Vimos que la realidad se nos revela como sagrada y que por medio de ella podemos acercarnos a Dios. Los dos ejes, espacio y tiempo, se alían para religarnos con Dios por medio el la revelación contenida en las analogías de las que el universo está lleno. Estas analogías nos llevan a tener certeza de Dios y de la existencia de un objetivo por el que todo lo creado. Encontramos el sentido de todo y todos, que es el Logos, Cristo. Pero el espacio y el tiempo sagrados no son un fin en si mismos, ya que actúan sobre el hombre como medios para facilitar su reunión de Dios. Espacio y tiempo sagrados se cruzan en el punto que somos cada uno de nosotros. La sacralidad penetra hacia el interior de cada uno de nosotros buscando encontrar resonancia. Si no resonamos a igual frecuencia y fase, que el mensaje sagrado, seremos incapaces de reconocer la revelación y utilizarla como medio de reunión con Dios.
El Templo interior y la Liturgia interior se suelen asimilar a una estrella, una estrella que brilla en nuestro interior. La estrella interna llena de luz al Templo interior y marca el ritmo de la Liturgia interior. El cristianismo le llama santidad y no es más que transformación que el Espíritu Santo obra en nosotros cuando le permitimos ser el protagonista de nuestra vida. Cristo nos dijo "Sed santos como vuestro Padre Celestial es Santo" (Mt 5, 48), por lo que la santidad es más que una opción. Es un mandamiento. La santidad se puede comparar con la transparencia de nuestro ser a la Voluntad de Dios. Cuando somos transparentes al Espíritu, la Estrella Interna brilla en nosotros y puede iluminar a quien se acerca.
La resonancia interna se produce a nivel del ser: emocional, volitivo e intelectual, por medio de la intuición, vivencia y conocimiento de la revelación. Allá donde el intelecto no puede penetrar con facilidad, la intuición nos permite empezar a abrir sendas por las que caminar. No es lógico pensar en un re-ligamiento con Dios de carácter parcial, ya que representaría una contradicción con la plenitud de Dios actuando en nosotros. Por esto es necesario utilizar emoción, voluntad e intelecto de manera simultánea y no priorizar una sobre otra vía. Una mística únicamente emotiva, el activismo o intelectualidad encerrada en sí mismo, nos condiciona a ver parcialmente la grandeza de lo creado y revelado. Entiéndase mística como el camino de acceso al “Misterio Cristiano” en su parte abarcable por nuestras limitaciones humanas y personales. Limitaciones que son, en parte, debidas a nuestra naturaleza humana y en parte, nuestras características personales.
En nuestro interior existe un espacio-tiempo sagrado de características diferenciadas al espacio-tiempo externo. Entendemos que este espacio sagrado interno se asimila con nuestra persona y nuestra persona empieza a ser sagrada en el propio cuerpo físico tal como indica San Pablo: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, que tenéis de Dios, y que no sois vuestros?" (1 Cor. 6:19). Pero sin olvidar que el cuerpo la representación física de lo que somos cada uno de nosotros: "Escúchenme todos y traten de entender. Ninguna cosa que entra en el hombre puede hacerlo impuro; lo que lo hace impuro es lo que sale de él. El que tenga oídos para oír, que oiga" (Mc 7, 14).
La doctrina de la Iglesia nos indica que por medio del sacramento del bautismo nos hacemos templos del Espíritu Santo, pero la gracia del sacramento no es suficiente para hacer transparente nuestra naturaleza caída y limitada. La Estrella Interior de cada bautizado se hace posible de manera similar (análoga) a la realidad del espacio-tiempo arquitectónico-litúrgico. Desde los sólidos cimientos que representan la gracia recibida en el bautismo, hasta los muros y las bóvedas de crucería que se van construyendo por medio de los demás sacramentos y por el “sacrificio” voluntario de cada persona. Entiéndase sacrificio como “sacrum facere”, hacer algo sagrado mediante un acto o acción sagrada. Entiéndase el sacrificio como el camino activo y dócil que nos lleva hasta la santidad.
Esta estructura sacramental se hace sólida por medio del cultivo y asimilación de las virtudes. Fe, esperanza y caridad son las tres columnas que sostienen nuestro interior que se vuelca constantemente hacia fuera. Las virtudes cardinales son prudencia, justicia, templanza y fortaleza se constituyen en los muros de nuestro templo interior. Las demás virtudes actúan como la cubierta del templo que nos separa de los pecados, destructores de nuestra unidad interna:
- Humildad se antepone a la soberbia
- Generosidad se antepone a la avaricia
- Castidad se antepone a la lujuria
- Paciencia se antepone a la ira
- Moderación se antepone a la gula
- Caridad se antepone a la envidia
- Diligencia se antepone a la pereza
En este punto es conveniente recordar la actitud de Jesús ante los comerciantes que ocupaban el templo vendiendo los animales para los sacrificios rituales. El templo tiene que estar libre de economías y componendas profanas. La santidad no se compra ni se vende. La santidad es un don que Dios construye en nosotros siempre que se lo permitamos. La santidad es la actitud interior y su proyección al exterior, que conforman un tipo de liturgia que nos re-liga con la Divinidad a cada paso o acción que realicemos. La máxima benedictina “Ora et labora” se nos aparece como un camino de acceso a religar nuestro tiempo interior profano con la divinidad, creando un vínculo temporal sagrado.
La oración es uno de los caminos de sacralidad interior más desarrollados en el cristianismo. Cuando la oración se une al canto se sublima adquiriendo belleza y sincronía con la creación. Cuando la oración cantada se ve al unísono en los espacios sagrados interior y exterior, los ejes de espacio-tiempo interiores y exteriores se unen para formar un continuo. De esta unión surgen las experiencias místicas sobrenaturales por las que algunos santos han logrado acceder a una revelación de Dios particular y vivificante. Me pregunto si el “agua viva” a la que se refería Jesús en el pozo de Samaria:
“Jesús le respondió: Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.” (Jn 4, 13-14)
El agua se utiliza como símbolo de purificación. Cuando se bebe el agua sagrada, que purifica nuestro interior, exterior e interior sagrado se unen y por medio de esa unión accedemos a Dios.
No es raro encontrar oraciones que nos permiten dejar atrás nuestro pensamiento profano para adentrarnos en al contemplación de todo lo creado y en la revelación de Dios. Oraciones como pueden ser el rosario, la oración de Jesús o la coronilla de la misericordia, nos permiten llenar esos momentos de ociosidad mental que nos desligan de la realidad separándonos de Dios manifestado. Vivir, trabajar, actuar en silencio interior y que en ese silencio resuene una plegaria de unidad, es un sacrificio formidable. Es hacer sacralidad interior y llevarla al exterior profano para así sacralizarlo por medio de nuestra voluntad activa y creadora, que se deja guiar por la voluntad Divina.
Sacramentos, virtudes y oración constituyen nuestro espacio-tiempo sagrado interior. Gracias a este templo y a la liturgia que hayamos creado dentro de nosotros será posible resonar con la revelación externa a nosotros. Al mismo tiempo, este espacio sagrado es generador de sacralidad que se vuelca al exterior por medio de nuestras actitudes vitales y nuestro compromiso con la obra de Dios.