En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.”Este mandamiento es el principal y primero. (Mateo 22, 34-39)
Cuando un ama, busca el objeto de su amor. Amar a Dios requiere de una afinidad que supera el simple sentimiento, requiere una postura activa de ir en busca de Dios… Pero ¿Cómo hacerlo? San Clemente de Alejandría viene a ayudarnos: «Fides quaerens intellectum.» (La Fe que busca comprender)
Cuando un ama, busca el objeto de su amor. Amar a Dios requiere de una afinidad que supera el simple sentimiento, requiere una postura activa de ir en busca de Dios… Pero ¿Cómo hacerlo? San Clemente de Alejandría viene a ayudarnos: «Fides quaerens intellectum.» (La Fe que busca comprender)
Afirmamos que la fe no es inoperante y sin fruto, sino que ha de progresar por medio de la investigación. No afirmo, pues, que no haya que investigar en absoluto. Está dicho: «Busca y encontrarás» (cf. Mt 7, 7; Lc 12, 9)... Hay que aguzar la vista del alma en la investigación, y hay que purificarse de los obstáculos de la emulación y la envidia, y hay que arrojar totalmente el espíritu de disputa, que es la peor de las corrupciones del hombre... Es evidente que el investigar acerca de Dios, si no se hace con espíritu de disputa, sino con ánimo de encontrar, es cosa conducente a la salvación. Porque está escrito en David: «Los pobres se saciarán, y quedarán llenos, y alabarán al Señor los que le buscan: su corazón vivirá por los siglos de los siglos» (Sal 21, 27). Los que buscan, alabando al Señor con la búsqueda de la Verdad, quedarán llenos con el don de Dios que es el conocimiento, y su alma vivirá. Porque lo que se dice del corazón hay que entenderlo del alma que busca la vida, pues el Padre es conocido por medio del Hijo. Sin embargo no hay que dar oídos indistintamente a todos los que hablan o escriben... «Dios es amor» (1 Jn 4, 16), y se da a conocer a los que aman. Asimismo. «Dios es fiel» (I Cor 1, 9; 10, 13), y se entrega a los fieles por medio de la enseñanza. Es necesario que nos familiaricemos con él por medio del amor divino, de suerte que habiendo semejanza entre el objeto conocido y la facultad que conoce, lleguemos a contemplarle; y así hemos de obedecer al Logos de la verdad con simplicidad y puridad, como niños obedientes... «Si no os hiciereis como esos niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3): allí aparece el templo de Dios, construido sobre tres fundamentos, que son la fe, la esperanza y la caridad... (Clemente de Alejandría. Stromata. V, 11, 1ss.)
Seguramente en este texto de Clemente encontréis muchos ecos de las entradas anteriores de este humilde blog. Tal como nos indica Clemente, es necesario que nos familiaricemos con el amor de Dios, que busquemos semejanzas, analogías ya que por medio de ellas podemos llegar a cimentar nuestra Fe. No se trata de creer algo que no se ve, … se trata de creer en aquello que se nos revela. Para contemplar y comprender nos hace falta abajarnos hasta nuestra verdadera naturaleza y mediante la humildad de sabernos limitados y falibles, actuar con la pureza de los niños. Solo actuando como niños podremos ver a Dios en todo lo que nos rodea.
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. (Mateo 5,8)
Tan simple y tan complicado para el ser humano de nuestros días. El ser humano se siente poseedor de todo el poder y el conocimiento, además se siente capaz de delimitar por si mismo qué es el bien y el mal. En la sociedad actual, más que negar a Dios, nos afanamos en olvidarle o recluirle de manera controlada en espacios y momentos delimitados. Cuanto más profanos mejor, a fin de evitar sentirnos fuera de lugar. El tiempo y el espacio sagrado ya no son fuentes de vida que se expande a todo el mundo profano… todo lo contrario. El mundo profano penetra en la sacralidad para alejarla de nosotros y de su verdadero objetivo. Al olvidar a Dios hacemos imposible su búsqueda. Si le preguntamos a un creyente medio qué significa el primero de los mandamientos… seguramente lo pondremos en un apuro sin salida. Pero a lo mejor podemos dar algunas pistas para comprender, en la medida de lo posible, este mandamiento.
Amar a Dios con todo nuestro corazón. El corazón no es el centro de la emotividad tal como se estima hoy en día. El corazón al que se refiere Jesús es el centro de nosotros mismos. Por lo tanto se trata de amar poniendo nuestra centralidad en Dios, colocando a Dios como elemento indispensable para cada paso y elección que realicemos. Jean Hani comenta el concepto de corazón como centralidad al hablarnos del Corazón de Jesús [1].
Amar a Dios con toda nuestra alma. El alma es la chispa divina origen de la vida, sensibilidad y espiritualidad en cada uno de nosotros. En el alma tradicionalmente se recoge la capacidad de actuar, por lo que amar a Dios con el alma es poner nuestra vida al servicio de Dios en todo momento.
Amar a Dios con todo nuestro ser. Somos gracias a que Dios comparte el ser con nosotros. Si amamos a Dios con todo nuestro ser, estaremos sincronizándonos con Dios y con sus objetivos. Seremos entonces realmente íconos de Dios en el mundo. Símbolos que permitan al Ser Divino manifestarse en la realidad que nos rodea. Amar a Dios con todo nuestro ser es unirnos a Dios y al mismo tiempo unirnos a los demás.
Tras el apuro de explicar este mandamiento, eso si, seguro que la segunda parte del texto evangélico resulta más evidente:
El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas (Mateo. 22, 40)
Pero… ¿Cómo nos amamos a nosotros mismos? ¿Nos buscamos a nosotros mismos para amarnos? ¿Cómo amarnos sin comprendernos? ¿Nos amamos realmente o más bien nos soportamos? Sin amar-buscar a Dios ¿Qué referencia de amor tenemos para ofrecer al prójimo?
La pregunta es ¿Cómo amarnos a nosotros mismos correctamente?... pero para contestar esta pregunta hace falta buscar a Dios, ya que solo en El podemos comprendernos. Sin Dios no tenemos objetivo ni razón de ser… Sin objetivos… qué otra cosa podemos hacer más que darnos pena y buscar colmar nuestras necesidades y deseos como único alivio a tanto vacío.
¿Dónde buscar a Dios entonces? Ya que resulta que el segundo mandamiento también implica cumplir el primero. La respuesta sería en la sacralidad, que es el camino que nos une y religa a El. Sin sacralidad nada tiene sentido más allá de lo aparente, contingente, operativo o placentero-agradable.
[1] Mitos, ritos y símbolos (1999). Jean Hani. José J. de Olañeta, Editor, Palma de Mallorca.