«Dios todopoderoso, según el apóstol Pablo, tu Espíritu “escruta y conoce las profundidades de tu ser” (1C 2, 10-11), e intercede por mi, te habla en mi lugar con “gemidos inenarrables” (Rm 8,26)… Fuera de Ti nadie escruta Tu misterio; nada que sea extraño a Ti no es suficientemente poderoso para medir la profundidad de tu majestad infinita. Todo lo que penetra en Ti procede de Ti; nada de lo que es exterior a Ti tiene el poder de sondearte…
Creo firmemente que Tu Espíritu viene de Ti por Tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción. Porque en las realidades espirituales que son dominio tuyo, mi espíritu es limitado, tal como lo dice Tu Hijo único: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”.
Creo en mi nuevo nacimiento sin comprenderlo, y en mi fe guardo lo que escapa a mi comprensión. Sé que tengo el poder de renacer, pero no sé cómo esto se realiza. El Espíritu no tiene ningún límite; habla cuando quiere, y dice lo que él quiere y donde quiere. La razón de de su partida y de su venida permanecen desconocidas para mi, pero tengo la profunda convicción de su presencia». (San Hilario de Poitiers. La Trinidad, 12,55s; PL 10, 472)
Cuando nos sentimos abatidos y desorientados nos damos cuenta de lo poco que podemos hacer por nosotros mismos. Sin el Espíritu nada podemos. El Espíritu nos llena y nos lleva donde El quiere y no sabemos las razones de ellos. De igual forma, si el Espíritu se retira de nosotros, nos desinflamos, sentimos el pesimismo entrar en nuestras venas. ¿Qué podemos hacer cuando somos conscientes de nuestra pobreza de ser y nuestra incapacidad? Menudas herramientas se busca Dios para transformar el mundo en el Reino. Ante la evidencia de nuestra debilidad, sólo podemos orar.
Quizás el Espíritu espera que nosotros volvamos a abrir la puerta que nos separa de Dios. Quizás hemos olvidado la necesidad de mantener nuestro contacto con Dios. Orar nos ayuda a sintonizar la “emisora” por la que Dios nos transmite su Gracia. Pero, que difícil es orar en una sociedad que nos satura de deberes y responsabilidades superfluas. Complicado, pero no imposible.
San Hilario nos da una pista estupenda para entender que nos sucede “La razón de de su partida y de su venida permanecen desconocidas para mi, pero tengo la profunda convicción de su presencia”. La presencia del Espíritu es lo que nos muestra el pomo de la puerta que hemos de abrir. El pomo es la Esperanza. Sin la Esperanza nada podemos y la Esperanza nace de la presencia de Dios mismo. ¿Dónde mejor podemos sentir la presencia de Dios que en los sacramentos? Pero también tenemos la Palabra de Dios en los Evangelios y la oración personal.
Nos recuerda San Hilario: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Así hemos de ser nosotros mismos cuando nazcamos de nuevo.
Sólo podremos decir, como San Hilario dice en forma de oración:”Creo firmemente que Tu Espíritu viene de Ti por Tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción”. Dejemos que la Gracia de Dios actúe en nosotros y nos de fuerzas para llevar a cabo la Voluntad de Dios.
2 comentarios:
Una hermosa meditación.
Efectivamente, contra el desánimo no hay nada como la oración.
Ciertamente, como bien dices, los deberes y obligaciones superfluas y superficiales son enemigos de la oración. Pero con la Gracia podemos convertir cuanto hacemos en su Nombre en ocasión de santidad y apostolado.
Un abrazo
Con la Gracia de Dios, todo lo podemos, siempre que seamos herramienta en manos de Dios.
Pero nos gusta demasiado ser los protagonistas y eso no pierde. Que Dios nos ayude y nos de un capón si es necesario.
Gracias Alonso :)
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