Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto.
Quien tenga oídos para oír, que oiga.» (Mc 4, 21-23)
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La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.
La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.
No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina. (San Máximo el confesor, A Talasio-Cuestión 63)
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San Máximo el confesor fue uno de los primeros padres de la Iglesia. Vivió en Constantinopla entre el siglo VI y el VII. Fue un notable divulgador de la mística cristiana por medio de su vida y sus escritos. Sus textos nos ayudan a comprender muchos aspectos de las escrituras, que de otra forma, quedarían velados por nuestras interpretaciones particulares.
San Máximo nos habla esta vez de la parábola de la lámpara y el celemín. En el texto aparecen tres elementos: celemín (un simple cajón utilizado para medir cereal), un candelero y una vela encendida. La vela encendida es la revelación de Dios a los hombres. El candelero representa a la Iglesia como guardiana de la tradición capaz de dar sentido a la revelación,.. y por ultimo el celemín. El celemín representa nuestra racionalidad y conocimiento. Los tres elementos son necesarios para permitir que la Luz llegue permita “ver” con claridad lo que nos rodea.
Si no queremos que nuestros sentidos nublen el sentido espiritual de las sagradas escrituras, es necesario elevar por encima del suelo la Luz. ¿qué utilizaremos? El celemín es el elemento más adecuado para ello. Nuestra racionalidad y conocimiento sirven a la revelación, elevándola por encima de nuestros gustos y pasiones. Podríamos preguntarnos…
¿Qué sucede si colocamos el celemín sobre la Luz?… estaríamos aceptando el mundo al revés que vivimos, desgraciadamente, hoy en día.
¿Qué sucede si depreciamos el celemín?… la Luz no llegará demasiado lejos y las sombras no dejarán de existir. Estaremos a merced de enemigo escondido en la penumbra. Lo “oculto” no podrá ser descubierto.
Nos dice San Máximo, que la Luz debe ser portada por algo que sostenga la llama: el candelero. Sin el candelero la llama terminará por quemar el celemín. Este candelero es la Iglesia que actúa sosteniendo la vela con su sabia tradición. Sin la Iglesia no dispondríamos de la tradición apostólica que nos permite tener a resguardo la llama y su Luz. Podríamos preguntarnos…
¿Qué sucede si ponemos el candelero por encima de la Luz?... apagaríamos su luminosidad. Es un peligro que siempre está presente y debemos tener cuidado de no actuar de esta forma.
¿Qué sucede si despreciamos el candelero?... La llama terminará por quemar el celemín y nos quedaremos sin nada entre nuestras manos.
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Espíritu Santo, dador de Sabiduría,
que a semejanza del fuego libertáis el corazón del hombre de los afectos terrenales,
como ya quitasteis del corazón de los apóstoles todas las imperfecciones;
dignaos destruir en nosotros los afectos menos santos que nos dominan,
a fin de que no gustemos otro placer que el de ser fervorosos en vuestro divino servicio.
Amén.
4 comentarios:
Siempre me ha gustado mucho el texto según el cual no se pueden esconder ciertas realidades espirituales bajo el celemín.
Muchas veces, tentados por lo políticamente correcto o por el respeto humano, tenemos la tendencia a obviar la fe, lo que ella nos dicta para cada una de las situaciones por las que pasamos para, a lo mejor, no acrecentar los problemas que nos acucian.
Sin embargo, muy claro es lo dice Cristo: no esconder, no esconder y no esconder lo que, en verdad, nos importa.
Tiene toda la razón D. Eleuterio :) ... la vela en lo alto para que ilumine todo y no deje que las sombras medren a nuestro alrededor.
Gracias por compartir en este humilde blog sus pensamientos. Dios le bendiga ;)
Si... no esconder nuestra Fe... que somos sus seguidores... y dar testimonio del contenido de su Palabra... Amor al Padre, Amor al prójimo... servicio...beneficio...humildad...sencillez... confianza y comprensión.
Saludos Miserere... y para usted, Eleuterio también.
Carmen.
Hola Carmen :)
Esta parábola forma parte de una serie de parábolas con las que Jesús intenta explicar qué es el Reino de Dios, a una multitud.
Gracias por compartir tus pensamientos con nosotros :)
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