sábado, 28 de febrero de 2009

El espacio sagrado

Hagamos un breve resumen de las anteriores entradas. Lo sagrado, lo que no re-une con Dios, es el sustrato de las religiones. Todo lo que comunica con Dioses, en si mismo, sagrado. Objetos, espacios, rituales, actitudes, etc, pueden ser entendidas como sagradas según seamos capaces de ver en ello un reflejo de unión con Dios. Lo sagrado dentro del cristianismo se conforma en torno al Misterio. Este Misterio lejos de ser algo inaccesible u oculto, es objeto de la participación obtenida por medio de la gracia de Dios.

Es interesante detenernos en el primero de los ejes en donde se manifiesta Dios entre nosotros: el espacio. El espacio forma parte de la realidad en que vivimos e interpretamos según nuestros modelos de universo y ser humano. De esta interpretación obtenemos el sentido sagrado de todo lo que nos rodea y la capacidad penetrar en el sentido u objetivo de la realidad. Aunque esto parezca que puede ser generalizado a todos los seres humanos, tenemos que tener en cuenta que cada persona cuenta con su propia capacidad de comprender lo que vive y de referenciarlo a los modelos antes indicados.

Si empezamos a hablar sobre el espacio sagrado, la imaginación nos lleva rápidamente a pensar en el templo. El templo es el espacio sagrado por antonomasia, pero podríamos generalizarlo a todo lugar o construcción que predispone reunirnos con Dios. En términos físicos sería un sitio en el que podemos sintonizarnos con Dios, la creación y con las demás personas que estén a nuestro lado con idéntica voluntad de unidad. Para todo creyente, el cosmos, la creación ordenada, representa la máxima analogía (símbolo) de Dios y el templo es un lugar donde todo el cosmos está representado en su totalidad [1].

Jean Hani indica: “Todo Edificio Sagrado es cósmico, pues está hecho a imitación del mundo. La Iglesia, indica San Pedro Damián es la imagen del mundo. … El templo no es solo una imagen realista del mundo, sino más aún, una imagen estructural, es decir, que reproduce la estructura íntima y matemática del universo. En ello reside el origen de su sublime belleza” [1]

Podríamos hablar de dos ámbitos espaciales sagrados: uno externo, constituido en un lugar y otro constituido dentro del espacio interior de cada persona. San Pablo nos dice que somos Templo del Espíritu Santo. ¿Qué mejor templo que el corazón, el ser, la centralidad, de lo que somos.

El espacio sagrado no puede establecerse en cualquier sitio, ya que es obvio que necesitamos ordenar y preparar el espacio para que la unión armónica de Dios y el ser humano se dé de manera más evidente. En la medida que el templo se sienta y entienda como representación del cosmos, propiciaremos la sintonía con la Divinidad. Esta evidencia ha impulsado al ser humano a crear espacios especiales dotados de la forma y significado necesarios para ser considerados como espacio sagrado. Estos espacios están construidos desde sus cimientos utilizando analogías que pueden ser leídas por las personas preparadas para ello, pero también permiten que quienes no tengan el conocimiento necesario puedan sentir que la armonía universal les rodea. El entorno predispondrá al individuo para que traspase el umbral de lo profano hacia lo sagrado, cuando esté dentro del templo.

Para ello tanto el artista y el arquitecto se afanan por crear un conjunto lleno de armonía trascendente, plena de significados y analogías. Un lugar donde sea posible sentir a Dios en todo lo que nos rodea. Desgraciadamente en occidente, tanto la arquitectura como el arte han dejado de entender, construir y representar lo sagrado en los lugares de culto. Se ha perdido el concepto de sacralidad de la obra artística. La sacralidad que ha sido sustituida el concepto de obra religiosa. Hablar de obra religiosa es hablar de una obra funcional, útil, sin que tenga como objetivo la trascendencia. Se entiende obra religiosa como aquella que sirve al culto o devoción de manera práctica y evidente, pero que no tiene razón de guardar ningún significado-simbolismo o analogía adicional. Los templos modernos son postmodernidad hecha espacio. Son espacios utilitarios y funcionales transformados para el uso funcional-ceremonial. En el caso de los templos católicos modernos, únicamente el sagrario se llega a entender como sagrado en algunas ocasiones. Pero incluso el mismo sagrario suele perder su significado y su simbolismo, ya que pasa desapercibido e ignorado por cuantos transitan por delante sin llegar a darse cuenta de su presencia. El templo se ha convertido en una sala de reuniones dominicales, catequéticas y hasta un espacio donde realizar reuniones de comunidades de vecinos.

No nos sorprende que el mundo moderno entienda como innecesarias las creencias religiosas, cuando las propias creencias son capaces de despreciar todo el legado de sacralidad que han atesorado durante siglos. Hoy en día los templos antiguos se miran como obras de arte a preservar por su antigüedad, valor monetario y estética. Aunque las preservemos son incapaces de comunicarnos todo lo que tienen en su interior, ya que hemos olvidado que detrás de la estética y la armonía, está el supremo Creador del cosmos. [1]

Dicho todo esto, también es importante tener en cuenta que el espacio sagrado no tiene porqué reducirse al templo. En nuestro hogar podemos consagrar un rinconcito a para representar la unión con Dios. Este rincón puede ser permanente o compartido. Antiguamente algunas casa disponían de una habitación-capilla que incluso llegaba a tener privilegio para decir misa. En los hogares de las familias menos pudientes no era raro disponer de un armarito a modo de altar-capilla doméstica. Al abrir las puertas de este altar doméstico, el espacio profano se transformaba en sagrado, lo que permitía a la familia disponer de un espacio sagrado siempre que fuese necesario. Otras casas, con menos recursos disponían de algún reclinatorio o un simple cojín que se situaba delante de la mesilla de noche. En la mesilla se desplegaban las estampitas religiosas custodiadas en el misal o en el cajón. Delante de este improvisado altar se rezaba el rosario, devociones, novenas, etc.

Hemos utilizado la palabra consagrar. Consagrar es un verbo que podemos entender con dos acepciones: hacer algo sagrado o dedicar algo a un uso sagrado. Toda consagración es en si misma una bendición y por lo tanto, es considerada por la Iglesia como un elemento sacramental: “Los sacramentales comunican la gracia "ex opere operantis ecclesiae". Literalmente del latín: "por la acción de la Iglesia que obra” [2]. Los sacramentales reciben "su eficacia" de los méritos de la persona que reza y de los méritos y oraciones de La Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo.[2] Tal como indica el catecismo de la Iglesia Católica: “#1669 Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición" (Cf. Gn 12:2) y a bendecir. (Cf. Lc 6:28; Rm 12:14; 1P3:9). [2] ¿Qué nos impide crear un pequeño espacio sagrado en nuestra casa? Sin duda, lo que nos impide hacerlo es principalmente la ignorancia y los prejuicios en los que hemos sido educados.

Hoy en día nos resulta raro disponer de un espacio sagrado comunitario, doméstico o personal preparado para unirnos a Dios. Esta realidad no debería impedirnos aspirar a “construir” este lugar donde sea posible. Este lugar, por muy pequeño y sencillo que sea, abre nuestra sensibilidad hasta la infinitud del cosmos. Todo lo que vemos es reflejo de Dios, si sabemos entenderlo como tal.

Llevando el concepto de espacio sagrado al límite, también podríamos considerar los espacios virtuales que nos ofrece Internet como susceptibles de ser considerados como sagrados. Estos espacios nos permiten religarnos con la Divinidad con tanta eficacia como algunos espacios físicos. Aunque no se podrían considerar templos de manera formal, no podemos dejar de pensar que nos permite reunirnos en Nombre de Cristo. No es fácil evadir la pregunta de hasta qué medida es posible construir estos nuevos espacios según al tradición e cómo incorporarlos a nuestra vida espiritual. Tenemos una indicación que Cristo nos hace: "Donde dos o tres estén reunidos en mi Nombre, Yo estoy en medio de ellos". Si el corazón de cada uno de nosotros es Templo del Espíritu Santo, uniendo todos estos templos tendríamos uno mayor que cualquier catedral del mundo físico.

[1] Simbolismo del templo cristiano (1978). Hani, Jean. José Olañeta editor.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica (1997-2005). Asociación de coeditores del catecismo.

sábado, 21 de febrero de 2009

¿Qué es la Religión?

La etimología de la palabra religión ha sido estudiada a fondo por muchos autores y aunque no es posible dar una etimología precisa, es más que probable que provenga del verbo latino re-ligare: “volver a unir, relacionar, amarrar”. Pero ¿Qué necesita ser unido de nuevo?

Evidentemente solo se puede volver a unir algo que haya sido roto previamente. ¿Qué vuelve se vuelve a unir por medio de la religión? ¿Qué es lo que fue roto y debe reintegrarse?

La respuesta es la la relación entre Dios y el ser humano como individuo y como comunidad. Si el ser humano y Dios deben unirse, es necesario disponer de un camino o medio adecuado. Este camino que enlaza a Dios y el ser humano es lo sagrado. En el caso del judaísmo y el cristianismo, contamos con revelaciones que nos permiten establecer claramente la materia y el objeto de lo sagrado.

Desgraciadamente hay muchas personas que confunden “lo sagrado” con la Divinidad, Mircea Eliade fue uno de ellos [1]. Si seguimos sus indicaciones y unimos “lo divino”y “lo sagrado” dentro de un mismo concepto obtenemos un concepto erróneo de lo que significa la Fe y su desarrollo dentro del ámbito religioso. Si la divinidad es parte de lo sagrado, estaremos aceptando que la relación que podemos re-establecer es puramente fenomenología y que se produce dentro del una dimensión humana. Para Mircela Eliade y otras muchas personas, religión es una construcción puramente humana. De ahí que estas personas tiendan a pensar en la religión como algo contingente y hasta un medio de control social. No es raro, por lo tanto, que estas personas reclamen la desaparición de la religión formal y la absoluta relativización personal del camino hacia Dios.

También es posible pensar que lo divino contiene lo sagrado. Si pensamos de esta manera llegaremos a ver imposible el acceso a Dios. si Dios no es accesible, también se puede proponer que cada cual busque la forma de "contentarse" de manera únicamente subjetiva, emotiva y personal. Es evidente que entonces no podemos más que actuar de manera socio-cultural frente a El, con lo que nos quedaremos en el “disfrute” de la fenomenología humana, personal, que solo es relevante desde el punto de vista subjetivo-cultural-emotivo. Por lo tanto, la revelación no será más que una propuesta humana ajustada a nuestra capacidad para entender lo que "podría" ser Dios.

Volviendo al entendimiento de la religión como una construcción humana, es posible proclamar que las religiones actúan como grilletes espirituales, debido a todos los convencionalismos presentes en ellas. También se puede proclamar que las religiones buscan un espacio cultural-social particular y concreto donde desarrollarse y que esto las hace ser selectivas, en mayor o menor medida, con quienes se integran en ellas. El sentido de pertenencia a determinada religión actúa como factor de confianza y se condiciona a la aceptación de ciertas normas u obediencias, lo que frena el libre desarrollo de la espiritualidad personal. Estas y otras muchas objeciones se escuchan con frecuencia fuera y dentro de la Iglesia Católica. Dentro de la Iglesia Católica hay un grupo de personas que se alinean claramente con un planteamiento agnóstico del cristianismo.

Todas estas objeciones parten de una hermenéutica (entendimiento) que juzga y valora desde la superficialidad y apariencia el hecho religioso. Se entienden los actos y normas religiosas como convencionalismos limitativos de la espiritualidad personal. Estas razones sólo se pueden sustentar si nos fijamos en la capa externa de la religión. Si nos limitamos a las apariencias públicas o privadas, resueltamente toda religión limita en gran medida nuestra capacidad de crear formas nuevas adaptadas a cada uno de nosotros. Pero nos olvidamos que toda la profundidad que contiene en la dimensión interior a las religiones.

A modo de símil, si observamos una piscina podemos considerar los muros que la conforman como limitadores de la libertad de movimientos de quien decide bañarse. Pero es evidente que sin estos muros, no sería posible conservar el agua que nos permitirá nadar. Quienes proponen una religión personal sin limitaciones ni imposiciones, terminan por proponer un espacio de vivencia emotiva que es real ni transcendente.

Lo sagrado, entendido como camino de unión con Dios, se puede sentir ajeno a nosotros o sentirlo como necesario para la nuestra vida. También podemos pensar en lo sagrado como fin o como medio. Podemos decidir vivir la religión de manera comprometida o de manera superficial o incluso utilitaria-funcional. Pero en todo caso, la religión es un camino que nos une a otras personas y nos permite enfocar nuestra vida de forma comunitaria. Comunidad que necesita de confianza y por lo tanto de ciertas normas de convivencia y de desarrollo espiritual. Camino que es misterio, en cuanto no sabemos demasiado de él. Camino que normalmente se desprecia y se cambia por conveniencias ideológicas, dando lugar a la terrible pérdida de unidad que nos aflige. La unidad necesita de pervivencia de lo fundamental. Si lo fundamental se corrompe y se hace contingente, maleable, adecuado a la sociedad, la unidad queda rota por las desconfianzas que aparecen entre nosotros.

Desde mi punto de vista, el Misterio Cristiano (camino o religión) es la particularización de lo sagrado para todos los que nos consideramos cristianos. En un camino común que debemos vivir unidos en comunidad. Sin la comunidad perdemos el anclaje a lo sagrado, que es donde se manifiesta Dios «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt. 18,20).

Este Misterio Cristiano es hermenéutica [2] de todo lo revelado. Misterio que propone un camino que nos acerca a lo Dios por medio de la fe, esperanza y caridad.

En la espiritualidad cristiana oriental se ha conservado el sentido trascendente de la búsqueda de lo Divino asimilado a un camino por el que debemos transitar. Este camino está reflejado claramente por las tres fases de la mística cristiana oriental: Praxis, contemplatio naturalis y theosis [3] que forman parte medular del cristianismo desde el sus inicios. La religión es justamente este camino que nos acerca a Dios unidos en comunidad. Jean Hani dedica un capítulo de su libro “Mitos, ritos y símbolos” [3] a profundizar sobre el significado de esta contemplación y al carácter místico e intelectual de su naturaleza. Entiéndase intelectual en el sentido tradicional y de ninguna manera como el uso aséptico de la lógica de proposiciones, basadas únicamente los aspectos medibles y cuantizables de la realidad.

Revisando las tres fases del camino místico hacia Dios, podemos encontrar muchos elementos de reflexión:

Praxis o ascesis. Representa el dominio de lo contingente que tenemos en nosotros mismos. No se trata de destrozar lo que somos, como algunas escuelas gnósticas defienden, se trata de vencerse por medio de la recta práctica de lo que realmente somos. En un escrito sobre el método de la oración hesicasta según el padre Serafín del monte Athos [4], podemos leer como el camino empieza por dominar las incomodidades corporales, para trascender lo que nos ata a nuestro origen animal. Meditar sentado en un monte y dejando el frío o el hambre en segundo plano, es como se inicia camino. “Entonces dijo Jesús a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga.”” (Mt. 16, 24).

Una vez dominadas las contingencias propias, entraríamos en la contemplátio naturalis. Contemplando la realidad, buscando analogías y esforzándose para ver detrás de ellas las razones que las sustentan, es posible entrever la divinidad oculta tras el velo interno del “sancta sanctórum”. Precisamente en este camino hacia la compresión de la realidad, se va reintegrando, 
en una espléndida unidad, todo lo que en el mundo moderno parece disgregado, caótico o sin sentido. Parece que caminamos de nuevo hacia el Edén. Estamos, por lo tanto, re-ligándonos con lo divino por medio de lo sagrado, que se hace vida real por medio de nuestra religión.

El siguiente paso es la theosis, la divinización. No se trata de hacernos Dios, como algunas sectas gnósticas interpretan el asunto. Se trata de unirnos con Dios reencontrando la relación primitiva que perdimos. En el escrito hesicasta [7], nos localizaríamos en la meditación como Jesús. ¿Qué podemos esperar de esta fase? El escrito hesicasta [4]nos da alguna pista

"
Eso sólo el Espíritu Santo te lo puede enseñar. "Quién es el Hijo lo sabe sólo el Padre; quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10, 22). Tienes que hacerte hijo para rezar como el Hijo y tener con quién él llama su Padre, las mismas relaciones de intimidad que él y esto es obra del Espíritu Santo. El te recordar todo lo que Jesús ha dicho. El evangelio se hará vivo en ti y te enseñará a rezar como hay que hacerlo".

La revelación cristiana permite un acceso a Dios que excede la capa externa de apariencias, ceremonias y convencionalismos sociales que algunos creen que es la religión. Tras esa capa de apariencia se inicia el camino hacia la re-unión. La hermenéutica de la revelación entendida como camino hacia Dios, no es más ni menos el propio Misterio Cristiano en toda su extensión.

[1] “Tiempo cíclico” en la obra de Mircea Eliade y René Girard. Andrade, G y campo-Redondo, S. Utopía y Praxis Latinoamericana Año 7. Nº 17 (Junio, 2002). Pp. 9-35
[2] Esoterismo Guenodiano y Misterio Cristiano. (2005). Jean Borella . Sophia Perennis
[3] Mitos, ritos y símbolos (1999). Jean Hani. José J. de Olañeta, Editor, Palma de Mallorca.
[4]. Questions de: "Meditation" nº 67. Leloup,Jean-Yves. d. Albin Michel. http://www.terra.es/personal/javierou/con-athos.htm

domingo, 15 de febrero de 2009

¿Qué es lo sagrado?

Seguro que muchas personas se han preguntado y se preguntan qué es lo sagrado. Vamos a intentar responder a esta pregunta de la forma más clara posible.

La etimología nos dice que la palabra "sagrado"  proviene del verbo latino 'sacrare' que significa dedicar una cosa o persona, a una función específica y relevante. Lo 'sacrum' es aquello que se dedica al de culto. Hay autores clásicos, como Tácito, que utilizan la palabra como sinónimo de "santidad", lo que señala la manifestación de "lo sagrado" en una persona. Lo sagrado no es ni alejado ni indiferente al ser humano, ya que se experimenta y se vive a través de actos que relacionan a la persona con determinados objetos, situaciones o actividades que se denominan sagradas o consagradas.

Concretar qué es lo sagrado no resulta complicado si nos atenemos a un enfoque fenomenológico, ya que hablamos de una realidad experiencial del ser humano. Pero la fenomenología también tiene sus limitaciones, como veremos a continuación. De esta manera podemos determina qué poseen objetos, ritos e ideas que en cada cultura o religión para que consideren como sagrados. Además podemos clasificar e interpretar cómo reacciona cada grupo humano ante estos objetos sagrados y qué funciones tienen estos elementos sagrados en la vida cotidiana. Vamos a repasar algunas definiciones de autores de relevancia:

Lo sagrado es el territorio cercano a la orilla donde se hace evidente el límite. Por tanto, es la zona de ruptura, de discontinuidad, de crisis. Por este motivo, es el espacio privilegiado donde nos podemos cuestionar quiénes somos, ya que sólo en la discontinuidad nos percatamos de la continuidad. Tal vez no sepamos a dónde vamos o a dónde debemos ir, pero sí dónde estamos.” (Otón) [1]

"
Las cosas sagradas son las que las protegen y aíslan de las cosas profanas son a las que se aplican estas prohibiciones y que deben permanecer apartadas de aquéllas. La relación (o la oposición, la ambivalencia) entre los Sagrado y lo Profano es la esencia del hecho religioso" (Durkheim) [2]

Lo sagrado se manifiesta siempre como una realidad de un orden totalmente diferente al de las realidades «naturales». El lenguaje puede expresar ingenuamente lo tremendum, o la maiestas, o el mysterium fascinans con términos tomados del ámbito natural o de la vida espiritual profana del hombre. Pero esta terminología analógica se debe precisamente a la incapacidad humana para expresar lo ganz andere: el lenguaje se reduce a sugerir todo lo que rebasa la experiencia natural del hombre con términos tomados de ella..” (Eliade) [3]

Queda patente que la fenomenología aporta valiosa información de los aspectos externos de la sacralidad, pero olvida gran parte de la realidad personal de la sacralidad. Aunque podríamos estar hablando sin parar sobre tal o cual objeto o de tal rito y su expresión o de la manera en que se comportan los diferentes grupos humanos ante un tipo especial de fenómeno, la fenomenología no termina de definir claramente qué es lo sagrado. Lo sagrado aparece en la fenomenología como algo indefinible de forma general, estando delimitado como antítesis de “lo profano”. Por lo tanto, lo sagrado no es cotidiano en nuestra vida. Si llevamos lo sagrado a convertirse en cotidiano, pierde su sentido. Por otra parte, a lo sagrado debemos un respeto reverencial, porque nos enlaza, re-liga, con la Divinidad, con Dios. Hablar de lo sagrado siempre complejo, porque hablamos de lo que nos comunica que no inefable o numinoso. Esta falta de concreción hace necesario buscar cómo determinar qué es lo sagrado por si mismo.

Si me permiten ir un paso más allá de la cruda fenomenología, podríamos definir “lo sagrado” como todo aquello que revela la divinidad y relaciona la divinidad con lo humano. Esta definición me parece al mismo tiempo interesante y esclarecedora. Sagrado sería todo lo que relaciona a Dios con el ser humano. Lo profano sería aquello que no incorpora ninguna relación o revelación trascendente con la Divinidad.

A partir de esta definición es evidente la razón que lleva a una persona a determinar que un simple objeto, un rito o un texto tiene una valor sagrado. También clarifica la razón que hace que otra puede considere que el mismo objeto no tiene ningún valor adicional a sí mismo. El carácter de sagrado o profano aparece según comprendamos o ignoremos la relación de cada objeto, rito o texto con la Divinidad. Esto nos lleva a descubrir que el concepto de lo sagrado está íntimamente ligado a una hermenéutica interior y personal que da sentido a todo lo que nos rodea. Por ejemplo, Los Evangelios son sagrados para quienes entendemos que Dios se manifiesta/comunica por medio de ellos. Para quien estos textos son solo historias, relatos históricos o fabulaciones, no pueden tener ningún valor adicional al puramente fenomenológico y socio-cultural

Es obvio que las personas que no acepten la existencia de Dios o rechacen su manifestación en el mundo, no pueden aceptar la existencia de sacralidad en sentido estricto. Curiosamente, estas personas también pueden manifestar comportamientos rituales, respetuosos o reverentes en atención valores puramente humanos. En este caso hablaríamos del respeto a la bandera nacional o al ritual de la entrega de los premios Nobel. Esta para-sacralidad solo se relaciona con el respecto mostrado a determinados símbolos o convenciones humanas. No deberíamos confundir estas apariencias con la existencia de algún tipo de sacralidad laica o atea. Es evidente que nuestra sociedad laizante utiliza estas para-sacralidades como sustitutivo de la sacralidad verdadera y además las ofrece como fuente de estabilidad emocional y económica de muchas personas. También podemos darnos cuenta que perder el sentido de lo sagrado puede dar lugar a peligrosas crisis existenciales.

Partiendo de todo lo dicho, cabría preguntarse cómo se revela Dios al ser humano. ¿Qué significa lo sagrado para quienes creemos en Dios? Es evidente que Dios se ha revelado y se revela de forma directa a determinadas personas y estas, a su vez, nos hacen llegar la revelación de manera indirecta gracias a su testimonio. Dios se manifiesta de manera colectiva por medio de todo lo creado, en lo que encontramos constantes referencias a su Creador. Podríamos decir que Dios se revela en todo lo que nos rodea, siempre que seamos capaces de entender lo que nos comunica en cada momento. Esto nos permite señalar un primer tipo de sacralidad natural. Los humanos nos acercamos a esta manifestación de Dios por medio de lo que el cristianismo ortodoxo llama Contemplatio Naturalis.

Cabría preguntarse ¿Qué razón tiene entonces que existan elementos sagrados creados por el hombre si ya tenemos una manifestación palpable en todo lo que nos rodea? Si consideramos únicamente la sacralidad como algo que procede de Dios y que se dirige hacia nosotros, solo podemos adoptar una posición pasiva frente a lo Divino. En este caso no podría existir diálogo bidireccional entre Dios y el ser humano. Lo trascendente, entonces, se convierte en monólogo de Dios. Un monólogo que deja al hombre la única tarea de escuchar pasivamente la revelación. Tendríamos un tipo de sacralidad primitiva, que no es muy corriente hoy en día. Si consideramos que la relación Dios-ser humano es bidireccional aunque sea inmensamente asimétrica, disponemos de espacio para acercarnos libremente a Dios. No podemos esperar pasivamente que Dios se presente delante con el plano del "camino a seguir" para encontrarle. De hecho si se nos presenta directamente y de forma plena, ya habríamos retornado al Edén y no harían falta mapas. Evidentemente esto no ha ocurrido. El hombre no puede esperar la revelación de manera pasiva ya que es una relación implícita que conlleva un diálogo activo. Diálogo que se puede ejemplarizar mediante la oración directa a Dios. Oración que parte siempre de la acción de Dios en nosotros, pero que necesita nuestra libertad.

¿Cómo podemos afrontar ese diálogo? El diálogo lo podemos encontrar en todas y cada una de las actitudes y acciones humanas. Tenemos elementos sagrados que se presentan por medio del conocimiento, arte o de los ritos. Elementos sagrados que no podemos dejar de incluir toda nuestra vida. Si entramos en la sacralidad implícita en nuestra vida, hablamos de consagración. Es decir, de hacerse sagrado vitalmente hablando. La oración personal y/o comunitaria, los actos religiosos, actividades asociativas dentro de grupos de Fe, son formas activas que nos ayudan a calmar el ansia de Dios que tenemos en nuestro interior. Acercarse a Dios es una labor personal y comunitaria: «
Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos». (Mt 18, 20). Lo que desde nuestra humanidad hacemos para acercarnos a la Divinidad, a Dios, también es algo sagrado.
Es necesario empezar por ser conscientes de la existencia de una inabordable distancia entre el ámbito humano y el divino. Distancia que se hace infranqueable si dejamos a un lado lo sagrado. Existe un tipo de agnosticismo que parte de la existencia de Dios, pero postula que la distancia hace imposible una relación entre nosotros. Aunque la relación Dios-hombre que existió antes de la expulsión del Edén ha desaparecido, Dios nos ofrece una mediación a través “lo sagrado”, que se constituye como medio o eje principal en la comunicación.

Lo sagrado no es algo abstracto o algo utilizable sin más. Lo sagrado no puede ser utilizado de forma funcional. Lo sagrado debe ser ordenado de manera que el acceso y comprensión de todo su contenido sea accesible a quienes desean, anhelan, la re-unión con Dios. Re-unión que no es más que la religión, ya que la palabra proviene de re-ligare, re-unir. Esta necesidad ordenación de lo sagrado es lo que llevó a los hombres a conformar las religiones. Religiones que dejan de ser tales, cuando se centran y focalizan en lo cotidiano y humano.

A modo de resumen diríamos que las religiones son caminos que nos conducen a lo Divino, a Dios, por medio lo sagrado. Lo sagrado se conforma en la revelación y el diálogo activo del hombre con Dios. En el cristianismo la revelación y el diálogo están contenidos en el Misterio Cristiano que nos une entre nosotros y nos conduce a Dios.



[1] Lo sagrado y los limites de la existencia. Joseph Otón. http://www.asociacionideatica.com/Revista/lo_sagrado_y_los_limites_de_la_e.htm
[2] Las formas elementales de la vida religiosa. El sistema totémico en Australia (1982) Durkeim, Emile. Akal
[3] Lo sagrado y lo profano (1956). Eliade, Mircea.

martes, 3 de febrero de 2009

¿Qué es lo Divino y lo humano?

Divino-humano y sagrado-profano forman dos binomios compuestos por elementos antagónicos que nos encontramos constantemente al escudriñar las profundidades de nuestra religión.

No es raro encontrar que divino y sagrado 
se toman como sinónimos. Lo mismo sucede con humano y profano, que tienden a comprenderse como asimilables . Esta simple asignación de equivalencia, más que simplificarnos la vida, nos trae innumerables dolores de cabeza al intentar componer el puzzle que significa creer en Dios en la sociedad actual. Por lo tanto, es necesario delimitar qué es cada cosa y qué función tiene dentro de nuestro entendimiento.


Encontramos una referencia en la obra de Mircea Eliade. Gracias a ella es posible acercarse al significado de “lo sagrado” como una dimensión de nuestra humanidad y concebir que todo hombre tiene una importante dimensión religiosa. Gabriel Andrade, en su artículo sobre Eliade y Girald [1] hace una síntesis de gran claridad sobre la esencia de la obra de Eliade:

“[Para Eliade]
Lo sagrado es una suerte de absoluto que abarca todo lo religioso y que se opone a su contraparte, lo profano

Tomando como base el “homo religiosus” de Eliade, “lo sagrado” se contrapone constantemente a “lo profano” en todos los aspectos vivenciales y actos que realiza. Además, entiende la dimensión sagrada como algo absoluto y común a todas las religiones, aunque no compartan el mismo concepto de divinidad, práctica y trascendencia. Podemos hacer una primera crítica de esta visión indicando que el entendimiento que Eliade propone es, en muchos casos, poco sistematico [1].

También podemos criticar la reducción simplicista que lleva a considerar que la Divinidad, Dios, forma parte de lo sagrado. Es decir, trata a Dios como un objeto más dentro del universo religioso del ser humano; una idea más que se integra en “lo sagrado”. Aceptar la visión de la divinidad que Eliade nos propone significa aceptar que el “Sancta Sanctórum” está vacío y que lo único que poseemos es una apariencia que forma parte de la dimensión socio-cultural del ser humano. Pensando así aceptaríamos el agnosticismo leve imperante dentro del cristianismo contemporáneo. Para dilucidar el asunto es conveniente elaborar un estructura que sistematice esta serie de dimensiones y nos permita guiarnos entre el caos imperante.


Es necesario reflexionar sobre cómo separamos en nuestro entendimiento estas dos dimensiones: los sagrado y lo profano. 
Lo "profano” se presenta como la antítesis de lo "sagrado”, dando por sentado que no pueden convivir. Si aceptamos esto y aceptamos también que lo sagrado resulta imposible de vivir, es fácil preguntarse sobre la utilidad de lo sagrado. Hay tendencias cristianas que propugnan que lo sagrado es algo obsoleto que es necesario ver toda la realidad en igualdad. Dentro de esta línea de entendimiento podemos citar el agnosticismo cristiano que es típico de las corriente progresistas dentro de la Iglesia Católica y otras confesiones. Para ellos Dios existe, pero está an lejos y le importamos tan poco, que es como si no existiera. 


Hay otro entendimiento que parte de premisas contrarias. Dios existe y está implicado de forma constante y cercana en nuestra vida cotidiana. Aceptando esta premisa la realidad que nos rodea se comprende una manifestación de Dios. Hay que tener cuidado, porque llevando esto al extremo nos encontramos con el pensamiento gnosticista, que propone que lo humano es imaginario, indiferente y despreciable.


No podemos olvidar que somos nosotros quienes valoramos lo que vemos, entendemos y optamos por dar un significado u otro a lo que se nos presenta delante de nosotros. Cada ser humano está llamado a tener un entendimiento de la realidad que nos rodea, un entendimiento es una hermenéutica que nos guiará a lo largo de nuestra vida. Ser consciente de esto y ser responsable, es imprescindible. 


Desde el punto de vista judío y cristiano, “lo divino” es aquella dimensión que se asocia con Dios. Dios es perfección, totalidad, amplitud, belleza, amor, etc. ¿Qué tipo de relación podemos tener los humanos con la divinidad? ¿Hubo alguna relación directa? Mirando el problema desde el punto de vista de la hermenéutica bíblica, la divinidad es inaccesible al hombre desde el momento en que el hombre “es expulsado del paraíso“. Podemos aceptar que antes de la expulsión existía una relación directa Dios-ser humano y que esa relación fue rota por el ansia del hombre por ser como Dios. Entonces ¿Qué posibilidades tenemos de acceso a lo divino desde ese momento? Si aceptásemos que no es posible la existencia de ninguna relación entre Dios y el hombre, entraríamos en la esfera del agnosticismo cristiano actual. Si consideramos que el ser humano fue creado por Dios con un objetivo, es evidente que debe existir una nueva relación que nos permita seguir formando parte del plan Divino. 


Podemos definir “lo humano”, como todo lo relacionado con la naturaleza falible, relativa y condicionada que llevamos en nuestro interior mujeres y hombres. Lo humano se podría considerar circunstancialmente antitético con lo divino, pero a su vez no es posible desligarlo de la creación divina y de los objetivos que Dios tiene para nosotros. Hay algo que liga, amarra, atrae a lo humano hacia lo divino. Un ansia que solo en los tiempos modernos se desprecia y se acalla mediante la ignorancia y el abuso de las sensaciones y placeres.

Entre divinidad y humanidad aparece un puente: lo sagrado. Lo sagrado está integrado por la revelación que Dios ha dado al hombre a través de los siglos. Es la nueva relación entre Dios y el hombre. Relación que cobra todo su sentido y esplendor tras la encarnación de Cristo.


[1] “Tiempo cíclico” en la obra de Mircea Eliade y René Girard. Andrade, G y campo-Redondo, S. Utopía y Praxis Latinoamericana Año 7. Nº 17 (Junio, 2002). Pp. 9-35
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