Llega una mujer de
Samaria a sacar agua.
Jesús le dice:
«Dame de beber.» Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar
comida. Le dice a la mujer samaritana: « ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de
beber a mí, que soy una mujer samaritana? » (Porque los judíos no se tratan con
los samaritanos.)
Jesús le
respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame
de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» Le
dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de
dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob,
que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le
respondió: "Todo aquél que bebe de esta agua volverá a tener sed; mas el
que bebiere del agua que yo le daré, nunca jamás tendrá sed; pero el agua que
yo le daré se hará en él una fuente de agua que saltará hasta la vida
eterna". La mujer le dijo: "Señor, dame esa agua, para que no tenga
sed ni venga aquí a sacarla".
Jesús le dijo:
"Ve, llama a tu marido y ven aquí". La mujer respondió, y dijo:
"No tengo marido".
Jesús le dijo:
"Bien has dicho no tengo marido: porque cinco maridos has tenido, y el que
ahora tienes no es tu marido: esto has dicho con verdad". La mujer le
dijo: "Señor, veo que tú eres profeta: nuestros padres, en este monte
adoraron, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar en donde se debe
adorar".
Jesús le dijo:
"Mujer, créeme que viene la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén,
adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis: nosotros adoramos lo que
sabemos, porque la salud viene de los judíos. Mas viene la hora, y ahora es
cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.
Porque el Padre también busca tales que le adoren. Dios es espíritu, y es menester
que aquéllos que le adoran le adoren en espíritu y verdad". (Jn 4, 7-24)
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Podremos ir
analizando el diálogo de Jesús con la samaritana a través de diferentes niveles
y entender cómo la samaritana representa a diversas figuras. ¿Quién es la
samaritana? Podemos ver a la Iglesia imperfecta que existía antes de su
institución, como sugiere San Agustín en su tratado sobre el Evangelio de San
Juan. Pero también podemos vernos a nosotros mismos en el encuentro con Cristo.
Cristo se presenta
ante nosotros en cada situación cotidiana. Nos mira y nos pide que le ayudemos.
Se presenta a través de nuestros hermanos y nos pide agua, porque tiene sed u
otra necesidad en su vida. (Mt 25:35) Hemos de dar a nuestro hermano lo que
necesita, ya que es el mismo Cristo quien se transparenta por medio de él.
Pero más allá de la
necesidad de agua física que expone Jesús, la samaritana se sorprende por el
ofrecimiento que le hace Cristo y que excede la petición que le ha hecho en
primer lugar. Volviendo a nosotros, si supiéramos quien pide detrás del que necesita
de nosotros, seríamos nosotros quien le pidiéramos agua… pero un agua diferente
a la física, diferente de la sacia las necesidades físicas.
Nosotros, al igual
que la samaritana, mostramos incredulidad y soberbia ante tal ofrecimiento… ¿De
donde sacarás esa agua? No tienes ni utensilios ni pozo para llegar a ella. En
la actualidad, esta incredulidad es evidente dentro y fuera de la Iglesia. No
creemos que haya nada más allá de la caridad a nuestros hermanos. Incluso le
preguntamos a Dios mismo, con sorna,... si El es más que las ONGs y los gobiernos…
simbolizados en este pasaje evangélico por Jacob, constructor del pozo. Con
soberbia proclamaríamos que para la caridad no nos hace falta Dios. Con
nosotros mismos nos bastamos y sobramos para dar caridad a quien la necesite.
Jesús nos dice que
el no habla de devolver de agua física por agua física, ni de devolver una
acción caritativa a cambio de otra del mismo tipo… habla de otro agua, habla desde
un orden del ser diferente al que la samaritana entiende. Un agua que sacia de
otra manera. Agua que nos plenifica y nos llena de sentido. Nunca volveremos a
tener sed si bebemos del ella. Nunca más sentiremos que nada tiene sentido, ya
que podremos comprender que somos parte del plan de Dios. Al beber del agua
ofrecida por Cristo, nosotros seremos a su vez fuentes de ese agua para los
demás.
Nosotros, al igual
que la samaritana, con incredulidad creciente le decimos que si, que vale, que
nos la dé, para ver de donde saca tal maravilla.
Pero Cristo pide a
la samaritana que traiga a su marido. ¿Marido? Vaya, con lo bien que íbamos y
Cristo nombra aquello que nos evidencia nuestra incoherencia ¿Por qué pide
Cristo la presencia de su marido si se trataba de darle el agua a ella? ¿Por
qué relaciona el agua de vida eterna a la realidad cotidiana de la mujer? ¿Qué
hay detrás de esta petición, aparentemente fuera de lugar?
La mujer se siente
descubierta y confiesa que no tiene marido. Vive en desorden vital evidente y
no le da mayor importancia. Pero Cristo no puede darle el agua si no ella no es
un vaso capaz de contenerla. El agua se derramaría y caería al suelo. Entonces
ella le reconoce como un profeta y empieza a tomarse en serio el diálogo. El
extranjero judío es más que un loco que ofrece cosas imposibles. Se turba, se
preocupa y se escusa diciendo que sus antepasados pensaban que Dios era otra
cosa y que lo adoraban de diferente forma que los judíos. Es decir, echa la
culpa de sus desordenes a los demás. Su desorden es culpa de la sociedad que le
rodea.
Cristo le dice que
el tiempo de entender a Dios como se hacía hasta ese momento, ha pasado. No se
trata de ser judío o samaritano. A partir de ahora Dios se manifestará más allá
de la comprensión de cada pueblo…. lo hará en Espíritu y Verdad. Quienes Le
entiendan, amen y adoren deberán hacerlo de esa forma. Cristo zanja la cuestión
de la correcta revelación indicando que el conocimiento de Dios viene de los
judíos, ya que a través de ellos, Dios se reveló a los seres humanos. Con ello
nos muestra que la revelación del antiguo testamento es primordial y necesaria
para entender la nueva revelación… que es Cristo mismo.
El agua que Cristo
nos ofrece está delante de nosotros. Está detrás de todo aquel he nos pide por
necesidad. Pero sólo si conocemos la existencia de ese agua, podemos contenerla
y entender a Dios más allá de los estereotipos antiguos, la podremos obtener de
Cristo mismo.
Dios es Espíritu y
Verdad… y al beber el agua de vida eterna, nos convertimos en fuentes de esa
agua.
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Señor,
Ayúdanos a reconocerte en los demás.
Ayúdanos a aceptar el agua que sacia para siempre.
Ayúdanos a ser recipientes dignos de tu revelación y ser símbolos de ella.
Ayúdanos a limpiar nuestro corazón y
poder ver a Dios en Espíritu y Verdad.
Señor, solo tu nos das la gracia necesaria para
dar sentido a la cuaresma y a todo lo que has creado.
Alabado y glorificado seas.
Amén