“Pero ¿quién es tan ciego que vacile en atribuir al divino poder y disposición el orden racional de los movimientos de los cuerpos, tan fuera del alcance y posibilidad de la voluntad humana? A no ser que se atribuya a la casualidad la maravillosa y sutil estructura dé los miembros de los más minúsculos animales, o como si lo que no se atribuye al acaso, pudiera explicarse de otro modo que por la razón, o como si por atender a las fruslerías de la vana opinión humana osáramos substraer de la dirección de la majestad inefable de Dios el orden maravilloso que se aplaude y admira en todo el universo, sin tener el hombre en ello arte ni parte.
Mas esto mismo plantea más problemas, pues los miembros de un insectillo están labrados con tan admirable orden y distinción, mientras la vida humana versa y fluctúa entre innumerables perturbaciones y vicisitudes.
Pero este modo de mirar las cosas se asemeja al del que restringiendo el campo visual y abarcando con sus ojos sólo el módulo de un azulejo de un mosaico, censurara al artífice, como ignorante de la ordenación y composición de tales obras; creería que no hay orden en la combinación de las teselas, por no considerar ni examinar el conjunto de todos los adornos que concurren a la formación de una faz hermosa. Lo mismo ocurre a los hombres poco instruidos, que, incapaces de abarcar y considerar con su angosta mentalidad el ajuste y armonía del universo, al topar con algo que les ofende, luego piensan que se trata de un desorden o deformidad inherente a las cosas.” (San Agustín. Tratado sobre el orden)
Mas esto mismo plantea más problemas, pues los miembros de un insectillo están labrados con tan admirable orden y distinción, mientras la vida humana versa y fluctúa entre innumerables perturbaciones y vicisitudes.
Pero este modo de mirar las cosas se asemeja al del que restringiendo el campo visual y abarcando con sus ojos sólo el módulo de un azulejo de un mosaico, censurara al artífice, como ignorante de la ordenación y composición de tales obras; creería que no hay orden en la combinación de las teselas, por no considerar ni examinar el conjunto de todos los adornos que concurren a la formación de una faz hermosa. Lo mismo ocurre a los hombres poco instruidos, que, incapaces de abarcar y considerar con su angosta mentalidad el ajuste y armonía del universo, al topar con algo que les ofende, luego piensan que se trata de un desorden o deformidad inherente a las cosas.” (San Agustín. Tratado sobre el orden)
San Agustín se encontraba con quienes negaban la existencia de Dios negando todo orden en el universo. Estos mismos atribuían a la casualidad lo que aparentemente parecía ordenado. Hoy en día es normal oír el mismo planteamiento, al que se une un profundo relativismo que concluye que ante la evidencia del orden, "éste puede ser interpretado como tal por una persona, pero para otra pweaon puede no se orden. Todo es relativo”… lo que es tanto como decir que todo es puro azar.
Aunque es evidente que todo es susceptible de ser relativizado, no lo es menos que la realidad se sustenta en absolutos evidentes y comprobables.
En la misma Obra San Agustín responde a este planteamiento de la siguiente manera:
“Respóndeme primero a esto: ¿por qué te parece que esa agua no corre fortuitamente, sino con orden? Que ella corra y sea conducida por acueductos de madera para nuestro uso y empleo, bien pertenece al orden, por ser obra razonable y de la -industria humana, que quiere aprovecharse de su curso para la limpieza y bebida, y justo es que se hiciera así, según las necesidades de los lugares. Pero que las hojas caigan del modo que dices, dando lugar al fenómeno que nos admira, ¿cómo puede relacionarse con el orden? ¿No es más bien obra de la casualidad?
- Pero - replicó él - al que ve claramente que nada puede hacerse sin suficiente causa, ¿puede ocurrírsele otro modo diverso de caerse las hojas? Pues qué, ¿quieres que te describa la posición de los árboles, y de sus ramas, y el peso que dio la misma naturaleza a las hojas? Ni es cosa de ponderar ahora la movilidad del aire que las arrastra, o la suavidad con que descienden, ni las diversas maneras de caer, según el estado de la atmósfera, el peso, la figura y otras innumerables causas más desconocidas. Hasta aquí no llega la potencia de nuestros sentidos y son cosas enteramente ocultas; pero no sé cómo (lo cual basta para nuestra cuestión) es patente a nuestros ojos que nada se hace sin razón. Un curioso impertinente podía continuar preguntando por qué razón hay allí árboles, y yo le responderé que los hombres se han guiado por la fertilidad del terreno.” (San Agustín. Tratado sobre el orden)
Nada se acontece sin una razón, por lo tanto nada es azar en un universo conformado por leyes que ordenan lo que acontece según la eterna sucesión de causa-efecto. La física constantemente nos muestra que la complejidad del universo se construye sobre los pilares que son las leyes universales. Este es orden natural que constituye el cosmos que nos rodea.
Entonces, si todo es orden y está regulado… ¿Dónde queda nuestro libre albedrío? El ser humano tiene una serie de capacidades le permite sobrepasar el mecanicismo de las leyes universales: es consciente de si mismo y de lo que lo rodea. Tiene la capacidad de recordar y comparar pasado y presente para poder proyectar su voluntad hacia el futuro. Ninguna otra criatura conocida tiene esta capacidad. Por lo tanto, podemos elegir entre ajustarnos al orden natural o actuar de manera alternativa al mismo orden. Esto es el libre albedrío.