¿Por qué tienes miedo, Herodes, de escuchar que ha nacido un rey? no ha venido para destronarte, sino para vencer al demonio. Pero tú no lo comprendes, te atemorizas y montas en cólera. Para hacer perecer al único niño que buscas, te conviertes en cruel ase-sino de muchos. Ni las lágrimas de amor de las madres, ni el dolor de los padres llorando a sus hijos, ni los gritos y gemidos de los niños te detienen. El que es la fuente de la gracia, a la vez pequeño y grande, acostado en un pesebre, hace temblar tu trono. Realiza su designio a través de ti pero a tus espaldas. Estos pequeños mueren por cristo sin saberlo; sus padres lloran la muerte de estos mártires. Cuando todavía no sabían hablar, Cristo los hace capaces de ser sus testigos: no articulan palabra todavía y ya confiesan a cristo; sus cuerpos son todavía incapaces de combatir y ya se llevan las palmas de la victoria. así veis cómo reina este rey. Ya entonces libera y da la salvación. Pero tú, Herodes, ignoras todo esto; tú tienes miedo y montas en cólera. Y cuando te enfadas contra un niño pequeño, sin saberlo, te pones ya a su servicio. (San Quodvultdeus. Discípulo de San Agustín)
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La muerte indiscriminada de inocentes por ordenes del rey Herodes, parece un anticipo de los terribles tiempos que vivimos. Miles de niños no nacidos son arrancados de los vientres de sus madres sólo por no ser "deseados" por sus progenitores o la sociedad en la que deberían haber vivido. ¿Puede no ser deseado un hijo?
Parece que esta matanza cotidiana, al grito de la libertad y la modernidad, sólo beneficia a quienes desean pervertir los cimientos de nuestra naturaleza humana. Una madre no mataría a su hijo nunca. Es carne de su carne y vida de su vida.
Nuestra sociedad está enferma y el enemigo está detrás de tanto sufrimiento. Nos susurra al oido ¿Quieres ser como Dios o al menos tal grande como Herodes? Solo cabe una respuesta: NO.
"Vete, Satanás, porque está escrito: al Señor, tu Dios, rendirás homenaje y a El sólo prestarás servicio" (Mt 4,10)
Pero estos niños, no nacidos, son testigos de Cristo. Testigos de Dios que ha nacido para llenarnos de esperanza. ¡Gloria in excelsis Deo!
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Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado
en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos,
que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
Amén
(frag. Salmo 21)