Vivimos
tiempos complejos. Tanto en nuestra vida personal como social, hemos perdido el
sentido del orden, armonía, proporción y belleza. La sociedad nos dice que todo
lo que nos rodea es casual y por ello no es necesario que entendamos las
razones que hay detrás de lo que existe. Con vivir la vida es suficiente.
Si no
tenemos en cuenta el sentido de la vida que vivimos ¿Cómo plantearse la
existencia de otra vida después de esta? Si todo lo que vivimos lo entendemos
como casualidad ¿Cómo entender una vida que no se ajuste a la inmediatez y lo
placentero?
Cuando
leemos el texto del evangelio de hoy domingo nos encontramos con varias
parábolas breves que hablan del Reino de Dios. ¿Cómo podríamos entenderlas si
despreciamos toda sugerencia de orden dentro de nuestra vida. Encima, estas
parábolas terminan con una seria advertencia de Cristo: “…vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los
justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de
dientes. ¿Comprendieron todo esto?" ¿Comprendemos esto?
El
Cristo de nos advierte de una manera que es inadmisible en la postmodernidad
que vivimos. Incluso el cristianismo ha asumido el mismo discurso buenista de
la sociedad que nos rodea ¿Cómo un Dios misericordioso puede decirnos que
podemos ser arrojados al horno ardiente? ¿Cómo se atreven la Sagradas
Escrituras a señalarnos que existe un final y que puede ser desagradable? ¿No
nos dicen nuestros pastores que lo que tenemos que buscar es ser buena gente
sin más? ¿El demonio, el pecado y el infierno no fueron ya abolidos por
aclamación popular?
1 comentario:
Muy buena la cita del maestro alejandrino. Por otro lado, me parece difícil, en estos tiempos, transmitirle a los fieles lo que propones en tu entrada cuando, desde la propia pseudojerarquía vaticana, se incentiva el populismo idiotizante y el diálogo políticamente correcto con el modernismo. No me "encanta" ver a Bergoglio comiendo con los trabajadores y usando zapatos viejos, despreciando la tradición y pisoteando todo el simbolismo implícito en su función de Sumo Pontífice (sólo hay que ver la tremenda diferencia con la dignidad y la autoridad con que se presentan los Patriarcas Ortodoxos), me parece insultante; sí me encantaba, en cambio, ver a Benedicto XVI hablando sobre San Máximo el Confesor, San Juan Clímaco, Clemente de Alejandría o Scoto Eriúgena en sus audiencias generales...
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