Arranca de ti la tristeza, y no aflijas al
Espíritu Santo que habita en ti, no sea que hagas tu oración a Dios en contra
tuya y él se aparte de ti. Porque el Espíritu de Dios, que ha sido dado a esa
carne tuya, no tolera la tristeza ni la angustia. Así pues, revístete de
alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es
agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien,
piensa el bien y no hace caso de la tristeza. En cambio, el hombre triste
siempre va por mal camino. En primer lugar, hace mal entristeciendo al Espíritu
Santo que fue dado en alegría al hombre. En segundo lugar, comete iniquidad al
no orar ni dar gracias a Dios, ya que siempre la oración del hombre triste
no tiene fuerza para remontarse hasta el altar de Dios. La tristeza se ha
asentado en su corazón, y al mezclarse la tristeza con la oración, no deja a
ésta que suba pura hasta el altar de Dios... Purifícate de esta malvada
tristeza, y vivirás para Dios. Y asimismo vivirán para Dios cuantos arrojen de
sí la tristeza y se revistan de toda alegría. (El Pastor de Hermas.
Siglo II)
Vivimos en una sociedad que genera tristeza. Las pocas
personas que conozco que van con su rostro siempre alegre, son personas que
tienen a Cristo muy dentro de su corazón. La inmensa mayoría de nosotros
vive deseando lo que no tiene y desdeñando lo que tiene. El césped del
vecino, siempre es más verde, como si el color del césped nos aportara algo
importante a la vida.
En el Pastor de Hermas, se habla de la tristeza y del daño
que genera en nuestro corazón. Un corazón triste, está siempre cerrado, ya
que tememos recibir más dolor de fuera. Un corazón abierto, es capaz de
darse cuenta de todo lo bueno que ha recibido y recibe de Dios. No me cabe duda
que una de las armas que el enemigo utiliza con nosotros, es la tristeza. Si
nos sentimos abatidos, derrotados, entramos en un estado de abulia y desafecto,
muy contagioso.
La esperanza trae de la mano la alegría. Nadie que se
sienta sin esperanza, es capaz de sonreír o de ayudar a quien lo necesita. Nuestra
sociedad occidental parece cargar con la pesada carga de la falta de sentido y
esperanza. Esta desesperanza se cuela en la Iglesia con mucha facilidad y
genera una gran cantidad de problemas.
Esta semana pasada se produjo un lamentable incidente en
la Catedral de Buenos Aires. El martes pasado se convocó una ceremonia
interreligiosa judeo-cristiana para conmemoró la Noche de los Cristales Rotos.
Día en que se inició el holocausto judío en tierras alemanas. Al iniciarse la
ceremonia, un grupo de personas empezaron a rezar el Rosario en voz muy alta,
impidiendo que la ceremonia ecuménica se desarrollara con propiedad.
Rápidamente, algunas personas asistentes llamaron a estos católicos nazis y
lefevrianos. Se vivieron momentos de enfrentamiento, que terminaron tras
solicitar que abandonasen el templo las personas que rezaban el Rosario.
Cómo es posible que nosotros mismos nos enfrentemos,
confrontando razones para oponernos unos a otros. Nadie duda que existan
razones para el enfrentamiento, hay tantas como se nos ocurran y seguramente
todas ellas serán razonables y hasta defendibles. Pero ¿Qué objetivo tiene
enfrentarnos? Ninguno que conlleve paz, unidad, concordia y alegría. Ninguna
de las razones que se pueden dar tendría en su formulación la palabra esperanza.
Lo que hubo en todas las bocas de las personas que se enfrentaron fue la
palabra tristeza. ¿Cómo se va a orar a Dios con el corazón lleno de tristeza?
Pues unos y otros lo intentaron. El Pastor de Hermas nos señala que estas
oraciones no llegan a despegar de nosotros mismos. Nuestros egoísmos atrapan
las palabras y las vacían de significado.
Es muy fácil tomar partido por uno u otro grupo, pero si
lo hacemos, estaríamos dando alas a la tristeza que nos rodea. Ante estos sucesos me viene a la
mente la indicación de Cristo sobre la capacidad de ver la paja en el ojo ajeno,
mientras somos incapaces de ver la viga en el propio. Si cambiamos la
palabra paja por ideología, llegaríamos a darnos cuenta que unos y otros
generan una brecha que les separa. Unos por utilizar un tempo católico para
una ceremonia que genera malestar entre algunos de nosotros. Otros por utilizar
las bellas palabras del Rosario, como armas contra sus hermanos.
El Papa Francisco nos ha advertido sobre los cristianos
ideológicos: “Los que transforman la fe en
ideología y alejan a todos los demás de los jardines y de los pozos de la
gracia”
Lo fácil es decir que “el otro” es el ideologizado, lo imposible,
sin la Gracia del Señor, es aceptar que la caridad empieza por nosotros mismos.
¿Queremos alejarnos de la ideologización? Empecemos por intentar no hacer
sufrir a nuestros propios hermanos.
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