sábado, 19 de marzo de 2011

Hijo de David, Ten compasión de mi. - San Gregorio Magno

Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: 


«¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»

Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino. (Mc 10, 46-52)

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Con razón la Escritura nos presenta a este ciego al borde del camino y pidiendo limosna, porque el que es la Verdad misma ha dicho: Yo soy el camino. Quien ignora el esplendor de la eterna luz, es ciego.

Con todo, si ya cree en el Redentor, entonces ya está sentado a la vera del camino. Esto, sin embargo, no es suficiente. Si deja de orar para recibir la fe y abandona las imploraciones, es un ciego sentado a la vera del camino pero sin pedir limosna. Solamente si cree y, convencido de la tiniebla que le oscurece el corazón, pide ser iluminado, entonces será como el ciego que estaba sentado en la vera del camino pidiendo limosna.

Quienquiera que reconozca las tinieblas de su ceguera, quienquiera que comprenda lo que es esta luz de la eternidad que le falta, invoque desde lo más íntimo de su corazón, grite con todas las energías de su alma, diciendo: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí‟.

[...] Es tiempo de escuchar lo que fue hecho al ciego que pedía la vista o, también, lo que él mismo hizo. Dice todavía el Evangelio: "Luego él recuperó la vista y se puso a seguir a Jesús". Ve y sigue quien realiza el bien que conoció; ve pero no sigue aquel que igualmente conoce el bien, pero no se dedica a realizarlo.

Si, pues, hermanos carísimos, ya conocemos la ceguera de nuestro peregrinar; si, con la fe en el misterio de nuestro Redentor, ya estamos sentados en la vera del camino; si, con una oración contínua, ya pedimos la luz a nuestro creador; si, además de eso, después de la ceguera, por el don de la fe que penetra la inteligencia, fuimos iluminados, esforcémonos por seguir con las obras a aquel Jesús que conocemos con la inteligencia. Observemos hacia donde el Señor se dirige e, imitándolo, sigamos sus pasos. En efecto, sólo sigue a Jesús quien lo imita. (Homilía de San Gregorio Magno sobre Mc 10, 46-52)

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El episodio del ciego Bartimeo nos lleva a reflexionar sobre nuestras cegueras y nuestras limitaciones. ¿Cuántas veces creemos que vemos y solo imaginamos ver? ¿Cómo abandonar la ceguera? No podremos nunca hacerlo por nosotros mis, necesitamos de la misericordia de Dios.

A la vera del Camino, que es Cristo mismo, pidiendo misericordia para ser capaces de seguir a quien es Camino, Verdad y Vida. Sigamos pues a Cristo en esta Cuaresma y no dejemos que Sus pasos se alejen de nosotros demasiado.

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