martes, 3 de octubre de 2017

Rompo el silencio con una pregunta...



¿Tiene sentido que un perro se pase el día ladrando, cuando nadie le hace caso y además, molesta a quienes no quieren escuchar sus ladridos? 

No creo que podamos negar que la Iglesia ha cambiado sustancialmente. Lo sagrado, que antes era sustancial, ha sido sustituido por "lo social", buscando un compromiso que permita que cada cual viva y deje vivir. Actualmente vivimos una variedad de nuevas religiones intraeclesiales. Incluso si utilizamos los mismos signos, el entendimiento de ellos cambia radicalmente de un católico a otro. Los sacramentos se han convertido en signos sociales, por lo que dejan de tener las restricciones de acceso que antes existían.

Para la inmensa mayoría de los fieles, los sacramentos son signos de inclusividad social, dentro de una iglesia que aspira a tener las "puertas abiertas" para todos y a todo.  

Muchos prelados y personas encuentran maravilloso el sentido social que se puede deducir de la Encíclica Amoris Laetitia. El sacramento del matrimonio se ha convertido en algo tan relativo y adaptable, que podemos seguir accediendo a todos los sacramentos, aunque se viva de forma contraria a lo que Cristo nos pide. Si protestas por ello, te llaman de todo menos bonito. ¿Razón? Porque rompes la "armonía social inclusiva" con razonamientos incómodos, que no merecen ser considerados.

Miren la imagen que he incluido en este post. Es un ejemplo de arquitectura postmoderna. Yuxtaposición de estilos, formas, funcionalidad y pérdida de un sentido global y sustancial. ¿Tiene sentido protestar delante de un edificio como este? La gente pasa por delante indiferente. Quien quiera vivir en la parte clásica, puede hacerlo. Quien quiere vivir en la parte moderna, no tiene problema alguno. Quien quiere pasar de una a otra, tiene libertad para hacerlo. Quien ignora todo, sigue adelante como si nada.

A la inmensa mayoría de los fieles les da igual el significado de lo sagrado. No va con ellos, porque tienen asuntos más importantes a los que dedicarse. 

Somos pocos los que sentimos que nos han robado nuestra religión, trasformado nuestra fe y nos excluyen si protestamos. Somos como perros que ladran y ladran. Molestamos y en el mejor caso, nos ignorarán. La garganta inflamada nos impedirá seguir ladrando tarde o temprano.

Es evidente que dentro de la Iglesia ya existen una amplia variedad de religiones. Aunque nos reunamos en un mismo sitio con un rito medianamente común, la realidad es que celebramos cosas muy diferentes. Aunque la Liturgia aparente ser la misma, hay muchas formas de entender, celebrar internamente y vivir, los mismos signos. Hace unos días leía un artículo que decía que caminamos hacia una iglesia católica no confesional. Ser católico es aceptar el universo humano de entendimientos de la fe y la ausencia de fe. Dicen que Dios no es católico sin que pase nada.

Se nos olvida que además de católicos, somos apostólicos. Apostólicos porque aceptamos que la catolicidad debe estar referida a la Tradición Apostólica y no a la tolerancia postmoderna imperante.

En la Diócesis de Turín se lleva celebrando una “misa ecuménica” desde hace tiempo. Esta misa va cambiando de templo para que comunidades luteranas, evangélicas, valdenses y católicas, puedan compartir la misma celebración. Como es lógico, desaparece la presencia de Cristo en la consagración. ¿Por qué? Para no causar problemas y permitir que la reunión sea amistosa. Esta misa está apoyada por el obispo turinés y por la Santa Sede, por lo que su celebración no es algo marginal o secundario. ¿Qué es lo importante en esta misa ecuménica? La comunidad que se reúne y convive, para dar gracias a un dios lejano e indiferente. Un dios que cede el protagonismo al ser humano, porque le damos igual. Ya no tiene sentido “amar a Dios sobre todas las cosas”, ya que lo importante es amarnos a nosotros mismos por encima de todo. Incluso encima de Dios. En este contexto, parece innecesario que nos preocupemos por posibles cismas formales, ya que en la iglesia parece que todo cabe. Todo cabe mientras que nadie ponga en duda lo que otros hacen, creen o predican. Entonces se excluye a quien evidencia que el rey está desnudo.


¿Qué consecuencias tiene todo esto?


  • La primera consecuencia es el alejamiento de los fieles. Un alejamiento similar al que se sufre en los entornos luteranos o anglicanos. Como aceptamos que le damos igual a Dios ¿Qué sentido tiene reunirnos en comunidades, cuando al hacerlo, siempre terminamos peleando o ignorándonos con hipócritas caras sonrientes? 
  • Otra consecuencia es la pérdida de sentido de toda evangelización. En el mejor de los casos, cada uno de los entornos y sensibilidades eclesiales, entiende el Evangelio de forma diferente. Para algunos el Evangelio es activismo socio-solidario, para otros es activismo socio-organizacional, para otros es socio-cultural, para otros es diversidad de emotivismos estéticos, para otros es diversidad de herméuticas cognitivas. 
  • Se implanta una eclesialidad basada en dos palabras palabras: liquidez y postmodernidad. Lo único que no se acepta es proclamar que la Verdad es absoluta y que debemos adorarla tal cual se revela al mundo. Además, como dice el Cardenal Marx, no hay posible vuelta atrás. 
  • Exclusión para quien no se adhiera a la nueva religión. Los que se opongan a la liquidez eclesial se van quedando fuera. Fuera en una "teórica" iglesia que se predica como "de puertas abiertas" y "llena de misericordia". Véase lo sucedido con el prestigioso académico Josef Seifert, como ejemplo de la forma de actuar. Formas de actuar que han sido avaladas desde lo más alto de la Iglesia. Recordemos el ejemplo de los clavos. Clavos que "se sacan haciendo presión hacia arriba. O se los coloca a descansar, al lado, cuando llega la edad de la jubilación".
  • Las dimensión sagrada desaparece. Es innecesaria frente a lo social. Se pueden celebrar banquetes de Basílicas y pasear a dioses hinduistas por nuestros templos, convertir el templo en zona de recreo o en un dormitorio.
La sociedad reclama que la nueva iglesia y la nueva religión sean así. Una iglesia y una religión líquidas, maleables y adaptables a cada uno de nosotros. Si actualmente podemos definirnos a nosotros mismos como lo que queramos. ¿Qué sentido tiene dar un sentido transcendente y sagrado, a espacios arquitectónicos que pueden ser utilizados para socializarnos con regocijo de todos. Bueno, de todos menos de una minoría a la que se desprecia. Una minoría a la que se echa a patadas por ser rigorista, farisea, cara de pepinillo en vinagre, corrupta y hasta indigna de la salvación.

Cabe preguntarnos ¿Qué podemos hacer? La opción de ladrar vale para desahogarnos momentáneamente, pero ladrar de forma continua no nos llevará lejos. Más bien nos desesperará y nos hará desentendernos de la fe que tanto nos duele en nuestro corazón. Corazón que debería ser Templo del Espíritu Santo. Si dejamos que sea lacerado, con tanto dolor terminará por convertirse en un espacio de sufrimiento. No deberíamos dejar que el mundo nos hiera en el corazón, porque estaríamos perdidos. ¿El silencio? Es casi una obligación. Tenemos que buscar en silencio a Dios en nosotros y ser fieles a Cristo. Pensemos en Job y no perdamos de vista su ejemplo. No renegar de Dios, aceptar sus designios y tener la esperanza siempre viva en nuestro interior. ¿Esperanza en el mundo? ¡No! Esperanza en Cristo y en sus promesas. Si no podemos vivir la fe en una comunidad, al menos vivámosla con alegría y en silencio en nuestro corazón. Como el publicano, puede llegar el momento que nos pongamos al fondo de la iglesia, para no molestar y pedir perdón a Dios por nuestros pecados. En la penumbra, sin que nadie repare en nosotros. Dios nos ve aunque nadie más repare en nosotros. La comunidad que nos rechaza, es lo de menos. Dejemos que sigan dándose culto a sí mismos y alabando la dimensión socio-cultural de su humanidad.


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