Nada de esto es nuevo. Ya pasó hace siglos cuando hubo que cuidar que el Mensaje y el Misterio Cristiano, no degeneraran para adaptarse a la sociedad. En los siglos II y II, se instituyó una regla de cuidado de la fe. Aunque se difundía el Evangelio, lo más importante y profundo, era cuidado especialmente. A este comportamiento lo llamamos modernamente: disciplina del arcano. No se trataba de crear una sociedad secreta para "elegidos". Lo que se buca es opacar lo más importante de nuestra fe para que no se corrompa ni sea despreciada. Se buscaba que no se viera en constante lucha y desprestigio social. Hoy en día hay voces diversas que reclaman retomar esta visión, sin que lleve consigo secretismo alguno. Lo cierto, es que ya en el siglo VI, se vió que era innecesaria esta práctica y desapareció. Creo que en la actualidad sería oportuno reflexionar sobre esto. Por ejemplo, pueden leer este texto del Card. Carlo María Martini: "Reflexiones sobre el sentido oscuro de Dios" (1997).
Señalemos uno de los síntomas más preocupantes de esta persecución social de lo Trascendente. En nuestro tiempo hemos perdido la capacidad de ver más allá de lo aparente y obvio. No entendemos las palabras que Cristo cuando decía: “No deis a los perros lo que es santo; no echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen” (Mt 7, 6). Tampoco entendemos que San Pablo dijera que él mismo alimentó a los fieles de Corinto “como... niños en Cristo” dándoles “leche para beber, no carne”, porque no eran capaces de soportarlo (1Cor., 3, 1-2). Queriendo imitar a San Pablo, reducimos la Buena Noticia a viñetas tipo cómic o a "cuentos de niños" y se nos olvida continuar con las catequesis mistagógicas que ayudan a ver la Fe de forma completa y profunda. Lo peligroso es quedarnos en esa simplicidad que ignora todo lo que trascendente. Juan Manuel de Prada cita a Castellani, que indica precisamente la conveniencia de reencontrarnos con el profundo Misterio de la fe por medio de signos y símbolos, siempre utilizados con cuidado y discreción. En otro artículo más actual (ABC 2023), Juan Manuel de Prada retoma este tema.
En la homilía de este pasado domingo de Resurrección, mi párroco, que es estupendo religioso, nos decía que las iglesias estaban llenas de cruces, pero no de resucitados. Me pregunté si este sacerdote y religioso, sabe que el altar es un símbolo de Cristo presente entre nosotros (Catecismo 1383). Este olvido se evidencia también en la forma en que se suele mover y utilizar el altar durante la misa. La reverencia que según se practique, explique y se viva, muestra nuestra capacidad de ver más allá de lo evidente y cotidiano.
¿Cuál es entonces el símbolo perdido? Yo diría que es Cristo, que lo vamos reduciendo a un personaje a la medida de cada uno de nosotros.