Sé, pues, como María, animado por el
deseo de la sabiduría; es una obra mayor y más perfecta. Que las
preocupaciones del servicio no te priven de aprender a conocer la palabra
celestial. No critiques, ni juzgues como holgazanes a los que vieras aplicarse
a la sabiduría, porque Salomón, el pacífico, la invocó para que hiciera morada
en su casa. (Cf Sb 9,10) Con todo, no se trata de reprochar a Marta sus
buenos servicios, pero María tiene la preferencia, por haber elegido la
mejor parte. Jesús posee muchas riquezas y las distribuye con largueza. La
mujer más sabia ha escogido lo que había juzgado como más importante.
En cuanto a los apóstoles, no prefirieron
dejar la palabra de Dios para dedicarse al servicio (Hch. 6,2) Las dos
actitudes son obra de la sabiduría, porque Esteban, él también, estaba lleno de
sabiduría y fue escogido como servidor, como diácono (Hch. 6,5.8)... Porque
el cuerpo de la Iglesia es uno; y los miembros siendo diversos, tienen
necesidad los unos de los otros. “El ojo no puede decir a la mano: No te
necesito; ni la cabeza puede decir a los pies: No os necesito...” (1Cor
12,21)... Si algunos miembros son más importantes, los otros son, sin
embargo, necesarios. La sabiduría reside en la cabeza, la actividad en las
manos. (San Ambrosio de Milán. Comentario al evangelio de Lucas, 7,
85-86)
Este breve párrafo de San Ambrosio es especialmente
clarificador en la Iglesia actual. Tenemos que fijarnos que Cristo no reprende
a Marta por afanarse en cubrir las necesidades de Suyas y sus Apóstoles. Sin la
acción de Marta, María no podría haber disfrutado de las Palabras de Cristo. Es
evidente que son necesarias muchas Martas que atiendan a la Iglesia. Pero
estas Martas no deben reclamar que las Marías dejen la mejor parte para
dedicarse a lo necesario que ella tan bien realiza.
En otra ocasión Marta y María podrán intercambiar sus
tareas y será Marta la que disfrute de las Palabras de Cristo. Lo que no podemos
es dejar a Cristo sólo sin nadie que reciba sus palabras y comunique su
sabiduría, mientras todos nos afanamos en los detalles necesarios y
urgentes.
Dice San Ambrosio, apoyándose en la teología del Cuerpo
Místico, que algunos miembros son más
importantes, los otros son, sin embargo, necesarios. Las manos se
benefician de la sabiduría que les permite actuar sobre el mundo. La cabeza, se
beneficia de las acciones de las manos, yq que le permiten estar en lo que ella
sabe hacer mejor. Una Iglesia diversa y en armonía es la forma de unidad más
perfecta que podemos alcanzar. ¿Por qué el Señor no nos hizo homogéneos?
Hubiera sido más fácil actuar juntos si todos fuésemos
capaces de todo. Sin embargo, Dios sabe hacer las cosas mejor que nosotros. El
nos creó con carismas y talentos diferentes y complementarios. Precisamente estas
diferencias nos señalan el camino: tenemos que colaborar con humildad y
desprendimiento. Cada miembro actuando en lo que su carisma le hace idóneo,
de forma la Iglesia sea un todo perfecto y armónico.
El diablo, que sabe como entorpecer, se dedica a instigar
las envidias, soberbias y enojos entre nosotros. Sabe que separados y enfrentados
nos desesperaremos y terminaremos por perder la Fe. La Fe necesita la unidad
para ser sólida y coherente. Si la Fe se divide, la desesperación nos
termina por romper interna y externamente. Una vez rotos, la caridad carece
de sentido, ya que nadie está dispuesto a darla ni a recibirla. Cuando no se
está dispuesto a recibir y comunicar caridad, amor y cercanía de los demás ¿Qué
esperanza nos queda? Realmente poca, tristemente.
Fijémonos que San Ambrosio nos dice que seamos, todos, como
María y al mismo tiempo reconoce que Marta es necesaria. Seamos María, sin
dejar de ser Marta cuando la Iglesia lo necesite.
Ese es el gran misterio de la Iglesia de todos los
tiempos. Igual que en el Apocalipsis se nombran siete comunidades para
representar la diversidad, la Iglesia, de hoy en día, está compuesta por miles
de comunidades diferentes que deben de conocerse, amarse, comprenderse, colaborar
y unidas, hacer que el Reino de Dios sea una realidad día a día.