Mirad cuál es la regla de nuestra fe, la que funda nuestro edificio, la
que da firmeza a nuestra forma de comportarnos. Primero: Dios Padre, increado,
ilimitado, invisible; Dios uno, creador del universo; este es el primer
artículo de nuestra fe. Segundo artículo: el Verbo de Dios, Hijo de Dios,
Jesucristo, nuestro Señor; fue revelado a los profetas de acuerdo con el género
de sus profecías y según el designio del Padre; todo fue hecho por medio de Él;
al final de los tiempos, para recapitular todas las cosas, se dignó hacerse
hombre entre los humanos, visible, palpable, y así destruir la muerte y hacer
aparecer la vida y obrar la reconciliación entre Dios y el hombre. Y el
tercer artículo: el Espíritu Santo; por medio de Él han profetizado los
profetas, nuestros padres han conocido las cosas de Dios y los justos han sido
guiados por los caminos de la justicia; al final de los tiempos fue derramado
de una manera nueva sobre los hombres a fin de ser renovados por Dios en toda
la tierra.
Por eso el bautismo de nuestro nuevo nacimiento está colocado bajo el
signo de estos tres artículos. Dios Padre nos lo concede en vistas a nuestro
nuevo nacimiento en el Hijo por medio del Espíritu Santo. Porque los que llevan
en ellos el Espíritu Santo son conducidos al Verbo que es el Hijo, y el Hijo
los conduce al Padre, y el Padre nos concede la inmortalidad. Sin el Espíritu
es imposible ver al Verbo de Dios, y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre.
Porque el conocimiento del Padre, es el Hijo, el conocimiento del Hijo se hace
a través del Espíritu Santo, y el Hijo da el Espíritu según el Padre quiere. (San Ireneo de Lyon, Demostración de la
predicación apostólica, 6-8)
La
Santísima Trinidad es Dios y Dios único. Fuimos creados a imagen y semejanza de
Dios y por eso somos reflejo de la Santísima Trinidad. Si somos imagen de Dios
uno y trino, ¿No es lógico y coherente ser bautizados en Nombre de la Santísima
Trinidad?
No podía
ser de otra forma y San Ireneo nos refiere este Misterio de una manera
especialmente clara. Padre, Hijo y Espíritu Santo nos transforman a partir del
bautismo. La conversión también tiene un profundo sentido trinitario, ya que
transforma nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad. Nos transforma
de manera que, sin dejar de ser quienes somos, nuestro ser cobra una vida
nueva.
¿Cómo
podemos llevar esta evidencia nuestra vida cotidiana? ¿Cómo se hace patente la Santísima
Trinidad en nuestro día a día?
Podría
parecer que estas “entelequias” teológicas fuesen un entretenimiento para
eruditos, pero que no sirven para nada en el mundo de hoy. Pero, Dios actúa a
través la coherencia y por eso la Santísima Trinidad es algo vivo en nosotros y
en lo que nos rodea.
Como decía
Cristo, a veces parecemos sepulcros banqueados. Es decir, lugares sin vida que
se pintan de blanco para aparentar. ¿Quién nos concede la vida y la vitalidad
de vivirla con Esperanza y alegría? El Espíritu es el soplo de vida que nos
hace movernos. ¿Podríamos vivir sin el soplo del Espíritu? Me temo que no. Si
el soplo desaparece morimos y si vuelve a soplar, todo se recrea y renueva. Como
dice un maravillosa oración italiana de Pentecostés.
El Hijo
es revelación, Palabra llena de sentido, enseñanza viva, sentido de nuestra
vida. ¿Podemos vivir con felicidad sin ser conscientes de la Palabra? Difícilmente
seremos felices si nos falta la Esperanza y la Esperanza parte de la Buena
Noticia que nos trajo Nuestro Señor. No olvidemos que para aceptar a Cristo
como Señor, necesitamos del Espíritu.
¿Y Dios
Padre? Dios Padre es creador, aparentemente oculto e invisible. ¿Podemos vivir
sin conocer a Dios Padre? ¿Cómo conocerlo? Lo podemos conocer a través del Hijo. Las
maravillosas parábolas de Cristo, nos enseñan como es el Padre. Cómo toda la
creación tiene un sentido y es coherente. Todo tiene la marca de Dios, pero no siempre
somos capaces de verlo. Necesitaríamos tener nuestro corazón limpio, ya que es
la única manera de ver a Dios.
Quiera
el Señor ayudarnos a entender, dentro de lo que Dios ha planeado, que somos
reflejo de Dios uno y trino.
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