Comencé este blog el nueve de enero del año 2009. Ya han pasado casi diez años. Cuando abrí este blog, lo hice con la certeza de que sería acogido y valorado, en lo poco que pudiera aportar. En aquellos momentos vivimos un momento de gracia en la red. Un momento en el que muchos confluimos en la blogosfera para aportar un granito de arena de testimonio de nuestra fe. Una fe que se sentía acogida por la Iglesia y un esfuerzo que sentíamos que era valorado por la Iglesia en su totalidad. La red se presentaba ante los católicos como un continente lleno de oportunidades de evangelización. Un continente lleno de posibilidades y peligros. Hoy, mirando este blog, he podido comprobar la gran cantidad de blogs que han quedado mudos.
Blogs que eran como pequeñas velas en la inmensidad de la red. Velas que querían guiar a aquellas personas que buscaban el camino hacia una fe trascendente y profunda.
¿Qué ha pasado con todos estos blogs? Lamentablemente ha desaparecido la cálida acogida eclesial de hace diez años. Antes nos sentíamos una oportunidad eclesial. Ahora sentimos que se sospecha de nosotros y que siempre hay alguien dispuesto a maltratarnos porque no nos ajustamos al canon eclesial del momento. En el mejor caso, nos ignoran con desprecio. De sentirnos colaboradores, hemos pasado a sentirnos fugitivos. Lo fácil es echar la culpa a tal o cual persona, prelado o tendencia eclesial, pero la culpa no es directamente de estas personas o sensibilidades eclesiales. La culpa es de nosotros mismos, los católicos. Todos tenemos parte de la culpa.
Nos hemos ido volviendo obtusos, histéricos y melindrosos. Desconfiamos de todos los que nos rodean, porque los sentimos como potenciales maltratadores. Nosotros mismos, tendemos a filtrar el mosquito mientras nos tragamos el camello con satisfacción.
No podemos decir que la aparente “iglesia de puertas abiertas” nos acoja, pero nosotros tampoco andamos con demasiadas ganas de acoger a nadie. Así, cerrados en nosotros mismos, escalamos peldaños en la postmodernidad que nos oprime. Hay un malsano regocijo en el resentimiento y la desconfianza. Un regocijo de sentirse víctima que mira la yermo que tiene delante. ¿Qué hacer ante le yermo en que la Iglesia se ha convertido? Si echamos la vista atrás, encontramos este tema en el mito de Parsifal.
Parsifal estaba destinado a sanar la herida del rey pescador. Herida que lo incapacitaba para devolver a la tierra su fecundidad. Parsifal vivió mil aventuras simbólicas en su viaje. Aventuras que debían de prepararlo para el momento crucial. El momento en que vería una enigmática procesión en el castillo del rey pescador. ¿Qué tenía que hacer Parsifal?
No se trataba de destreza militar o de audacia con las armas o temple ante el peligro. Era todo mucho más sencillo. Únicamente tenía que preguntar qué significaba la procesión y lo que se veneraba el ella.
La primera vez que Parsifal se encontró en esa situación, no fue capaz de preguntar. Su silencio alargó la agonía del mundo. Tuvo que vagar largos años hasta encontrarse ante la misma ocasión de nuevo. Entonces no dejo pasar la ocasión. Preguntó y su pregunta liberó al rey pescador de la herida que le afligía. El mundo cambió, volviendo los días de esplendor y fecundidad.
Tal vez debamos dejar de mirar las heridas que llevamos encima y atrevernos a preguntar con valentía.
¿Qué significa la situación eclesial que vivimos? ¿Qué son los signos que se presentan ante nuestros ojos? ¿Qué sentido tiene la fe cristiana hoy en día? ¿Por qué el Reino sigue yermo y nuestros esfuerzos son incapaces de cambiar lo que sucede? No se trata de hacer-hacer-hacer, sino de entender, arrodillarnos con humildad y dejarnos transformar por la Gracia de Dios. Quedan pocos blogs y los que quedan, a duras penas ocultan el desánimo que anida dentro de nosotros.
Quizás sea el momento propicio para dejarnos transformar por el Señor. La Pascua está delante, muy cerca. El tiempo es propicio.