El desierto y el abandono de los tumultos de la vida le proporcionan al hombre la amistad de Dios; así Abraham, cuando salió del país de los caldeos, fue llamado "amigo de Dios" (Jc 2,23). El gran Moisés también, en el momento de su salida del país de Egipto […] habló con Dios cara a cara, fue salvado de las manos de sus enemigos y atravesó el desierto. Todos ellos son la imagen de la salida de las tinieblas hacia la luz admirable, y de la subida hacia la ciudad que está al cielo (He 11,16), la prefiguración de la verdadera felicidad y de la fiesta eterna.
En cuanto a nosotros, tenemos cerca de nosotros la realidad que sombras y símbolos anunciaban, quiero decir, la imagen del Padre, nuestro Señor Jesucristo. Si lo recibimos como alimento en todo tiempo, y si marcamos con su sangre las puertas de nuestras almas, seremos liberados de los trabajos del Faraón y sus inspectores (Ex 12,7; 5,6s). […] Ahora hemos encontrado el camino para pasar de la tierra al cielo… En otro tiempo, a través de Moisés, el Señor precedía a los hijos de Israel en una columna de fuego y de nubarrón; ahora, él mismo nos llama diciendo: "Si alguien tiene sed, que venga a mí y que beba; del que cree en mí, brotarán ríos de agua viva que saltarán hasta la vida eterna" (Jn 7,37s).(San Atanasio de Alejandría. Carta Pascual nº 24)
El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cardenal Antonio Cañizares Llovera, ha enviado hace unos días un documento al presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) donde se recogen las conclusiones del debate abierto sobre la oportunidad o no de mantener el signo de la Paz en la forma y el momento que está teniendo lugar durante la Misa. El texto ha sido confirmado y aprobado por el Papa Francisco. En el este texto se indica que se mantiene el rito tal como está ahora, pero se advierte en contra de los excesos y abusos que a veces se cometen.
El signo de la paz lleva dentro de la celebración eucarística desde los primeros siglos, tanto en Oriente como en Occidente. Durante los siglos IV-V, en Roma se situaba inmediatamente después de la plegaria eucarística y estaba relacionado con ella. Tiempo después se vinculó a la petición de perdón en el Padrenuestro, uniéndose a este como preparación para la comunión.
¿En qué consiste el signo? En un beso o un saludo que evidencia y comunica que perdonamos, sin restricciones, a quienes nos han hecho daño. Hoy en día este signo ha ido cambiando el significado, haciendo que busquemos saludar a cuantas más personas mejor, divertirnos, cantar y hasta crear coreografías diversas. Se ha convertido en un signo de integración social que rompe el “incómodo rato”, que hemos estado preparándonos para recibir la Eucaristía. Algunas personas ven en este signo de paz una pre-comunión, debido a que la Eucaristía pierde su sentido de comunión con Dios, que se desplaza hacia la comunión con la comunidad.
En ese sentido, esta nota emitida por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, viene a recordarnos qué comunicamos con el signo y la forma correcta de darlo, para que el significado se ajuste al objetivo.
Es interesante reseñar que muchas personas se han sentido atacadas por este texto, ya que les conmina a ajustar tanto la forma del signo, como su significado. Por ello lo entienden como un ataque de la “jerarquía” a su “religión”. Seguir leyendo...
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