La Iglesia es un inmenso y profundo Misterio. Es santa, porque en ella están quienes (por Gracia de Dios) buscan y anhelan la santidad. Pero no todos sus miembros son santos ni aspiran a serlo. Pensemos en la parábola del Banquete de Bodas, en el que una persona intentó asistir sin el traje adecuado.
Por tanto, quien tiene el Espíritu Santo está dentro de la Iglesia que habla las lenguas de todos. Quienquiera que se halle fuera de ella, carece del Espíritu Santo. El Espíritu Santo se dignó manifestarse en las lenguas de todos los pueblos para que el que se mantiene en la unidad de la Iglesia, que habla en todos los idiomas, comprenda que posee el Espíritu. Un solo cuerpo -dice el apóstol Pablo-; un solo cuerpo y un solo Espíritu. Considerad nuestros miembros. El cuerpo consta de muchos miembros, y un único espíritu aporta vida a todos ellos. Ved que, gracias al alma humana por la que yo mismo soy hombre, mantengo unidos todos los miembros. Mando a los miembros que se muevan, aplico los ojos para que vean, los oídos para que oigan, la lengua para que hable, las manos para que actúen y los pies para que caminen. Las funciones de los miembros son diferentes, pero un único espíritu unifica todo. Muchas son las órdenes, muchas las acciones, pero uno solo quien da órdenes y uno solo al que se le obedece. Lo que es nuestro espíritu, esto es, nuestra alma, respecto a nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo respecto a los miembros de Cristo, al cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Por eso, el Apóstol, al mencionar un solo cuerpo, para que no pensásemos en uno muerto, dijo: Un solo cuerpo (San Agustín. Sermón 268, 2)
En estos momentos eclesiales, las estructuras eclesiales necesitan de una profunda limpieza. Demasiadas adherencias del mundo. En su interior hay demasiados intereses mundanos. Hay una asamblea de llamados al Banquete, pero no todos quienes están, están vestidos para formar parte del Misterio.
Pero la Iglesia de Cristo siempre es santa, aunque esté dispersa por el mundo y su santidad quede eclipsada por los escándalos de quienes se aprovechan de Ella. La Iglesia está gobernada por la Verdad y está unida al Espíritu Santo. San Agustín lo deja claro. Dios pensó en la Iglesia desde el mismo momento en que creó al ser humano. Pensó y creó al ser humano con el anhelo interior de ser santo. La Iglesia es una fraternidad luminosa, pero su Luz no proviene de quienes la formamos, sino de Cristo, Luz del mundo. En la Iglesia no hay cabida para la oscuridad de las tinieblas y por lo tanto, no hay espacio para quienes buscan desarrollar en Ella su proyecto egoísta. Dios elije a quienes van al Banquete vestidos apropiadamente y los elije porque Él sabe que sólo quien lleva el traje adecuado es capaz de aceptar la Gracia que transforma y sana nuestra naturaleza herida.
El traje de la santidad es humilde, sencillo y reluce porque está lleno de esperanza. La esperanza brilla porque es como un espejo que refleja la Luz, Cristo. La esperanza lleva consigo los Misterios de Dios y con Ellos alimenta a quienes dócilmente dejan que Cristo brille en su interior. Quienes viven llenos de esperanza se reconocen y se aman. Se aman porque saben ver en todos y en todo, la huella de Dios. Por eso los elegidos son una fraternidad. Una comunidad de hermanos que se reúnen en Nombre de Cristo y Él vive siempre en ellos (Mt 18, 20).
La esperanza nace de la Gracia, que se desborda en los Sacramentos. Sacramentos que son los signos con los que Dios se comunica y alimenta a sus hijos. La Iglesia sabe que sin Sacramentos, tarde o temprano, desesperamos y la Luz de apaga. La Iglesia acoge los Sacramentos como instrumentos llenan de armonía y belleza los espacios sagrados y toda la creación
Si vemos que las Torres de Babel, se derrumban, demos gracias a Dios. Sólo Él sabe cuándo y dónde actuar. Porque sólo Él tiene el Reino, el Poder y la Gloria.