Confieso
que con más de treinta años y tras leer a San Ambrosio de Milán empecé a
entender qué son los sacramentos y su importancia dentro de mi vida de fe. Es
trágico que las catequesis mistagógicas hayan quedado relegadas a algo
accesorio o prescindible.
La fe
que se nos ofrece hoy en día es una mezcla de cultura, socialización,
emotividad y buenismo concentrado. Despreciamos el conocimiento y
sobrevaloramos el activismo y la emotividad por separado, lo que nos lleva a
dividirnos internamente y a ser incapaces de entender que hay mucho más
allá de los aparente, estético o social.
Lo
sacramentos se reconocen por la Iglesia como signos que transmiten la Gracia de
Dios. Signos que comunican a Dios mismo, aunque a veces parece que son simples
actos conmemorativos de tipos social. De hecho algunas personas comulgan para
no sentirse rechazadas por la comunidad. Otras veces, como en el bautismo,
parece que la Liturgia sea como un formulario que permite al niño integrarse
socialmente. Por eso se le da tanta importancia a aspectos accesorios, como las
personas que hacen de padrinos o el festejo posterior. Decía Cristo que si un
ojo te hace caer, arráncatelo. Si el problema es que los padrinos no representan
lo que debieran y la presión social se impone a obispos y sacerdotes,
simplemente olvidemos a los padrinos. No son necesarios.
Los
sacramentos son mucho más que formas rituales de integración social. Son medios
de comunicación de Dios mismo:
Es admirable que Dios haya hecho llover el maná para nuestros padres y
que se hayan saciado cada día con pan del cielo. Es porque se ha dicho: «El
hombre ha comido el pan de los ángeles» (Sl 77,25). Sin embargo todos los que
comieron de este pan en el desierto murieron. Y por el contrario, este
alimento que recibes, este pan vivo bajado del cielo, da el alimento de la vida
eterna, y quienquiera que lo coma no morirá jamás. Es el Cuerpo de
Cristo... (Seguir leyendo)