Es
domingo de Ramos, día de gozo y alabanza. Día en que celebramos la entra
jubilosa de Cristo en Jerusalén. Muchas veces me he imaginado la muchedumbre
gritando y festejando que el Mesías de Israel estaría presente en la Ciudad
Santa, llenos de esperanzas e incertidumbres.
En este
tipo de ocasiones festivas es fácil que alguien se “cuele” delante de la
comitiva y parezca que el homenajeado es el y no Cristo. De la misma forma, a veces nosotros nos podemos delante del desfile
que da gloria al Señor queriendo ser nosotros quienes recibamos los aplausos y
las palmas que no merecemos.
Es la
actitud del Fariseo que se coloca en el Templo delante de todos, queriendo
demostrar que es merecedor de todas las glorias y alabanzas de las personas que
han ido a orar a Dios. Mientras, el Publicano se queda detrás para que nadie
lo viera y se da golpes de pecho solicitando la misericordia de Dios.
Muchas
veces queremos ser nosotros quienes decidamos hacia donde debe caminar esa
maravillosa comitiva que es la Iglesia peregrina. Decimos lo que nos parece
bien o nos parece mal, ya que tenemos razones para ello. No cabe duda que las
razones están allí, pero ¿Realmente merecemos estar delante de la comitiva
intentando olvidar que Cristo es el verdadero centro de nuestra vida y de la
Iglesia?
Sobre
todo cuando la incertidumbre nos golpea, el mejor lugar para orar a Dios es
detrás, donde nadie nos ve ni nos atienden. En ese diálogo no estamos solos ya
que Dios se acerca a nosotros para aceptar que no podemos más o que nos sentimos
sobrepasados. Nos sabemos pecadores y notamos la pesada carga sobre nuestros
hombros:
Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente
te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú
que eres una lámpara que alumbra. Pon tus palabras en mis labios; dame un
lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu
presencia siempre vigile. Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que
mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me
conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el
último momento. Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente
congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios
descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como
nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia. (San Juan Damasceno. Declaración de la fe,
capítulo 1)
La
Iglesia no irá donde nosotros queramos, sino hacia el lugar que Cristo tiene
establecido. La Divina Providencia siempre consigue que caminemos hacia
Cristo y no hacia donde nuestros deseos personales desean ir. De nada sirve
ponernos a la cabeza de la comitiva con un gran cartel, ya que es a Cristo a
quien seguimos.
Incluso
en los peores momentos de la historia de la Iglesia, los santos han conseguido
que no nos olvidemos de quien está sobre el burro blanco y quienes, tan solo, seguimos
el camino marcado por Él. Existe una breve oración llamada Trisagio, que se
suele cantar en griego, que recoge muy bien lo que el Publicano pudo orar
apartado de la vista de todos los demás:
Agios O Theos
Agios Iskyros
Agios Athanatos, eleison imas.
Santo Dios.
Santo Fuerte.
Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros.
Dejemos
que quien quiera diga que es él quien sabe hacia donde irá la iglesia y
concentrémonos en orar al Señor al que seguimos este Domingo de Ramos.
Misericordia Señor.
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