Vuelvo a la Carta a los Efesios de San Ignacio de Antioquía. En la estrofa XV, San Ignacio nos habla de la autenticidad, sinceridad, honestidad que debemos de tener antes de hablar. “Más vale callar y ser que hablar y no ser”. Quien habla y no practica lo que dice, es testigo de su propia incoherencia. También nos habla de lo maravilloso que es obrar en silencio, para que la obra sirva de testimonio y no quede en entredicho por su autor. Obrar según la voluntad de Dios. Pero ¿Cuál es la voluntad de Dios?
Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio. El silencio de Dios siempre es aparente ya que si Dios hablara de forma explícita condicionaría nuestra libertad. Pero todo lo que nos rodea habla de Dios, si sabemos leer su mensaje. De esta forma quien no quiere tener oídos, puede vivir su vida sin pararse a escuchar la voz de Dios. Sólo hay un verdadero maestro, que es Cristo. No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que "ha hablado y todo ha sido hecho" y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre ¿Por qué es Maestro? Porque da testimonio con sus obras y lo hace de manera coherente y completa.
También nos habla San Ignacio del ejemplo de quienes son santos y han conseguido ser testigos coherentes del Señor. El ejemplo de quienes cumplen la voluntad de Dios es reflejo de Cristo Maestro nuestro. Ser templos de Dios implica guardad su Nombre en nuestro corazón, nuestro ser. Pero reconocer y contener el Nombre del Señor es un don de Dios. Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mt 16,17) Pedro reconoció que Cristo era el Hijo de Dios vivo ¿Lo hacemos nosotros? ¿Somos sinceros al decir que somos cristianos?
Aceptar a Cristo como Señor es más que gritar Señor Señor. ¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? (Lc 6, 46) No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt 7,21) La Fe sin obras es sólo apariencia y conformidad. ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? (St 2, 14)
Nos dice San Ignacio Hagamos, pues, todo como aquellos en quienes Él habita, a fin de que seamos sus templos y que Él sea en nosotros nuestro Dios, como en efecto lo es, y se manifestará ante nuestro rostro si lo amamos justamente.
Roguemos al Señor para saber hacer la voluntad de Dios. Entonces seremos herramientas vivas y El se manifestará a través nuestra. Dios lo quiera.
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