La
parábola de los obreros de la hora undécima no es sencilla de comprender. Hace
unos días, escuché en Radio María a varias personas que llamaron quejándose de
lo poco justo que parece Dios con los obreros. Medimos la justicia y la
misericordia de Dios con nuestros erróneos juicios y humanas medidas. En
nosotros anida la envidia nos impide comprender la justicia y la misericordia
que Dios nos ofrece.
Estos hombres querían trabajar pero «nadie les había contratado»; eran
trabajadores, pero sin hacer nada por falta de trabajo y de amo. Seguidamente, una
voz les ha contratado, una palabra los ha puesto en camino y, en su celo,
no ajustaron el precio de su trabajo como lo habían hecho los primeros. El amo
ha evaluado su trabajo con prudencia y les ha pagado tanto como a los demás.
Nuestro Señor pronunció esta parábola para que nadie diga: «Puesto que no fui
llamado cuando era joven, no puedo ser recibido». Enseñó que, sea cual sea el
momento de su conversión, todo hombre es acogido. [...]
Lo que damos a Dios es muy poco digno de él y lo que nos da es muy
superior a nosotros. Se nos contrata para un trabajo proporcionado a
nuestras fuerzas, pero se nos propone un salario mucho mayor que el que merece
nuestro trabajo. [...] Se trata de la misma manera a los primeros que a los
últimos; «recibieron un denario cada uno» que llevaba la imagen del Rey.
Todo esto significa el pan de vida (Jn 6, 35) que es el mismo para todos; es
único el remedio de vida para los que lo comen. (Seguir leyendo)
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