En nosotros, la voz y la palabra no son la misma cosa, porque la voz se puede hacer oír sin que tenga ningún sentido, sin palabras, y la palabra igualmente puede ser transmitida al espíritu sin voz, como ocurre con el discurso en nuestro pensamiento. De la misma manera, puesto que el Salvador es Palabra..., Juan difiere de él siendo la voz, por analogía con Cristo que es la Palabra. Es esto lo que el mismo Juan responde a los que le preguntan quién es: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: 'Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos'» (Jn 1,23).
Es posible que sea por esta razón que Zacarías, porque dudó del nacimiento de esta voz que debía revelar a la Palabra de Dios, perdió la voz y la recuperó al nacer el que es esta voz , el precursor de la Palabra (Lc 1,64). Porque para que el espíritu pueda captar la palabra que designa a la voz, es preciso escuchar la voz. Es también por eso que, según la fecha de su nacimiento, Juan es un poco mayor que Cristo; en efecto, nosotros percibimos la voz antes que la palabra: Juan señala así a Cristo, porque es por una voz que la Palabra se manifiesta. Igualmente Cristo es bautizado por Juan, que confiesa tener necesidad de ser bautizado por él (Mt 3,14)... En una palabra, cuando Juan muestra a Cristo, es un hombre que muestra a Dios, al Salvador incorporal; es una voz que muestra la Palabra. (Orígenes, Comentario al evangelio de san Juan, 2, 193s)
Es inmensa la profundidad de las analogías que nos entrega en Nuevo Testamento. La Palabra (Logos) no significaba para los griegos un conjunto de letras a las que se ha asignado un significado. Logos es palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada, es decir: "razonamiento", "argumentación", "habla" o "discurso". También puede ser entendido como: "inteligencia", "pensamiento", "sentido". Por eso Cristo aparece en el prólogo del Evangelio de San Juan como “Logos” y no como “epos” o "lexis". El Logos es comunicación de coherencia, trascendencia y sentido.
San Juan Bautista aparece en los Evangelios como la voz que clama en el desierto. La voz nos permite reconocer a quien la emite o en todo caso, dar noticia de nuestra presencia. Pero la voz no transporta por si misma significado.
Quien clama en el desierto, indica su presencia allí donde nadie es capaz de darse cuenta de su presencia. ¿No es esta analogía la evidencia de la humanidad que es indiferente a la voz del cristianismo? Nosotros sólo podemos aspirar a ser como San Juan Bautista. Clamamos en el desierto intentando propagar la Palabra de Dios. Pero es la Palabra, el Logos, quien tiene significado y transforma a quien la recibe.
La Palabra camina sobre la voz y nuestra misión es ceder nuestra voz a Cristo, para que sea El quien llegue a quien abra su corazón a Dios. Sin duda nuestra misión depende en gran medida de los medios que empleemos y de la técnica que utilicemos, pero ni los medios ni la técnica son la Palabra. Sin duda, una boca cerrada no transmite mensaje, ni tampoco lo transmite un balbuceo ininteligible. Pero ni la voz más fuerte ni la retórica más diestra, podrán ser por si mismas nada más que indicación de presencia. Nuestra labor es tan sencilla como imposible: permitir que la Palabra tome nuestra voz para transformar el desierto en un vergel, trasformar el mundo en el Reino de Dios.
Cristo es bautizado por Juan, que confiesa tener necesidad de ser bautizado por él (Mt 3,14) Por mucho que queramos ser útiles a Dios, es Dios quien nos hace útiles para su plan. Recibamos a la Palabra en nuestro corazón y pidamos que sea Ella quien nos transforme en herramientas eficaces en manos de Dios.
…cuando Juan muestra a Cristo, es un hombre que muestra a Dios, al Salvador incorporal; es una voz que muestra la Palabra.