martes, 15 de abril de 2025

Velad y orad, para que no entréis en tentación


Ya estamos en Semana Santa y tenemos delante de nosotros al Señor que se manifiesta de forma especial. ¿Cómo vivimos esta semana? ¿Realmente queremos ver a Cristo? ¿Cómo lo hacemos? ¿Lo hacemos como Zaqueo subidos a un sicomoro?  ¿Lo hacemos como el pueblo judío que prefirió salvar a Barrabás? En el Huerto de los Olivos, Cristo reza sintiendo todo el dolor que va a sufrir en breve. ¿Qué hacen los Apóstoles? Duermen. ¿No es esta nuestra actitud más frecuente?

La Semana Santa es un Camino. Un Camino que se inicia en Pascua y termina en la resurrección. En todo recodo del camino se hace evidente la gloria de Dios hecha realidad. ¿Nos conformamos con vivirla a nivel socio-cultural? Dicho sea que no es que sea malo hacerlo así, pero al hacerlo, nos quedamos en la capa más superficial del conocimiento de la Verdad:

Por eso, aquel día, algunos griegos, empujados por esta magnífica aclamación que honra a Dios con fervor, se acercaron a un apóstol llamado Felipe y le dijeron: "Queremos ver a Jesús". Mira: es toda la muchedumbre quien ocupa el lugar del Heraldo e incita a estos griegos a que se conviertan. En seguida, éstos se dirigen a los discípulos de Cristo: "Queremos ver a Jesús".

Estos paganos imitan a Zaqueo; no se suben a un sicómoro, sino que se apresuran a elevarse en el conocimiento de Dios (Lc 19,3). "Queremos ver a Jesús": no tanto contemplar su rostro, sino llevar su cruz. Porque Jesús, que veía su deseo, anunció sin ambages a los que se encontraban allí: "llega la hora en que el Hijo del hombre será glorificado", llamando gloria a la conversión de los paganos.

Y dio a la Cruz el nombre de "gloria". Porque desde ese día hasta ahora, la cruz es glorificada; es la cruz, en efecto, lo que todavía ahora consagra a los reyes, unge a los sacerdotes, protege a las vírgenes, da firmeza a los ascetas, estrecha los lazos de los esposos, fortalece a las viudas. Es la cruz la que fecunda la Iglesia, ilumina los pueblos, guarda el desierto, abre el paraíso. (Proclo de Constantinopla Sermón para el día de Ramos; PG 65, 772)

Contemplar el rostro de Cristo reflejado en las tallas que desfilan por muchas de nuestras ciudades, es maravilloso. Ver el rostro de la Verdad siempre conlleva acercarse al Misterio de la Voluntad de Dios. Es maravilloso, pero ¿Cuántas personas vieron pasar a Cristo por delante de ellos y no llegaron a intentar tocar su manto? Dios siempre da el primer paso, se presenta ante nosotros de muchas formas, pero espera que nosotros demos el segundo paso.

Llevar la Cruz conlleva negarnos a nosotros mismos y seguir los pasos de Cristo. No es tarea sencilla para un ánimo tan inconstante como el que todos tenemos. Como dice Proclo, pedir ver a Cristo conlleva poner nuestra pequeña e inconstante voluntad al servicio de la Voluntad de Dios. Pedir ver a Cristo es mucho más que mirar desde lo lejos las espléndidas apariencias, llenas de belleza, que nos trae la Semana Santa. Es dar un paso adelante y decir: “Sí quiero. Quiero que sea Tú Voluntad la que obre en mí. Quiero que ella me mueva y me haga tomar mi cruz y seguirte”.

La Cruz no es intrascendente para el ser humano del siglo XXI. No ha pasado de moda ni hemos encontrado nada que la sustituya. Tomar la Cruz destroza la pasiva aceptación de una fe costumbrista y sustentada en actos sociales. Tomar la Cruz produce que seamos repudiados por el mundo, que nos odiará como odió a Cristo. Tomar la Cruz significa dejar atrás el espacio de confort en el que tanto nos gusta vivir. Significa que cada paso es un paso que nos acerca al Señor. Es un paso que nos ayuda a construir la casa sobre Roca en nosotros.

Miremos en la Semana Santa una oportunidad. Un tiempo propicio para subir al sicómoro para que Cristo nos vea. Es el tiempo de hacer nuestra “la Cruz la que fecunda la Iglesia, ilumina los pueblos, guarda el desierto, abre el paraíso”. Nada de esto es sencillo, porque en este siglo XXI imperan las apariencias. Lo que realmente es trascendente y sustancial, lo olvidamos. Nos pasa como el aceite que olvidaron las Doncellas insensatas. Empleamos nuestra fuerzas humanas en construir torres de babel que nos prometen que llegarán al Cielo para que podamos llegar a Dios. Las torres de babel siempre generan disputas y enfrentamientos. La Cruz que Dios nos da, no genera nunca enfrentamientos. Esa es la prueba que permite ver más allá de las apariencias. Demos gracias a Dios.

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