domingo, 11 de mayo de 2014

El Redil y la ovejas tienen mucho que decir

El evangelio de hoy domingo es especialmente bello por dos causas: por las imágenes simbólicas que utiliza Cristo y por el mensaje que transporta dentro de ellas. Pero no es fácil adentrarse en estas imágenes y comprender más allá de la superficie de las mismas. Para adentrarse en ellas hay que ejercitarse en la mística, que no es más que la puerta al Misterio revelado por Dios a través de Cristo. En pleno siglo XXI los símbolos se han vuelto oscuros por dentro, mientras que su superficie está llena de los colorines de lápices de colores.

El símbolo es un conocimiento que cautiva precisamente porque mantiene unidos de forma no violenta y libre, lo concreto y lo absoluto. Atrae  de forma similar a una invitación, una propuesta que suscita interés: que fascina, pero deja espacio para a la posibilidad de no responder. Cuando se habla de símbolo, se habla de unidad y al mismo tiempo, espacio, distancia y posibilidad de decir no. Es lo que expresa de modo muy sugestivo Efrén el Sirio en muchos de sus himnos, al hacer ver que se debe considerar la abundancia de tipos y símbolos que se encuentran por el mundo, no como pruebas que fuercen la adhesión a Dios; sino más bien como invitaciones que ofrecen la posibilidad de adquirir conocimiento de la realidad divina. La decisión de aceptarlos o no, se deja la libertad humana: aceptar es siempre una decisión guiada por la libertad de la fe y no por la obligación de la prueba. La Gracia no se impone nunca por la fuerza. (Marko. I. Ruponik. La fe como respuesta al Salvador. Teología de la Evangelización desde la Belleza)

¿Qué podemos encontrar en la parábola del redil que nos pueda parecer oscuro y complicado de comprender. Los símbolos a veces esconden mucho detrás de lo evidente y superficial. Entonces si Cristo dice “Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz” nosotros somos tan tercos que elegimos el camino contrario al que el Señor nos señala. San Agustín se planteó esto y no le fue fácil encontrar la respuesta:

¿Por qué dije que aquí había una cuestión más profunda? ¿Qué hay aquí oscuro o difícil de entender? Os ruego que me escuchéis. Sabéis que vino Nuestro Señor Jesucristo, que predicó; su voz, más que ninguna otra, era la voz del pastor, salida de la misma boca del pastor. Si la voz de los profetas era la voz del pastor, ¿cuánto más lo sería la pronunciada por la lengua misma del pastor? Pero no todos la escucharon. ¿Hemos de pensar que eran ovejas todos cuantos la oyeron? La oyó Judas, y era un lobo; le seguía, pero, cubierto con la piel de oveja, maquinaba contra el pastor. Algunos de los que crucificaron a Cristo no la oyeron, y eran ovejas; pues a éstos los veis entre las turbas cuando decía: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que Yo Soy. ¿Cómo se resuelve esta cuestión? Oyen las que no son ovejas, y las ovejas no oyen. Siguen la voz del pastor algunos lobos, y algunas ovejas le contradicen, y, finalmente, las ovejas dan muerte al pastor. Vamos a resolver la cuestión. Dirá alguno que, cuando no oían, no eran aún ovejas; que entonces eran lobos; pero su voz oída los cambió, y de lobos los hizo ovejas; y cuando se convirtieron en ovejas, oyeron al pastor, le hallaron y le siguieron; esperaron las promesas del pastor porque cumplieron sus mandatos. (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 45, 10)

La cuestión que plantea San Agustín no es pequeña ¿Somos realmente ovejas del Señor? Si lo fuéramos, reconoceríamos su voz e ignoraríamos las voces de los embaucadores de turno. ¿Por qué nos atraen tantas voces extrañas?

Seguramente se debe a que somos como la oveja perdida. No terminamos de darnos cuenta de Quien es el que cuida de nosotros y desconfiamos de que nos oculte algo. Juzgamos a los demás y a Dios mismo a través de nuestras limitaciones y errores. Quien desconfía es que sabe que el mismo no es de fiar. Cuando juzgamos a los demás y a Dios mismo, estamos diciendo más de nosotros de lo que creemos.

Como ovejas perdidas, las tentaciones nos acorralan con facilidad, mientras el pastor sigue adelante con el fiel rebaño. Afortunadamente el Pastor sabe que las ovejas perdidas somos las que más lo necesitamos y se cuida de tenernos vigiladas mientras nosotros le dejemos hacerlo. Muchos de nosotros preferimos dejar al Pastor lo más lejos posible, ya que creemos que la libertad es precisamente eso. No nos damos cuenta que la libertad no es elegir lo contrario o conservar siempre la posibilidad de elegir. La verdadera libertad consiste en elegir el camino correcto y comprometerse a seguir al Pastor minuto a minuto.


Como indicaba Marko I. Rupnik, lo maravilloso de los símbolos es que podemos elegir quedarnos en la superficie o zambullirnos de lleno en los Misterios que transportan. Dependerá de nosotros seguir al Señor hasta dentro del símbolo o quedarnos en la superficie viendo los bonitos colores que le hemos puesto a su cáscara. 

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