Cuando se dialoga es importante no creerse en posesión de la Verdad, sino escuchar y aprender de lo que cada persona entiende. Por eso es tan importante definir y sustentar el pensamiento propio, a fin que los demás puedan aprender o mostrar los puntos de discrepancia. Por eso sigo desarrollando el tema de la necesidad de rendirse totalmente a Dios y hacerlo en todo lo que somos y en todo momento.
Cristo dejó claro que no se puede servir a dos Señores (Mt 6,24). No se puede tener una doble escala de valores con las que atender las circunstancias según estemos en tal o cual situación. También dejó claro que a Dios es necesario ofrecerle lo que es suyo y al Cesar (el mundo) lo que le es propio (Mt 22,21). Es cierto que el pasaje de los impuestos se interpreta, a menudo, de manera que la fractura entre Dios y el mundo se localiza en nuestro interior. Respeto ese entendimiento aunque no lo comparto. Si leemos el pasaje evangélico con detenimiento, veremos que el lugar de fractura, son los impuestos que se pagan con monedas simbólicamente pertenecientes al Cesar. Queda claro que las monedas están marcadas con el símbolo del mundo y que son, por lo tanto, del mundo. Al Cesar lo que es del Cesar. ¿Somos nosotros parcial o totalmente del Cesar? Tras el bautismo, estamos marcados por la gracia de Dios y la marca del Cesar ha quedado borrada. No somos el mundo. Por eso el mundo nos odia.
Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes.
Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió. (Jn 15-18-21)
Esta comprensión del punto de ruptura vuelve a quedar clara en la carta a Diogneto, donde se muestra cómo se relaciona el cristiano con el mundo:
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen». Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio. (carta a Diogneto)
Disponemos de otro pasaje evangélico en donde se vuelve a mostrar que el lugar de la fractura no puede ser interior… ya que de esa forma nuestro bautismo carecería de sentido: las negaciones de Pedro (Mt 26,69-75).
Pedro negó tres veces que conociera a Cristo y lo hizo ante el mundo, de forma pública. En su interior cada negación no era más que una forma de vivir sin padecer el odio del mundo. Cada negación fue una ausencia de proclamación de la Fe, ante quienes la ponen en entredicho. Tras cantar el gallo, se dio cuenta de la grieta que se había producido en si mismo y de la necesidad de la Gracia de Dios para superarla. Esto es más evidente, si pensamos que fue Pedro el que respondió que Jesús era el Hijo de Dios, frente a lo que el mundo decía de El. (Mt 16,13-20)
¿Qué sucede cuando nuestra profesión de Fe se hace de forma pública y esto “molesta” a quienes no profesan nuestra Fe? Se puede indicar con toda legitimidad que a los cristianos no nos gustaría ver cómo se profesa, equivalentemente, por parte de otras religiones y/o ideologías. Sobre todo si quien profesa lo hace desde una posición de poder civil.
Se podría decir que no deseamos hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros. Pero hay algo que no encaja, ya que Cristo nos dijo que no solo debíamos soportar a nuestros enemigos… les teníamos que amar. ¿Les amamos resguardándolos de oír y presenciar nuestra Fe?
Reformulemos la pregunta: ¿Es contrario al cristianismo expresar la Fe ante quien le repugna o es contrario a ella? Evidentemente no lo es, ya que esto es precisamente evangelizar. (Mc 16, 15)(Mt 28, 19)(Lc 24, 47) Los mártires han sido testimonio vivo de esta manera de comprender el Compromiso cristiano.
Si pensamos que debemos ser levadura que al morir transforma la harina en pan, … no es difícil darse cuenta de la insensata sensatez de la carta a Digneto. Nuestra Fe busca transformar el mundo… no hacerse afable cómplice de el. Pero no debemos pensar en una transformación cruenta, violenta o impuesta. Nada de eso. Es simplemente la fermentación del mundo, que se transforma al morir la levadura contenida en el.
Si el estado estima que ser cristiano y profesar de forma publica la Fe, es incompatible con sus principios e incapacita para ejercer puestos o cargos… solo se evidencia lo que el carta a Diogneto nos relataba entre el siglo I y II:
No somos de este mundo y por eso el mundo nos odia.
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Señor, la danos capacidad de ser sinceros ante el mundo y ante nuestros hermanos. Danos la Fe necesaria para padecer por tu Nombre. Danos fortaleza, sabiduría y templaza, para no dejarnos llevar por el mundo.
Tú no viniste para traer la paz al mundo… sino a traer el fuego que hace arder al mundo. Pero no se trata de un fuego violento o impuesto…
es el fuego de la conversión.
Amén