La
Iglesia es santa, pero quienes la componemos no los somos. No cabe duda que el
momento actuar nos revela que quienes componemos la Iglesia estamos enfermos de
postmodernidad o como también se suele llamar, modernidad líquida. Cuando las
células del cuerpo enferman, el cuerpo padece y nadie puede negar que el Cuerpo
de Cristo padezca de problemas que crecen día a día. Pero no tenemos que
desesperar. La Iglesia es un todo desde que fue instituida, por lo que no
podemos decir que su santidad pueda ser puesta en duda. En todo caso, lo que
vivimos es un dolor que no compromete su santidad, apostolidad y unidad.
El
momento eclesial es realmente feo, con dudas, enemistades, predisposición a las actuaciones
sacrílegas y una lucha interna que no puede ser disimulada. No es una lucha que
se pueda ver en los medios de comunicación, ya que estos sólo son capaces de
ver la superficie del cuerpo eclesial. La lucha se libra dentro de cada uno de
nosotros, ya que nos tientan con dulces voces de sirenas, para que olvidemos a
Dios y nos centremos en el ser humano. No deberíamos escuchar estas voces, pero
por desgracia son potentes e inciden en aquellas personas que no tienen
conocimiento y voluntad suficiente como para ignorarlas. Estas personas, que
durante décadas han sido formadas de forma leve, superficial y de manera
proclive a aceptar soluciones humanas, son las células que realmente están
sufriendo la enfermedad. Ellas son las que dejan de buscar la santidad y se
conforman con la aceptación de sus debilidades humanas. Estas personas son las
que se ven alejadas de los sacramentos, porque se les induce a pensar que son
sólo apariencias sociales vacías. Estas personas son las que se alegran porque
parece que la solución a sus pecados ya no es la confesión, sino la declaración
eclesial de que no existe pecado.
Dios no
es tonto ni le da todo igual. No es cómplice de nuestras infidelidades ni
prisionero de nuestras limitaciones. Podemos decir mil veces que no existe
pecado ni tampoco infierno, pero su existencia no parte de nuestros deseos. Esta
cantinela es tan antigua como el mundo. Ya Adán y Eva la padecieron y les trajo
consecuencias desastrosas. Sin duda son tiempos donde es imprescindible
discernir, separar grano y paja, reconocer la Palabra de Dios entre tantos
discursos humanos. Son tiempos de esperanza, para quienes sabemos que Dios no
nos abandona ni nos repudia. Esperemos la venida del Señor con alegría y ánimos
renovados. Los sacramentos seguirán siendo fuente de Gracia para quienes los
vemos como signos sagrados y los intentamos vivir como tales. La sacralidad seguirá
existiendo en templo que llevamos dentro de nosotros, aunque sea imposible de
vivir en los templos físicos. Dios no nos deja de la mano, somos nosotros
quienes nos separamos conscientemente de Él.
Por
tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres: más la
blasfemia contra el Espíritu no será perdonada
Mt 12, 31