domingo, 26 de agosto de 2012

Un laicado maduro y comprometido. Melancolía eclesial II


Permítanme tratar la tema de la melancolía eclesial con el objetivo de ver cómo salir de ella. Me fijaré un poco más en el rol que los laicos debemos tener dentro de la Iglesia. Para ello aprovecharé el mensaje que Benedicto XVI acaba de enviar a la VI Asamblea Ordinaria del Forum Internacional de Acción Católica (FIAC). Dice el Santo Padre:

La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad referido, en especial, al papel de los laicos en la Iglesia, que deben ser considerados no como 'colaboradores' del clero, sino como personas realmente 'corresponsables' del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su propia aportación específica a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la Iglesia y siempre en cordial comunión con los obispos”.

Así mismo, el Papa nos pide a los laicos “el compromiso a trabajar por la misión de la Iglesia: con la oración, con el estudio, con la participación activa en la vida eclesial, con una mirada atenta y positiva hacia el mundo, en la continua búsqueda de los signos de los tiempos”. Nos dice, además, que los fieles laicos somos “llamados a ser testigos valientes y creíbles en todos los ámbitos de la sociedad, para que el Evangelio sea luz que lleva esperanza en las situaciones problemáticas, de dificultad, de oscuridad, que los hombres de hoy encuentran a menudo en el camino de la vida”.

Pero este compromiso debe llevarse en sintonía con “las opciones pastorales de las diócesis y de las parroquias, favoreciendo ocasiones de encuentro y de sincera colaboración con los otros integrantes de la comunidad eclesial, creando relaciones de estima y comunión con los sacerdotes, por una comunidad viva, ministerial y misionera”, así como cultivandorelaciones personales auténticas con todos, empezando por la familia”, ofreciendo nuestra disponibilidada la participación a todos los niveles de la vida social, cultural y política teniendo siempre como objetivo el bien común”.

Seguramente nos preguntemos cómo, nosotros simples laicos, estamos llamados a ser corresponsables del ser y actuar de la Iglesia. ¿Con qué fuerzas podremos actuar? ¿Qué conocimientos podremos aportar? ¿Qué ánimo podremos compartir?

Comparto un breve texto del Padre Pío:

Ten paciencia y persevera en la práctica de la meditación. Al principio conténtate con no adelantar sino a pasos pequeños. Más adelante tendrás piernas que no desearán sino correr, mejor aún, alas para volar.

Conténtate con obedecer. No es nunca fácil, pero es a Dios a quien hemos escogido. Acepta no ser sino una pequeña abeja en el nido de la  colmena; muy pronto llegarás a ser una de estas grandes obreras hábiles para la fabricación de la miel. Permanece siempre delante de Dios y de los hombres, humilde en el amor. Entonces el Señor te hablará en verdad y te enriquecerá con sus dones” (Epistolario 3, 980)

Podemos leer que tanto el Santo Padre como el Padre Pío nos hablan de una actitud que es todo menos melancólica. Nos hablan de no quedarnos sentados mirando y esperando mientras nos invade la tristeza. Nos hablan de ser humildes sin dejar de ayudar en todo lo que veamos posible.

En el evangelio de hoy domingo vemos a los discípulos decir "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Es duro porque se nos dice teniendo el corazón lleno de tristeza y la voluntad atenazada. Cristo vuelve a hablar y nos dice: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen

Somos muchos los que no creemos con toda la profundidad que nos reclama Cristo. Muchos nos sentimos petrificados ante la corresponsabilidad que tenemos. Igual que San Pedro (Mt 14, 22-36), sentimos que nos hundimos en el agua y ni siquiera gritamos pidiendo ayuda al Señor. No creemos suficientemente y eso nos paraliza, nos hunde. Una vez en el fondo ¿Qué más da todo?

Pero ¿Dónde iremos si nos conformamos con hundirnos en la melancolía? Sólo el Señor tiene palabras de vida eterna. ¿Dejaremos que nuestra vida pase sin aceptar nuestra corresponsabilidad?

Hay muchas dimensiones eclesiales donde podemos poner nuestro empeño. Podríamos pensar en la comunidad en la que vivimos la Fe. Podemos actuar potenciarla con paciencia y humildad. Ser catalizadores positivos del dinamismo de quienes nos reunimos en el mismo templo a orar. No hace falta tomar el papel de “jefes”, el Padre Pío nos llama a empezar con pasos pequeños y con mucha humildad y paciencia.

Tenemos también muchos frentes de evangelización. Nuestra vida cotidiana nos lleva a reunirnos con amigos, conocidos y familiares. De nuevo, no se trata de coger la espada y ponernos a dar mandobles. Se trata de humildemente y con paciencia, ir dando puntadas que contagien a quienes están fríos espiritualmente.

Aparte, no podemos desatender nuestra espiritualidad y Fe. No viene mal tomar una postura de formación activa, reactivar nuestra oración, lectura de la Palabra de Dios y acercarnos más frecuentemente a los sacramentos, etc.

El Santo Padre nos llama “a la participación a todos los niveles de la vida social, cultural y política teniendo siempre como objetivo el bien común”. Dejemos las melancolías y atrevámonos a levantar nuestra cruz y seguir a Cristo. ¿Cuesta y duele? ¡Claro!

Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mt 11, 29-30)

domingo, 5 de agosto de 2012

¿Quién ha dicho que ser cristiano es fácil?


Después de la transgresión de Adán, los pensamientos del alma, lejos del amor de Dios, se dispersaron y se mezclaron con pensamientos materiales y terrestres. Porque Adán por su pecado, recibió en sí mismo la levadura de las malas tendencias y, así por participación, todos los nacidos de él de toda la raza de Adán tienen parte en esta levadura. Seguidamente, las malas disposiciones crecieron y se desarrollaron entre los hombres hasta el punto que llegaron a toda clase de desórdenes. Finalmente, la humanidad entera se vio penetrada de la levadura de malicia. 

De manera análoga, durante en su estancia en la tierra, el Señor quiso sufrir por todos los hombres, rescatarlos con su propia Sangre, introducir la levadura celeste de su bondad en las almas de los creyentes humillados bajo el yugo del pecado. Quiso perfeccionar en estas almas la justicia de los preceptos y de todas las virtudes hasta que, penetradas de esta nueva levadura, se unieran para bien y formaran un solo espíritu con el Señor. El alma que está totalmente penetrada de la levadura del Espíritu Santo ya no puede albergar el mal y la malicia, tal como está escrito: El amor no lleva cuenta del mal. Sin esta levadura celeste, sin fuerza del Espíritu Santo, es imposible que el alma sea trabajada por la dulzura del Señor y llegue a la vida verdadera. (San Macario el Egipcio, Homilías) 

La levadura es un hongo microscópico que se alimenta de azucares e hidratos de carbono que transforma otras sustancias. A este proceso se le llama fermentación. En el caso de la levadura del pan, es capaz de transformar una masa de trigo, sal y agua en una masa madre que, una vez horneada, se transformará en uno de los alimentos más completos que existen: pan. Sin duda en la antigüedad, este proceso parecería casi mágico, además de maravilloso. 

San Macario nos habla de dos levaduras, una buena y otra mala. La mala daña la masa de trigo pudriéndola, mientras que la buena, es la que la transforma en masa madre de pan, preparado para ser hornado. Cristo utilizó la levadura para una de las parábolas de Reino más conocidas: 

«El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Mt 13,33) 

Podemos utilizar esta parábola para acercarnos al misterio de la conversión. Primero la conversión individual de las personas y a través de esta conversión, la transformación de la sociedad (mundo) en Reino. 

Pero ¿Para que querríamos transformarnos? ¿No somos suficientemente felices? ¿No tenemos todo lo que necesitamos? La sociedad ha creado un entorno que nos hace creer que tenemos todo lo que necesitamos al alcance de la mano, pero realmente no es así. 

Desde pequeños, nos han señalado un objetivo vital fácil de entender, pero imposible de obtener por nosotros mismos: la felicidad. La felicidad es complicada de definir y entender, pero no por ello no la podremos encontrar en el camino trazado para nosotros por la sociedad. Muchos amigos bien situados y con una vida estable, alguna vez me han hecho el comentario de que “la vida es una porquería, un asco”. Lo curioso es que ante esa sensación de desánimo y engaño no se preguntan ¿Por qué es así la vida? Toman su pesada y decepcionante realidad como el destino de todo ser humano sin revelarse. En el fondo de su ser hay una razón a la falta de felicidad, que pugna por salir: “Nada me sacia, nada me llena. Lo que obtengo, una vez es mío, deja de tener valor” En una palabra: vacío. 

Que nada material nos llena se evidencia en que el número de suicidios crece a la par al incremento del nivel de vida. En España el suicidio ya es la primera causa de muerte no natural. Somos como esa masa de trigo que en si misma no tiene nada que le de sentido. Puede esperar durante un cierto tiempo, pero terminará por descomponerse y después ¿Qué? ¿Quién quiere una masa maloliente y podrida? Ni la propia masa se soporta a si misma.

De hecho el suicidio, depresiones, violencia o desánimo existencial son la evidencia de que la masa no pude quedarse sin nada que la transforme. ¿Qué la puede transformar? La buena levadura, la que convierte la masa de trigo en masa madre preparada para ser horneada. Pero ser transformado es muy incómodo. Significa quedar en evidencia entre las personas que conocemos, cambiar nuestros objetivos, forma de actuar, manera relacionarnos con los demás. Significa morir a ser masa de trigo y nacer a ser masa de pan. 

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? (Mt 16,24) 
De todas formas es muy duro dejar de agarrarse al borde del río, saltarse y dejarse llevar por la corriente. Supone un acto de confianza en la corriente (Voluntad de Dios) que pocas personas están dispuestas a realizar. 

¿Cómo sabemos que la conversión no es un atontamiento vital? como algunos indican. Por dos cuestiones evidentes: 

  1. Porque supone aceptar el reto de que existe un sentido para la vida que vivimos y que lo podemos encontrar."Quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre "(Lc 11,5)
  2. Porque desalojar los prejuicios que cómodamente nos sostienen, es todo menos fácil. "Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: ´Trasládate de aquí para allá´, y el monte se trasladaría. Entonces nada sería imposible para ustedes"(Mt 17,20)
Hay que ser valiente para dejarse transformar por la levadura del Reino. Basta mirar la biografía de los Apóstoles para darse cuenta que algo tocó su ser para dejar atrás todas las seguridades y estar dispuestos al martirio y la muerte. ¿Quién ha dicho que ser cristiano es fácil?
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