Estamos entrando de la Semana Santa. Semana en que recordamos la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, desembocando en la Pascua de resurrección… la fiesta más importante de todo cristiano.
La Semana Santa aparece actualmente distorsionada por la cultura del reclamo turístico y vacacional, pero aún así, se nos presenta como un signo que nos interpela comprensión más allá de de todos los velos profanos con que se nos oculta. Ante nosotros se presenta el memorial con visiones contradictorias, gozo – sufrimiento, desesperanza y gloria, pecado – perfección, que tenemos de desentrañar con cuidado para no quedarnos en la parcialidad de lo aparente.
Quedándonos en lo puramente religioso, comprender la armonía existente entre el memorial del sufrimiento, muerte y el desenlace de la resurrección de Cristo, resulta imprescindible. Quizás esta semana sea la más propicia para ahondar en la proporcionalidad entre sufrimiento, gloria y esperanza.
Las casualidades nada casuales de la vida, me han dado noticia de un insigne matemático y fraile franciscano: Lucca Pacioli (1445-1517). Este matemático renacentista fue amigo y maestro nada menos que de Leonardo Da Vinci y su influencia se nota en los cuadros de este. Luca escribió su obra “De Divina Proportione” y Leonardo la ilustró.
Proporción, armonía y belleza, son palabras que en el mundo postmoderno y en proceso de deconstrucción permanente, resultan extrañas y hasta artificiales. Se habla de la plenitud del vacío con tanta ligereza como se habla de la armonía de la unidad. El término proporción ha sido relegado al desafectado formato del porcentaje.
Luca Pacioli dedicó su vida a estudiar la proporción divina (áurea o número Phi). Fue el primero que divulgó la existencia de esta proporción y de las diversas implicaciones geométricas, místicas y teológicas de este famoso número. La proporción o sección divina aparece cuando la proporción entre los subsegmentos que resultan de dividir un segmento (AB) por un punto intermedio (X), es tal que AB/AX sea igual que AX/BX. Lo que parece un trabalenguas resulta ser una proposición de hondas analogías teológicas.
Decía Luca Pacioli: “el segmento es uno sólo como Dios pero que se halla en tres términos como la Santísima Trinidad, no admite una expresión de cantidad racional como tampoco se puede definir a Dios con palabras humanas, no se puede cambiar como tampoco se puede cambiar a Dios, que es inmutable y, finalmente, es necesaria para la construcción del dodecaedro, que corresponde a los cuerpos celestes igual que Dios da el ser a los cielos.”
Dando un paso más. Entendemos por armonía el perfecto equilibro o proporción entre elementos diferentes. La armonía no se obtiene mediante proporciones finitas y sencillas… ya que su máximo exponente es precisamente el número Phi: 1,61802339887… con sus infinitos decimales. La armonía nunca aparece como razón finita y abarcable. Más bien es todo lo contrario. La armonía nos supera, nos admira y nos crea en nosotros la voluntad de unirnos a ella.
Volviendo a la pasión de Cristo, nuestra Fe nos debería llevar a entenderla como un todo armónico y trascendente. Tanto si pensamos en la pasión y solo vemos en ella la resurrección, como si solo vemos en ella su cruenta muerte, estamos destrozando la proporción existente entre ambas y al mismo tiempo destruyendo la inmensa y cósmica armonía que está presente en los sagrados acontecimientos.
Si ignoramos esta armónica proporción, no seremos capaces de entender el memorial de la pasión, muerte y resurrección que se renueva en cada Eucaristía. Tampoco entenderemos la necesidad de encontrar la armonía de nuestros gozos y sufrimientos cotidianos.
¿Qué sentido tiene sufrir? Sufrimos cuando avanzamos en al vida y esto se hace patente cuando nacemos y morimos. Los gozos se cimientan en los sufrimientos y la esperanza liga ambos en un todo armónico. Se desespera quien sufre sin esperar que haya sentido en el dolor que padece. Pero sufrimiento, gozo y esperanza actúan como los tres segmentos que definen la proporción divina.
Una tendencia muy difundida entre los cristianos actuales defiende que Cristo nos salvó a pesar de la cruz. Pero Cristo nos salvó gracias a la cruz, ya sin ella no hubiera habido resurrección. Sin muerte no hubiera habido resurrección. Sin el extremo sufrimiento no hubiera aparecido el gozo tremendo de volver a la vida. El antiguo testamento atestigua y señala que únicamente un Mesías sufriente sería el verdadero enviado de Dios. Isaías lo deja claro en diversidad de ocasiones.
¿A que viene entonces desechar la proporción como inservible para el ser humano “moderno”? Simplemente nos encontramos con el trabajo del gran disgregador que nos intenta enseñar que la armonía es unidad, que el vacío es plenitud, que el sufrimiento es innecesario y que la belleza no está en la proporción… sino en nuestra subjetividad. Hasta osa ofrecernos a Dios mismo como algo subjetivo de cada cual. Pero Dios es uno, unidad y unicidad. Dios es belleza trascendida y extrema.
La belleza no es mera casualidad, ya que la encontramos cuando la armonía se basa en la proporción perfecta. Nada unitario puede reflejar la belleza en la tierra… ya que no existe nada unitario en el universo. Solo Dios es Uno y su unidad excede todo. Si queremos unidad, solo la encontraremos en Dios, no en nosotros ni en nada material o emotivo que nos rodee. Nosotros, en nuestras limitaciones y naturaleza imperfecta, solo podemos luchar por alcanzar la divina proporción … que nos proyecta hacia Dios.
Os dejo unos videos interesantes sobre el tema de Luca Pacioli y la proporción divina:
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Dios Santo e Inmortal
Ten compasión de nosotros
Ten misericordia de nosotros
Ilumina nuestros pasos hasta Cristo mismo,
Palabra revelada, Logos dador de sentido a todo lo que existe.
Amén