿Cómo comprender este tipo de oración? ¿Cómo enfocarlo en la práctica?

En un breve tratado anónimo sobre la oración nos podemos encontrar con algunas pistas para responder a nuestras preguntas:


“En la oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La oración no es para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo que El quiere para ti y que no es otra cosa que compartir lo que El es: Tranquilidad profunda, Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor ...

No se trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más que la presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus cualidades.

Antes de orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o de situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese deseo último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y situaciones del mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La tranquilidad y la plenitud solo están en tu espíritu que es el espíritu de Dios.

Una persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y la relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aun teniendo su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la plenitud que todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo claramente esto bien sea por la propia inteligencia, o movido por las constantes dificultades de la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la Belleza, la Bondad, la Plenitud y la Alegría que proporciona el contacto con lo Absoluto y con lo Sagrado a través de la oración en su calidad más contemplativa.

Sumergirse en el "acto orante" es el síntoma más claro de que se ha llegado al discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las cosas del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad (respecto a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo comprendido donde está la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad (al abrazar en nuestra oración a toda la creación), y a todas las demás virtudes... Todas las virtudes están contenidas en la oración.

Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.”


(Breve tratado sobre la oración . Anonimo)


La oración es parte imprescindible de nuestro camino hacia Dios ya que es un acto donde nos sumergimos en la sacralidad de forma voluntaria y consciente.

Las oraciones se pueden estructurar en rituales más completos y ricos dondo lugar a devociones más o menos tradicionales. Tenemos el Rosario, las Novenas, Octavas, etc… que nos permiten acceder de forma colectiva a los beneficios de la oración contemplativa. Dentro de las devociones podemos citar al Rosario y la devoción del Sagrado corazón como dos de las más importantes y profundas


Jean Hani nos habla de estas dos devociones capitales para el creyente católico.

“Quisiera recordar tan sólo dos de estas intervenciones celestiales, que se encuentran entre las más importantes y de las que cabía esperar los mayores efectos para la cristiandad: la solemne institución del Rosario y la introducción del culto al Sagrado Corazón.

No es que estas dos «devociones» se encuentren totalmente olvidadas, pero sí es verdad que han pasado a segundo plano; además, y esto es más grave, la mayoría de quienes las practican, sean clérigos o laicos, no conocen más que su significado más exterior, de tal suerte que no constituyen más que meros ejercicios de piedad, lo cual es mejor que nada, desde luego, pero que sin embargo hace que se ignore su más profundo significado, valor, y por tanto eficacia, que son precisamente lo que hubiera podido repercutir en el destino del catolicismo. A mostrar este significado esencial van destinadas las reflexiones que siguen, pues la «devociones» siguen conservando naturalmente intactas sus secretas riquezas a disposición de quienes aspiren a ellas.”
(Jean Hani.El Culto al Sagrado Corazón. Mitos Ritos y Símbolos)

No es ninguna novedad que se diga que las devociones se toman actualmente como elementos de piedad sentimental carentes de utilidad. Por lo tanto son rechazadas por el “creyente moderno” por la apariencia de dulzona y sentimental que han creado entorno suya. Para este nuevo creyente practicar las devociones supone una perdida de tiempo y un aburrimiento inaceptable. Jean Hani, en el mismo capítulo dedicado al culto de Sagrado Corazón, muestra su discrepancia con este punto de vista contemporáneo:

“Si bien, como hemos dicho ya y como se verá más adelante, la doctrina del Sagrado Corazón hunde sus raíces en los propios orígenes del cristianismo, su formulación expresa fue ante todo objeto de revelaciones privadas. Lo cual se explica por el hecho mismo de su importancia, debida a su carácter totalmente «interior», como señala justamente H. Montaigu en su excelente libro sobre Paray. El cristianismo tiene por dogmas oficiales los misterios, que, por otra parte, son también los arcanos de la vida contemplativa; Cristo desveló algunos desde el comienzo; los demás, poco a poco, en el transcurso de la historia de la salvación. Este es el caso del «misterio del Corazón». Y así se explica su carácter escatológico: la revelación de este misterio, que es el centro más interior de todo el misterio crístico, estaba reservada al período del «Fin de los tiempos», o dicho de otro modo, al fin del ciclo de nuestra humanidad. Eso es lo que se desprende de una revelación recibida del apóstol San Juan por Santa Gertrudis (siglo XVI). La santa le preguntó por qué no había escrito nada sobre el corazón de Cristo; San Juan le respondió: «Mi misión era anunciar a la Iglesia naciente la doctrina del Verbo increado de Dios Padre; pero, por lo que se refiere a este Corazón sagrado, Dios se reservó hacerlo conocer en los últimos tiempos, cuando el mundo comenzase a caer en la decrepitud, para reavivar la llama de la caridad ya enfriada»

Por eso, muy al contrario de no ser más que una devoción entre otras, el culto al Sagrado Corazón, que viene de lo más profundo del cristianismo, aparece como la tentativa, por parte del Cielo de enderezar y renovar toda la tradición cristiana, en el campo de la espiritualidad individual, por supuesto, pero también –cosa que suele olvidarse, o incluso ignorarse– en el campo intelectual y en el campo social.” (Jean Hani.
El Culto al Sagrado Corazón. Mitos Ritos y Símbolos)

Quizás no sea evidente para el católico actual, pero el Corazón de Jesús contiene su Bendita Sangre, lo que nos lleva directamente al misterio eucarístico y está en consonancia con tradiciones que se hunden en la antigüedad, como es la leyenda del Santo Grial.
“Todo el simbolismo y todo el significado del Sagrado Corazón está sintética y maravillosamente resumido en algunas invocaciones de las letanías que le están consagradas. El Corazón de Cristo es llamado «Templo santo de Dios», «Tabernáculo del Altísimo», «Casa de Dios y Puerta del Cielo», «Hoguera ardiente de caridad», «Santuario de la Justicia y del Amor», «Rey y Centro de todos los corazones», «Corazón donde reside la Plenitud de la Divinidad», «Fuente de vida y de santidad», «Corazón cuya plenitud se derrama sobre nosotros», «Corazón en el que se encuentran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia».

Se ve de inmediato que tales denominaciones no pueden aplicarse al corazón tal como lo concibe el mundo moderno, o sea únicamente como centro emocional y sede de los sentimientos.”
(Jean Hani.El Culto al Sagrado Corazón. Mitos Ritos y Símbolos)

En esta semana en la que se celebra la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no está de más que intentemos hundirnos un poco más en el significado y el simbolismo de la devoción, ya que si no hacemos este esfuerzo la devoción se nos presentará como una costumbre anacrónica y prescindible para el católico contemporáneo.

Para conocer más sobre la devoción pueden consultar en esta dirección:
http://www.revelacionesmarianas.com/paray_le_monial.htm


Cor Iesu Christi,
plenum veritatis,
plenum sanctitatis,
plenum pietatis.
Infinitum sapientia,
infinitum potentia,
infinitum clementia,
Cor Iesu Christi.

Cor Filii Dei,
Cor Agni Dei,
Verum Cor Dei,
Cor Regis magni,
Cor Regis sancti,
Cor Iesu mei.
Oración tomada del estupendo blog: http://laudetur-iesus.blogspot.com/

sábado, 13 de junio de 2009

Corpus Christi

Por estas fechas se celebra en España y en el mundo la fiesta del Cuerpo del Señor, la fiesta de la Eucaristía.

La palabra eucaristía proviene del griego y significa “acción de gracias”. Al hecho de participar en la eucaristía le llamamos comunión, ya que entendemos que este sacramento no une con Dios por medio de Cristo y además nos une entre si como Iglesia. El eucaristía una conmemoración y un sacrificio. Jesús no pidió que utilizáramos este sacramento para conmemorar su sacrificio y además nos dejó claro el significado y el simbolismo este acto.

He decidido traer un par de breves reseñas que San Agustín sobre el tema. El primero es quizás donde más claramente nos explica como el interpretaba el sacramento eucarístico:

"Tal vez surja en alguno esta idea: ¿cómo puede ser que este pan sea su cuerpo y este vino su sangre? Estas cosas, hermanos míos, llámanse sacramentos, porque una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia. Lo que ven los ojos tiene apariencias corporales, pero encierra una gracia espiritual. Si queréis entender lo que es el cuerpo de Cristo, escuchad al apóstol. Ved lo que les dice a los fieles: vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Co 12,27). Si, pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos, y lo que recibís es vuestro mismo misterio ("mysterium vestrum in mensa dominica positum est, mysterium vestrum accipitis"). Vosotros mismos lo refrendáis así al responder: amén. Se os dice: he aquí el cuerpo de Cristo. Y vosotros contestáis: amén, así es. Sed, pues, miembros de Cristo para responder con verdad: amén... Sed lo que veis y recibid lo que sois ("estote quod videtis et accipite quod estis"). Tal es el modelo que nos ha dado N.S.J.Cristo. Así es como quiso unimos a su persona y consagró sobre su mesa el misterio simbólico de la paz y de la unión que debe reinar entre nosotros ("mysterium pacis et unitatis nostrae in sua mensa consecravit") (San Agustín. Sermón 272: cf. Solano, II, 210-211).

Quizás alguno pueda pensar que San Agustín interpretaba la presencia de Cristo como nosotros interpretamos lo simbólico hoy en día. No es así y esto se puede leer este otro texto:

"Ese pan que veis en el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo ("sanctificatus per verbum Dei, corpus est Christi"). Ese cáliz, o más bien, lo que contiene ese cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la sangre de Cristo. En esta forma quiso N.S. Jesucristo dejarnos su cuerpo y su sangre, que derramó por nosotros, en remisión de nuestros pecados" (San Agustín. Sermón 227: cf. Solano, II, 204).
Para San Agustín el sentido de lo simbólico era diferente a lo que nosotros interpretamos cotidianamente. El sacramento tiene un significado y este significado nos lo dice Jesús claramente con el sentido imperativo de sus palabras: “Haced esto en conmemoración mía”. El significado es el recuerdo de su sacrificio y el sentido que tuvo para nosotros. Revivir el sacrificio es actualizarlo continuamente y hacerlo nuestro.

El simbolismo lo podemos encontrar claramente en las propias palabras de la consagración. Nótese que consagración significa hacer sagrado, crear unión con Dios por medio de la liturgia en su conjunto. Cristo dijo que le pan era su cuerpo y que el vino era su sangre. Tras de decirlo compartió cada especie con los apóstoles. Se compartió, se dono, se interiorizó a si mismo en los presentes. Podríamos decir que se hizo sacrificio antes de padecerlo realmente. Es importante el hecho temporal y su superposición de todo el sentido de la fiesta pascual judía.

Pero el sentido simbólico no se agota en una representación cognitiva de un hecho. El acto va más allá de que reconozcamos un signo sagrado que se nos presente, más allá de que comprendamos que este signo nos una con el sacrificio de cristo. El simbolismo rompe las barreras del tiempo y el espacio profanos para actualizar realmente el sacrificio de Cristo en cada eucaristía de manera sagrada. El pan deja de ser pan para ser el cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino para ser la sangre de Cristo. Igual que Cristo se dio a sus apóstoles, se nos dona a nosotros para conformar la Iglesia como cuerpo místico en al tierra.

Tendríamos que saltar a San Ambrosio de Milán para entender como el significado y simbolismo de los sacramentos se ajusta y superpone a las escrituras. Tendríamos que leer todo el breve tratado sobre los Sacramentos para darnos cuenta de la profundidad del simbolismo sacramental. De todas formas intentaremos entresacar algunos párrafos espacialmente interesantes:

Quizá digas: «Yo veo otra cosa: ¿cómo afirmas que recibo el Cuerpo de Cristo?». Esto es lo que nos falta aún por probar. ¡Cuántos, en verdad, son los ejemplos que utilizamos para probar que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado; y que mayor es la fuerza de la bendición que la de la naturaleza, pues por la bendición se cambia la misma naturaleza!. (San Ambrosio. Tratado sobre los Misterios 50)

Lo afirma el mismo Señor Jesús: Esto es mi cuerpo (Mt 26,26). Antes de la bendición con las palabras celestiales se le llama con otro nombre; después de la consagración significa Cuerpo. El mismo Jesús dice que es su sangre. Antes de la consagración se llama otra cosa; después de la consagración se denomina Sangre. Y tú dices: «Amén», es decir, «Es verdad». Lo que habla la boca, reconózcalo la mente en su interior; lo que la palabra pronuncia, que lo reafirme el corazón. (San Ambrosio. Tratado sobre los Misterios 54)

Con estos sacramentos, pues, alimenta Cristo a su Iglesia; con ellos se corrobora la sustancia del alma y, con razón, viendo el progreso de la gracia que contiene, … Con ello significa que en ti debe permanecer sellado el misterio, que no sea violado por las obras de una vida mala, ni la castidad por el adulterio, ni que se divulgue entre aquellos a quienes no conviene, ni se esparza con gárrula locuacidad entre los pérfidos. Buena debe ser, pues, la custodia de tu fe, a fin de que permanezca incólume la integridad de la vida y del silencio. (San Ambrosio. Tratado sobre los Misterios 55)

Poco más podemos decir sobre el asunto después que al elocuencia de San Ambrosio nos indicara tan sabiamente qué es la Eucaristía.

domingo, 7 de junio de 2009

Sacramentos laicos

Este viernes pasado leí un artículo de opinión publicado en el diario español “El Mundo”: Laicos sacramentos, que pueden leerlo pulsando sobre le título antes referido .

El autor reclama la institución de sacramentos laicos a la imagen de los cristianos para ser celebrados por quienes no tienen fe. Así mismo, pide que la Iglesia abra sus templos para celebrar estos sacramentos laicos porque “Ellos tienen el marco incomparable y la liturgia: alfombras, cirios, ropones, músicas apropiadas y la epístola de San Pablo”. Adicionalmente indica que estas celebraciones litúrgicas sacramentales laicas son una conquista de los laicos.

Leyendo el artículo me dí cuenta del la tremenda ignorancia que acumula nuestra sociedad, que se dice de raíces cristianas.

Para describir qué es un sacramento utilizaré como referencia el libro “Los sacramentos, símbolos del espíritu” escrito por Josep M Rovira Belloso.

Podemos empezar por su propio nombre. Sacramento proviene de la unión de la palabra sacrum al sufijo –mentum. Este sufijo significa medio, instrumento. Por lo tanto nos daría que un sacramento es un medio o instrumento sagrado. Si sabemos que la sacralidad es el camino que nos comunica con Dios, los sacramentos serían los medios o instrumentos que ejecutan o posibilitan esta unión.

Para los primeros Padres de la Iglesia, los sacramentos se denominaban “Mysteriom”, misterios en el sentido de lo que excede nuestra capacidad de compresión. Todavía los denominan de esta forma nuestros hermanos ortodoxos. Decía Orígenes que “Todo lo que nos llega (por parte de Dios), nos llega como misterio” [1]. Misterio que se revela como signo, que nos da noticia del símbolo implícito que une la realidad cotidiana con la divinidad, con Dios.

Orígenes nos dice que “La ley del “Mysterion” es la del descenso de lo invisible a lo visible, de lo eterno a lo contingente, como si el Logos eterno se hiciese sensible a través de la voz que resuena: ‘A través de la misma voz se entregan al alma dos cosas a la vez: la letra y el espíritu’.

En el tratado sobre los Sacramentos de San Ambrosio de Milán podemos ver como constantemente une las escrituras con la liturgia de los sacramentos; como si una fuera reflejo de la otra y viceversa. Para el, las acciones y signos que se muestran en la liturgia sacramental son símbolos de la palabra de Dios encarnada y revelada por medio de las escrituras. Sacramento y escritura forman una unidad indisoluble que sacraliza y consagra a quienes participan conscientemente.

Para San Ireneo de Lyon los sacramentos cristianos provienen del designio divino de salvación. Los sacramentos son la divina dispensación -oikoiomia- en la cual el don invisible de Dios desciende, se hace presente y se manifiesta comunicándose a los seres humanos mediante signos visibles.

Entonces ¿Qué sentido tiene un sacramento laico? Después de lo explicado este invento de la “progresía contemporánea” es absurdo desde todo punto de vista.
¿Qué sentido tiene que la Iglesia permita que en sus templos se desarrollen ceremonias pseudosacramentales laicas, como el autor del artículo pide? No tiene ningún sentido, ya que para quienes puedan asistir a estos actos el simbolismo y sacralidad del templo es un simple decorado que da prestancia a un acto sin sentido.

En resumen: vacuidad. Las apariencias aparecen como fines y por eso es necesario que existan independientemente de que estén justificadas o no. Búsqueda de lo que nos falta sin aceptar el compromiso que viene adjunto. Incultura e ignorancia reclamadas como derechos y defendidas como conquistas.

Que Dios nos ayude a enderezar esta sociedad.

[1] Corpus Berolinense, 6-314.
[2] In Psalmum 76, 19
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