Cuando la copa se rompe, el vino se pierde. Al cogerla, podemos cortarnos y el vino residual quedará lleno de pequeños y peligrosos cristales. No tenemos copa, ni vino… pero aun así algunos gritarán alegremente ¡Somos libres!
Nos dicen que el mundo se mueve y que no hay nada estable donde agarrarse o apoyarse. La religión pierde su significado, ya que no existe ese "absoluto" que llamamos Dios y por lo tanto no hay modo de unirnos a Él. El culto se vuelve un trámite ininteligible y las razones de congregarse son principalmente sociales.
En el mejor caso, creer en Dios se considera como un recurso psicológico de personas débiles. Lo que se promueve es un dios personal. Un dios que se adapta a las necesidades según convenga a cada uno. Dios se interpreta como relativo y subjetivo, ya que depende de cada persona.
Si Dios no existe, el arte deja de considerarse su reflejo y la estética pasa a campar a sus anchas sin limitaciones. La obra de arte no tiene razón de significar nada… con que sea innovadora y rompa con la moda estética previa, es suficiente. Los significados se trastocan a nuestro antojo, con lo cual, no somos capaces de comunicar el orden y la belleza a los demás. Sin comunicación, nos perdemos los unos a los otros.
Nos dicen que la ciencia tiene como objetivo enseñarnos que nada es estable. Incluso ella misma se la considera relativa e interpretable según quien la utilice. Las dimensiones y el tiempo también se nos ofrecen como relativos. No existe marco de referencia estable a partir del cual definir, comparar y deducir de forma concluyente nada. Todo se separa, se cuantiza y se analiza rompiéndolo que múltiples partes, que, a su vez, se analizan rompiéndose de nuevo. Todo carece de significado por sí mismo.
Si Dios, arte y universo dejan de tener significado. Nosotros mismos dejamos de tener sentido, objetivo y trascendente. Se dicen que el ser humano se tiene a sí mismo como origen y destino. Por ello, somos dueños de todo, lo tenemos todo en nuestras manos. Somos inmensamente ricos y poderosos, ya que podemos definir y entender todo como queramos. Por fin hemos roto la copa y el vino se ha desparramado en el suelo. Nos dicen que por todo esto, por fin somos libres.
Pero esto no es un mal contemporáneo, es parte de nuestra esencia humana. Conforma lo que se denomina pecado original: querer ser como Dios para dejar de necesitarlo. En todo tiempo se ha dado este sinsentido vital y se seguirá dando en el futuro. Es cierto que hubo épocas donde era más evidente y otras donde lo fue menos. En este momento me acuerdo del joven rico que se acercó a Jesús y le pidió seguirle, pero no fue capaz de dejar atrás su riqueza.
"Y Jesús le dijo cuando le vio triste: "¡Cuán dificultosamente entrarán en el reino de Dios los que tienen dinero! Porque más fácil cosa es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios". Y dijeron los que le oían: "¿Pues quién puede salvarse?" Les dijo: "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios". Y dijo Pedro: "Bien ves que nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido". Él les dijo: "En verdad os digo, que ninguno hay que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna". (Lc 18, 24-30)
Comenta San Agustín:
"Llama rico al que ambiciona las cosas temporales y se enorgullece de ellas. Los pobres de espíritu, de quien es el Reino de los Cielos, son contrarios a esta riqueza. En sentido espiritual es más fácil que Jesucristo padezca por los amantes del siglo, que éstos puedan convertirse a Jesucristo. Da a entenderse a sí mismo con el nombre de camello, porque espontáneamente sostuvo humillado la carga de nuestra debilidad. La aguja significa las punzadas. Por las punzadas debe entenderse los dolores que sufrió en su pasión, y la angustia de ella (está simbolizada) por el ojo de la aguja." (San Agustín, De quaest. Evang. 2,47.)
Solo quien elige no darse sentido personal a sí mismo, puede ver en él la imagen y semejanza original. Esta imagen y semejanza nos permite encontrar a Dios. Sólo quien encuentra a Dios y no lo olvida ni por un instante, encuentra el sentido de su vida y de todo el universo.
Por eso, desde que el mundo es mundo, la Perla preciosa y el Tesoro escondido (Mt 13, 44-46), están disponibles para que quien los descubra pueda vender todo lo que tiene y pueda comprarlos. Por desgracia, aunque la Perla esté expuesta a la vista de todos, hay que reconocerla como tal y, además, sólo quien esté dispuesto a dejar todo, puede acceder a ella. El velo del templo se rasgó (Mt 27,51), pero, aun así, es necesario saber dónde está el templo, entrar y comprenderlo, para poder disfrutar de la sacralidad contenida en él.
Pero seamos realistas, pocos encuentran la Perla, de estos, menos aún deciden entregar su soberbia para comprarla. Las diez vírgenes (Mt 25,1-13) están dispuestas a encontrarse con el novio, pero necesitan de luz para verlo y que él las reconozca. Cinco se prepararon convenientemente, pero las otras cinco no trajeron aceite suficiente. Las cinco necias llegaron sin aceite y tarde. El novio no les abrió la puerta ya que no las reconoció.
Se suele tachar de elitista y segregadora la frase evangélica “muchos son los llamados, pero pocos los elegidos” (Mt 22, 14), pero nada más lejos de la realidad. Cuando se lee la parábola de los invitados a las bodas (Mt 22,1-14), vemos que no se trata de una decisión caprichosa de Dios. Dios no dice tu si y tu no. Nosotros somos quienes decidimos ir al banquete o no. Nosotros aceptamos o rechazamos la Perla, el Tesoro o la cena nupcial ofrecida por el Novio.
¿Y los elegidos? ¿Qué podemos decir de ellos? Serán semilla de mostaza (Mt. 13,31-32), que al morir dará lugar un gran árbol. Serán levadura (Mt. 13,33-35) que deberá gastarse para hacer fermentar el pan. Justo todo lo contrario de lo que la sociedad pregona como ideales.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Yo les aseguro que, si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. El que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre” (Jn 12, 24-26)
Por lo tanto, Cristo nos invita a gastarnos solos y sin reconocimiento público. Dios nos dará, tras completar la misión, lo que merecemos. No lo que creemos merecer o lo que esperamos obtener. Los obreros de la hora undécima lo atestiguan (20, 1-16). Sólo obtenemos lo que merecemos. Esto no es injusto. Forma parte del trato de la compra de la Perla, hay que vender todo para comprarla. No queda nada para uno mismo.