... que nadie diga: «No puedo ser mártir porque no se persigue a los cristianos». Acabas de escuchar que Juan sufrió el martirio; y, si consideras conforme a la verdad, murió por Cristo. «¿Cómo —dices— murió por Cristo si no se le sometió a un interrogatorio al respecto ni se le obligó a negarle?». Escucha a Cristo mismo que dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Si Cristo es la verdad, por Cristo sufre y es legítimamente coronado quien es condenado por defender la verdad. Que nadie, pues, se busque excusas; todos los tiempos están abiertos a los mártires. Y que nadie diga que los cristianos no padecen persecución. (San Agustín, Sermón 94A, 2)
San Agustín lo dice claramente: "que nadie diga que los cristianos no padecen persecución". El verdadero cristiano siempre es perseguido. Cristo nunca ha sido aceptado por el mundo y por eso el cristiano no puede ser aceptado. No siempre es necesario esperar martirio violento. A veces el martirio sutil. Un martirio que se esconde detrás de las apariencias del mundo. Ignorar o despreciar a una persona es también martirio, aunque no lleve consigo derramamiento de sangre.
Ser honesto y poner la Verdad por delante, conlleva ser odiado y despreciado. Quienes señalan la corrupción que nos rodea es incómodo. Cuando dejamos de ser útiles, aparece el silencio. Basta intentar comunicarnos con los demás para darnos cuenta que el silencio se va haciendo cada día más denso y aplastante. El silencio se ofrece como efecto de la tolerancia. Tolerancia que esconde el desprecio que el mundo tiene por todo el que no acepta sus premisas.
¿Qué hacemos ante este silencio? Lo más interesante es no deprimirnos ni desesperar. Seguramente el desprecio nos haga sentirnos decepcionados con tantas personas y estructuras humanas. Intentemos darnos cuenta que no perdemos nada siendo despreciados. Más bien todo lo contrario. Nos ayuda a darnos cuenta de quienes realmente nos aprecian y para quienes somos tan sólo útiles herramientas. Cuando la fraternidad es imposible, la soledad abre el camino hacia Dios. En todo caso, el Espíritu Santo será el mejor de los amigos que podamos tener. Él nunca nos abandona ni se aleja de nosotros.