jueves, 7 de octubre de 2010

Integrismos y fundamentalismos

Cuando uno pasea por Internet, en clave católica, es imposible no terminar topándose con descalificaciones y menosprecios entre personas que se consideran pertenecientes a  "sectores" enfrentados dentro de una misma Iglesia. Iglesia que cada cual entiende y quiere, de forma diferente ¿Pueden existir sectores que se enfrentados dentro de una Iglesia? ¿No es un contrasentido? La Iglesia es una, me digo a mi mismo. ¿Qué sentido tiene que se enfrenten la cabeza contra el estómago?

Reflexionando sobre este clima de “enfrentamiento”, más o menos evidente, aparece el problema de conseguir comprendernos. Tomando como base el pasaje evangélico de la paja en ojo ajeno (Mt 7,3-4)... quizás la mejor manera de entender cómo es la viga que albergamos en nuestro ojo, sea precisamente estudiando la paja que tienen quienes nos recriminan. Miremos a quien nos excluye y seguramente veremos muchas actitudes propias.

Uno de los argumentos recurrentes y que se suelen echar en la cabeza unos a otros, es la ignorancia, cerrazón y superficialidad del "contrario". Siempre se estima que el prójimo se queda en la superficie, venerando las apariencias y solo uno es dueño de toda la profundidad y el fondo que tiene la verdad. Nadie duda que dentro de la Iglesia, la superficialidad es un mal generalizado, pero particularizar este mal en un "sector", evidencia que la falta de afecto es una dolencia infecciosa y contagiosa. Nunca podremos poseer la Verdad, a lo sumo lucharemos para que Ella nos contenga a nosotros.

Unos a otros se echan en cara que son pocos y sectarios. Es evidente que existe compartimentalización aislacionista dentro de la Iglesia. No podemos negarla es parte de nuestra naturaleza limitad y herida. Crear grupitos cerrados nos permite saltarnos las incertidumbres que conlleva la apertura, pero también fomenta indeseables recelos cruzados. La Iglesia es apertura y al mismo tiempo unidad.

Gracias a Dios, la Iglesia sobrevive y se cimienta por encima de nuestras desidias, mezquindades y egoísmos. La Divina Providencia, actúa haciéndonos parte del plan de Dios, aunque sea de forma inconsciente a su desarrollo. Si no fuera asi, la Iglesia haría muchos siglos que hubiera desaparecido. Dios es providente.

Ante esta realidad hay quienes quieren cambiar la Iglesia y recrearla a su gusto. Al hacerlo y sin darse cuenta, posicionan a Dios en una cómoda lejanía y desafecto. Pareciera que Dios no se encargara de los asuntos de su Iglesia y nosotros deberíamos ser quienes nos encargáramos de confeccionar la necesaria piedra angular. No se dan cuenta que si Dios quisiera que su Iglesia fuera otra, El mismo haría esto posible. Evidentemente esta es la Iglesia que Dios quiere: penas, luces, sufrimientos, maravillas pecados y santidad forman parte de lo que somos y nos permiten superarnos y progresar. Amemos a la Iglesia en su grandeza sobrenatural y en la humana imperfección de quienes la formamos.

Volviendo a mis paseos por el ciber-mundo, leo con frecuencia diversos blogs de línea “progre” en donde es habitual encontrarse con de reflexiones sobre el “integrismo” y el “fundamentalismo” de los "carcas tradicionalistas".  También me paseo por otros blogs, de signo tradicional y me encuentro con los mismos argumentos, pero en sentido contrario. Es decir, lo de siempre. Lucha, división y enfrentamiento. ¿Pertenecemos todos a la misma Iglesia? Yo personalmente a veces lo dudo. La Iglesia no puede enfrentarse a si misma. Es un contrasentido. La mente no puede enfrentarse al estómago y si lo hace, los dos sufren por igual.

Reflexionaba sobre la facilidad con la que nos condenamos unos a otros y la escasa capacidad de juicio que tenemos para determinar las razones de nuestra condena. Básicamente, nos condenamos por sabernos diferentes y tener comprensiones diferentes. Lo malo es que condenamos al "otro" a ser como nosotros y si no es capaz, no podrá pertenecer a "nuestra" iglesia. Trazando rayas entre nosotros, es casi imposible vivir como Iglesia unida.

Los fundamentalismos no son propiedad única de los grupos tradicionalistas, ya que se dan en todas partes por igual. Tanto los tradicionalistas y los progresistas, son fundamentalistas…y ojo ... eso es estupendo.

¿Estupendo? Claro que es bueno. Cada cual defiende su entendimiento creyéndolo correcto. Quien no sea fundamentalista, solo puede tener una postura desafectada y radicalmente indiferente. Desafección que es vivo ejemplo de la tolerancia que nos venden como ideal de vida. Pero los tibios no son gratos a la boca de Dios,  mejor creer con pasión y defender lo que creemos, que dejarnos llevar por el “me da lo mismo”, “todo es igual”, "no me juzgues", tan de moda. Pero defender nuestras ideas, conlleva el respeto por las del "otro" que tenemos delante. Respeto que no es indiferencia.

Quizás sea interesante ser conscientes de cómo defendemos nuestras ideas. Lo ideal sería hacerlo con conocimiento y razones que den sentido a lo que vivimos y practicamos. Las posturas irracionales no son válidas, ya que entraríamos en el integrismo. Integristas los hay en todas partes. El odio se acumula sobre quienes no piensan como ellos, hasta que encuentra una violenta vía de escape. El integrista es básicamente un intolerante negativo, que rechaza a quien piensa diferente y le odia.

Mirando mi viga, lo cierto es que me hace gracia aceptar mi condición de fundamentalista y al mismo tiempo, hacerlo con todo respeto a quien piense que no lo es y también para quien sea fundamentalista de diferente signo. Soy fundamentalista, porque tengo argumentos, razones e intento vivir de forma conscientemente alineada a los fundamentos de mi Fe. No me da vergüenza decirlo.

A partir de mi conocimiento y entendimiento, soy capaz de juzgar a los demás. Pero sin olvidar que tal como juzgue, espero que me juzguen (eso es lo que me gustaría). Sé que mi vara de medir solo puede perfeccionarse midiendo y reflexionando sobre lo que mido y cómo lo mido. Tengo claro que, sea cual sea mi medida, no puedo condenar a quien tengo delante. Eso es labor única de Dios.

Se que puedo y debo señalar los errores que vea, pero siempre con humildad y respeto. Solo Dios tiene la vara de medir perfecta y justa. Con mi vara aspiro a medirme con la misma medida que a los demás, para así mejorar cada día. Medir requiere humildad y limpieza de corazón. No se trata de condenar, ojo, tan solo medir y comparar. Entender y razonar. Señalar errores y esperar que quien los comete, indique las razones por las que actúa de esa forma. Así puedo aprender y mejorar mi vara. Así me entiendo y entiendo a quien tengo delante. Mirando a la Iglesia, solo intento juzgar lo que veo sin llegar a la condena. 

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Señor, danos humildad y sabiduría.
Ayúdanos a tener afecto por quien señala nuestra viga
Gracias a el, aprendemos que somos semejantes y
compartimos camino hacia Ti.
Amén

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