La levadura, desapareciendo en la
masa, no pierde su fuerza; al contrario, cambia la naturaleza de toda la masa. De la misma manera,
vuestra predicación cambiará a todos los pueblos. Por tanto, confiad "...
Es Cristo el que da fuerza a esta levadura..." No le reprochéis, pues, el
reducido número de sus discípulos: es la fuerza del mensaje lo que es grande. Basta
una chispa para convertir en un incendio algunos pedazos de bosque seco,
que rápidamente inflamarán a su alrededor todo el bosque verde. (San
Juan Crisóstomo (hacia 345-407), Homilías sobre el evangelio de Mateo, n°46, 2)
Ya están disponibles las
conclusiones de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre
la Nueva Evangelización que se ha tenido lugar en Roma desde hace unas
semanas. La Nueva Evangelización es un llamado y una necesidad cada día más urgente,
ya que la sociedad occidental, tradicionalmente cristiana, deriva rápidamente
hacia una sociedad pagana similar a la precristiana. Nos dice el Sínodo:
Conducir a los hombres y las mujeres de
nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece
en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente
evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe
que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su
enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y
sus frutos coherentes. No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con
el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si no anuncio el
Evangelio!” (1 Cor 9,16) - de insertarse en el largo camino de proclamación
del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el
presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por
toda la tierra.
La evangelización no es algo nuevo y
desconocido. Es una tarea que la Iglesia ha venido haciendo a través de los
siglos de forma constante. La evangelización tampoco se consigue de una sola
vez y homogéneamente. La evangelización es un proceso individual y colectivo
que conlleva la conversión de cada una de las personas y de las relaciones que
las entrelazan y relacionan: la sociedad. Cristo llamaba a la sociedad de su
tiempo “el mundo” y nos previno ante el odio que siente cuando se ve
transformada. Este proceso de evangelización se asemeja al proceso de conversión
de una masa de trigo, en pan. Para ello es necesaria la levadura, que simboliza
la acción evangelizadora de todos y cada uno de nosotros: la Iglesia.
Dice el Sínodo que no se trata de comenzar
todo de nuevo, ya que a veces creemos que tenemos que reinventar la rueda, con
los costes que conlleva reconstruir lo que ya tenemos a nuestra disposición. El
enemigo utiliza esta estrategia para desalentarnos y ganar la batalla
instigando el desánimo. Nos dice el Sínodo:
Los cambios sociales, culturales, económicos,
políticos y religiosos nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un
modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una
evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones”
(Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo
1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II. Una evangelización dirigida, como nos ha
recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo
recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia viven sin referencia alguna
a la vida cristiana [...], para favorecer en estas personas un nuevo
encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz
nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de
gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y
social”. (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne
inauguración de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos,
Roma 7 octubre 2012)
Los alejados son el primer objetivo que se nos presenta.
Aquellas personas que han tenido contacto con la Iglesia, pero que las
condiciones sociales les han conducido a un estado apático y desafectado en su
fe. Son como madera seca necesitada de algo que les inflame y las transforme.
La sociedad ha sabido crear barreras considerables a la
acción de la Iglesia. Hoy en día todo escándalo eclesial se difunde a la
velocidad de la luz, mientras que los millones de actos heroicos que se
producen dentro de la Iglesia, no llegan a traspasar el umbral de la puerta.
Como dice San Juan Crisóstomo: “Basta una chispa para convertir en un incendio algunos pedazos de
bosque seco”. Pero ¿Qué chispa puede prender en maderas que se
mantienen húmedas para que no prendan? Esa es la pregunta que nos tenemos que
hacer todos y buscar soluciones creativas que permitan vencer la indiferencia
que nos rodea.
Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la
Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro
tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan
encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida verdadera y
eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y
desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer
a sus vecinos. Esta palabra de anuncio - a la que se une la pregunta que abre a
la fe: “¿Será Él el Cristo?” - muestra que quien ha recibido la vida nueva
del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador
de verdad y esperanza para con los demás. La pecadora convertida se
convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De
la acogida del testimonio la gente pasará después a la experiencia directa del
encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos
oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
La masa convertida en pan por la levadura, se convierte en
masa madre capaz de fermentar más masa de trigo. La postura de Cristo frente a
la Samaritana es una estupenda pista. Se acerca a quien sufre y le solicita que
sea el sufriente le ayude. Quien sufre se da cuenta que su vida tiene un
sentido, ya que le han solicitado ayuda. A partir de la confianza que nace
cuando sentimos que somos necesarios, que somos dignos, que significamos algo,
es cuando Cristo ofrece la siguiente dimensión. La dimensión simbólica, que no
salva por si misma, pero que nos lleva a la salvación, es imprescindible para
el ser humano antiguo y actual. Sentirse y saberse levadura es imprescindible
para serlo en la realidad.
Les invito a que lean la totalidad de las
conclusiones de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre
la Nueva Evangelización