El siguiente texto pertenece a la Exhortación a los Gentiles (Protréptico) escrita por Clemente de Alejandría allá por los siglos II-III.
Este es el eterno Jesús, el único gran sacerdote de Dios único y Padre suyo. Suplica a favor de los hombres y les ordena: «Escuchad, tribus innumerables», y, aún más, cuantos hombre sois sensatos, bárbaros o griegos. Llamo a toda la raza humana, de la que Yo soy creador por designio del Padre.
Llegaos a mí para que el único Dios y el único Logos os designen un puesto. No solo seréis superiores a los animales irracionales por vuestra razón, sino que a vosotros solamente, de entre todos los mortales, os concedo gozar de la inmortalidad. Pues quiero, quiero haceros también partícipes de esta gracia concediéndoos el beneficio completo, la incorruptibilidad. Os regalo al Logos, el conocimiento de Dios, me regalo a mi mismo por completo.
Esto soy yo, esto quiere Dios, esto es la sinfonía, esto es la armonía del Padre, esto el Hijo, esto Cristo, esto el Logos de Dios, el brazo del Señor, fuerza de todas las cosas, la voluntad del Padre. De ello surgieron hace tiempo las imágenes, pero no todas parecidas; quiero corregiros conforme al modelo para que lleguéis a ser semejantes a mi.
Os ungiré con el ungüento de la Fe por el que expulsáis la corrupción y os mostraré sin velos toda la justicia, por la que subís hasta Dios. «Venid a mi todos los que estáis fatigados y cansados, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestra almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera» (Clemente de Alejandría. Protréptico. XII, 120)
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Clemente nos indica una serie de elementos importantes. Dice a los gentiles que Dios es sinfonía y armonía, al mismo tiempo que Logos (razón y sentido pleno de lo creado) y fuerza que surgen del Padre. Esta armonía se comunica por medio de la gracia y tiene objeto que seamos una mejor imagen del Modelo del que fuimos creados
También nos indica que la Fe permite ver sin velos la justicia que nos conduce a Dios. Justicia entendida como ley natural universal, no como ley positiva a medida o conveniencia del ser humano.
Para hacer más evidente todo esto, trae ante nosotros la breve parábola en la que Cristo se apoya simbólicamente en la imagen del yugo. El yugo era un artilugio de madera que unía a dos o más animales con el objeto de aunar sus fuerzas en las tareas del campo.
Hoy en día hemos asimilado la imagen del yugo a una intolerable pérdida de libertad. Pero esta interpretación moderna es solo una visión parcial y deformada de lo que significa y simboliza el yugo en las palabras de Cristo. El yugo es una herramienta y tiene como objeto aunar fuerzas y sincronizar voluntades. Sin el yugo, los cristianos no podríamos transformar unidos el “mundo” en el Reino.
Nuestra sociedad evidencia el desprecio por el yugo. Incluso como cristianos, padecemos la falta de unidad y voluntad común. Sin unidad de voluntad y objetivos, nos sentimos desorientados, aislados y solos. Recordemos las palabras de Cristo en las que se decía que cuando dos o más se reúnan en Su Nombre, El estará en medio de ellos. La Iglesia solo aparece ante nosotros cuando estamos unidos en Nombre de Cristo.
El yugo que nos ofrece Cristo no es un yugo normal, ya que es ligero y alivia del sinsentido al que nos lleva una vida sin Dios.
El yugo, además, es un maravilloso paradigma de la sinfonía y la armonía, que Clemente indicaba con anterioridad. Con la armonía expulsamos la corrupción a la que nuestra naturaleza imperfecta nos impulsa. Solo si formamos parte de la armonía, evidenciamos nuestra semejanza con Dios. Solo así, evidenciamos que somos imagen de Dios. Pero la armonía que proviene del yugo es similar a la que nace de la unión de los sarmientos a la vid. No se trata de caos y desafecto vestido de armonía, que nos venden las escuelas y tendencias de la nueva era. Se trata de la unidad y proporción que tanto odia el mundo contemporáneo.
El mundo odia a Cristo y la armonía que conlleva la Fe. Nos intenta hacer creer que “lo natural” es la disonancia y la estridencia que encontramos por todas partes. El mundo siempre nos ofrece vivir siendo solamente lo que somos… sin aspirar a transformarnos por medio de la gracia.
El mundo nos dice una y mil veces, que nuestra naturaleza no admite conversión. Nos dice que somos seres completos y si algo nos pasa es que no nos hemos dado cuenta de ello. Rechaza la necesidad de ser armonía y la necesidad de dejarnos conducir por el yugo de Dios.
Es fácil y cómodo decir que amor es dejarnos ser lo que queramos en igualdad. Es fácil y cómodo, razonar de manera simplicadora: como Dios es amor, nos acepta como somos sin necesidad de transformarnos por medio de su gracia. Que fácil es creernos ya convertidos tal cual somos. Qué fácil es confundir la sinfonía y la armonía con el ruido y el caos que vivimos. El mundo nos dice que no necesitamos de Dios y que de existir “algún dios”, este no nos necesita.
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Padre nuestro que estás en los Cielos
Sea santificado Tu Nombre
Permítenos participar de Tu Reino
Hágase tu voluntad, aquí en la tierra, como en los Cielos
Danos hoy el pan de cada día
Ayúdanos a no caer en las tentaciones
Y líbranos del maligno
Amén